GREGORIO MORILLO
Granada, finales del s. XVI – primera mitad del s. XVII. Poeta y traductor. De los escasísimos datos biográficos que nos han llegado del poeta Gregorio Morillo, sabemos, gracias a una documentación universitaria aportada por I. Osuna, que en 1602 poseía ya el grado de licenciado, y así fue presentado por Pedro Espinosa en su antología Flores de poetas ilustres (1605). Apenas conocemos algo de su carrera sacerdotal. Tan sólo que fue colegial y capellán del Sacromonte; y llevaría allí unos cuatro años cuando escribió el Discurso de las reliquias del Monte Santo de Granada, manuscrito fechado en 1605. Fue uno de los beneficiados de las raciones otorgadas por el Arzobispado granadino, en 1610. Llegaría a ser Comisario del Santo Oficio.
Francisco Rodríguez Marín lo sitúa en Sevilla, años más tarde, en 1618, como cruciferario del Arzobispado hispalense. Aunque Pedraza únicamente lo destaca «entre los que han escrito en verso latino», nada se nos ha transmitido de esta faceta suya. No obstante, Gregorio Morillo fue el responsable de ultimar la traducción que su amigo Juan de Arjona dejara inconclusa sobre la Tebaida de Estacio, encargándose de los tres últimos libros, así como el prólogo y los resúmenes de cada libro. En este sentido, se ha destacado de la labor de Morillo el que se ciñera más al texto latino, mientras que Arjona acusa un estilo más creativo y más proclive a la amplificación barroca y a la glosa.
Fue uno de los asiduos a la Academia de don Pedro de Granada Venegas, cuya corta pervivencia se data entre 1595 y 1601 y fue frecuentada entre otros por Andrés del Pozo, Juan de Arjona, Francisco de Faría o el antequerano Agustín de Tejada y Páez. De este período han quedado los siguientes poemas compilados en el manuscrito Poética silva, que refleja parte de las sesiones celebradas por dicha tertulia literaria: Silva al Estío («Dejan las hojas sus maternos lazos»), A la Aurora. Tercetos («Bien puedes alumbrar, cándida Aurora»), dos composiciones de la Justa. A quien dijere más en menos versos de Nuestra Señora («En el cielo y en el mundo» y «Todo lo que podéis ser») y los tercetos Sátira de vicios comunes («¡Quién se fuera a la zona inhabitable!»), que fueron posteriormente incluidos en Flores de poetas ilustres (1605) de Pedro Espinosa y luego pasaron al Cancionero de 1628, convirtiéndose en una «de las composiciones satíricas más difundidas del momento». Finalmente, Morillo participó,con el soneto «Produjo el Istro en su ribera fría», en el impreso colectivo preparado y organizado por su amigo Pedro Rodríguez de Ardila: Las honras que celebró la famosa, y gran ciudad de Granada, en la muerte de la serenísima Reina de España doña Margarita de Austria […] en 13 de Octubre de 1611 (1612). También, a él se deben las Décimas del sueño («Sueño fugitivo y blando»), recientemente publicadas por I. Osuna.
OBRAS DE ~: A. RODRÍGUEZ MOÑINO, Las estaciones del año. Cuatro poemas inéditos de la Academia de Granada por Juan de Arjona, Gregorio Morillo, Gutierre Lobo y Juan Montero, Valencia, 1949; La “Tebaida” de Estacio, traducida por el licenciado Juan de Arjona, en A. de CASTRO,
Curiosidades bibliográficas. Colección escogida de obras raras de amenidad y erudición con apuntes biográficos de los diferentes autores por […], B. AA. EE., XXXVI, Madrid, 1950, págs. 63-207; y recientemente, ed. de J. Morata,
www.antequerano-granadinos.com/ARCHIVOS/LA%20TEBAIDAdef.pdf;
AA. VV., Poética silva. Un manuscrito granadino del Siglo de Oro, ed. de I. Osuna, Córdoba, 2000, I, págs. 138-145, 150-153, 221 y 268-274; II, págs. 35-36, 36-37, 71-72, 101-107, 150-154, 155-157, 199-200 y 250-260; I. OSUNA, Poesía y academia en Granada en torno a 1600: la «Poética silva», Sevilla, 2003, págs. 275-279; P. ESPINOSA, Flores de poetas ilustres, ed. de B. Molina Huete, Sevilla, 2005, págs. 353-366.
BIBL. ~: J. LARA GARRIDO, Del Siglo de Oro (métodos y relecciones), Madrid, 1994, págs. 231-249; I. OSUNA, Poesía y academia en Granada en torno a 1600: la «Poética silva», Sevilla, 2003, págs. 30, 37, 38, 43, 51-54 y 70; B. MOLINA HUETE, La trama del ramillete. Construcción y sentido de las «Flores de poetas ilustres» de Pedro Espinosa, Sevilla, 2003, págs. 269-270 y 344-347. J. MORATA PÉREZ, «La Tebaida de Juan de Arjona según el manuscrito de Ripoll»,
www.antequeranogranadinos.com/ARCHIVOS/LA%20TEBAIDAdef.pdf
J-I. F. D.
Silva al Estío.
Gregorio Morillo.
Dejan las hojas sus maternos lazos,
la hierba queda de su honor desnuda,
cumpliendo Otoño sus marchitos plazos.
¿Quién del Hibierno rígido se escuda?
5 ¿Qué bosque, planta, hierba o avecilla
no queda estéril, triste, helada y muda?
Con capa verde, roja y amarilla
la fresca Primavera al campo alegra,
al Céfiro soltando de traílla.
10 De espigas rubias con la arista negra
ciñe las sienes al fogoso Estío
la que fue de Plutón forzosa suegra.
Amansa Bóreas el hinchado brío
con que a la tierra de su honor despoja
15 el seco Otoño y el Hibierno frío.
Cobra la rama su perdida hoja;
la hoja, su verdor; el bosque, hierba;
vuelve Progne a su celo y su congoja.
Sólo para el Estío se reserva
20 de Primavera el deseado fruto.
¡Oh tiempo más veloz que veloz cierva,
que apenas has pagado aquel tributo
que la esperanza nos promete y debe,
cuando lo vuelves a cubrir de luto!
25 La planta apenas el Verano mueve,
cuando a los pasos del Otoño alcanza
y éste al Hibierno la prolija nieve.
Uno vive del otro en esperanza;
da vuelta el año y vuelve a su distrito,
30 mas nunca en mi dolor hallo mudanza.
De un mal en otro mal me precipito;
siempre me hallo en un estío ardiente
hecho un Tántalo en sed y en apetito.
Y el fuego y sed es tal que no consiente
35 agua, porque me basta la que lloro
y la tengo, cual Tántalo, presente.
¡Oh Ciego Dios, que del celeste coro
Júpiter baja a tu poder sujeto,
en águila, en Diana, en cisne, en oro!
40 Rinde el tridente, la vihue[l]a, el peto1
Neptuno, Apolo y Marte embravecido;
sin ti no hay fuerte, rico ni discreto.
Por ti la luz el reino oscuro vido,
los muros rotos de ahumada plata
45 y el robo de Prosérpina atrevido.
Que no sólo tu imperio se dilata
al fuego, al aire, al agua, al firmamento:
que el hórrido Plutón tu nombre acata.
Ama la tierra al agua; el agua al viento;
50 el aire al fuego. A mí otro fuego eterno,
que ha hecho Amor de mí quinto elemento.
Es para mí la primavera hibierno,
y el triste hibierno caluroso estío,
y el seco estío de Amaltea el cuerno;
55 y como al agua el agua, el hielo al frío
apetece, y a otro un semejante,
amo su fuego, semejante al mío.
Fue, pues, un tiempo aqueste tiempo amante
de la abundosa Ceres, y a su ruego
60 fue cual de mármor, bronce o de diamante
(que no es sólo mi mal solo mi fuego,
ni mi Nereine sola rigurosa,
aunque es la beldad sola con que ciego).
Dos veces el Aurora presurosa
65 al mundo se mostró por mensajera
del claro Sol y de su luz hermosa;
y otras dos, de Sicilia en la ribera,
buscó Ceres su bella Proserpina
y, sin hallarla, se volvió a la esfera,
70 [a] donde el ciego la cerviz inclina
de uno y otro dragón, de sus despojos
haciendo estrago y súbita rüina.
Los arados, las hoces, los manojos
de espigas de oro esparce por el suelo,
75 brotando fuego sus divinos ojos.
Y llena de coraje, rabia y celo,
cortando el aire con presteza, aplica
los dragones al carro, el carro al vuelo.
Con tanta furia los azota y pica
80 que, rompiendo de nubes mil marañas,
en el mar de Sicilia los salpica.
Y por que entre sus bosques y montañas
no se le encubra el bien de su deseo,
dos pinos que tronzó como dos cañas
85 encendió en el resuello de Tifeo,
cuyo cuerpo sacrílego comprime
Paquino, Etna, Peloro y Lilibeo.
T[r]inacria tiembla y el gigante gime
(más de temor de ver la diosa airada
90 que del terrible peso que le oprime).
No deja monte, selva ni cañada
ni oculta gruta ni desierta breña
de pájaros apenas visitada,
ni laso río ni corriente en peña
95 adonde a voces no la llama y busca,
que los peligros el amor desdeña.
La espesura del monte no la ofusca,
la aspereza en la breña no la cansa
ni la gruta le espanta ni le fusca.
100 No teme que la sorba el agua mansa
ni del furioso río la corriente
ni con la fuente su dolor amansa.
Cualquier murmurio tácito que siente
en la cueva, en la breña o en la rama,
105 en el lago, en el río o en la fuente,
Prosérpina parece que la llama,
y conociendo que es el aire vano,
sin esperanza de hallarle brama.
Vuelve a engañalla el pensamiento en vano:
110 ya piensa que la vee, ya que la abraza,
y vee y abraza el árbol más cercano.
Mas, vuelta en sí, lo arranca y despedaza;
árbol ninguno con su furia medra;
temblando el monte está de su amenaza.
115 La dura encina más que dura piedra,
la haya que la mar con remos hiende,
el olmo enmarañado con la hiedra,
de su rigor ninguno se defiende:
desde el menudo tejo al que la rama
120 en alta cumbre por el aire extiende;
el verde sauce que las aguas ama;
el ciprés, que a manera de obelisco
encima de las nubes se encarama;
el pino, que en el más pelado risco
125 la mal peinada crin al viento ondea
y el fruto ofrece, símbolo y aprisco;
la santa oliva, que la paz desea;
la palma insuperable, que en las lides
las manos victoriosas hermosea;
130 el álamo, de quien se precia Alcides
más que se precia por su adorno y gala
del lauro Febo, y Baco de sus vides.
Todo lo asuela, lo destroza y tala,
sin ver que de los dioses son blasones.
135 ¿A cuál furia infernal aquesta iguala?
Torna a azotar de nuevo los dragones,
y por el viento tan ligera pasa
que vido las antárticas regiones;
vio dónde el Nilo sus corrientes tasa
140 y donde el Ganges veinte ríos bebe,
todos capaces de movible casa.
De los Rifeos vio la dura nieve,
a quien nunca del sol venció la lumbre,
y donde el mar, de helado, no se mueve.
145 De Atlante visitó la falda y cumbre;
de tierra y piedra vio su carne y hueso
que otro tiempo fue humana pesadumbre;
la venerable barba en bosque espeso,
y en verde hierba el vello de la frente
150 con que sustenta el estrellado peso;
pero que vea el Cielo no consiente
la que con blando pie lozano pisa
de Flegetonte la ribera ardiente.
Desde aquí sobre Arabia se divisa
155 la cumbre de Etiopia, negra y alta,
que dio nombre el alnado de Afrodisa.
Aquesta sola por mirar le falta
para cercar a cuanto el sol rodea
y cuanto el cielo con su luz esmalta.
160 Y apenas con su carro la pasea,
cuando a dejalle un fuego le constriñe
que el arco enciende y casi que humea,
porque la Zona tórrida la ciñe,
y su calor al aire mismo abrasa,
165 las hierbas seca y a los hombres tiñe.
El Padre Estío tiene aquí su casa,
toda de puertas y ventanas llena,
al claro cielo descubierta y rasa.
Cuya luz a la vista más serena
170 del águila real ciega y marchita,
que ve del Sol la lúcida melena;
el cual, como los muros le visita,
o sean de cristal o de diamante
o de la piedra que al piropo imita,
175 parece un nuevo sol que está delante
porque en ella su lumbre reverbera
como en un claro espejo rutilante.
El Austro aquí su condición modera,
que, convertido en fuego, se entorpece:
180 ni hoja bulle ni árbol refrigera.
Ave ninguna el vuelo al aire ofrece
ni fiera al monte la ligera planta,
ni el liviano pulmón al agua el pece.
Porque la fuerza del Estío es tanta
185 que el aire enciende y a la mar agota
y la tierra la raja y la quebranta,
por donde a veces esmeraldas brota,
perlas el agua por la seca arena,
y el aire de oro las espigas dota.
190 Rompe el silencio con la ronca vena
la prolija cigarra, confiada
más que en su dulce canto Filomena.
Aquí la diosa, del calor rosada
(si es que a los dioses vencen las fatigas),
195 llegó de sed vencida y fatigada;
y siguiendo un tumulto de hormigas
que van cargadas en formada escuadra
del fruto de las prósperas espigas,
llegó a la clara y rutilante cuadra,
200 donde, brotando fiebres por la boca,
al entrar, la Canícula le ladra:
Enciende con su espuma cuanto toca,
turba los mares, hierven las lagunas,
a los estanques pudre y los provoca;
205 tiembla la tierra, crujen sus colunas,
el aire apesta, el cielo lo revuelve,
rompen rayos las naves importunas;
los dulces vinos en acedos vuelve,
210 seca los ríos y las fuentes seca;
al verde campo en polvo lo revuelve.
La hidalga lealtad del Perro trueca
en ira, en desamor, en odio, en saña,
en una mortal rabia ardiente y seca.
215 A la Luna escurece, al aire daña
que algún templado refrigerio influya,
y a la diosa en sudor el rostro baña.
No teme Ceres la potencia suya,
que con sólo miralla la destierra
220 cual a la nube el sol fuerza que huya.
No para el Can es nueva aquesta guerra,
que a sus rigores y encendidos fieros
mil veces resistió desde la tierra.
De aquí por entre jarcias y entre aperos
225 de que encuentra al pasar muchos pedazos
de destrozados pértigos y engeros
llegó, vencidos estos embarazos,
a ver de limpio trigo un monte exento,
que sustentara el Cielo a tener brazos;
230 el tamo y paja echados al soviento,
y como toro agarrochado en ella,
hincado rastro, bielgo, pala y tiento.
En un carro con sola una camella
de quien León, celeste signo, tira,
235 y guía la infructífera doncella,
segando cuanto el uno y otro mira,
sin que su sed ningún humor corrija
mientras el Sol por sus mansiones gira,
con una corva hoz por cpetro fija
240 viene el Estío y, por mayor adorno,
de suelas de zapato una manija.
Una pequeña nube de bochorno
encima la cabeza le hace sombra,
que es como quien añade fuego a un horno.
245 No verdes espadañas por alhombra,
ni silla ebúrnea con que el carro afea
de aquel que el cielo con su vista escombra,
sino en un posador de seca anea
donde con poca majestad se asienta,
250 y un zamarrón con que su cuerpo arrea.
Del cabello y la barba polvorienta,
hecha con el sudor una maraña
cual de gavillas hace el que sarmienta;
de vello en todo el pecho una montaña
con que, cubierto el cuerpo denegrido,
ni el sol le ofende ni el ardor le daña.
¡Oh poderoso dios, ciego Cupido,
que, aunque rústico, apenas ve la diosa
cuando quedó de tu pasión rendido!
260 Era, como divina, tan hermosa;
mas el calor de nuevo le añidía
un purpúreo color de fresca rosa.
“¡Oh vista alegre que serena el día!
¿Cuál deïdad fue parte a que vinieses
265 -le dijo- a aquesta humilde casa mía?
Así veas crecer como cipreses
y de esmeraldas convertirse en oro
la hoja y caña y fruto de tus mieses;
y así en la cumbre estéril de Peloro
270 florezcan varias y olorosas flores
en gloria tuya y del sagrado coro;
y así a Venus y al dios de los amores
(que sin Baco y sin ti su fuerza es tibia)
cual me enciendes lo enciendas y enamores;
275 y así en la arena de esta seca Libia
donde la planta venturosa tienes
brote el licor con que la sed se alivia;
y así la tierra, indigna de tus bienes,
sin labrar ni sembrar te ofrezca fruto
280 con que corones tus divinas sienes;
y así el árbol de humor seco y enjuto
cual, sin industria, dar los verdes suelen,
dé con la tuya por igual tributo:
que inclines a mis ruegos, si te duelen,
285 el amoroso pecho tierno y blando,
y no sin fruto mis palabras vuelen”.
No dijo más, que se partió volando
la diosa llena de coraje luego,
y hallar no pudo lo que va buscando.
290 Dejó al Estío ardiendo en nuevo fuego,
al aire dando lamentables quejas
y a la diosa crüel humilde ruego.
Tal, ingrata Nereine, tú me dejas,
que no te mueve mi amoroso celo
295 y más me enciendes mientras más te alejas.
¡Oh sacro Estío, de mi mal, consuelo,
que al fin venzo la mía en tu memoria;
y aunque es tu fuego con el mío un hielo,
es a lo menos una misma historia!
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