Rafael Gómez Montero (1922-†1994)
Periodista y poeta español, nace en Ávila el 14 de octubre de 1922.
Su vida periodística se inicia en el Diario de Ávila y en el Diario deportivo Gol, hoy Marca. Funda y dirige en 1951, Radio Juventud de Almería. Un año después funda Radio Avila que comienza andadura bajo su dirección. Recibe el premio Nacional de Radiodifusión en 1950 y de San Fernando de periodismo e 1951. Es responsable de la creación en 1952 de la Revista oral de poesía hispánica Hontiveros. En 1956 entra a formar parte como subdirector de la emisora La Voz de Granada, creando la revista Verde Limón, donde se desarrolla el Aula del Cante Jondo y la fonoteca del arte Flamenco, que supondrá el germen de numerosos festivales y creaciones de flamencología. En 1968 entra a formar parte de la redacción del periódico Ideal de Granada. Fue miembro de honor en 1978 de la Institución Gran Duque de Alba, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, como reconocimiento por su labor periodística de promoción del arte flamenco y cronista oficial de Barranco del Poqueira de Las Alpujarras granadinas, título otorgado en 1985 por la amplia labor periodística desarrollada en pro de esa comarca de Granada.
"A la sombra del Veleta,
secándose al sol y al aire,
tendieron a Capileira,
blanca como los pañales".
Obras
Por tierra de Santos y de Cantos. 1946
Guía de Ávila. 1946
El alma de Larreta se llama Ávila. 1949
Granada, bronce y nieve. 1960
Entierro de García Lorca. 1971
Bibliografía
Rafael Gómez Montero de Castilla a La Alpujarra. Rafael Gómez Benito??. Granada 2006
“...Salobreña, Santo y Seña,
un balcón para mirar,
desde lo alto de una peña,
cruzar,
Salobreña se despeña,
al mar de mi corazón...”
Rafael Gómez Montero
Por TITO ORTIZ
HASTA que su presencia gozó Granada, nunca hubo un castellano más granadino, un abulense más cantor del Sacromonte, un castizo más defensor del Albayzín, ni un hidalgo más exaltador de la Alpujarra. Rapsoda de versos al viento, Rafael se trajo hasta la Alhambra, los aromas cautivadores de las murallas de Ávila, y embozado en la mejor escritura del piropo, dejó que Granada le robara el alma, en un remanso de paz que se renueva todos los días a eso de las primeras luces del alba. Creador nocturno a la luz de las velas, se impregnaba de la tierra a eso del medio día, cuando su encorbatada presencia, salía de las tres emes en calle Navas, dirigiendo sus pasos hasta 'Los Mariscos', lugar de encuentro y tertulia, que tendría su epílogo en la barra del 'Jandilla' con la mirada hacia el Corral del Carbón. Las veletas de los gallos le hicieron profundizar en el arte flamenco, y no era raro verlo pasear del brazo junto al cantaor Pepe Albayzín, con destino a la acreditada cueva de María 'La Canastera', donde no pocas grabaciones de nuestro folklore vieron la luz bajo su dirección, por eso los gitanos de Granada le ofrecieron todos los reconocimientos en vida, entre otros 'El churumbel de plata' que siempre lució orgulloso en la solapa.
Durante décadas, fue la voz de las noticias de esta tierra en toda España, aún en los tiempos en que la señal no llegaba hasta aquí, y nada sabíamos de su profesionalidad en Radio Nacional, sí en 'La Voz de Granada'. Pero donde su trabajo quedó para siempre de manera indeleble mostrado es en estas mismas páginas, pues fueron muchos los años que en la vieja redacción de Compás de San Jerónimo, al olor del plomo derretido que subía de los talleres, y el sonido melodioso de los compañeros tecleando en las linotipias, en su peregrinar de mesa en mesa, Rafael Gómez Montero contaba el último sobre Franco, el porvenir de un proyecto sobre Sierra Nevada, o la visita del alcalde Manuel Sola al palacio de El Pardo, donde saludó a doña Carmen, creando escuela como cronista social de la tierra de la Alhambra y sus parajes. Degustador de los rincones con historia y mejor divulgador de sus encantos, tuvo hasta la imaginación de crear aquella obra fresca como el agua de un aljibe, en la que el niño Jesús juega al pilla pilla por las calles del Albayzín, y el que después fuera Cristo, aprendió a ver las cruces ante la Cruz de La Rauda.
La democracia le cogió con el talante que dan la cochura en humanidades, los amigos a raudales y la libertad del ejercicio periodístico, propinándole un tránsito corto e imperceptible, aunque quienes habíamos seguido su trayectoria, no olvidábamos la cantidad de explicaciones que tuvo que dar en su momento, cuando decidió promocionar el disco sencillo en el que su compadre, el cantaor Pepe Albayzín se atrevió a grabar la 'Baladilla de los tres ríos' de Federico García Lorca, o cuando con el mismo poeta fusilado, dirigió aquel trabajo llamado 'El entierro de García Lorca', en el que cante y poesía se hacinaban con artistas de la tierra, en un llanto a cara descubierta por el ruiseñor que mataron entre Víznar y Alfacar porque quería cantar. No volverá la Alpujarra granatensis a tener un juglar mejor plantado, bajo los balcones con ristras de pimientos cornicabra, ni Albondón su caldo mejor cantado, ni Lanjarón sus aguas mejor pregonadas. A su pluma hábil, se unía la voz recia de un locutor de escuela, esa que en sus últimos años tuvimos que suplir por el lenguaje de las señas, pues quiso el destino caprichoso, que el portador de una voz cualificada, tuviera que comunicarse con abrazos y palmadas, que es como mejor se acomunican los hombres de bien en Granada. En las noches de Luna llena, sigue viniendo a pedirme mi capa, aquella con la que posó tantas veces en las cenas de los plumillas, porque teniendo yo una para que se iba a encargar él otra. Nuestro paseo es el mismo, de las tres emes, a los diamantes, de los mariscos al jandilla y de la sabanilla al granados. Ante la Patrona nos despedimos, porque él está frente a su casa. Allí me devuelve la capa, y yo le pego otro abrazo, a mí maestro del alma.
CUANDO EL CRISTO DE LOS GITANOS PASABA POR EL ALBAICÍN
Por Rafael Gómez Montero
Saeta o martinete. Las dos cosas surgen al aire del Albaicín y del Sacro Monte cuando atraviesa su piel -cal y cobre- el Cristo del Consuelo, la obra de Risueño que ha quedado bautizada para siempre con el nombre de «Cristo de los Gitanos».
Saeta hecha oración por encima de los cármenes, por San Miguel «el Bajo» y sus hornos, por el callejón de las Tomasas y el arco de las Pesas; por el mirador de San Nicolás y plaza Larga; por la calle del Agua o la de Panaderos; por las rejas y los geranios.
Un martinete forjada sobre el hierro de clavos en las fraguas gitanas de la «Vereda de Enmedio», de cara al Generalife y a la Alhambra, por los barrancos de los Naranjos y de los Negros, por Puente Quebrada y las Siete Cuestas hasta la abadía sacromontana que a fin de cuentas este es el itinerario, la vía dolorosa jalonada de pitas y chumberas que atraviesa el Cristo de los Gitanos. Callejas retorcidas y escalonadas, cuevas dormidas de la zambra.
Desde la Silla del Moro y el castillo de Santa Elena, el camino del Monte es una culebrilla de cirios y un ronco sonar tambor destemplado. Desde lo alto de San Miguel, en el cerro del Aceituno, los bosques y las cuevas son un campo de hogueras, antorchas y bengalas que encienden la noche por la fuente del Avellano y los bosques, sobre Valparaíso y el Darro.
Saeta o martinete. Da lo mismo. No hay guitarra. Sólo la voz que casi profana el silencio, pero crea altares en el aire y reza y canta a un tiempo. Arde materialmente el contorno levantando luminarias al cielo de Granada. Se rasga la noche. Hay un rosario de cantes y una corona de ojos de churumbeles morenos que miran al Cristo.
«Por el Sacro Monte arriba,
entre cirios y entre hogueras,
clavado de pies y manos,
sobre la Cruz de madera,
va el Cristo de los Gitanos».
Saeta o martinete. Balcón o yunque. Garganta abierta al aire y al viento o voz sorda, entre dientes junto a la lumbre.
El Cristo, entre los penitentes, agiganta su sombra sobre el blanco de las casas, por ese Albaicín apretadamente dormido, peinado con jazmines sobre las tapias, con rezo de agua en sus aljibes. Sin campanadas, sin rumor de palmas y sin rasgueo de guitarras.
El Sacro Monte, trono y sede de la raza calé española, ha enjalbegado sus cuevas, pero hay color en los faralaes de las gitanas. Los lunares son rojos, verdes, azules o amarillos. ¿Qué no hay luto? La copla está hecha para sentenciar:
«El luto, cuando es sentío,
se lleva en el corazón,
no en el color del vestío».
Luis Heredia hace mascarillas de Cristo con el barro de la Colina Roja. Luego… las cuevas de la zambra, enlutados los panderos: Manolo Amaya, la Faraona, las cuevas de la Golondrina, de María la Canastera o del Pitirili.
Los gitanos salen a la puerta para tocar los pañuelos a la imagen del Cristo. Y los palillos y las estampicas y el rosario y la rama del romero o de tomillo…
Saeta o martinete es en cada Semana Santa de Granada un hablar con Dios. Un bien decir lo que se siente. Un escalofrío que pone el vello de punta y la carne de gallina.
La seguiriya o la soleá se visten de saeta quiérase o no. ¿Y qué pasa con el martinete? El martinete no necesita de raíces. Puede ser de galeras, de campanas, de suspiros, de palmas, de panderos o de fragua, pero con una letra de color violeta y olor a cera. Una letra para la angustia y el dolor, para la pasión y la muerte.
Esta saeta de los gitanos para su Cristo pone cada año en Granada la más honda conmemoración de una raza ante la muerte del Hijo de Dios.
ROMANCE DE LAS TORRES
Sobre una abrupta meseta
de esta tierra castellana,
se yergue la fortaleza
de tus torres almenadas.
¡No hay un castillo en Castilla
más fuerte que tu muralla!
Teñidos están tus muros
con sangre mora y cristiana,
y tienen oro y ceniza
las vetas de la espadaña.
Granito sobre granito,
palacios de hidalga traza
noventa torres que retan
al viento de las Españas.
¡No hay un castillo en Castilla
más fuerte que tu muralla!
Ávila la de las torres
la de las cumbres nevadas,
la de las viejas leyendas
de princesas y de hadas.
¡Cómo se escucha en tu seno
el rumor de las plegarias,
y el murmullo de la brisa,
y el doblar de las campanas!
El polvo de tus caminos
hacia el aire se levanta
formando penachos blancos
en tus luceros de plata.
Parece incienso terreno
que por tus piedras escala
acariciando a los siglos
mientras reza, allá, el Adaja.
¡No hay un castillo en castilla
más fuerte que tu muralla!
Cielo azul es tu dosel
y aire limpio el que te baña.
Eres la bella durmiente
de la tierra castellana.
¡Que nadie bese tu frente!
¡Ay de quien te despertara!
Están velando tu sueño
los ángeles con espadas,
labriegos de la llanura,
pastores de cumbres altas,
zagales de Valle Amblés,
y mil luceros de plata.
¡No hay un castillo en Castilla
más fuerte que tu muralla!
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