Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 19 de abril de 2013

1615.- ANDRÉS DEL POZO




ANDRÉS DEL POZO 

EN TORNO AL GRANADINO ANDRÉS DEL POZO Y ALGUNOS
TEXTOS INÉDITOS DE LA POÉTICA SILVA.

Jesús Mª Morata Pérez


Los datos que se conocen sobre este poeta son tan escasos como contradictorios.
Dámaso Alonso, en su artículo “Notas sobre Andrés del Pozo”, ordenó todas las referencias que poseía sobre el vate granadino; o mejor: sobre Pozo como poeta: títulos académicos, apariciones en otras obras, literarias o no, e incluso su mención en la correspondencia epistolar del Abad de Rute a Díaz de Ribas, a raíz de la aparición del Antídoto de Jáuregui. Tras su estudio y valoración, el propio Dámaso Alonso reconoce que todo queda demasiado vago.
Veamos por qué.
Rastreando hacia atrás, D. Alonso encuentra en los Anales de Granada de Henríquez de Jorquera un dato de interés: en 1603 el arzobispo Don Pedro de Castro crea una nueva parroquia (Nuestra Señora de las Angustias) en la ciudad de Granada y “dioel nuevo beneficio al doctor Pozo, rector del colegio eclesiástico de la Sancta Iglesia, con aprobación de Su  Majestad como patrón de este reino de Granada”.
En 1608, en el libro de Francisco Bermúdez Pedraza Antigüedad y excelencias de Granada, se habla del licenciado Andrés del Pozo como poeta hijo de Granada.

Con 1610 como término ante quem, J. Lara Garrido resalta la “detallada nómina” de Pedro Velarde de Ribera. En la correspondiente a “los que han escrito la Academia de Granada” figuran “El Doctor Tejada, racionero de la Santa Iglesia; el Licenciado Gregorio Morillo; el Licenciado Andrés del Pozo; El Doctor Don Diego de Rojas; Don Pedro de Granada; el Maestro Arjona; el Doctor Gutierre Lobo; Pedro Rodríguez Ardila.”
En 1612 en la colección Poesías diversas compuestas en diferentes lenguas, en las honras que hizo en Roma la Nación de los Españoles a la Magestad Católica de la Reyna Dª Margarita de Austria... (donde hay catorce poemas de Pozo), se le llama licenciado Andrés del Pozo. Recuérdese que la reina murió en octubre del año anterior.
En 1614 Cervantes,en el Viaje del Parnaso (Cap. IV, vv. 307-309) habla del “insigne  doctor Andrés del Pozo”:

 anciano en el ingenio y nunca mozo,
humanista divino, es, según pienso,
el insigne doctor Andrés del Pozo.


De 1617 es la mencionada carta del Abad de Rute a Díaz de Ribas. Y, como señala D. Alonso, ofrece gran interés por las noticias que aporta (reproduzco -modernizado- el mismo fragmento):
“...La respuesta al Antídoto voy trasladando... Nadie le ha visto fuera de Juan de Villegas, el Gobernador de Luque, a quien leí un pedazo, y el D[oct]or Andrés del Pozo y Ávila, cura de la Ventosa, que acertó a estar aquí; hombre muy versado en letras humanas y gran poeta, amigo antiguo mío, de Granada y Roma. Y aunque no tenía en muy buen concepto el modo de componer moderno de nuestro Don Luis, le formó mejor después de oída mi defensa...”
Así pues, en 1617 Andrés del Pozo era doctor, cura del pequeño pueblo conquense de la Ventosa, y había sido compañero y amigo del Abad de Rute desde los tiempos de Granada y Roma.
Como la estancia del Abad en Roma aconteció durante la embajada del Duque de Sesa (1590-1604), D. Alonso supone que Pozo debió hacer un segundo viaje a Roma sobre 1612 (fecha de sus poesías a la difunta reina Doña Margarita). Y, en fin, guiándose por la cronología de sus títulos académicos, “como en 1608 se le llama simplemente ‘licenciado’...Pero Cervantes, en 1614 le considera ‘doctor’, ylo mismo el Abad de Rute en 1617”, concluye que “debió de doctorarse entre 1612 y 1614, yno puede ser ese ‘Doctor del Pozo’ del que en 1603 habla Henríquez Jorquera”.
Pues la cuestión no es tan simple. Porque en 1607, como señala Miguel Herrero
García, se publica en Roma el Amintade Jáuregui: precisamente el autor del futuro Antídoto.
Y entre los sonetos preliminares hay uno Del Do[c]tor Andrés del Pozo.







Oda al Tiempo. Andrés del Pozo. 




Yo, aquel que mi pena y gl[ori]a
llorar y cantar solía,
sustentando mi porfía
de esperanza y de mem[ori]a; 
 y después, mudando hist[ori]a
y viéndola menos buena,
quise romper la cadena,
porque en mi hist[ori]a hallé
que la gl[ori]a se me fue
y que me quedó la pena.
Y aunq[ue] hice resisten[ci]a
para escapar su rigor,
sobrome intento y valor
y faltome la potencia;
 encomendeme a la ausencia,
juzgué por bastante medio
dejar mar y tierra en medio
de la causa de mi mal;
mas nunca rem[edi]o tal
fue de tanto mal remedio. 
Yo aquel, pues, Tiempo ligero,
de ausencia mal remediado, 
a tu curso arrebatado
entrego mi daño fiero;
tu pecho amable y severo 
que tantos daños consuela
de los prolijos se duela
de aquel que a tus aras viene,
si es que aras y templo tiene
 el que eternamente vuela.
De tu fuerza, T[iem]po mío,
de tu curso y de tu vuelo
fío mi gran desconsuelo
y mi gran desdicha fío.
 [A] otro que tu poderío
fuera imposible curar
mi envejecido pesar,
y así es bien que los juntemos,
que a extremos males, extremos
 remedios se han de aplicar. 
Tú al cerril toro valiente1
haces que humilde obedezca
al labrador, y que ofrezca
al yugo la mansa frente;
 el caballo fiero, ardiente,
a riendas blandas se humilla
y consiente el freno y silla;
el africano león,
negando su condición, 
 permite andar de traílla.
¿Qué pedernal se resiste2
a tu soberbia pujante?
Al fin se gasta el diamante 
cuando tu furia le embiste.
 ¿Cuál corazón, donde asiste
la ira y coraje loco,
no se ablanda poco a poco?
¿Qué dolor no se mitiga?
En mi cuidado y fatiga
solamente puedes poco. 
Es por ventura más duro
mi cuidado, y infinito,
que los milagros de Egito
y de Babilonia el muro;
 y está de ti más seguro
y son [s]us fuerzas mayores4
que los altivos honores
del gran templo de Diana,
y que [e]l ara soberana
de cuernos y con primores.
Y es más indomable el brío
con que aviva mi deseo
que de Caria el Mausoleo
pendiente al aire vacío.
 Eres tú, cuidado mío,
más constante y poderoso
que de Rodas el Coloso.
¡Oh constancia mal pagada!
¿Qué digo?: mal empleada
en pecho tan desdeñoso.
Probaron del Tiempo muerte
Troya, Sagunto y Cartago;
y tú del tiempo y su pago
forcejas por defenderte.
¿Qué es aquesto, T[iem]po fuerte?
¿Qué es de tu fuerza y valor?
¿Qué es de tu antiguo rigor?
¿No te corres y avergüenzas
de que tantas cosas venzas
 y no venzas mi dolor?
Pero ya cumple abajarme
del punto en que amor me puso,
que podrás, no estando al uso,
para remiendo aplicarme.
 Bien es a ti encomendarme;
bien es que tus gustos siga
por que mi mal no desdiga
de grave y de enfadoso,
que como has dado en gracioso,
100 querrás que gracias te diga. 
Y aunque es mi lengua tan fría
y para gracias no estoy,
tu voluntad haré hoy,
haz tú mañana la mía.
 Bien sabes que el otro día
quise cantar a tu modo,
y me puse tan del lodo
que los que más me estimaban
en secreto me avisaban
cantase siempre a lo godo.
Siendo al fin forzoso lance,
tus pisadas seguir quiero,
mas ¿quién será tan ligero
que, aunque te siga, te alcance?
 Dudosa está en este trance
mi voz, porque considera
que es tan veloz tu carrera
que antes que acabe su canto
has de haber volado tanto
 que estés ya de otra manera.
Mas porque es preciosa y rica
la ofrenda que se te ofrece,
mucho más del que obedece
que no del que sacrifica,
 mi voz a cantar se aplica
tus hazañas y mis llagas,
lo que sufro y lo que estragas;
y sólo te pido en pago
de este cantar que te hago
 que mis pasiones deshagas.
Sé que ha de serte apacible,
y, antes que lo escuches, quiero
dibujar cuál considero
tu traje y forma invisible.
 Sólo es esto a mí posible,
porque no viendo y sacando
¿quién podrá, si vas volando
para todos más que el ave,
sino yo que en mi mal, grave,
 vas como tortuga andando?
Y aunque me era concedido
estando en tanta miseria
poder tratar de la feria,
cómo en la feria me ha ido,
con todo aqueso me mido
con la común opinión
pintando tu condición
cual los antiguos magnates,
que mostraron más quilates
 en pintarse y discreción.
Tu semblante humano es;
y todo tu cuerpo, humano.
Tienes el cabello cano 
y alas entre espalda y pies.
 La calva, puesta al revés,
y no sé con qué consejo
tra[e]s tan contrario aparejo10
que pareces en tu aliño,
viéndote el copete, niño,
 viéndote las canas, viejo.
De ambrosia y néctar no curas
-aunque dios- porque es tu vicio
de algún antiguo edificio
comer la forma y molduras;
 y con esta hambre apuras
cuanto vee el sol con su luz;
hácete el acero el buz,
que como es tu diente fiero
de acero, gastas acero
 y hierro, como avestruz.
Mas aunque el acero gastes
con tus acerados dientes,
las memorias excelentes
no es posible que contrastes;
ni, aunque más te esfuerces, bastes
a consumir el decoro
de aqueste famoso oro,
porque a pesar de tu fuerza
la inmortalidad se esfuerza
a guardallo en su tesoro. 
Es tu condición atroz,
pues sin diferencia alguna
la buena y mala fortuna
emparejas con tu hoz.
Y, aunque es tu planta veloz,
es tu espalda más que broma,
que a una corcova la doma;
que esta es la just[ici]a y pena
que la ley pueril ordena
a quien, como tú, da y toma.
Por esto un carro te lleva
de cuatro gamos tirado,
donde vas, aunq[ue] asentado,
de tus obras dando prueba.
Sin parecer que se mueva,
te sigue una compañía 
de horas, meses, noche y día,
dejando atrás olvidados
mil siglos y años pasados
y al viejo “pasó s[o]lía”. 
La experiencia y desengaño
te siguen y el amistad
cual hijos, que a la verdad
tratas como a hijo extraño.
Pero no en tan ciego engaño
siempre te ofuscas y enredas,
que, hollada con tus ruedas,
como es la verdad de oro,
manifiesta su tesoro
y tú satisfecho quedas.
Aquí, pues, con triunfo tal
prosiguiendo tu carrera,
es de tus miembros cualquiera
al mundo perjudicial:
tu diestra esgrime mortal
la guadaña, y dan tus pies
a las torres puntapiés;
borran, al pasar, tus alas
las obras que son tan malas,
tan malas como ésta es. 
Aquí das y acullá quitas
y luego truecas las manos;
súbeste a los aires vanos
y al centro te precipitas;
 tus fuerzas son infinitas,
mas no lo son tanto ellas
que pasen de las estrellas;
y, siendo de ellas abajo,
llevas el vuelo tan bajo
 que los reinos atropellas.
Eres, al venir, amado;
pero después que ha[s] venido,
de ninguno conocido
hasta que al fin has pasado;
 y aunque al pasar has dejado
mil penas con cada gloria,
se olvida tanto tu hist[ori]a
que, después que te apresuras,
no la hay de tus desventuras
 y hay de tus gustos memoria. 
Tras de tu espalda se encubre
la Ocasión desconocida
que, después de tu corrida,
su espalda exenta descubre.
Lo demás, T[iem]po, se cubre,
de tu talle y tu jornada;
y, aunque no quede acabada
la imagen como querría,
por guardar para otro día,
 oye, que va de tonada:
«Tiempo que burlas sin t[iem]po,
registro de ajenas vidas,
huésped que a comer convidas
y alzas mesa al mejor t[iem]po;
 inventor del pasat[iem]po
y del trabajo inventor,
p[adr]e y padrastro de amor,
principio y fin de los usos,
carcoma de los abusos
y de todo apurador, 
el que viejo te pintó
quizá niño te pintara
si de ti considerara
lo que considero yo.
¿Quién jamás te conoció
como a viejo con sosiego?
Quieres y aborreces luego,
prometes y nunca das;
tan loco y sin tiento vas
que parece que vas ciego.
¿Quién tus trajes pintará
si tantos trajes te pones?
Ya traes calzas, ya calzones,
ya capote y capa ya;
 ya gorra gusto te da,
ya sombrero de mil formas,
ya el estómago te ahormas,
ya lo aflojas cual francés,
ya te ajustas al inglés,
ya con el griego conformas. 
No hay farsante con más trajes
al t[iem]po que disimula
de la pobre farandula
la falta de personajes:
 ya hac[e] reyes, ya pajes,18
ya consejeros expertos,
ya príncipes encubiertos,
y, aunque entre ellos suele ser
caso de menos valer,
 “alza el paño” y “mete muertos”.19
Ya te abrasas, ya te hielas,
ya tienes galas, ya luto,
ya estás mojado, ya enjuto,
ya eres fuert[e] y ya recelas,
 ya con truenos te revelas,
ya con rayos te apareces,
ya con el sol resplandeces,
ya con las nubes te afeas,
ya por la escarcha paseas,
 ya te secas, ya floreces. 
Una vez nos dejas poco,
otra vez descoges tanto
los dobleces de tu manto
que te llaman “t[iem]po loco”.
Vienes al bien poco a poco
y al mal como suelto pardo;
por aquéste pasas tardo,
por aquél vences al viento,
y estás reacio y de asiento
al que aguarda lo que aguardo.
¡Qué de pasiones que sanas!
¡Qué de contentos enfermas!
¡Qué de casas haces yermas!
¡Qué de yermos engalanas!
 ¡Qué de obstáculos que allanas!
¡Qué de abatidos que honras!
¡Qué de ensalzados deshonras!
¡Qué de ellos, agora un año,
honrabas, que están hogaño
 sin haciendas y sin honras! 
¿Cuándo jugador de manos,
al t[iem]po que el mundo emboba,
con las trazas con que roba
hizo trueques tan galanos
 como tú con los humanos
y con el mundo obediente? 
Sacas de un risco una fuente
y un prado haces del río;
y, adonde nadó un navío, 
 que una gran ciudad se asiente.
Tú eres causa que el mar sorba
anchas islas en su seno;
y por tu causa [a]l terreno
el mar las playas encorva;
ninguno, T[iem]po, te estorba
cuando quies mudar la guerra
y el mar convertir en tierra:
yo he visto más de un collado
que fue valle, y he pisado
 más de un valle que fue sierra. 
Y con ser como estantigua,
tan invisible y mudable,
e[n] cualquier cosa que hable
contigo el mundo atestigua;
 y aun apenas se averigua,
con haber tanto volado,
si vuelas o estás parado,
que de los hombres cualquiera,
conforme a lo que quisiera,
 te llama leve o pesado.
Llámate con grande ahínco
ligero el corregidor,
y perezoso el menor
que aguarda los veinte y cinco;
 y, c[uan]do estás más propinco,
la que ha esperado ventura
-ya para varón maduraalistando el ajüar,
no piensa que has de llegar
 con su esposo y con el cura.
Corzo te llama el que debe,
y el que ha de cobrar, tortuga;
largo el que a fiestas madruga,
y aquel que a trabajos, breve.
 Y fuera este daño leve
si se afirmaran los hombres
que te dan tales renombres.
Más de alguno te diría
que entre la noche y el día
 te da y te quita mil nombres.
¡Qué es ver al herido amante
con la hoja y con la parda,
c[uan]do [a] la traidora aguarda
juzgar por hora un instante;
 pero en viéndose delante
de su gusto y su traidora,
juzgar por instante un hora
y hacer dos mil plegarias
al cielo y sus luminarias
 porque detengan la Aurora!
No sé yo a quién atribuya
el ver que lo que repartes
se apetezca en unas partes
y en otras partes se huya.
 Ello no es de parte tuya,
sino de la gente ciega
en quien tu curso se entrega,
que si le das pocos años
se queja de tus engaños,
 y, si muchos, te los niega.
Aquestas son tus hazañas,
tus trajes, tu condición;
aquestos tus premios son
y aquestas son tus marañas;
así cumples, así engañas;
con esto es bien despedirte,
que aunque sé más que decirte
de tus obras y de ti,
lo quiero dejar aquí
porque tengo qué pedirte:
No que mi cantar alabes,
sino en premio, si es de gusto,
o que acabes mi disgusto
o el rigor de Elise acabes.
 Y, de la suerte que sabes
hacer uvas del agraz,
hagas mi llanto solaz;
y, como sueles contino
convertir al mosto en vino,
conviertas mi guerra en paz.
Y a mi suspirada ingrata
amedrientes con tu injuria,
para que cese la furia 
que mis glorias desbarata;
de tus hazañas le trata,
y si no, dame a mi el cargo,
que, aunque he sido un poco largo,
haré, si me das licencia,
leyéndole tu sentencia
 en sus descuidos embargo.» 
A ti, Elise, descuidada,
de vana arrogancia llena,
a cuya culpa su pena
el T[iem]po tiene guardada
 (y a cualquiera confiada,
para que tema y se prive
de la arrogancia en que vive),
el T[iem]po, sabio y anciano,
de su nota y de mi mano
aquesta carta te escribe:
«Damas, que altivas fiáis
en juventud y belleza,
y de amor la fortaleza
con la vuestra despreciáis;
 vosotras, que siempre andáis
vencedoras no vencidas;
las que nos quitáis las vidas,
escuchad, que yo os anuncio,
mas ¿qué digo?: yo os prenuncio
v[uest]ras penas merecidas.
De los honores y glorias, 
de las coronas y palmas
de triunfos de tantas almas
con que honráis v[uest]ras victorias,
 cual de cosas transitorias,
yo, como robusto y fuerte,
he de triunfar de tal suerte
que en ese bello lugar
apenas han de quedar
despojos para la muerte.

Ved si con razón me exalto,
pues puedo yo más huyendo 
que el amor acometiendo
con uno y con otro asalto.
Nunca a mis proezas falto,
que mientras os digo aquesto
se va entrando en v[uest]ro gesto
mi callada potestad,
carcomiendo la beldad,
 que ha de acabarse muy presto.
De vuestros ojos escombra 
aquel rayo y aquel fuego
que han de convertirse luego
en humo, en ceniza, en sombra;
 y si aquesto no os asombra
deos siquiera algún recelo
ver que huyo, corro y vuelo
por las glorias que tenéis,
y que vosotras no veis
 mi hüida, curso y vuelo.
Ni veis que, como enemigo,
cuando por vosotras paso
llevo v[uest]ro honor de paso
y v[uest]ro nombre conmigo.
Mas, ay, que mientras os digo
aquesto, me ha parecido
que mi vuelo he detenido:
¡sus, sus! horas, noche y día,
ligera familia mía, 
ganad lo que yo he perdido.
Que el punto en que he de triunfar
con más entero trofeo
ya me parece que veo
ligeramente llegar;
 entonces he de arrojar
de v[uest]ra frente el amor
de tantas alma señor;
y en aquella misma parte
desplegarán mi estandarte
 la senectud y el horror.
Yo quitaré el cetro y mando
a la altiveza de hecho
que v[uest]ro rebelde pecho,
como reina, está ocupando;
 y, los jüeces trocando,
he de poner en su asiento
el duro arrepentimiento,
que, con prolija memoria
del bien y pasada gloria,
 sólo os sirva de tormento.
Y c[uan]do llegue este mal,
valdrán poco en v[uest]ro pelo
la alheña y el litarjuelo,
y el litarjuelo y la cal;
 y menos, que os dé el nogal
el zumo de su raíz;
y si el pelo y el matiz
la ceja pierde una vez,
no importará el moho y nuez,
 la almendra y pie de perdiz.
Valdrá muy poco el afeite
en arrugándose el cuero,
y de la flor del romero 
sacar el precioso aceite.
 ¡Cuánto será mi deleite
viendo como a cosa vana
del álamo la avellana,
de ca[n]ela la agua clara
sacada por alquitara,
 y la que de parras mana!
Entonces he de haceros
ley y costumbres mudar;
la risa y canto dejar
y los ornatos primeros;
y esos trajes noveleros
do el arte, ingenio y riqueza
pusieron tanta belleza
serán tocas y monjil,
de v[uest]ra sujeción vil
 muestra, y de mi fortaleza.
Aquesto es bien que os acuerde
para que considerando
cómo al fin se va secando
aquesa belleza verde,
 y que si una vez se pierde
y ejecuto mi sentencia
no aprovecha diligencia,
cese v[uest]ra presunción,
y a la amorosa pasión
 deis con tiempo la obediencia.»
Esto os escribe, en efeto, 
damas, el T[iem]po en su nombre,
que en cuanto a mí, no soy hombre
que en predicar me entremeto,
y tú, colegio discreto,
júzgame por disculpado
de haberme tanto alargado,
porque quien celebra el T[iem]po,
justo es que goce más t[iem]po
que los demás han gozado.








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