Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 19 de abril de 2013

1612.- GERÓNIMO DE PORRAS MÉNDEZ



Gerónimo de Porras Méndez,
Antequera (Málaga). (1603 - 1643)


[Transcripción, edición y notas de Jesús M. Morata]
Sacerdote y poeta, es, quizá, el último autor realmente importante de la última etapa del Grupo Antequerano. 
Fue contemporáneo, paisano y amigo de figuras tan conocidas como Pedro Espinosa y Cristobalina Fernández de Alarcón, que le sobrevivieron (Porras, que nació en 1603, murió en 1643; Doña Cristobalina en 1646; Espinosa, en 1650) y que colaboraron con su pluma en las Rimas Varias, que aquí se ofrecen. 
Apenas se tienen noticias de él. Su figura y su obra están sin estudiar. Nos ha llegado sólo una de sus obras, de gran importancia y belleza: las Rimas Varias, que se publicaron en su ciudad natal en 1639 y no se han reimpreso. Nuestra versión electrónica es, en la práctica, su primera reedición.  Hay noticia de que tradujo (y se ha perdido) la Farsalia de Lucano. En este, como en otros aspectos fundamentales, Porras encaja a la perfección en el perfil de los poetas del Grupo Antequerano (y Granadino): fuerte presencia de los clásicos latinos (sobre todo de Horacio), fruto del extraordinario influjo de la Cátedra de Latinidad en todos los ingenios de la comarca; receptividad a los nuevos aires de renovación poética (es muy notoria la impronta gongorina); gusto por la alternancia entre lo serio y lo jocoso; y una perfección formal fuera de lo común.
De entre todo el Grupo, es en la obra de Porras donde el sentimiento barroco se materializa con mayor profundidad.

Acaso baste con recordar este extraordinario soneto:


A una juventud robusta y demasiado libre.

No juzgues, Fabio, no, por vividora
la tierna flor de tu salud lozana,
que es flor, y puede hallar su pompa vana
la noche envuelta en la primera aurora.

Túmulo de una hora es otra hora;
mortaja el día de hoy del de mañana;
y, en fin, la luz de la miseria humana
su oriente sabe, mas su ocaso ignora.

El tiempo no te engañe fugitivo;
sus mal gastadas sumas, sabio, inquiere:
con lágrimas de sangre las escribe.

El gasto ajusta, pues, con el recibo
para la cuenta, porque el hombre muere
no porque enferma, sino porque vive.





RIMAS VARIAS
DEL LICENCIADO DON GERÓNIMO DE PORRAS, NATURAL DE ANTEQUERA.

Al Excelentísimo Señor D. Juan Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, 
Conde de Niebla, Primogénito de la gran Casa de Medina, mi señor.
Impreso en Antequera. Por Juan Bautista Moreira. Año de 1639




Consolando a un amigo en el suceso adverso 
de una pretensión casi poseída.

Influjos burla con prudente seso
de tu natal (sin duda en cuarta luna),
y no de tanto agravio, de Fortuna
te descomponga, aunque te oprima, el peso.

A los mortales generoso exceso
hace aquel que, aguardando la oportuna
suerte, se halló -cuando llegó importuna
templado en las injurias del suceso.

No te asombren, Criselo, tempestades,
mirando ya la playa tan vecina
que te pudo aclamar seguridades.

Vuelve el barco a las ondas. Imagina
que, las que juzgas tú felicidades, 
te las despinta el Cielo por rüina.







Al desengaño de la vida.

Repara en esta, un tiempo peregrina,
ya, Fabio, desatada arquitectura,
y mira, en mal compuesta sepultura,
siendo fábrica ayer lo que hoy rüina.

Mira esta roca que, del sol vecina,
a pedazos el mar, con lengua pura
lamiendo su robusta contextura,
urna la constituye cristalina.

Contempla una beldad que, al cierzo aleve
del tiempo, en su hermosura reconoce
fría ceniza la que ardiente llama.

¡Oh vida, vana sombra, soplo leve!
No te ama aquel que, cuerdo, te conoce;
no te conoce aquel que, ciego, te ama.






Al Excelentísimo señor Conde de Ampudia, 
en la temprana muerte del Señor D. Francisco Severino, su hijo.

[SONETO]

No mires como padre, no, la hermosa
flor de ceniza que la Parca fiera,
a los ardores de su luz primera,
en urna sella ya majestüosa.

Mírala como extraño. Y, si llorosa
afección te oprimiere, considera
que con lucientes rayos reverbera
a pesar del horror de aquella losa.

Más pueda la razón que el luctüoso
10 en pena tanta, en tanto desconsuelo,
de mármol melancólico aparato.

Las lágrimas enjuga más gozoso,
que, si una flor perdiste, ya en el cielo
tienes en una estrella tu retrato.






A una señora que, después de veinte años de viuda
del tercer matrimonio, abominándolo, se casó cuarta vez.

[SONETO]

El estanco del duelo, el “aquí yace 
viva la pena, muerta el alegría”,
la urraca en pluma y pico (a quien el día
menos agrada cuando alegre nace),

la que en su jaula, cuatro hoy lustros hace,
tórtola gime por su compañía
(si por la que se fue o la que venía,
a la duda el terceto satisface),

casose. Pero advierte, tortolillo,
que a tres esposos debe vida pura,
envainado en arrullos su cuchillo.

Tanto ha que en ella esta costumbre dura,
que no la tiene (¡ay, simple pajarillo!),
y, si la tiene, es áltera natura.





Quemando, contra su voluntad, los papeles de una dama.

[SONETO]

Cartas de la baraja de Cupido,
falsas cual vuestro dueño idolatrado,
con quien, por divertir a mi cuidado,
jugaba un tiempo, el sol muerto y nacido:

¿en manos, qué aguardáis, de un afligido
tahúr del niño dios, tan desdichado
que en el juego de amor sólo ha ganado
por que hoy sintiese más lo que ha perdido?

Fuerza es dejaros ya, pues, menos ciego,
mi engaño constituye al desengaño
por jüez riguroso de mi queja,

que hoy al fuego condena vuestro juego,
y a mí, porque jugué (castigo extraño),
llevándome la pena, me la deja.







A los rigores de una dama.

[SONETO]

Celia mía (mal dije: Celia tuya,
pues tan libre de afectos amorosos
haces vivir tus méritos ociosos
por que no haya quien diga que eres suya),

deidad te adoro, y no sé a qué atribuya
que en dos negros luceros luminosos,
animados de espíritus gloriosos,
tantas penas tu cielo, ¡ay Celia!, influya.

Gimo, suspiro, y tú, fiera homicida,
gustosa ríes cuando el alma llora;
estando alegre, el verme te entristece.

Si das la muerte a quien te da la vida,
si maltratas, esquiva, a quien te adora,
¿qué dejas para aquel que te aborrece?







A Don Fernando de Mansilla Chacón, Regidor Perpetuo
y Capitán de la gente de guerra de la Ciudad de Antequera:
atravesando con un rejón un toro, que a sus pies cayó muerto.

[SONETO]

Batió el ijar Fernando (que afrentara
al que al Pegaso fatigó el primero)
de un hipogrifo, a cuyo pie ligero,
vencido el viento, o suspendido, para.

Rejón empuña con violencia rara
contra un rayo con piel, que, si del fuero
de racional gozara el bruto fiero,
sólo el temor de velle le matara.

Mas el fresno fatal, acreditando,
para tanto valor, poco una fiera
(y aun la que estrellas pisa, amenazando),

abriendo puerta en la cerviz severa,
por el pecho salió, como buscando
segundo bruto que del golpe muera.







A una dama que, teniendo excelentes manos,
y mirándolas con cuidado un galán, le preguntó qué miraba.

[SONETO]

Como es ciego el amor, sin vista llego
a la luz de tus ojos, Celia hermosa;
y, amante, como simple mariposa,
mi muerte busco en su apacible fuego.

En él (de amor o de tu vista ciego)
alimento mi vida, que, gustosa,
menos que en tanto fuego no reposa,
ni fuera de su ardor siente sosiego.

Sólo le hallo en tus manos, donde el Cielo
forja en nieve diez rayos soberanos,
de cuyas puntas, almas son despojos:

y, como en abrasarme hallo consuelo,
entro la vista en nieve de tus manos
por sentir más el fuego de tus ojos.







A uno que, de dos hermanas igualmente ricas y hermosas,
se casó con la una con exceso pequeña, y dejó la otra
por extremo gallarda.

[SONETO]

Tan propicio en tu boda enciende tea
el medio hermano del rapaz vendado,
que, a pesar de la edad, tu deseado
tálamo en paz el túmulo no vea.

Goza tu esposa ya, que de pigmea
a ser giganta el corcho ha levantado:
tanto que me parece que has llevado,
en lugar de mujer, semicorchea.

Mas di: ¿quién para sombra una mostaza
escoge, habiendo un cedro, que su greña
es pabellón de soles y serenos?

Mas el necio soy yo. Buena es tu traza.
Bien escogiste la mujer pequeña,
porque así llevarás del mal el menos.




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