Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 19 de abril de 2013

1616.- PEDRO RODRÍGUEZ DE ARDILA



PEDRO RODRÍGUEZ DE ARDILA
Granada-1550? - 1630/40? Poeta 
Bermúdez de Pedraza incluye a Pedro Rodríguez de Ardila entre los «hijos de esta ciudad que han florecido en la poesía» (Antigüedad y excelencias de Granada, 1608). 
Aunque no se cuenta con datos fidedignos, existen indicios que lo vinculan con el entorno poético granadino de 1570 y 1580 (Diego Hurtado de Mendoza, Gregorio Silvestre, Luis Barahona de Soto, Juan de Mexía). De hecho, colaborará, junto con Pedro de Cáceres y Espinosa, en la publicación de las Obras de Gregorio Silvestre. 
Tanto en la primera edición de 1582, como en la también granadina de 1599, hay composiciones suyas en los preliminares; y en esta última es citado además con nombre y dos apellidos y con la añadidura del oficio de librero. Como poeta contó con un reconocimiento local al ser contratado por la Capilla Real y por la Abadía del Sacromonte para componer letras que debían ser cantadas en las ceremonias de Navidad. Rodríguez de Ardila fue uno de los integrantes de la Academia de don Pedro de Granada y Venegas (1600). No sólo es citado como miembro asiduo de este círculo humanístico por Pedro Velarde de Ribera (Historia eclesiástica del Monte Santo, ciudad y reino de Granada, ms. 1.583, BNM), sino que se incluyen tres composiciones suyas en el manuscrito titulado Poética silva. La fama moderada de nuestro poeta pudo sobrepasar los límites de lo local, al ser elogiado por Cervantes en el Viaje del Parnaso (1614): «Éste, de quien yo fui siempre devoto, / oráculo y polo de Granada, / y aun deste clima nuestro y del remoto, / Pedro Rodríguez es […]» (II, vv. 190-193). En otro sentido bien diferente, Lope le dedica el siguiente poema, si bien de dudosa atribución: Soneto de Lope de Vega Carpio a Pedro Rodríguez de Ardila, estando en Granada y quejándose d[ic]ho Pedro Rodríguez que Lope de Vega no se dejaba ver si no era con caballeros. 
Actualmente sólo conservamos un breve corpus de poemas dispersos, pues gran parte de su obra, que se encontraba en la biblioteca del Sacromonte hasta el siglo XIX, ha desaparecido, así como los tres cartapacios reseñados por J. B. Gallardo, que incluían composiciones de tipo religioso («La concha de nácar fino»), heroico («Desterrado vuelve el Cid»), burlesco («El húmedo tambor de Baco suene», «Libre y nurlando de Amor») y de ambientación morisca («En un áspera montaña»). Sabemos de algunos poemas de circunstancias que conforman los preliminares de los siguientes textos: en un manuscrito de las Rimas de Juan de la Cueva (ms. 8-2-4, Biblioteca Colombina), en el Libro del conocimiento, curación y preservación de la enfermedad del garrotillo (1606) de Juan de Soto, en el Teatro del mundo y del tiempo (1606) de Paulo Gallucio, en Discurso de excelencia de la Virgen Nuestra Señora y de su InmaculadaConcepción dispuesto en cinco cantos (1618) de Juan de Zaragoza González. También se citan unas quintillas, de dudosa atribución, dedicadas a San Sebastián («San Sebastián, tan cerca puesta») y que figuran en un certamen sevillano incluido en el Cancionero de Fuentemayor. 
Los dos poemas mayores (Silva al elemento de la Tierra y la canción A la vocación de San Pedro), que aparecen en la Poética silva, junto con una copla perteneciente a la justa A quien dijese más en menos versos de Nuestra Señora,de alguna manera podrían apuntar lo que hubieran sido algunas de las directrices estéticas de Ardila. La silva destaca por el libre tratamiento de la fábula de Atis y Cibeles, frente a las fuentes ovidianas. La canción dedicada San Pedro, que fue impresa con posterioridad en Sevilla (1630) junto con una composición mariana de Tejada y Páez, descuella, en cambio, por su sentido plástico descriptivo y una tendencia amplificativa que sobrepasan los intereses meramente evangélicos y catequísticos. Acaso una de sus composiciones más conocidas fue la canción A Santiago en la Academia de Granada, recogida por Pedro Espinosa en Flores de poetas ilustres de España (1605), donde se evidencia la filiación jacobea, inmaculista y sacromontana de nuestro poeta, junto a la cual habría que habría que situar los cuatro romances sobre el Monte Santo, de los que Gallardo tan sólo copia los primeros versos («Con rubios compases de oro», «Después que del fuego ardiente», «Quedándole tirano alegre», «De la cárcel tenebrosa»), y los «Seis Geroglíficos q’ están en las Cuevas de dicho Monte». De la vertiente jocosa, se ha conservado el poema Baco y sus bodas con España. Sin embargo, los dos romances en alabanza al color negro («Tras este negro de amor») y al color blanco («Passando por cierta calle»), aún no han podido desprenderse totalmente de la sospecha de la atribución. E. Orozco propone a Rodríguez de Ardila como posible autor del romance descriptivo A la insigne ciudad de Granada («De zafir el globo hermoso»), escrito hacia 1615. 
Nuestro poeta fue el encargado de recopilar y describir Las honras que celebró 
[…] Granada en la muerte de […] Doña Margarita de Austria en 13 de octubre de 1611 (1612), siendo, además, el responsable del diseño de las figuras y de la elaboración de los versos que adornaban el túmulo. En cuanto a su producción en prosa conocemos la Historia de los Condes de Tendilla que fue editada por R. Foulché-Delbosc. 

OBRA DE~: Las honras que celebró […] Granada en la muerte de […] Doña Margarita de Austria en 13 de octubre de 1611. Recogido todo por […] (Granada, 1612); J. B. GALLARDO, Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos (ed. facsímil, Madrid, 1889), Madrid, 1968, IV, cols. 207-229; Historia de los Condes de Tendilla, ed. de R. Foulché –Delbosc, Revue Hispanique, XXXI (1914), págs. 63-131; Baco y sus bodas con España, Poema jocoso de [...], anotado por F. Rodríguez Marín, Madrid, 1933; AA. VV., Poética silva. Un manuscrito granadino del Siglo de Oro, ed. de I. Osuna, Córdoba, 2000, vol. I, págs. 96-108 y 164-170, vol. II, págs. 134-139 y 160-162; AA. VV., Flores de poetas ilustres, ed. de B. Molina Huete, Sevilla, 2005, págs. 537-544; I. OSUNA, Poesía y academia en Granada en torno a 1600: la «Poética silva», Sevilla, 2003, págs. 267-275 y 285-292. BIBL.: A. del ARCO, «Apuntes bio-bibliográficos de algunos poetas granadinos de los siglos XVI y XVII. (II. Pedro Rodríguez de Ardila)», Revista de Archivos Bibliotecas y Museos, XIX (1908), págs. 102-110; E. OROZCO DÍAZ, Granada en la poesía barroca. En torno a tres romances inéditos. Comentarios y edición (ed. facsímil, Granada, 1963), estudio preliminar de J. Lara Garrido, Granada, 2000, págs. 127-143 y 208-221; I. OSUNA, Poesía y academia en Granada en torno a 1600: la «Poética silva», Sevilla, 2003, págs. 23-24, 36, 40-46 y 47-48; B. MOLINA HUETE, La trama del ramillete. Construcción y sentido de las «Flores de poetas ilustres» de Pedro Espinosa, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2003, pág. 268; J. I. FERNÁNDEZ DOUGNAC, «Los plomos del Sacromonte en la poesía barroca», en ¿La historia inventada? Los libros plúmbeos y el legado sacromontano, M. Barrios Aguilera y M. García-Arenal (eds.), Granada, 2008, págs. 323-325. 

J-I. F. D.







Silva al elemento de la Tierra.

Pedro Rodríguez

Desplegaba la Aurora sus cabellos
sobre el coral, sobre la nieve y grana,
aljófar destilando y perlas de ellos,
dando con presta y saludable gana
5 a la sierra cristal, al campo aliento
y belleza a las cumbres soberana.
Mueve Flora con presto movimiento
y tierno soplo las humanas vidas
a nueva gloria y nuevo sentimiento;
10 las flores, de su bien agradecidas,
el censo pagan y el tributo ofrecen,
fragrancias dando a quien le son debidas.
Medran las plantas, los frutales crecen,
y, al resplandor del bermellón luciente,
15 sus dádivas colmadas se parecen,
cuando un tropel de cuidadosa gente,
al ejercicio de la caza dado,
con presto pie camina diligente; 
aquéste el hombro con la red cargado,
20 aquél con la ballesta y pasadores
la espalda ocupa y embaraza el lado;
unos de gerifaltes y de azores
llevan el regalado ministerio,
y otros siguen los buesos mordedores,
25 que no hay grandeza ni se halla imperio
ni altiva majestad el mundo tiene
a quien no dé este gusto refrigerio.
Un bello joven entre todos viene,
ultraje de la luz que el cielo envía,
30 cuya vista le ofusca y le detiene.
No tan gallardo se mostró aquel día
Febo, cuando al Pitón con brazo fiero
su orgullo quebrantó y su valentía,
ni pareció tan grave y tan severo
35 el amador de la triforme diosa,
tardo a su gusto y a su mal ligero,
cual parte a la jornada cudiciosa
Atis corriendo, de los más seguido, 
cuya escuadra gobierna presurosa;
40 suena de la[s] bocinas el rüido
hiriendo el monte y atronando el llano,
a quien Eco responde en son fingido.
Mas, cortando a este punto el aire vano,
la gran diosa Cibeles suspendida 
45 quedó viendo el mancebo soberano.
En una silla de marfil bruñida,
con bella plata y con tachones de oro,
viene la madre de la humana vida.
Guardan su majestad y su decoro
50 de los varios despojos la fineza
y de su carro (el principal tesoro);
muestra la cumbre y la suprema alteza
de torres coronada rutilantes,
verde el vestido por naturaleza.
55 Acompáñanla faunos, coribantes,
la máquina tirando dos leones 
que Hipómenes y Atlante fueron antes;
cántanle varios y diversos sones 
en su alabanza con estruendo y gozo,
60 diciendo alternativas mil canciones;
y contemplando en el perfecto mozo,
el camino dejó, torció la vía,
llena de pesadumbre y alborozo.
Era al tiempo que el Céfiro bullía,
65 y el rubio y sutilísimo cabello
en crespadas marañas revolvía.
Y si por dicha en el nevado cuello
tocaba, era su luz resplandeciente
de Luna lumbre y rayos del Sol bello.
70 Miró los ojos, conoció la frente
-aquéllos claros, sin arruga aquésta-,
el rojo labio y el ebúrneo diente.
Vido en una mejilla y otra puesta
lo mejor del clavel y de la rosa
75 entre el jazmín y la azucena honesta;
las cejas negras, la nariz hermosa,
ancha la espalda, relevado el pecho
(señales de una fuerza poderosa). 
Y, por que duda en su amoroso hecho
80 no pusiese la turba y gente tanta
a quien piensa apartar con largo trecho,
un colmilludo jabalí levanta
cerdoso el lomo y el hocico fiero,
que con el talle y con la vista espanta;
85 hace en seguillo al escuadrón ligero
con presteza increíble, entorpeciendo
las plantas del más suelto compañero;
procura de los miembros sacudiendo
ir el temor que lo suspende y para,
90 y más se va tardando y detiniendo,
hasta que en medio de una nube clara,
cuando más procuró desenlazarse,
vio de Cibeles la divina cara;
y, aunque era causa de poder pararse,
95 la grita de la caza y el sonido
no lo deja a lo bueno aficionarse.
“Joven -dice la Diosa-, que has traído
a tu beldad mi perfección sujeta, 
abre los ojos del mejor sentido:
100 ¿qué bien sacas del arco y la saeta?,
¿qué gusto del correr y qué mejora
en despreciar la ocupación perfeta?
Deja el intento que en tu pecho mora,
pues la deidad suprema te lo impide
105 que el mundo estima y a quien Frigia adora.
Mide tu casta y mi linaje mide;
verás si es justo que en razón se cuadre
negar un hombre lo que Temis pide.
No reconozco ni confieso padre,
110 por ser el nombre que me da la fama
de Jove abuela, de Saturno madre.
Por sabia diosa me publica y llama
toda la casta del linaje mío,
a quien la gloria del honor inflama,
115 viendo las cosas que produzgo y crío:
los varios y diversos animales,
tanta fuente hermosa y tanto río;
viendo de los rebeldes pedernales 
fuego salir y disparar centellas;
120 los bienes pretender, quitar los males;
viendo de exhalaciones las estrellas
(por el vapor que arrojo y ellas beben)
llenas, sus luces perturbando bellas;
y los cielos mirando cómo llueven
125 con tantas diligencias en mi seno,
el logro derramando que le deben.
De estas obras autor piadoso y bueno
al alto y gran Demogorgón llamaron,
por mí de c[i]encia y de favores lleno.
Mil veces de hinojos me adoraron,
y mil en sus trabajos y pasiones
mi clemencia los hombres invocaron.
Valor a los cobardes corazones
doy; y al cansado cuerpo, alegre cama;
135 y al que de ellas carece, mil razones.
Grecia me sigue, sacrifica y ama,
y a mis altares la triunfante Roma
en pronóstico cierto el hado llama. 
Verase un tiempo cuánto abate y doma,
140 los muchos triunfos y el valor que alcanza
si en devoción mi simulacro toma.
Hacer de tu belleza confianza
no es acuerdo seguro ni es tesoro
que iguale al pensamiento la esperanza.
145 Si el tiempo breve tu cabello de oro
con la vejez no convirtiese en plata,
el gusto en pena y el contento en lloro;
y si el cristal, la nieve y la escarlata
de esa flor de tu rostro en su nativo
150 tallo, no ha de cortar su mano ingrata;
y si los ojos de quien luz recibo
no aguardan noche que los turbe y mueva
ni bajo fin el pensamiento altivo:
justo será que a tu valor se deba
155 con nueva majestad nuevo respeto,
de la gloria inmortal haciendo prueba.
Pero si estás al revolver sujeto
de un i[n]vierno cruel, de un cierzo airado 
que turba y descompone lo perfeto,
160 goza del bien que la fortuna y hado
te dan, agradeciendo lo que es mío
(que no hay ingratitud en pecho honrado).
Y si por dicha tu lozano brío,
tu juventud y tu belleza extraña
165 de amor engendra pensamiento frío,
mira que puedo, provocada a saña
con tu desprecio y mis rabiosos celos,
turbar cuanto la luz de Apolo baña.
Yo hice a guerra apercibir los Cielos,
170 la furia de mis hijos levantando,
que le causaron de su bien recelos.
Y por mí sus alcázares dejando,
los dioses desterrados se miraban,
aquí huyendo y acullá temblando.
175 Y yo también, porque en mi templo estaban
de Neptuno el biznieto y dulce esposa,
y, sin respeto, de su amor gozaban,
movida de una cólera furiosa, 
en varia forma los mudó mi mano,
180 intratable, horrible y espantosa.
Y después del Diluvio, como es llano,
de [D]eucalión y Pirra cuerdamente
mi oráculo entendido soberano,
cada cual arrojando diligente
185 a las espaldas de los huesos míos
vieron nuevo linaje y nueva gente;
y Cadmo, puesto entre sus hielos fríos,
de las muelas sembradas en mi seno
tuvo mancebos de valientes bríos.
190 Yo hago al año saludable y bueno,
y en la abundancia de mi mano espera
un despojo colmado y otro lleno.
Doy en la deseada primavera
(cuando, celosa, Filomela canta,
195 sus quejas esparciendo en la ribera)
al prado flores con que al mundo espanta,
y al agua entre sus guijas mil placeres
y al monte hierba que por mí levanta.
Y cuando ya de su trabajo Ceres
200 ahuyenta y cercena la fatiga
(rara gloria y ejemplo de mujeres),
la mies preñada con su rubia espiga
al cudicioso labrador entrego,
a su ganancia y al sustento amiga.
205 Y el Padre Otoño, cuando viene luego
de pámpanos cargado y frutas bellas,
a quien jamás mis abundancias niego,
todas se dan y se reparten ellas,
por sola mi prudencia y mi gobierno
210 y el orden justo que dispongo en ellas.
Y cuando asoma el erizado I[n]vierno
con blanca barba y escarchada cumbre,
duro en la edad y en las pasiones tierno,
manjares dulces, cudiciosa lumbre
215 doy, y estufas calientes y aposentos,
que a tanto llega mi inmortal costumbre.
Sírvome de los otros elementos
como lo quiso y lo dispone el hado, 
de sus obras gozando y sus intentos
Es mi paje de hacha y mi criado
el Fuego, que me alumbra y no se acaba
porque está a sus efectos obligado.
Mis calores el Aire fresco acaba,
sirviendo de ventalle en blando vuelo.
225 Besa el Agua mis pies, visita y lava.
Tanta es la fuerza y perfección del suelo,
que dio un hijo que fue bastante, solo,
para tener y sustentar el cielo.
Venus, Jove, Saturno, Marte, Apolo,
230 la blanca Delia con el dios Sileno,
el uno visitando y otro polo,
con cierta lumbre y con intento bueno
de favor celestial me influyen tanto
que está mi pecho de abundancias lleno.
235 De cobertura, pabellón y manto
me sirve el orbe con su luz serena,
y de injusto verdugo Radamanto.
En prados, flores y en los montes suena
de napeas y oréadas la casta,
240 guarda del campo y de la selva amena.
Mira, mancebo, si lo dicho basta
para que esas entrañas y ese pecho
mis quejas sientan y de amor el asta”.
Viendo el joven discreto su provecho,
245 en los brazos divinos, entregado,
de la diosa quedó con lazo estrecho.
A tantas cosas se juzgó obligado
como oyó de la madre tiernamente,
que junto el alma le ofreció y cuidado.
250 De aquesta forma en la ocasión presente
yo de la Tierra publicar quisiera
dignos loores con segura frente.
Pero huye el ingenio y desespera
-su flaqueza y sus faltas conociendo-
255 de quien en vano y sin provecho espera.
Mas ya que, a tu precepto obedeciendo,
compaña ilustre que mi cuello inclinas,
quieres que vaya su valor midiendo,
por ninfas de las aguas cristalinas,
260 por las sabias hermanas de Helicona,
esas gracias invoco en mí divinas.
Mueve la pluma tú y la voz entona
para que salga de este mar profundo
mi frágil leño que humildad abona.
265 La máquina grandísima del mundo,
a quien llaman esfera, se reparte
en un sitio primero, otro segundo.
Es uno elemental y puesto en arte1
donde no hay corrupción ni efecto vario
270 que de su oficio natural le aparte;
otro, siguiendo el pundonor contrario,
está en bajo lugar constituido,
y en continuas mudanzas siempre vario.
Vese en cuatro elementos repartido
275 por ser las diferencias que contiene
uno y otro distinto y dividido,
aunque un acuerdo tan conforme tiene
cualquiera en los demás desconcertado 
que de ellos nace cuanto bien nos viene.
280 Son Aire y Agua y Fuego levantado
y n[uest]ra Tierra, que descansa y vive
en más grave lugar y sosegado:
es punto que del círculo recibe
cuantas líneas en torno le rodean,
285 por que en su fuerza y majestad estribe.
Cinco zonas la abrazan y hermosean,
y vese en cuatro partes dividida
que humanos pies ya miden y pasean.
Es, de los tres que la acompañan, vida,
290 espejo y rostro, de quien van colgados
y por quien muestran perfección cumplida.
Tiene trescientos y sesenta grados
todo el cuerpo y tamaño de su esfera,
por los sabios astrólogos contados.
295 Fue criada sin duda la primera
pues al Agua mandó que se apartara 
Dios, por que su belleza pareciera.
De la Tierra ordenó que se formara 
el hombre, y fue su hacedor precioso
300 para que al mundo, como rey, mandara.
En la Tierra plantó su deleitoso
y alegre paraíso, cuyo asiento
tiene agora el más sabio más dudoso;
daba la fruta de él y daba el viento
305 sustento y soplo de inmortales años,
sin vieja edad y sin cansado aliento;
y cuando el hombre se obligó a sus daños,
saliendo de él con una ardiente espada,
guardó un Ángel sus términos extraños.
310 Es más perfecta y más aventajada,
pues cualquiera elemento se convierte
en nueva forma del mayor sumada
y ella, contenta de su rica suerte, 
sin que se tuerza al natural la vía
315 está sólida en sí, maciza y fuerte.
Cría el jacinto y la esmeralda cría;
el diamante, zafiro y el topacio,
el carbunc[l]o y rubí que imita al día. 
Muéstranos en su seno y su palacio
320 la amatista preciosa y la turquesa,
dignas de celebrar con más espacio.
De aquestos, cuando el Aire en nube espesa
su anhélito mortífero derrama
dejando en todos su malicia impresa,
325 cual madre tierna y diligente ama,
nos dispone el sustento y la comida:
tanto a sus hijos solicita y ama.
Para las guerras de la humana vida
da el hierro, da el estaño y da el acero
330 y la pólvora un tiempo no sabida.
Da, para que sujeten el mar fiero
a costa suya, presurosas naves
y caballos que rija el caballero.
Da el oro preciosísimo, que graves 
335 hace a los que lo gozan y señores;
y es descanso y guarida de las aves.
Cría mil aromáticos olores
que el humo comunica [a] las estrellas, 
y gran linaje y variedad de flores.
340 Tiene en sus selvas y montañas bellas
de hierbas saludables larga copia,
caza abundante conservando en ellas.
No siente falta ni padece inopia
porque en hartura, en igualdad sustenta
345 al blanco [s]cita y negro de Etiopia.
Es teatro y en él se representa
lo por venir, presente y lo pasado,
digno de olvido o de memoria y cuenta.
Goza de un previlegio aventajado
350 que es no disimular eternamente
maldad alguna ni encubrir pecado.
Cuando abrasarse con el Fuego siente
el hombre, y cuando el Agua lo vomita,
y cuando el Aire su crueldad consiente,
la Tierra lo recoge, y solicita
que por cama la abrace y monumento,
y nunca de esto se arrepiente y quita.
Es del cuerpo materia y fundamento
donde el alma se encierra y se detiene,
360 mientras llega el forzoso apartamiento.
Cuando niños, nos cría y entretiene;
cuando grandes, nos honra; y nos encierra
cuando la muerte irreparable viene.
Así que, tras el fin de tanta guerra,
365 a pesar de los hados rigurosos,
cuando la vida y el contento yerra,
con sepulcros y túmulos honrosos,
con pirámides altos y subidos,
con termas, obeliscos y colosos,
370 de tantas vejaciones redimidos,
a la vida inmortal con su presencia
nos deja consagrados y ofrecidos.
Añade -cual lo muestra la experiencia
al luchador que se revuelve en ella
375 mayor agilidad y más potencia.
El metal preciosísimo con ella
se ve cuál es, y en el crisol se afina;
y usamos de galanos vasos de ella. 
Es su primor y perfección divina
380 de lustre tal que, porcelana hecha,
es el trato y moneda de La China.
Dicen que, en agua de azahar deshecha,
a las que comen el carbón es vida;
y de aclarar los vinos aprovecha.
385 Suele, cuando se muestra más lucida
la casta y argentada Cazadora,
volvella, con eclipse, denegrida.
Ella es por quien el desterrado llora
en castigo ordenado y en tormento
390 de aquella antigu[a] edad y la de agora.
Daba fin y remate al casamiento,
por precepto de Dios instituido,
con agua santa y esparcida al viento.
Fue, de[s]pués de encarnado y ofrecido
395 por las culpas ajenas el Cordero,
el primer paraíso que lo vido.
Y el lugar y sujeto fue primero
do la gloria y la paz alegremente 
cantó del Cielo el escuadrón ligero
Por santa cerimonia y conviniente
a la justa humildad y a la obediencia
nos la ponen y arrogan en la frente.
Hace, en ella tendido, penitencia
el religioso que pretende y quiere
405 la vida conformar con la conciencia.
¿Quién, tras de un largo navegar, no muere
por gozar de la tierra deseada,
si tal ausencia, con razón, le hiere?
Junto con defender la fee sagrada,
410 de la Tierra tenemos el preceto,
para que sea, cual merece, honrada.
Por esta el griego y el romano efeto
tienen de hechos las historias llenas,
dejando el mundo a su valor sujeto.
415 Ella, dando lugar que por sus venas
pasen del mar las aguas desabridas,
las da suaves y de gusto llenas.
Fue a gentes, de su bien inadvertidas, 
de Dios castigo, pues con ella quiso
420 en sus entrañas sepultar sus vidas.
Porque los hijos de Israel, preciso
su mandamiento sin faltar cumpliesen,
les dio de nueva Tierra nuevo aviso.
Y en la Tierra convino que naciesen
425 hombres que de los ángeles caídos
las altas sillas ocupar pudiesen.
Cuando vio sus designios mal cumplidos
el enemigo tentador furioso
y ya dos lazos del Señor rompidos,
430 por el caso que pudo más famoso,
la Tierra le mostró, para que fuera
parte de que saliera victorioso.
Cuando más previlegio no le diera
el Cielo amigo, ni mayor ganancia
435 (entre las muchas que se veen) tuviera,
es merced de grandísima importancia
dar con tan liberal y franca mano
Pan, que Dios en sí vuelve y transubstancia. 
La gentílica edad, el pueblo vano
440 en el Agua adoró, y al Aire y Fuego
por Dios tuvo supremo y soberano.
Mas otra gente de mayor sosiego
que fee y entendimiento más alcanza
hizo en la Tierra adoración y entriego.
445 Que es Cristo gloria y única esperanza
en quien la sabia cristiandad confiesa
del hombre humanidad, de Dios pujanza.
Esta es la Tierra, que, del Verbo presa,
y encima de los cielos levantada,
450 la Corte Santa de rodillas besa.
Y aquí mi pluma, de volar cansada
por esta inmensidad de beneficios,
se abate en la presencia, derribada,
de tan doctos y altísimos juicios.




Edición de Jesús M. Morata
Grupo de Estudios Literarios del Siglo de Oro (G.E.L.S.O.)





No hay comentarios:

Publicar un comentario