José María Vaca de Guzmán
José María Vaca de Guzmán (Nació en Marchena, SEVILLA 5 de abril de 1744 - † 1801) fue un poeta español.
Estudió en Sevilla y en Alcalá, doctorándose en Derecho. Fue rector en esa última ciudad en el Colegio de los Caballeros de Manrique; llegó a ser alcalde del crimen de la Chancillería de Granada y también alcalde de Casa y Corte.
En el mundo de la literatura se hizo notar por dos largos poemas titulados: "Las naves de Cortés destruidas" y "Granada rendida", ambas obras premiadas por la Real Academia Española en competencia con importantes autores y donde derrotó a "los dos Moratines", al padre Nicolás Fernández de Moratín, 1737-1780) con el primero de los poemas citados, y al hijo (Leandro Fernández de Moratín, 1760-1828) con el segundo.
Esto le aportó gran prestigio y lo convirtió en uno de los más genuinos representantes de la poesía conmemorativa y académica imperante en los ambientes literarios de la Ilustración.
Se cree que murió en el año 1801.
Obra
Sus textos poéticos se editaron en: "Obras de don Joseph María Vaca de Guzmán", que dedica a "la Reina Católica nuestra señora Doña Luisa de Borbón" en dos volúmenes, en Madrid, por Joseph Herrera entre los años 1789-1792.
Bibliografía
Poesía española del siglo XVIII. Edición de Rogelio Reyes. Ediciones Cátedra, S.A., Madrid, 1988.
Granada rendida
Romance endecasílabo premiado por la Real Academia Española en Junta que celebró el día 22 de Junio de 1779.
José María Vaca de Guzmán
................. un animo constante
Es acreedor del Cielo a los auxilios.
Desciende en mi favor del alto Cielo
Tú, que demuestras en el Vate Argivo
El verso digno de cantar las guerras,
Y hazañas de Monarcas y Caudillos:
Y dime, oh Musa, cómo conquistaron,
Siendo su Tutelar el Cielo mismo,
Los Católicos Reyes el Emporio,
En donde muere el Darro cristalino.
Apenas este Numen a la tierra
Mostró serenos sus azules visos,
A los espacios del luciente Toro
Trasladando del Sol el domicilio,
Y a la más fértil estación del año
Comenzó a enriquecer con su rocío,
Tributando al Abril flores el prado,
Música el ave, y danzas el ejido:
Cuando a España sus ecos dirigiendo:
Tiempo es, prorrumpe, ya de que tus hijos
Sacudan de una vez el torpe yugo,
Pues se cumplieron los decretos míos.
Dijo el Cielo, y España a sus acentos,
Dando treguas al triste parasismo,
De sus hijos la cólera provoca,
Que ya en furor convierten el conflicto.
La Corte de Boabdil sombras errantes
Alteran entretanto, interrumpido
El nocturno silencio, y de sus muros
Se lanzan melancólicos suspiros.
¡Ay, Granada, de ti! se oye que dicen
Los Agarenos Manes, y al bramido
Del Aquilón soberbio corresponden
De infaustas aves agoreros picos.
Todo es horror, y no de la tragedia
Se engañan los terribles vaticinios,
Cuando ya de la España sobre el Moro
Brillan desnudos los aceros limpios.
Buscan los Ricoshombres presurosos
Al prudente Consejo, que advertido
Del celestial favor, que los anima,
Su influjo ofrece unir con el divino.
Era el anciano de agradable aspecto,
Largo el cabello cano, y sin aliño,
Arrugada la piel, vivos los ojos,
Pronto a escuchar, y en resolver prolijo:
Ya tardo, ya veloz su movimiento,
Afable en trato, y en hablar medido:
Un báculo una mano manejaba,
Otra una antorcha de esplendor continuo.
Del pecho separó la inculta barba,
Y miró al Cielo con fervor activo
Sin desplegar los labios: se resuelve,
Parte, y lleva los Próceres consigo.
Entra en Sevilla, toca los umbrales
Del Real Palacio, llega al trono digno
De Isabel y Fernando, y les acuerda
Sus alientos con ecos persuasivos.
Príncipes, dice, Padres de la Patria,
Augustos siempre, Triunfadores, Píos,
A cuyo esfuerzo la indomable Europa,
El mundo todo es ámbito sucinto:
España, esa Matrona portentosa,
Que todo el Orbe suspendió a prodigios,
Terror del altanero Capitolio,
Embeleso del Celta y del Fenicio,
Desde el día, que turbio el Guadalete
(Del Cielo fue tan ejemplar castigo,
Él destruyó de España las riquezas,
Él redujo su fausto al precipicio):
Desde el momento, en que entregó a sus ondas
La libertad de la nación, y el brillo,
Que extinguieron las leyes de Witiza,
Y sepultó el desorden de Rodrigo,
Humilde resignada venerando
De la airada Deidad los altos juicios,
Ante sus aras con perennes votos
Su corazón en lágrimas deshizo.
No la engañó su tierna confianza:
Oyóla el Cielo, y suscito propicio
Los Pelayos, los Jaimes, los Alfonsos,
Los Fernandos, Ordoños y Ramiros.
La Discordia de sierpes coronada
Arroja en tanto su hálito nocivo,
Que a la Matrona enflaqueció las fuerzas
En sus Reinos opuestos y divisos.
El justo Cielo (por aquesta causa
Decretando pausados los alivios)
De la canalla vil, que la oprimía,
Permitió retardar el exterminio:
Pero al volcán, en que fabrica Lemnos
Las armas de los Dioses vengativos,
Corrió Himeneo, y encendió la tea,
Que a vuestro regio tálamo previno.
Se aplaude del Moncayo a Guadarrama
El enlace feliz: corren amigos
El Ebro y Duero: el Árabe se asusta
Viendo unirse a las Barras los Castillos.
Domasteis su altivez: y una mañana
El claro Dios sus ojos compasivos
Tendió sobre la España, y esforzado
Juró ampararla por el Lago Estigio.
Viendo al iluminarla con sus rayos,
Que faltaba el reflejo peregrino
En la piedra mejor de su corona
Empañada del pérfido enemigo,
¡Hasta cuándo, Deidad que así la afliges,
Exclamó al Cielo, la hallarán mis giros
En triste esclavitud! ¡Caben acaso
Tantas iras en ánimos divinos!
Ni hubo tardanza: condesciende el Cielo,
E inspira a España: España acude al brío
De sus hijos: me buscan, y conformes
A excitar vuestro espíritu han venido.
Es tiempo de vencer: vuelve a Granada,
Oh Fernando, que ya contarse miro
De Bulhaxix la casa en tus Palacios,
Las Montañas del sol en tus dominios.
Sus ágatas el alto Châridemo,
Genil su plata te consagra fino,
Te ofrece el Darro sus arenas de oro,
Y Guadix sus ligeros hipogrifos.
Tú a disponer el bélico aparato,
Oh nieta invicta del Augusto Enrico,
En Alcalá te quedarás en tanto,
Que gloriosa te avanzas al peligro.
No importa, no, que el arrogante pueblo
Se envanezca de haberos resistido
Tantos años: un ánimo constante
Es acreedor del Cielo a los auxilios.
Valor, Felicidad y Confianza
Os han de acompañar: caiga ese altivo
Coloso Mauritano, y en la Iberia
No suenen más del Alcorán los ritos.
Clame Belona, y a su voz horrenda
Se turbe el Reino infiel, desde el distrito
Que Almanzor baña, hasta las sierras que orla
Guadalentín con lazos cristalinos.
Vuestro el triunfo será, vuestra la gloria:
España, va con vos, el Cielo mismo:
Él se interesa en vuestro vencimiento:
Yo, que con esta antorcha os ilumino...
No acabó la razón. La Confianza
Se deja ver en hábito distinto
Del que otras veces la encubrió, y Fernando
Conoce el don, que al Cielo ha merecido.
Apoyóse el Consejo silencioso
Sobre el cayado, y ella el pecho invicto
Tocó del Rey, diciendo: en este centro
Por orden de los Númenes asisto.
Envuelto en una nube de humo y polvo,
Que dirige violento torbellino,
Todo cubierto de sudor y sangre
Se presenta el Valor enardecido.
Fijó la vista en el marcial congreso,
Alzó el nervioso brazo denegrido,
Y asiendo la Real mano: de esta diestra
Yo haré que tiemble el universo, dijo.
Se transparentan los dorados techos,
Y aparece del viento conducido
Un carro victorioso, en que a las llamas
Imitaban carbunclos y zafiros.
Manifiéstase en él el sacro bulto
De la Felicidad, que de improviso
Depuso el caduceo y cornucopia,
Y así de todos la atención previno.
Llevó la blanca mano con presteza
Al seno virginal, de cuyo archivo
Sacando con risueñas expresiones
Frondosos ramos de laurel y mirto:
Tejed, dice del séquito a los Genios,
Tejed coronas de marcial estilo
A Isabel y Fernando, cuyas sienes
Me manda orlar el soberano Olimpo.
Así los tres hablaron, y Fernando
No esperó más: el Cielo obedecido
Sea, dijo, Celtíberos valientes,
Que yo estoy con vosotros, y él conmigo.
Yo me pondré a la frente de mis tropas,
Isabel prorrumpió: yo en el designio
Empeñaré a mis Vándalos guerreros:
Yo armaré de furor mis Numantinos.
Llena en tanto las márgenes del Betis
La hispana juventud, como en estío
Negro escuadrón de próvidas hormigas
Corre a sus cuevas con el rubio trigo:
El valiente Extremeño, el Castellano
Se apresta, y de Cantabria lo florido,
Los que habitan del Júcar las orillas,
Los de Idubeda, y Puerto Brigantino,
Murcia abundante en piedras y metales,
Córdoba rica en fértiles olivos,
Las comarcas del Turia, y grande Ibero,
Y la que riega el Tormes fugitivo.
Y tú, del mar Señora, que recibes
Nombre y ser del magnánimo Barquino,
Diste también a tus amados Reyes
Soldados valerosos y escogidos.
Ni yo ingrato a la cuna, y monumento
De mis mayores, al silencio rindo,
O Madre de héroes, imperial Toledo,
El bélico furor de tus patricios.
Al Consejo los Reyes y sus tropas
Siguen, y llevan al Valor consigo,
Que asistiendo a la diestra de Fernando,
Influye en todos vengador y activo.
Así volviendo a la Ciudad de Alcides
La espalda ufanos, en sus pechos mismos
Trocaba la apacible Confianza
El horror de la lid en regocijo.
Corta los vientos, y su furia enfrena,
Templa el extremo del calor y el frío,
Y abre sendas, con todos halagüeña,
La alma Felicidad por el camino.
Así encontró al ejército brioso
Tercera vez la Aurora; mas no quiso
Volver al mar el hijo de Latona
Sin mostrarle el objeto apetecido.
De Granada se ven los chapiteles,
Y el gran Villena dice: ya diviso
A Granada, Granada, y por las tropas
Se oye Granada repetir a gritos,
Llegaron a unos plácidos lugares,
Amenos prados, cuyo dulce hechizo,
Formado de placeres inocentes,
Es poderoso imán de los sentidos.
Imitando de la hija de Taumantes
Opuesta al sol mil varios coloridos,
Su suelo esmaltan la morada viola,
El clavel rojo, y los azules lirios.
Febo aumenta su luz, mientras las auras
Se enriquecen con ámbares distintos:
Chupa la flor la abeja laboriosa,
Y rumian los ganados el tomillo.
En los álamos verdes Filomena
Suelta la voz con delicados trinos:
Itis la escucha, y lloran igualmente
De Progne, y de Tereo los delitos.
Hay una sierra, a quien la blanca nieve
Está siempre oprimiendo (los antiguos
Soloria la llamaron) cuyas puntas
Esconderse en la esfera han presumido.
Sus altas cumbres, célebre atalaya
Del mar de España, y clima berberisco,
Demuestran dos lagunas insondables,
Cuna del más dichoso de los ríos.
Nace de ellas Genil, y despeñado
Rápido corre hasta amansar su giro
En esta vega deleitosa, en donde
Se ve de bellas Náyades servido.
Filodoce la Ninfa más gallarda
Salió acaso a su orilla, y divertido
El pensamiento tuvo en los arroyos,
Que hacia ella corren entre grama y guijo.
Vio, y conoció las armas Españolas,
Y arrójase al cristal con el designio
De avisar a su Dueño, más ansiosa
Que en otro tiempo el infeliz Narciso.
Suenan las aguas con el golpe, y mueven
De tersa espuma blancos remolinos,
En tanto que Genil sacó la frente
Cenlida de amarantos y carrizos.
Puso los pies en la cerúlea concha,
Que le sirvió de asiento, y conocido
El gran Monarca, que su margen pisa,
Alzó al Cielo las manos, y así dijo:
¿Veniste, en fin, Conquistador famoso?
¡Oh causa digna del anhelo mío!
¿Veniste ya a vencer? ¿Que a ti triunfante
He de ver, y al Alárabe rendido?
Sí, Fernando, sí, Rey, así lo ordena
El Cielo santo, que su voz lo ha dicho:
Yo la oí, que en mis sierras resonaba,
Y en las cuevas también de mi retiro.
No más, no más, que mis arenas puras
Manche la torpe huella: no el impío
Descendiente de Agar lave su cuerpo
En el cristal que te consagro limpio.
Cantad, Ninfas, tañed, y a manos llenas
Dad flores a tal huésped: no indecisos
Estén los lauros de mi fresca orilla:
Desgajadlos, oh Ninfas, y rendidlos.
Bajaba ya la noche silenciosa,
Cerca estaba Granada, y para el sitio
Manda sentar sus Reales el Monarca
Del celoso Consejo persuadido.
Pero en lo más profundo de las sombras
Juzgó llenaba de esplendor divino
Una beldad su tienda, y que le hablaba,
Ni bien despierto estando, ni dormido.
Era hermosa en extremo, aunque sus ojos
Cubre un cendal más blanco que el armiño,
Y en sus manos llevaba misteriosa
Ofrenda celestial de Pan y Vino.
Yo soy la Fe, le dice, a quien conoces,
Yo cautivé tu religioso oído:
El Cielo manda, que en la heroica España
Acabe de tener mi trono fijo.
De ti fía la acción: cúmplela, y funda
En este dichosísimo distrito
Una ciudad, que con mi nombre alcance
De su Deidad el alto patrocinio.
Desaparece: y de Titón la esposa
Apenas el ejército lucido
De las estrellas ahuyentaba, cuando
Así dio el Rey a su razón principio:
Ya, vasallos, las órdenes del Cielo
Fuerza es cumplir: la Fe, que he recibido
En la sagrada fuente, me estimula
A hacerla de mi vida sacrificio.
Bien que nuestro valor y confianza,
Si tan grandes promesas examino,
Nos están aclamando vencedores
Del fiero orgullo, que a postrar venimos.
Al arma, pues: y ocúpense los montes,
Que a esta fértil llanura están vecinos:
Parte, oh Villena, y la altivez humilla,
Que abrigan las entrañas de esos riscos.
Dijo: y el gran Pacheco acelerado
Camina, y cual el lobo enfurecido
Turba el rebaño, que en callada noche
Reposa descuidado en el aprisco,
Se avanza, y de las pérfidas aldeas
Abrasa los humildes edificios:
Tembló la Capital, abrió sus puertas,
Y opuso sus Alarbes vengativos.
Pero Fernando, en cuyo sacro escudo
Se rompen los alfanjes enemigos,
Desbaratando la defensa débil,
La volvió a contener en su recinto.
Cunde el pavor en toda la comarca,
Y los soldados por el monte unidos
Queman los pueblos, y a las tiendas vuelven
Llenos de honor, y de despojos ricos.
Viene Isabela del Valor llamada,
Y al hollar el terreno Granadino,
Salve, repite, centro delicioso
De dulce vida, y de placer elisio.
Ya antes os vi: no es, campos de Granada,
Esta la vez primera que os admiro,
Ya os vi cuando quedó con sangre humana
De vuestras fuentes el raudal teñido.
Y aunque ahora con mis hijos, con mi esposo
En no apartarme hasta triunfar insisto,
Premiando el Cielo mi constancia, espero
Sin llamar a las Parcas conseguirlo.
El Cielo hará piadoso con los hombres,
Que sin el duro corte de sus filos
Rinda el Monarca bárbaro su Imperio,
Y España vuelva en sí de su deliquio.
Entonces el Consejo diligente,
En alas de su esfuerzo conducido
A Granada camina, donde expone
Así a Boabdil sus útiles avisos.
Huye, hijo de Albohacén, huye de España:
A África busca, ya a los mares Libios:
A las faldas te acoge del robusto
Atlante coronado de altos pinos.
O bien a esos dos Héroes (respetando
Del Cielo santo el inmortal edicto)
Cede el laurel, y su favor implora,
Aquel favor, que admiran los rendidos.
Yo vi, yo vi al Valor siempre a su lado:
Yo a la Felicidad también he visto
Volver la espalda a tu infelice solio:
Contra ti el Cielo está, teme su juicio.
Él hizo descender la Confianza
A las armas de España, y al Presidio
De Santa Fe se acogen, que en tus tierras
Levantan ya los Españoles mismos.
De allí no faltarán, que son constantes,
Y religiosos son, hasta rendiros
A la penosa angustia del asedio,
O al destrozo sangriento del cuchillo.
Discurrió un sudor frío por los miembros
Del Monarca a esta voz: lloró cautivos
Sus vasallos en trágicas refriegas,
Y vio en sus torres ya a sus enemigos.
Ríndese a tantos males, y llamando
A Abulcacín su Alcaide: al fin perdimos
Nuestro Reino, le dice, y nuestra patria:
¡Oh patria! ¡Oh compañeros! ¡Oh destino!
¿Cobré para esto el usurpado trono?
¡Cuánto mejor, ilustres Granadinos,
Hubiera sido que Abohardil reinase,
Aunque perverso, aunque traidor, e inicuo!
¡Cuánto mejor, que el que manchó su fama
Con el crimen de injusto fratricidio,
Derrámase, enemigo de su sangre,
Junta con la del padre la del hijo!
¡Cuánto mejor...! Mas ¡ay, que ya no es tiempo
De tanta reflexión! Ya es desvarío
No ceder a la fuerza: el oponerse
Ya no será valor, sino delirio.
Escucha, Abulcacín, lo que te manda
Tu Señor, y tu Rey, Boabdil tu amigo:
No lo perdamos todo: ve a Fernando,
Y dile... Me estremezco al proferirlo:
Di a Isabel, que a sus armas invencibles
Granada se rindió. Busca el partido
Mas ventajoso a tu infelice patria:
El Cielo es el autor, yo su ministro.
Diciendo aquestas últimas palabras,
La cabeza inclinó, y por el vestido
Viendo correr las lágrimas amargas,
Se oyó de los Vasallos un suspiro.
Parte el Alcaide a Santa Fe, y Fernando
Con blanda condición, rostro benigno
Le recibe, y remite sus propuestas.
A dos, que la prudencia ha distinguido.
Hernán de Zafra, eterno a las edades,
Y Gonzalo de Córdoba el invicto,
Que de Gran Capitán alcanzó el nombre
Sobre Alejandros, Héctores y Pirros.
Trataron algún tiempo los conciertos,
Que al fin las partes juran por escrito:
Del vencedor glorioso monumento,
Modelo de piedad con el vencido.
Alégrase Boabdil de los tratados,
Y los suyos con él; pero atrevido
El insano Furor con torpe insulto
Amotinó los ánimos tranquilos.
Y puntas mil flechando envenenadas
Con zumo del eléboro nocivo,
Que la nevada sierra le aprontaba,
Su corazón en llamas convertido,
Turbios los ojos, pálido el semblante,
Los labios entre espumas mal distintos,
Erizado el cabello, y rechinando
Los horrorosos dientes denegridos,
La Ciudad corre en torno: ya blasfema,
Ya hiere el pecho a golpes repetidos,
Ya rasga las inmundas vestiduras,
Y así delira el bárbaro prodigio:
.¿Qué demencia, no ya Moros valientes,
Torpes hijos del ocio, qué maligno
Espíritu os gobierna? ¿Qué letargo
Os pone de vosotros en olvido?
¡Oh vil generación! ¿Y sois vosotros
Los fieros, e indomables? ¿Producidos
Sois de aquellos Varones generosos,
Que rindieron de España el poderío?
¿Vos sois de aquellos Moros descendientes,
Que Junquera admiró? ¿De aquellos mismos,
Que dieron muerte a Aznar: que a las Iglesias
Quitaron sus Hermogios, y Dulcidios:
Destrozaron sus Reyes, y a la Ceca
Con denuedo trajeron inaudito
De su Apóstol los cóncavos metales,
Que en lámparas quedaron convertidos?
¿Y tú, Boabdil, de la Nación afrenta,
Así tu patria entregas? No imagino,
Que humanos pechos, ponzoñosa sierpe
Te convidó con su alimento a silvos.
Los Ismaeles, Muleyes y Levines
No así el trono trataron. Al indigno
Sucesor deponed, Árabes nobles,
Que al Nazareno vil quiere abatiros.
¿Pensáis, que guarden los sagrados pactos?
¿No advertís su doblez, sus artificios?
¿Juzgáis no vengarán su yerta sangre?
¡Oh cómo os burlarán los fementidos!
Os robarán esposas y tesoros,
Degollarán los inocentes niños,
Las Agarenas vírgenes honestas
Víctimas han de ser de su apetito.
Ya el espantoso son de las cadenas,
Que os harán arrastrar, los duros grillos
Que a los pies llevaréis, vuestros lamentos
Escucho resonar en mis oídos.
Veo la sangre mora derramada,
El baldón del Profeta (me horrorizo)
El oprobrio, el infame abatimiento,
La infausta esclavitud, el cruel martirio.
No habló mas: contra el Rey clama la plebe,
La Confianza la templó: imprevisto
Llegó el Valor, y al monstruo sedicioso
Lanzó al averno, del cabello asido.
¿Quién eres, huésped? ¿Qué fatales casos
A la región del llanto te han traído?
La negra Juno preguntó, y él luego
Hablando así, sus dudas satisfizo:
Pues el dolor, oh Reina, inexplicable
Me mandas renovar, de haber perdido
En la alta España a impulso de los Godos
Las Lunas Africanas el dominio:
Escucha en breve el último trabajo,
Que van a padecer, aunque al decirlo
Se estremezca la mente, aunque tu Imperio
Gima al horror, que absorto le anticipo.
Yace cerca de Ilíberis, exenta
De los rayos del sol, y sorda al ruido
De hombres y fieras una cueva obscura,
Que albergue fue del Nigromante antiguo.
Gar en idioma Arábigo se nombra,
Y los soldados de Tarif, unido
El vocablo al de Nata, patria suya,
Así al Pueblo llamaron, que describo.
Pobláronle, y Metrópoli erigióse
De un opulento Reino: fue temido
El nombre de Granada por el Orbe:
Fue; pero ya su pompa se deshizo.
Está impreso en la mente soberana,
Que abusó del poder, y el infinito
Distribuidor de bienes, y de males
No olvida, aunque retarde los castigos.
¡Oh con cuánto pavor a la memoria
Se me ofrece la voz de un adivino,
Que en la invasión de Zahara ignominiosa
El triste fin de la Nación predijo!
Encendióse Aragón, ardió Castilla,
Rugió feroz., injustamente herido
El León de España, y viose en aquel tiempo
Fernando de sus tropas por caudillo.
Ríndese Halama, y solicita en vano
Recuperarla el Sarraceno brío:
Cayó por tierra el Septenil famoso,
Y destrozaron a Alora sus tiros.
Se entregó Ronda, se entregó Marbella:
Cambil, y Albahar postraron sus Castillos:
Moclin, Illora. Loxa, Zagra, Baños,
Bentome, y Vélez yacen oprimidos.
Ceden Vera, Guadix, Baza, Almería,
Salobreña. Almuñécar, donde el Tirio
Ambicioso homicida de Siquéo
A Axis, Ciudad antigua, dio principio.
Ya los ásperos montes de Axarquía
Las derrotas no ven del enemigo:
Ya Gibralfaro a Málaga la excelsa
Mira ocupada, y al Zegrí cautivo.
Como en mar borrascoso la alta roca
Contrastando el embate repetido
De altivas olas, y furiosos vientos,
Inmóvil burla su tesón continuo,
Así Granada resistió diez años
A esos Reyes; mas ellos han sabido
Oponer a esta noble resistencia
La constancia, su heroico distintivo.
Del Cielo descendió la Confianza,
Y aun no ha corrido el sol los doce signos
Después que de Sevilla nuevamente
Partieron empeñados en el sitio.
No levantarle hasta vencer intentan;
Mas ya el Árabe (afrenta es referirlo)
La Ciudad rinde: clamo yo, y me arroja
Aquí el Valor, porque a la plebe irrito.
Dijo el Furor: y los Tartáreos Genios
A la espalda los brazos del vestigio
Ligan con cien cadenas, aumentando
El infernal horror sus alaridos.
Boabdil en tanto con preciosos dones
De cimitarras, jaeces, y castizos
Hijos del Betis a Fernando aplaca,
Le llama, y le recibe en el camino.
Arrójase a sus plantas: tuyos somos,
Tuya es Granada, dice, el Cielo quiso
Hacerte vencedor: la Confianza
Me anunció tu clemencia, y a ella aspiro.
Ya dos auroras el sañudo Enero
Numeraba, y los Jeques distinguidos
Del pueblo de Ismael borrar mandaron
De la Égira el fatal día impropicio.
Las llaves tomó el Rey, y entró en la Alhambra:
Acuérdame su triunfo esclarecido,
Caliope heroica, y más divino fuego
Deba a tu inspiración el plectro tibio.
Rayaron cuatro soles, y ostentoso
El público aparato se previno:
Adornaron las torres los pendones,
Y creció en Bibarrambla el fiel bullicio.
El Rey, la Reina, el Príncipe, los Grandes,
Los Infanzones nobles y aguerridos,
Depuestas ya las túnicas de Marte,
Visten de Adonis galas y atavíos.
Oro, perlas, crisólitos, topacios,
Diamantes, granas y plumajes rizos,
A Ofir retratan, al Oriente copian,
Y desdeñan las púrpuras de Tiro.
Trocóse el son del parche en melodías,
Y la algazara pavorosa en himnos:
El cañon, antes lengua de la muerte,
De salvas puebla el ámbito festivo.
En los templos el Cielo los inciensos
Afable recibió: voló al Empíreo
La Confianza, y coronó a los Reyes
El Valor con pacíficos olivos.
Enjugó España el llanto, bendijeron
Sus Príncipes al Cielo agradecidos,
Y la Felicidad juró a este Numen
No separar del trono sus oficios.
Cayó el cetro fatal de Proserpina,
Y al triste golpe retumbó el abismo,
Maltrataron las Furias sus cabellos,
Ladró el Cerbero, y se irritó el Cocito.
Rodó del hombro a Sísifo el peñasco
Sin subir a la cumbre, y miró Ticio
Sus sangrientas entrañas palpitando,
Del buitre detenidas en el pico.
Así, oh Reyes Católicos, triunfasteis,
Cuyo excelso renombre os dejó escrito
La sagrada Ciudad de siete montes
En la memoria eterna de los siglos.
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