Juan Antonio Arias Toribio (Nerva, Huelva 1988) es actualmente estudiante de Periodismo en la Facultad deComunicación de la Universidad de Sevilla. Enamorado de la poesía, dejaimpresa su mirada en los cuidados versos que nos presenta en su blog,una especie de diario de sus 'Estados Pasajeros'.
http://estados-pasajeros.blogspot.com/
La muerte y el capitalismo
Debe de ser tan difícil...
habitar la cúspide de la injusticia,
el vértigo de una atalaya
construída a base de desgracias...
Debe de doler tanto...
el pensamiento, mirar abajo y poder
levantar la vista de nuevo...,
conocer que una riqueza
solo es suma de pobrezas...
Digo yo... que debe de incordiar al menos
caminar entre la muerte,
y tanta ajenidad latiendo...
Y de tanto hacerse el sordo
acabar ensordeciendo...
Y ese silencio póstumo,
con la veta marcada de la culpa;
la empática milésima,
el flash en que los hijos
sustituyen a los parias...
Debe de abrasar tanto...,
estibar sinrazones en la mente,
Sahel, Guatemala,
los arrabales de su ciudad o Somalia...
Quizá su egoísmo voraz
actúe guiado por su propia muerte...
Por su tiempo, que se agota,
y una vida que no vuelve.
Quizá cree que vivir
es gozar sintiéndose el más fuerte...
A Don Antonio López, ese pintor sin muerte
El día que Antonio López falte,
los semáforos previos a la Gran Vía
eternizarán su rojo,
para que luzca por siempre vacía.
Mujeres mirando los aviones
buscarán su estela por el cielo;
la niña muerta sonreirá
y echará a andar hacia la vida,
por el paseo del cementerio.
Los membrilleros nunca
alcanzarán su hermoso envero...
La mujer en la playa querrá verle
salir empapado del verde,
el mar cabrá en el lavabo...
Gentíos amarán la Nochebuena
y desdeñarán la Nochevieja,
porque el reloj se pasmará
al borde de las doce y media
de cualquier día
y la puerta del sol no fundará más años
ni comerá el plato de uvas y jarra.
Una bandada de moscas
rondará la mesa de la cena.
Soñará lienzos como ventanas
la mujer durmiendo...
Y Josefina leyendo en duermevela...
Ay Don Antonio, aquel que pose
su alma y sus ojos en su obra,
solo estará mordiendo
el sabio fruto en el manzano,
y en esta era de la historia...
Los mendigos duermen en los bancos...
Un extraño magnetismo
les reclama
cuando arrastran
por los fríos bulevares lánguidos
sus alcobas de cartón.
Regresan
del sombrero vuelto y sin monedas,
autómatas heridos por la vida.
Acuden
al cortejo entre polos opuestos,
a la sorda explicación traumática,
a soñar
lo que vigilias diurnas ya no pueden acoger.
Impera una ley oculta,
circular,
de venganza involuntaria,
en tal querencia nocturna:
los mendigos duermen
en portales de sucursal bancaria...
Más allá
del confort de los cajeros
y soportales de mármol
-y del mínimo atisbo de conspiraciones-,
hay un vínculo evidente
entre mendigos y bancos...
Causalidad entre ambos.
Biznaga para mi aludida
Poseía poesía
la humedad
aaaaaaaaaa emergente
en las cornisas de su mirar piadoso,
escoltado por cuatro cuartos menguantes.
De aledaños meridianos.
En su barbilla acantilada, las yemas
salvaban gotas perladas...
Por los surcos dactilares
desfilaban las vaguadas
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa de cristal.
Las yeguas albas pastaban
verdores imaginarios a sus pies,
con tal de reverenciarla...
Los poros de su ébano
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaa eran las marcas
del exhaustivo pespunte de los ángeles.
Ella era una flor sobre el par de tallos
siameses y caminantes.
Otoño y viento pactaban
lentos suicidios naranjas
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa que veían
en el choque con su cuerpo
un impaciente atajo a la primavera.
Poseía poesía,
caudales raudos de belleza hiperbólica...
Sin embargo,
aaaaaaaaaaaa respiraba
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa con llaneza,
sin un alarde de lo extraordinario,
como si nunca al espejo
ella
aaa se hubiese mirado.
Cuarto mundo
Ciudad ciega y desalmada,
de avenida encorbatada
y el estómago colmado.
De conciencia miserable
-¡Pobres negritos lejanos!-,
una noche navideña,
con diez euros a Unicef,
erradicas la pobreza.
Sibarita y penitente,
ay ciudad sofisticada..
Ay gran urbe, paraíso
próspero del bienestar,
abrigado con las mantas
de la ajada periferia;
no hace falta cosmonave
para descender tres mundos,
sino cruzar tus manzanas.
Y ver la mirada amarga
del anciano moribundo.
Y las cenizas del muérdago,
el prurito de la sarna,
los tejados de cartón,
la inanición de piel blanca,
la lenta y trágica espera...
Algún vago barrendero
escondió las inmundicias
bajo las faldas largas del sistema.
La propagación del fuego
Ondea
una hoguera
en cada poro
de tus laderas
indendiarias.
La mediatriz
de tus caderas
tormenta
de julio
reclama.
Noche...
Noche púbica
de doble plenilunio.
Por tus flancos
de vasija,
ejércitos
de yemas
coinciden
en la caricia
de motricidad
reptil.
Nuestras piedras
chocan
como huesos
carnosos.
Incendio...
Eres
árbol frondoso
en mitad
del cortafuego.
Manifestación de pastores
Sus cantos bucólicos ardían
en subvenciones para el sector
o hectáreas donde pacer.
Copaban el bulevar
y su estuario de alquitrán;
los de la inaugural pancarta
andaban ya por la plaza neurálgica.
Avanzaban ordenados, con el don
de la trigonometría aérea, exactos,
como un plano de ciudad moderna.
Sus espacios vitales colindaban
cómodos, sin riesgos invasores;
se agrupaban bajo una orden
encubierta y unánime,
sabedores del donaire
que requiere toda masa.
Los pastores se manifestaban
con la disposición de rebaño
que inculcaron a sus ovejas.
Debe de ser tan difícil...
habitar la cúspide de la injusticia,
el vértigo de una atalaya
construída a base de desgracias...
Debe de doler tanto...
el pensamiento, mirar abajo y poder
levantar la vista de nuevo...,
conocer que una riqueza
solo es suma de pobrezas...
Digo yo... que debe de incordiar al menos
caminar entre la muerte,
y tanta ajenidad latiendo...
Y de tanto hacerse el sordo
acabar ensordeciendo...
Y ese silencio póstumo,
con la veta marcada de la culpa;
la empática milésima,
el flash en que los hijos
sustituyen a los parias...
Debe de abrasar tanto...,
estibar sinrazones en la mente,
Sahel, Guatemala,
los arrabales de su ciudad o Somalia...
Quizá su egoísmo voraz
actúe guiado por su propia muerte...
Por su tiempo, que se agota,
y una vida que no vuelve.
Quizá cree que vivir
es gozar sintiéndose el más fuerte...
A Don Antonio López, ese pintor sin muerte
El día que Antonio López falte,
los semáforos previos a la Gran Vía
eternizarán su rojo,
para que luzca por siempre vacía.
Mujeres mirando los aviones
buscarán su estela por el cielo;
la niña muerta sonreirá
y echará a andar hacia la vida,
por el paseo del cementerio.
Los membrilleros nunca
alcanzarán su hermoso envero...
La mujer en la playa querrá verle
salir empapado del verde,
el mar cabrá en el lavabo...
Gentíos amarán la Nochebuena
y desdeñarán la Nochevieja,
porque el reloj se pasmará
al borde de las doce y media
de cualquier día
y la puerta del sol no fundará más años
ni comerá el plato de uvas y jarra.
Una bandada de moscas
rondará la mesa de la cena.
Soñará lienzos como ventanas
la mujer durmiendo...
Y Josefina leyendo en duermevela...
Ay Don Antonio, aquel que pose
su alma y sus ojos en su obra,
solo estará mordiendo
el sabio fruto en el manzano,
y en esta era de la historia...
Los mendigos duermen en los bancos...
Un extraño magnetismo
les reclama
cuando arrastran
por los fríos bulevares lánguidos
sus alcobas de cartón.
Regresan
del sombrero vuelto y sin monedas,
autómatas heridos por la vida.
Acuden
al cortejo entre polos opuestos,
a la sorda explicación traumática,
a soñar
lo que vigilias diurnas ya no pueden acoger.
Impera una ley oculta,
circular,
de venganza involuntaria,
en tal querencia nocturna:
los mendigos duermen
en portales de sucursal bancaria...
Más allá
del confort de los cajeros
y soportales de mármol
-y del mínimo atisbo de conspiraciones-,
hay un vínculo evidente
entre mendigos y bancos...
Causalidad entre ambos.
Biznaga para mi aludida
Poseía poesía
la humedad
aaaaaaaaaa emergente
en las cornisas de su mirar piadoso,
escoltado por cuatro cuartos menguantes.
De aledaños meridianos.
En su barbilla acantilada, las yemas
salvaban gotas perladas...
Por los surcos dactilares
desfilaban las vaguadas
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa de cristal.
Las yeguas albas pastaban
verdores imaginarios a sus pies,
con tal de reverenciarla...
Los poros de su ébano
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaa eran las marcas
del exhaustivo pespunte de los ángeles.
Ella era una flor sobre el par de tallos
siameses y caminantes.
Otoño y viento pactaban
lentos suicidios naranjas
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa que veían
en el choque con su cuerpo
un impaciente atajo a la primavera.
Poseía poesía,
caudales raudos de belleza hiperbólica...
Sin embargo,
aaaaaaaaaaaa respiraba
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa con llaneza,
sin un alarde de lo extraordinario,
como si nunca al espejo
ella
aaa se hubiese mirado.
Cuarto mundo
Ciudad ciega y desalmada,
de avenida encorbatada
y el estómago colmado.
De conciencia miserable
-¡Pobres negritos lejanos!-,
una noche navideña,
con diez euros a Unicef,
erradicas la pobreza.
Sibarita y penitente,
ay ciudad sofisticada..
Ay gran urbe, paraíso
próspero del bienestar,
abrigado con las mantas
de la ajada periferia;
no hace falta cosmonave
para descender tres mundos,
sino cruzar tus manzanas.
Y ver la mirada amarga
del anciano moribundo.
Y las cenizas del muérdago,
el prurito de la sarna,
los tejados de cartón,
la inanición de piel blanca,
la lenta y trágica espera...
Algún vago barrendero
escondió las inmundicias
bajo las faldas largas del sistema.
La propagación del fuego
Ondea
una hoguera
en cada poro
de tus laderas
indendiarias.
La mediatriz
de tus caderas
tormenta
de julio
reclama.
Noche...
Noche púbica
de doble plenilunio.
Por tus flancos
de vasija,
ejércitos
de yemas
coinciden
en la caricia
de motricidad
reptil.
Nuestras piedras
chocan
como huesos
carnosos.
Incendio...
Eres
árbol frondoso
en mitad
del cortafuego.
Manifestación de pastores
Sus cantos bucólicos ardían
en subvenciones para el sector
o hectáreas donde pacer.
Copaban el bulevar
y su estuario de alquitrán;
los de la inaugural pancarta
andaban ya por la plaza neurálgica.
Avanzaban ordenados, con el don
de la trigonometría aérea, exactos,
como un plano de ciudad moderna.
Sus espacios vitales colindaban
cómodos, sin riesgos invasores;
se agrupaban bajo una orden
encubierta y unánime,
sabedores del donaire
que requiere toda masa.
Los pastores se manifestaban
con la disposición de rebaño
que inculcaron a sus ovejas.