ELENA MARQUÉS
Elena Marqués (Sevilla, 1968), correctora de textos, escritora y poeta, ha obtenido diversos premios literarios, como el «Álvaro de Tarfe» de Poesía con Lo sublime y el frío o el accésit en el IX Certamen Nacional de Poesía Rumayquiya con A lluvia perpetua, obras a la que pertenecen algunos de estos poemas. Es autora también de las novelas El último discurso del General Santibáñez, Versos perversos en la cubierta azul del Mato Grosso y El largo camino de tus piernas; y los libros de relatos La nave de los locos (VIII Premio Vivencia-Villieres) y Diversas formas de ir a la deriva.
Fue finalista del reciente Premio Pilar Fernández Labrador de Poesía. El pasado año ganó el XX Certamen de Relatos de la Fundación Gaceta de Salamanca.
LLUEVE
Tras el cristal, la lluvia.
Sus lágrimas, pequeñas,
aplauden en el círculo arcilloso
de todos los alcorques.
La línea verdinegra de los árboles
sacude hasta los niños su rocío.
Saltar sobre los charcos
no es una travesura.
La vida es ese juego de hojas blancas.
(DES)ENCUENTROS
Ayer me lo crucé. Fue una sorpresa.
Los surcos de sus ojos descendían
de un rostro conocido.
Enfurruñado el tiempo en el recuerdo,
no nos dijimos nada.
Nos dejamos pasar
como la brisa.
Dos aires que se cruzan,
dos viejos olvidados que jugaban
sobre el capó del coche
rasgando de las blancas margaritas
su piel indestructible.
SILENCIO
No hay nada que decir sobre la lluvia,
ni sobre el ojo, el barco o las colmenas.
Transita la mudez entre los tallos.
El frágil balbuceo de los hombres
se pierde en las espigas;
mis dedos descomponen cuanto tocan.
La música reemplaza a la palabra.
Hay un vacío clave en mi cabeza,
un lapso en los ventrículos,
un cauce seco al fondo de las uñas.
Torbellinos de luz desordenan el cielo.
Nada me significa.
Por qué manchar el folio y desflorarlo.
NOCTURNO
La noche encierra pájaros vacíos
en un fragor de esporas.
Es el silencio piedra donde mi grito excava
la cáscara glacial de tu retina;
es el dolor aullido de libélulas
singlando los regatos,
un miedo mineral a los cipreses
y a la ausencia de pan en el vientre de Dios.
En esta luz trizada te reclamo:
Tú, que habitas lo oscuro,
que engañas al amor con tu saliva;
que eres árido y cruel como los besos
de todos los difuntos,
tenaz como las olas que abortan sobre el páramo,
da tregua a las heridas de mi voz,
no amamantes con eco mi orfandad
y contempla,
entre jaulas y helechos,
la tormenta que acuno.
NOMBRE
Así, tu nombre roto en el mantel,
como las migas de un pan abierto
en canal y a la tarde;
su vocal ambarina lastimando,
cayendo al precipicio de las losas
como una taza más sin cumplir su promesa
de ser cuenco y ternura.
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