Garci Fernández de Gerena : el poeta lírico andaluz más antiguo, con nombre, obra y origen conocidos, de la literatura castellana /
POR Manuel Cadaval Gil
Todo lo que se sabe de la vida de Garci Fernández de Gerena
Cara y cruz en la vida de Garci Fernández de Gerena
No parece muy probable ya que, al margen de las rúbricas baenenses, sean muchos los datos de primera mano que en el futuro puedan obtenerse sobre la vida de Garci Fernández. No existían en su época, según el profesor Cabrera Muñoz, archivos parroquiales que hubiesen permitido conocer, a través de los libros de bautismos, matrimonios y defunciones, datos referentes a la población58, y en los archivos actuales a los que nosotros hemos podido acceder no hemos encontrado nada. En la villa de Gerena, a veintisiete kilómetros de Sevilla, tampoco se conserva documento alguno que haga referencia a su vida o a su obra. El antiguo archivo parroquial gerenense, en el que tal vez habría podido hallarse todavía alguna noticia de él, o alguna pista al menos, por desgracia quedó destruido en un intencionado incendio que la iglesia del pueblo sufrió por los años inmediatamente anteriores a la guerra civil española.
La villa o aldea de Gerena -conquistada a los moros por Fernando el Santo en 1247, un año antes que la conquista de Sevilla- tuvo que sufrir una importante despoblación a partir de la toma del pueblo por las huestes castellanas. En la década de 1430, su población era, según los padrones municipales, de sólo 99 vecinos (esta cifra subió a más del doble cinco décadas después -exactamente a 204 vecinos- en una segunda fase repobladora, de acuerdo con los padrones de hacia 1480)59. Pero antes de la época de Garci Fernández y hasta el último tercio del siglo XIII, el volumen de habitantes de derecho debió ser bastante superior.
Grabado de Gerena a mediados del siglo XVI según la obra Ciudades del Orbe de la Tierra, en la que se alude a la localidad como «lugar famoso cercano a Sevilla».
Gerena tuvo que sufrir una primera gran regresión demográfica cuando la sublevación de los mudéjares andaluces en 1264, tras la cual se produjo la expulsión de muchos y un éxodo masivo de la población musulmana60. La revuelta ocasionó, como indica el profesor González Jiménez, un vacío poblacional y que muchos lugares quedasen despoblados -uno de ellos, sin duda, Gerena- al no ser ocupados inmediatamente por los primeros repobladores venidos del Norte61. Algún tiempo después, hacia mediados del siguiente siglo, todavía padecería el vecindario gerenense una nueva regresión -como sucedió en general en toda Andalucía- debido a varias importantes causas, entre ellas la gran mortandad ocasionada por la Peste Negra, los malos años agrícolas y la hambruna consiguiente. Sólo así puede explicarse la escasa población que registran los padrones de Gerena por los años 1430.
Aunque el año de su nacimiento no es posible fijarlo con exactitud, nuestro poeta debió de nacer hacia 1340, poco más o menos, y vivir hasta los primeros años de la centuria siguiente. Según Amador de los Ríos62, en 1401 ya se encontraba de nuevo en Castilla, de vuelta de su estancia en tierras granadinas, y en algún lugar del reino castellano debió pasar los postreros años de su vida, viejo ya, derrotado y en unas circunstancias muy penosas.
Parece seguro que aún vivía en 1406, el año de la muerte de Enrique III. Solamente dos contaba entonces el hijo y sucesor de este monarca, Juan II, del cual fue doncel, según nos informa también Juan Alfonso de Baena, otro poeta de su Cancionero, Ferrand Manuel de Lando. Éste, en una de sus composiciones -la incluida en la compilación con el número 279, que en su momento comentaremos- formuló a Garci Fernández, cosa frecuente en la poesía cortesana, una irónica pregunta que o no tuvo respuesta de nuestro poeta o Baena no creyó oportuno insertarla en su recopilación. Lando, doncel o paje del Rey en la infancia del monarca, sin duda era muy joven en 1406, ya que el soberano niño, lógicamente, no tendría necesidad de un paje a su servicio antes de cumplir siquiera dos años de vida.
Garci Fernández de Gerena fue, durante años, trovador de la corte de Juan I de Castilla hasta que fue expulsado de ella por su casamiento con la juglara que «avia sido mora». La foto reproduce un grabado de la Genealogía de los Reyes por Alonso de Cartagena (Biblioteca del Palacio Real de Madrid) en el que aparecen el monarca, sus dos esposas, Leonor de Aragón e Isabel de Portugal, sus hijos Fernando y Enrique y el momento de su muerte, ocurrida al caer de un caballo.
Quiere esto decir que la pregunta citada se la haría Ferrand Manuel a Garci Fernández como muy pronto hacia 1406, pues antes de ese año no sólo no tendría edad para componer poesías sino mucho menos la madura maldad indispensable para zaherir a Gerena con la experta socarronería con que lo hizo, impropia de un chiquillo. Lo cual nos lleva a la conclusión de que del hecho mismo de retar Lando a Gerena a un duelo literario se infiere, sin posible error, que el poeta gerenense aún vivía por la indicada fecha. No cabe pensar que la pregunta-reto se la hiciera el retador estando ya muerto el retado.
De su infancia y juventud se ignora todo. Es seguro que adquirió una aceptable preparación literaria -para su tiempo naturalmente-, probablemente en algún monasterio próximo a Sevilla63, en Toledo o en otro lugar de Castilla si es que pronto abandonó, como parece, su villa natal. En algunos monasterios se enseñaba entonces el trivium y el quadrivium64, de manera que Garci Fernández pudo conocer probablemente al menos las tres artes liberales que componían el primero: gramática, retórica y dialéctica; es decir, las artes triviales que incluían el estudio de la literatura en la Edad Media y cuyo desarrollo, según López Estrada, constituye en términos generales lo que hoy llamamos Letras, en tanto que las artes del quadrivium fueron el origen de las Ciencias65. Hemos, pues, de suponer que un Estudio General o, con más seguridad, un Estudio Particular o alguna de las escuelas menores regidas por clérigos (escuelas de cantar y leer) citadas por Gonzalo de Berceo en los Milagros de Nuestra Señora66, tuvieron que ser los cauces de la formación cultural -no muy sólida sin duda, según todos los indicios- que consiguió adquirir nuestro poeta.
Las primeras noticias que Baena suministra de Garci Fernández nos lo muestran ya en la corte de don Juan I de Castilla, bien visto por todos y gozando de las prerrogativas y privilegios que se dispensaban a los trovadores y juglares de prestigio. Su vida quizá fuera itinerante, como en parte lo era por entonces la de los soberanos. Acaso disfrutara de una quitación, renta o salario mensual, además de gozar de los regalos en alimentos y «paños» (ropa de vestir) con que los monarcas y los nobles solían distinguir a menudo a la tribu juglaresca que les amenizaba sus frecuentes fiestas y banquetes.
Sin embargo, esta cómoda y feliz situación empezaría a quebrarse -y ya, a partir de ahí, todo serían errores y desdichas para él- cuando Garci Fernández fue a caer en las redes del amor de la juglara «que avía sido mora». (Subrayamos lo de que «había sido mora»: cuando Gerena decide casarse con ella, en realidad no va a unirse a una mujer de religión islámica, sino a una que antes lo fue, pero que ya, sin duda, habría tenido que abrazar la fe cristiana.)
Lo cierto es que Garci Fernández se enamora de su juglaresa «tornadiza». Baena dice que existieron dos razones de este amor: que la juglara era «muger vistosa» y que el enamorado creyó que era rica. Dos razones muy humanas, por decirlo así, pero que el malicioso Baena parece como si las quisiera presentar envueltas en un cierto tono burlesco. Como quiera que fuese, nuestro poeta, llevado del amor o la pasión, no se lo piensa mucho: le pide permiso al Rey para su casamiento con la ex mora y el Rey se lo concede. Se lo concede, pero, eso sí, desposeyéndole de la privanza de que hasta entonces gozaba Las concretas razones que diera el monarca son desconocidas.
(Por lo que se ve, las juglaras de ascendencia árabe eran admitidas y hasta agasajadas en la corte como cantaderas o danzaderas, pero no eran aceptadas como esposas cristianas de un poeta o trovador ajuglarado como Garci Fernández. Su pasado musulmán, al parecer, no se les perdonaba fácilmente.)
Es perfectamente verosímil que en la decisión del Rey de quitarle a Gerena su privanza influyera también otra razón, además de la de índole étnico-religiosa. El desastre de Aljubarrota frente a Portugal -a cuyo trono aspiraba Juan I de Castilla por su matrimonio con Doña Beatriz, heredera de la corona portuguesa a la muerte del rey Don Fernando, su padre- sumió al monarca castellano en tan triste estado de arrepentimiento y en tan honda depresión que estuvo mucho tiempo retraído y alejado por completo de las fiestas cortesanas67. En tales circunstancias, poco o nada tendrían que hacer los poetas y juglares en una corte invadida por un clima de tristeza y pesadumbre. Es muy posible que la drástica medida de expulsarle la adoptara el Rey más que nada contrariado por la impertinente petición de Gerena. Debió estar, tras la derrota, fácilmente predispuesto a mostrarse severo y hostil con cualquiera, pero más, probablemente, con quienes ya no podían divertirle. Como también es posible que a nuestro poeta tampoco le importase demasiado salir de una corte donde ni él ni su mujer podían encontrar ya el clima más adecuado para el ejercicio de sus líricos y lúdicos quehaceres.
No podía, en cambio, pesar por entonces en el ánimo del Rey el famoso criterio de la limpieza de sangre. Esta obsesión colectiva surgió después, en el siglo XVI. En cualquier caso, la compañera de Garci Fernández, tras convertirse al catolicismo, adquiría la condición de conversa, y parece ser que los musulmanes conversos no empezaban ya a gozar de buena fama, ni siquiera de alguna simpatía, en la corte castellana, aunque se los tolerase y pudieran convivir con los miembros de otras religiones. No sólo se los seguía considerando apóstatas e incluso sospechosos de fingidas conversiones -igual que ocurriría más tarde con los judíos conversos, y aún después con los moriscos granadinos, muchos de los cuales fueron acusados de practicar la taqiyya o disimulación68-, sino que se suponía que hasta se podían seguir relacionando con gentes de su antiguo credo musulmán, resultando así, por tanto, secretos enemigos del monarca.
Sea como fuere, lo cierto es que, aun teniendo Gerena un cierto prestigio en la corte -donde sin discusión se le estimaba al menos como buen conocedor del arte de trovar-, su al parecer insólita demanda de casar con una juglara que había sido mora suscitó las iras del monarca, el cual, irritado como estaba por su fracaso ante los portugueses, no dudó en decretar el fin de la privanza de su trovador y su inmediata expulsión del entorno palaciego.
Nuestro impulsivo poeta, ciegamente enamorado de su juglaresa y persuadido, como lo estaría sin duda, de que con la riqueza de su bella dama ya no tendría que seguir dependiendo del favor real, en principio acepta de buen grado la pérdida de la privanza y se marcha de la corte con su esposa. Todo esto debió de ocurrir en torno a 1385, según se puede inferir de una rúbrica baenense.
Pero no hubo de pasar mucho tiempo tras su casamiento cuando descubrió que había sido engañado en lo de la fortuna de su esposa, la cual resultó, como dice Baena, que non tenía nada. Aquí se iniciaría la cruz de su nueva y asendereada existencia. Sus desdichas comenzaron a partir de entonces. Perdida la privanza del monarca y descubierto el engaño de la inexistente riqueza de su juglara, nuestro poeta, que hasta aquel momento debió de haber vivido entre honores y regalos -al menos sin problemas económicos-, de repente se encuentra con que lo ha perdido todo. Todo, menos la juglara. Es entonces cuando determina retirarse a su villa de Gerena y buscar refugio espiritual en una ermita perdida entre los olivares de su término69.
Estando en la ermita -se supone que en ella permaneció varios años, seguramente tres- Garci Fernández parece que compuso, como veremos después, sus compungidas composiciones y las de contenido religioso, entre las que destaca la linda cantiga «Virgen, flor de espina», una de las mejores producciones, acaso la mejor, de su discreta obra literaria.
Sin embargo, siempre según las noticias que nos da Baena, nuestro apasionado trovador decide un buen día dar por terminada su estancia en el eremitorio de su pueblo e ir en peregrinación a Jerusalén. Juan Alfonso dice en otra de sus rúbricas que no había intención religiosa en su declarado propósito de peregrinar a Tierra Santa, sino sólo el deseo de abandonar su vida de ermitaño para instalarse en el reino de Granada y allí apostatar de su religión cristiana.
¿En qué pudo basarse Juan Alfonso de Baena para endosarle esta intención premeditada y sucia? ¿Y por qué asegura tan resueltamente que sus cantigas y decires religiosos encubrían el propósito de renegar de la fe de sus mayores? ¿Cómo podría saber que en realidad «enfingía de muy devoto contra Dios»? ¿Tenía quizás Baena el don de penetrar en lo profundo de los corazones? Cuando examinemos las composiciones de Garci Fernández veremos que no sólo no parece que fueran dictadas, como dice el lenguaraz compilador, por la hipocresía, por un preconcebido propósito herético o por una fingida piedad, sino que, por el contrario, estuvieron «animadas frecuentemente -es la docta opinión de Menéndez Pidal-, con acentos de verdadera devoción»70.
Si recordamos lo que el propio Juan Alfonso decía de su lengua -«barrena que cercena cuanto halla»-; si nos atenemos a la literalidad de los versos de Gerena; y si damos crédito a los píos y nobles sentimientos que en ellos expresa, no debe resultar descabellado colegir que su inicial intención tal vez fuera -¿por qué no?- marchar de buena fe a Jerusalén, y que sólo durante el viaje, o repentinamente -al tocar su embarcación en el puerto de Málaga-, decidiese no seguir, impulsado quizá por otro súbito arranque de su carácter irreflexivo y arrebatado o por cualquier otra causa. Pero estas no dejan de ser, como es obvio, más que meras y simples hipótesis (y esta vez, reconozcámoslo, sin mayor razón ni fundamento).
Lo que parece indudable, de acuerdo siempre con las informaciones de Baena -las únicas que se tienen, no se olvide-, es que Garci Fernández se embarcó con su mujer en Sevilla; que después desembarcó en Málaga; y que desde el puerto malagueño se internó en el reino de Granada. Según la mayoría de los historiadores, trece años vivió en él hasta que en 1401 regresó a Castilla. Suponiendo que su marcha de la Corte castellana se hubiera producido justamente después de la batalla de Aljubarrota, librada el 14 de agosto de 1385, esto quiere decir que en la ermita de Gerena hubo de permanecer entre dos y tres años por lo menos.
En esos trece años, el reino nazarí estuvo regido por tres sucesivos monarcas: Muhammad VI (cuyo reinado -el segundo, ya que antes reinó y fue depuesto- duró veinte años, hasta 1391); su hijo Yusuf II (el suyo, al revés que el de su padre, fue cortísimo: apenas duró un año, hasta finales de 1392, en que murió envenenado); y Muhammad VII, el cual reinó hasta el año 140771. Fueron, por lo general, trece pacíficos años, salvo el del efímero reinado de Yusuf II72.
¿Qué pudo hacer Gerena en Granada en esos trece años? Poesía, lógicamente, no en una lengua que no conocía. ¿Vivir de los recursos de la familia de su esposa? Ya sabemos por Baena que él mismo pronto descubrió que su juglara non tenía nada. ¿Pudo estar como cautivo en el reino nazarí? Tampoco se tendría que descartar. Algún tiempo antes, en 1362, ya lo estuvo en su niñez -hasta los años de su madurez- el que luego llegó a ser Adelantado de Castilla, Gómez Manrique, que también fue converso al Islam tras ser dado en rehenes, con los hijos de otros caballeros de Castilla, al rey de Granada73. Por otra parte, el cautivo cristiano tenía la posibilidad de liberarse si renegaba de su fe convirtiéndose en lo que en Castilla se llamó helche o «tornadizo»74. ¿Cabría pensar que ésta fuera una causa -una de las causas, con independencia de su carácter proteico y apasionado- que también contribuyera a explicarnos su apostasía? Cabe suponerlo todo, hasta que se enrolara en algún puesto de la administración del emir, como hicieron otros cristianos renegados; o que ejerciera de intérprete en alguna alfaquequería fronteriza; o tal vez que estuviese al amparo del reino viviendo en calidad de refugiado. Como dice Ladero Quesada, no sería el único cristiano que, por unas u otras causas, se fuera a tierra islámica en busca de refugio75.
Lo cierto es -o parece ser- que en esos trece años que vivió en Granada Garci Fernández se entregó a un desenfrenado «loco amor». Renegó del cristianismo y se hizo mahometano; ejerció el concubinato con una hermana de su mujer; tuvo muchos hijos, «más de lo que su pobreza consentía»; quizá anduviera errante por tierras granadinas y...
Y al final, en el año primero del siglo XV regresó a Castilla, donde, tras reintegrarse al redil de la Iglesia Católica -importante y significativa decisión que a menudo es pasada por alto-, vería transcurrir los postrimeros años de su inquieta y azarosa vida, viejo ya, mendigando la caridad y agobiado por los hirientes ataques de al menos tres de sus colegas de la «gaya ciencia» (Villasandino, Baena y Ferrán Manuel de Lando). Los cuales, ajenos por completo a la más mínima muestra de compasión, decidieron divertirse a costa de él amargándole la ancianidad al recordarle, con sorna o con saña, su pasada apostasía. Aun sabiendo los tres, como decimos, que ya estaba arrepentido y había vuelto al seno de la Iglesia.
Trovador de la corte de Castilla
De los comentarios de Baena se desprende que Garci Fernández de Gerena (o Garçi Ferrandes de Jerena, o García Ferrandes de Gerena: de las tres maneras se le nombra en el manuscrito baenense) fue un hombre muy desdichado desde que perdió la privanza del rey Juan I. Hasta entonces, y desde un período incierto de su juventud, habría vivido más o menos bien, quizá más bien que menos, como trovador o poeta áulico en la corte de Castilla.
Oigamos lo que dice de nuestro poeta uno de los investigadores que mejor le han estudiado, José Amador de los Ríos: «Es Garci Fernández uno de aquellos ingenios a quienes concede el cielo imaginación lozana y pintoresca: sus poesías, que no carecen de pensamientos profundos y alguna vez elevados, muestran que le era familiar el conocimiento de las formas artísticas de la escuela provenzal y que, dominado por influjo más favorable a la nacionalidad castellana, hubiera podido levantarse a más alta esfera»76.
Ese conocimiento de la poética provenzal tendremos ocasión de comprobarlo, en efecto, en algunas de sus composiciones. Es seguro que también conocía a la perfección la lírica gallego-portuguesa (en esta lengua escribió, según parece, algunos de sus poemas), y hay asimismo en sus versos alguna que otra expresión en latín. Es por ello por lo que pensamos que tuvo que salir bastante pronto del medio rural en que nació. De haber seguido en él, es obvio que no se hubiera hecho con una formación que hoy podrá parecernos muy elemental pero que en su tiempo no lo era. Es posible incluso que estudiara humanidades en alguna escuela monacal o en alguna de las Universidades que ya en el siglo XIV empezaban a florecer en torno a las ciudades77.
La hipótesis de una posible vinculación a algún monasterio o convento en sus años de infancia y adolescencia la parece confirmar el espíritu cristiano del que están impregnados varios poemas suyos y que, en comparación con los otros poetas del Cancionero, le convierten en uno de los más religiosos; lo cual, como veremos en su momento, no deja de ser un evidente contrasentido en un poeta que en su madurez llegó a renegar, si bien temporalmente, de la religión en la que fue iniciado.
Que Garci Fernández tuvo que gozar de una privilegiada posición en la corte de Juan I de Castilla es algo que por sí solo se desprende de la información que Baena nos transmite de que se dirigió al monarca en solicitud de la real licencia para su casamiento con la juglaresa «tornadiza», lo que debió de ocurrir hacia 1385, el fatídico año -lo mismo para el rey que para él- de la batalla de Aljubarrota.
Sobre el tiempo que permaneció en la corte castellana puede deducirse lo siguiente: admitiendo que naciera hacia 1340 -esta fecha aproximada la aceptan casi todos los investigadores y la confirma además la noticia, que también se acepta por lo general, de que «era viejo ya» cuando volvió a Castilla en 1401-, resulta razonable establecer que llegaría a la Corte en la década de 1360 a 1370, o tal vez algo antes. Y si estuvo junto al Rey hasta el año 1385, en que perdió la privanza y descubrió el engaño de la inexistente fortuna de su mujer, ello quiere decir que en la corte trastumbara tuvo que permanecer al menos un período de entre 15 a 20 años. Es este el tiempo en el que podemos suponer iría consolidando el prestigio y la fama que llegó a alcanzar, según demuestran de modo indudable los diversos testimonios, explícitos unos, implícitos otros, de importantes personalidades de la época.
Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana. En su Prohemio e carta al Condestable don Pedro de Portugal (considerado por algunos investigadores como el primer ensayo de historia literaria escrito en lengua española), cita a Garci Fernández de Gerena entre los mejores trovadores de su tiempo.
Entre los testimonios implícitos podemos incluir el que da el propio Juan Alfonso de Baena cuando en el Prologase Baenensis, con el que introduce y presenta su antología, enumera las condiciones que un poeta debe reunir. Escribe Baena:
«(...) La qual çiençia [o sea, el arte de la «poetrya e gaya çiençia»] e avisaçion e dotrina que d'ella dependee es avida e rreçebida e alcançada por graçia infusa del señor Dios que la da e la enbya e influye en aquel o aquellos que byen e sabya e sotyl e derechamente la saben fazer e ordenar e conponer e limar e escandir e medir por sus pies e pausas, e por sus consonantes e sylabas e açentos, e por artes sotiles e de muy diuersas e syngulares nombranças, e avn asymismo es arte de eleuado entendimiento e de tan sotil engeño que la non puede aprender, ni aver, ni alcançar, nin saber bien nin como deue, saluo todo omne que sea de muy altas e sotiles inuençiones, e de muy eleuada e pura discreçion, e de muy sano e derecho juysio, e tal que haya visto e oydo e leydo muchos e diuersos libros e escripturas e sepa de todos lenguajes, e avn que haya cursado cortes de rreyes e con grandes señores, e que aya visto e platicado muchos fechos del mundo, e, finalmente, que sea noble fydalgo e cortes e mesurado e gentil e graçioso e polido e donoso e que tenga miel e açucar e sal e ayre e donayre en su rrasonar, e otrosy que sea amador, e que siempre se preçie e se finja de ser enamorado...».
De esta larga relación de cualidades exigidas por Baena a los poetas hay que concluir que muchas de ellas, sin duda, las cumplía Gerena, o al menos se le atribuían en su tiempo. En caso contrario, ni su nombre ni sus poesías estarían presentes en el Cancionero. El recopilador, como sabemos, no le distinguía precisamente con su aprecio personal.
Como quiera que el prólogo debió de escribirlo Baena hacia 1432 o 1433, no mucho antes de su fallecimiento, esto viene a confirmar que Garci Fernández tuvo que gozar en la corte de esa fama y prestigio que, según lo que nosotros entendemos, él mismo tuvo que irse granjeando durante una prolongada permanencia en ella. No podría explicarse de otro modo que su recuerdo estuviera fresco aún no sólo en la memoria de Baena sino en la de otros escritores que también le citan y recuerdan muchos años después de su muerte.
Del prestigio que tuvo que alcanzar da de nuevo indirecto testimonio el propio Juan Alfonso de Baena cuando en otro lugar -en la dedicatoria de su Cancionero a Juan II- escribe que las composiciones que en él reunió «las ordenaron e metrificaron muy grandes desidores e omnes muy discretos e bien entendidos en la muy graçiosa e sotil arte de la poetria e gaya çiençia». Es obvio, pues, que el malvado, pecador y aborrecible Garci Fernández era para Baena uno de esos grandes decidores y entendidos. Si hubiera pensado de forma distinta, está claro que no lo habría incluido en su colección.
En principio se podría dudar entre encuadrar a Gerena en el grupo que Milá y Fontanals considera como de «trovadores gallego-portugueses» o en el que denomina de los «trovadores castellanos»78. Es decir, si deberíamos situarlo más próximo a la lírica que en Castilla empezó a cultivar el rey Sabio en la lengua gallego-portuguesa y en la que se suele integrar a los poetas que, al parecer, indistintamente usaban esta lengua o la castellana (el Arcediano de Toro, Ferrús, Villasandino y el propio Gerena entre otros), o acaso más cercano ya al grupo de escritores que, a partir de los reinados de Juan I y Enrique III, hasta alcanzar su apogeo en el de Juan II, pululaban por las cortes de unos y otros, procedentes, dice Milá y Fontanals, «de todas las clases de la sociedad, desde la más encumbrada a la más humilde... afanándose con especialidad por merecer las gracias de los poderosos... y que, además de hallar mecenas en los reyes y sus allegados, lograban también protección y morada en cortes particulares: una semejanza, más o menos completa, de estado social con el de los antiguos trovadores»79.
También Milá y Fontanals parece que incluye a Gerena en la clase o escuela de los trovadores castellanos, puesto que lo cita por su nombre cuando hace referencia a ella. «Como en otras escuelas líricas figuran en ésta -son sus palabras textuales-, y a menudo poco favorablemente, las personas de los poetas: así vemos los rencores personales en varios, el orgullo y la inquietud de espíritu (Sánchez Calavera), la irregularidad de conducta (Garci Fernández de Gerena), la adulación rastrera y el abatimiento pedigüeño, especialmente en Villasandino».
En realidad, a cualquiera de ambos grupos lo podríamos adscribir perfectamente, ya que lo mismo encontramos composiciones suyas en una u otra lengua; quizás cabría encuadrarlo mejor en el de los trovadores castellanos, puesto que se sirvió con preferencia de la lengua de Castilla, si nos decidimos a aceptar que en ésta aparecen escritos, en el manuscrito de París, la mayor parte de sus poemas.
Tampoco aparece muy claro cuál era exactamente el papel de Gerena en la corte del rey Juan I. Los historiadores modernos le llaman indistintamente «juglar», «trovador» y hasta «trovador ajuglarado». Pero las actividades de los juglares y de los trovadores en las cortes castellanas de la baja Edad Media, aunque ciertamente afines -de ahí que de ordinario se las considere equiparables- no eran las mismas exactamente. Las de unos y otros tenían unas específicas características.
Según Menéndez Pidal, desde el siglo XI había surgido en el sur de Francia una nueva denominación, la de «trobador», para designar al poeta culto y no al mero intérprete o ejecutante de cantigas y tonadas. El vocablo, que expresamente aludía al acto de la invención o creación poética - «trobar» = hallar-, no tardaría en introducirse también en las vecinas lenguas.
«El tipo arcaico del juglar, como inferior socialmente al de trovador -escribe Menéndez Pidal-, tiene con éste relaciones de dependencia. El juglar en las cortes es el que, tañendo un instrumento, canta los versos del trovador, o el que con su música acompaña a éste en el canto (...) Alfonso el Sabio, el infante Don Pedro de Aragón, el Arcipreste de Hita, Villasandino, destinaban sus composiciones para que los juglares las cantasen en las fiestas de la iglesia o de la corte, o se ganasen con ellas el pan por plazas y calles». «El trovador -añade- inventa y el juglar ejecuta (...) El juglar pide al trovador las canciones; el trovador las compone y para publicarlas toma a su servicio al juglar»80.
Esto es, posiblemente, lo que harían Garci Fernández y su juglaresa: él compondría las cantigas o canciones y ella las cantaría. Lamentablemente, tan a su servicio al parecer la tuvo y tanto se compenetró con ella que al final quedó enredado en la sutil telaraña amorosa que la hermosa mora tejió para él.
«Tales hechos nos declaran bien -sigue Menéndez Pidal-la gran diferencia y la íntima relación que existen entre estos dos tipos en los usos más corrientes de la poesía cortesana del siglo XIII; y esta diferencia continuó, pues aunque el poeta cortesano pierda su dignidad caballeresca y hasta su independencia, aunque la poesía venga a ser para él un oficio del cual vive, aunque se convierta en un hombre asalariado y pedigüeño como un juglar, se le seguirá llamando trovador, porque su oficio no es cantar y tañer como el juglar»81.
El juglar no tenía que ser forzosamente un hombre. Había también -y Gerena bien que lo sabía por experiencia...- juglaresas o juglaras atractivas y muy bien dispuestas para el baile, la recitación y la interpretación de las cantigas. «Al lado de los juglares -agrega Menéndez Pidal- hallamos juglaresas o juglaras a las que, sobre todo en el siglo XIII, veremos en los palacios de los reyes y de los prelados. Muchas de sus artes femeninas derivaban sin duda de las que desplegaron las bailadoras que alegraban los festines romanos, especialmente aquellas muchachas de Cádiz, puellae gaditanae, que tan cálido recuerdo dejaron de sí en los versos de Marcial y Juvenal»82.
Todos y todas, juglares y juglaresas -sin excluir a las de procedencia mora, como la esposa de Garci Fernández-, disfrutaban de pingües prebendas en la corte durante los siglos XIII y XIV. De los soberanos recibían a veces franquicias y exenciones tributarias, y hasta casas y heredades. De los juglares también nos dice Menéndez Pidal que «si alguno tenía que comparecer ante los tribunales, a ellos llegaba una carta del Rey ordenando la rápida tramitación del pleito o rebajando la pena»83. Es lógico pensar, por consiguiente, que si tales privilegios se otorgaban a los juglares y a las juglaras, igualmente los habrían de percibir los trovadores, superiores en cultura y en estimación social.
Se trataba, quizá, de privilegios que venían de antiguo y que no solo alcanzaban a los trovadores y juglares castellanos, sino también a los musulmanes y judíos. La normal (aunque discutida) convivencia de razas y credos en el período bajomedieval -normal al menos, en todo caso, antes de las persecuciones y matanzas de judíos en 1391 y de las expulsiones posteriores de los moriscos- parece que se pone de relieve con esta amigable y hasta generosa actitud de los soberanos de Castilla y Aragón. No había discriminaciones raciales ni religiosas a la hora de premiar con dinero y regalos a aquellos artistas.
El mismo Menéndez Pidal precisa también que «en la corte de Sancho IV de Castilla cobraban sueldo mensual, en 1293, hasta 27 juglares, de los cuales 13 eran moros (entre ellos dos mujeres), uno era judío y 12 cristianos; además, las nóminas de la casa real registran otros dos juglares moros a los que se da paño para vestir...»84.
Estos beneficios tan indiscriminadamente concedidos podrían explicar, al menos en cierta medida, el engaño de Gerena al creer que su juglara «avia mucho tessoro»85. En todo caso, lo que sí aparece claro es el hecho de las fluidas y amistosas relaciones existentes. Citando explícitamente a Garci Fernández, don Ramón ilustra con estas palabras ese clima de armonía racial y religiosa: «A fines del siglo XIV pudiera simbolizar la unión de las dos corrientes artísticas [las juglarías musulmana y cristiana] el matrimonio de Garci Fernández de Gerena con una juglaresa «que había sido mora»86.
No tenemos, por tanto, claras razones para llamar a Gerena juglar en el sentido de simple intérprete o ejecutante. Sí los hay, en cambio, para afirmar que fue un trovador o creador de sus composiciones. De juglar sólo tendría, por así decirlo, su conducta personal, su vida bohemia o goliárdica, su contacto asiduo con la juglaría, y -si quedaban algunas en su época- también, quizá, con las representantes de otro tipo social muy semejante al de las juglaresas pero de fama peor: el de las «soldaderas», que solían acompañar a trovadores y juglares en sus fiestas y orgías, y que en la literatura cortesana eran consideradas mujeres de vida alegre, cuando no rameras.
Pero estas «soldaderas» ya actuaban muy poco hacia 1330. Al respecto observa Menéndez Pidal que el Arcipreste de Hita jamás habla de ellas, aunque sí de las «cantaderas», de lo cual extrae la conclusión de que seguramente se trataba del mismo tipo de mujer, ejercientes de idéntico oficio, si bien ahora con distinto nombre. Para nuestro propósito, lo que nos interesa constatar es que tanto Garci Fernández de Gerena como Alfonso Álvarez de Villasandino, y sin duda otros versificadores cortesanos, tuvieron con ellas estrechas y frecuentes relaciones; como sin disputa las tendría también, unos decenios antes, el propio Arcipreste de Hita, quien declara expresamente que escribió muchos versos y composiciones para estas alegres mujeres87.
Es, por consiguiente, muy probable que en el seno de estas relaciones naciera el desdichado amor de Garci Fernández por su «vistosa» juglara. Un amor que primero le trajo su forzado abandono de la corte, más tarde la ruina económica y social y la quiebra de su curso literario y, finalmente, la apostasía. Este «loco amor» por su juglara fue causa, sin duda, de todos sus males y lo que haría que cambiase de signo el hasta entonces plácido y feliz transcurrir de su vida.
Queda por reseñar, finalmente, otro testimonio explícito y documental sobre la estimación que disfrutó Gerena como trovador castellano. Ya hemos aludido a él. Es el que nos ha dejado Iñigo López de Mendoza en su Prohemio e carta al condestable Don Pedro de Portugal. Antes de referirse a sus propias poesías, Santillana hace una especie de resumen de los hombres de letras de entonces y en él incluye, nombrándole expresamente, a Garci Fernández de Gerena. Eso sí, lo incluye entre los que llamó «deçidores o trovadores», reservando con toda justicia la denominación de «poeta» para autores como Micer Francisco Imperial, el genovés-sevillano que inició la corriente alegórico-dantesca en la poesía cancioneril.
Encontramos más claro, por tanto, el papel de Gerena como trovador en la corte del rey de Castilla. La privanza de la que gozó, según Baena, la mención que hace de él el marqués de Santillana y el contenido mismo de sus poemas así lo proclaman de manera irrefutable. No se encuentra atisbo alguno, en cambio, que le acredite de simple juglar o de mero intérprete o ejecutante de las obras que otros compusieran. Gerena fue el autor de sus propias cantigas y éstas debieron de ser recitadas o cantadas por los juglares y juglaras de la corte. Por el contrario, sus composiciones de carácter penitencial y religioso hay que suponer que las hizo en los momentos más difíciles y graves de su vida; y, obviamente, no para ser interpretadas o cantadas, sino como íntimo desahogo espiritual, o acaso para dar público testimonio de sus sinceros temores y arrepentimientos.
De cualquier manera, no resultaría del todo inapropiado adjudicarle también, junto a la de trovador, esa calificación complementaria de «trovador ajuglarado» a la que a veces recurre la crítica. Más que por sus funciones de carácter juglaresco -cantar o tañer-, por su temperamento personal y por sus relaciones y contactos con el mundo de la juglaría. Más por sus andanzas y su trato con juglares y juglaras que por un talante rufianesco que ni por asomo puede rastrearse a lo largo de toda su obra.
Gerena fue, ante todo, un trovador, como afirma el Marqués de Santillana. Como trovador por tanto, no como juglar, es de justicia considerarle. Y ciertamente, como uno de los trovadores más antiguos de Castilla, integrante del grupo de los que asistieron a la desaparición del tema del Amor cortés e incluso de la lírica gallego-provenzal que lo llevó a las cortes de media Europa.
Los poemas de Garci Fernández
Todos los poemas de Garci Fernández incluidos en el Cancionero de Baena se insertan en dos únicos géneros de la poesía cancioneril: la cantiga y el decir. Para ser más precisos: de sus doce composiciones, once son cantigas y una sola figura como decir.
Heredera de la antigua canción cortés, la cantiga era una composición de forma fija concebida para ser cantada, de ahí su nombre. Afirma Pierre Le Gentil que en la Provenza el número de estrofas raramente pasaba de cinco, o a la sumo seis, mientras que en Galicia la llamada cantiga de maestría normalmente constaba de sólo tres. «Las cantigas del Cancionero de Baena -escribe Le Gentil- son por lo regular más largas que las cantigas de las antiguas recopilaciones gallegas: son raras las composiciones que no tienen más de tres estrofas»88. Son, añade, cantigas estróficas que se corresponden con la antigua cantiga de maestría, con la sola excepción del número de estrofas, cuatro por lo general.
En cuanto a los decires, poemas más largos, sus temas son más didácticos o narrativos que propiamente líricos. Eran composiciones para ser recitadas o leídas en vez de interpretadas o cantadas como las cantigas. Le Gentil distingue entre el decir corto y el decir largo. El primero sólo se distinguía de la cantiga por estar compuesto para la lectura o la recitación. El decir largo nació, en palabras del mismo Le Gentil, «el día en que el acompañamiento musical ya no se juzgó indispensable», cuando la función del poeta empezó a primar sobre la del músico. El único poema de Gerena que aparece en el Cancionero como decir es el número 564 de la colección y consta de siete estrofas.
Entre las cantigas hay también, a juicio de T. Navarro Tomás, dos composiciones que adoptan formas especiales: una es la del villancico, y la otra la de la canción trovadoresca. En su momento las examinaremos.
Consignemos finalmente que Garci Fernández de Gerena, como todos los poetas del Cancionero -y sobre todo los más antiguos-, solamente utilizaba el verso octosílabo acentuado en la séptima sílaba. En cuanto a las formas estróficas, la octavilla era la predilecta de todos los poetas del corpus baenense (según Le Gentil, más de las cuatro quintas partes de la colección aparecen en estrofas de ocho versos cortos). Por lo común se descomponían en dos cuartetas; al principio con dos o tres rimas y más tarde adoptando una cuarta.
Veamos ya, tal como aparecen en el Cancionero de Juan Alfonso de Baena, con sus comentarios o rúbricas correspondientes, las doce composiciones que nos presenta el recopilador como originales de Garci Fernández.
Aquí se comiençan las cantigas e dezires que fizo e ordenó en su tiempo Garçi Ferrández de Jerena, el qual por sus pecados e grand desaventura enamoróse de una juglara que avía sido mora. Pensando que ella tenía mucho tesoro e otrosí porque era muger vistosa, pedióla por muger al rey e diógela, pero después falló que non tenía nada.
1ª composición
«Por leal servir, ¡cuitado!...»
Número 555 del Cancionero de Baena
Esta cantica fizo el dicho Garçi Fernández quexándose de la privança que perdió del Rey, e por el engaño del casamiento de su muger
1 Por leal servir, ¡cuitado!,
eu siempre serviré,
soy conquisto89 a salvafé
e a la morte condenado
de cuidado.
Ja me non convén partir
pois que non posso encobrir
miñas coitas, ¡mal pecado!
2 Por ende, non osaría
miña coita eu dizer,
que ella ha tan grand poder
que me lo defendería90.
Grand follía91
me será çerto sin par
en cuidar contra cuidar,
por grand mal de mí sería.
3 Do cuidéi enriquintar92
fui, cativo93, empobreçer
bivo e desejo morrer,
inda94 non oso falar
el pensar
en trocar por mal ben,
poisque non posso, por én95
miña grand coita olbidar.
4 El muy Alto, sin porqué,
mostróme por sí contenda;
atal hei miña bivenda96
que non séi dizer cál é97
ca pensé
en trocar como leal;
atendendo98 por ben mal,
miñas cuitas non diré.
Una libre interpretación de este poema en español moderno podría ser la siguiente:
«Por leal servir99, ¡ay de mí!,
(y así siempre serviré),
me veo engañado, a prueba mi fe
y a la ruina condenado
para mi preocupación.
Ya no me conviene irme
porque no puedo ocultar
mis desgracias, ¡mala suerte!
Por lo tanto, no osaré
hablaros de mi desgracia
pues es de tal magnitud
que hasta me lo prohibiría.
Grande y sin igual locura
sobrevenirme podría;
pensar y pensar en ella
gran mal para mí sería.
Donde quise enriquecerme
fui, infeliz, a empobrecerme;
vivo y deseo morir,
ni siquiera quiero hablar
ni pensar
en trocar el bien por mal,
porque no puedo por eso
mi gran desgracia olvidar.
El muy alto sin por qué
se mostró conmigo airado
y hoy es mi vida tal
que no sé decir cuál es,
porque tan sólo pensé
en devolver lealtad.
Esperando por bien mal
mis desgracias no diré».
En la rúbrica general con la que inicia las composiciones de Gerena, Juan Alfonso, tras resumir en unas cuantas líneas la historia del engaño del poeta y la petición que hizo al Rey de desposarse con la juglara, nos informa de que este primer poema es una cantiga que compuso quejándose del engaño y de la pérdida de su real privanza. No hay serios motivos para pensar que esta primera noticia del compilador sobre Garci Fernández no sea correcta. La información del epígrafe se corresponde perfectamente tanto con el tono como con el contenido del poema.
El poeta parece lamentarse, en efecto, de que, habiendo hecho su petición de buena fe -se podría referir a que la juglaresa, si «avía sido mora», ya no lo era-, el muy alto soberano, Juan I, le «muestra contienda» (rompe las hostilidades) y le castiga concediéndole el permiso demandado, pero suprimiéndole las prebendas de su rango de poeta cortesano. Gerena se confiesa conquistado por la mora, pero al parecer su fe queda a salvo.
Sin tapujos proclama su desengaño («Do cuidéi enriquintar / fui, cativo, empobreçer...») dando a entender que la esperanza que albergó de enriquecerse con los tesoros de la mora dio paso a la constatación de su pobreza. Tras sugerir su desencanto ante la hostil decisión del monarca, parece indicar que, descubierto su error, ya no le convendría salir de la corte («ya me non convén partir»), aunque al final, desacreditado y sin prebendas, tuviera que hacerlo, para retirarse y buscar refugio en la ermita de su pueblo.
(Otra posible interpretación, pero menos probable -si damos al verbo servir el sentido amoroso que le otorgaban los poetas provenzales-, sería la de que Garci Fernández se lamenta del desprecio de su amada, uno de los temas preferidos, como queda dicho, por los trovadores que escribían en la lengua de oc. En tal caso, la desgracia a la que alude sería precisamente ésa, la de verse desdeñado por su dama. La mención al «muy Alto» podría referirse, no al rey, sino a alguna secreta «senhor», con género gramatical masculino, como acostumbraban a llamar los poetas occitanos a la destinataria de sus versos, rindiéndole así el típico homenaje vasallático. Pero, insistimos: mejor nos inclinamos por la primera de amas interpretaciones, la que atribuye al poema la intención de lamentar el engaño de la juglaresa y el duro castigo del rey.)
En esta primera composición quizá pueda adivinarse una cierta ironía en el autor, que está hablando de sus cuitas sin cesar mientras dice que no quiere hablar de ellas. Si en la primera estrofa, por ejemplo, se muestra enamorado, «conquisto» o conquistado y condenado a la «morte» (hay que entender a la ruina), declarando que no puede encubrir su desgracia, en la segunda manifiesta que no se atrevería a contarla, pese a lo cual la cuenta, declara y explica en las estrofas tercera y cuarta. El poema lo concluye insistiendo, contradictoria e irónicamente otra vez, en que no hablará de su infortunio («miñas cuitas non diré»).
En este poema con el que Baena quiso inaugurar el repertorio de Garci Fernández se comprueba la existencia de bastantes galleguismos (eu, miñas coitas, non oso falar). Esto nos puede inducir a pensar que fue escrito en la época en que la producción de los autores antiguos del Cancionero estaba todavía muy influida por la lengua gallego-portuguesa.
No da la impresión de que fuera, aunque en la compilación aparezca al comienzo de sus poesías, la primera que compuso nuestro autor. Antes tuvo, seguro, que haber escrito más: si era ya un poeta áulico, obviamente lo sería por haber compuesto otras obras con anterioridad. Es más lógico pensar que Baena, siempre interesado en reflejar la desgraciada vida de Garci Fernández, sólo insertase en su compilación aquellas composiciones que de un modo u otro se relacionaran con su «affaire» con la mora y con su apostasía.
De carácter autobiográfico son también otras composiciones que después aparecen en el Cancionero. Sin embargo, a diferencia de ésta, en ellas mostrará el poeta un tono menos sereno, más agitado por el dramatismo de su situación de expulsado de la Corte, cuyos efectos quizá no hubiera empezado a experimentar todavía en toda su crudeza. Se podría decir que en esta primera poesía Garci Fernández aún no vislumbraba la magnitud y las fatales consecuencias de su error, y de ahí que adoptara esa actitud entre desencantada e irónica que en ella parece querer ocultar.
El poema consta de cuatro estrofas en forma de coplas de arte menor, con versos octosílabos de pie quebrado (el quinto, tetrasílabo), con arreglo a la siguiente distribución: a b b a a c c a. Según Azáceta, el verso número 22 aparece en el manuscrito irregularmente hipométrico («en trocar...»). Las sílabas que faltan, según él, deberían rimar en -en; y, efectivamente, los editores Dutton y González Cuenca completan el verso con las palabras por mal ben, haciéndolo rimar en -en, lo que se ajusta perfectamente al sentido de la composición.
Henry R. Lang clasifica esta cantiga de Garci Fernández -creemos que fue efectivamente escrita para ser cantada, como casi todas las de forma fija- entre las cinco suyas (números 555 al 559 del Cancionero) que carecen de tema inicial. Las cantigas, por lo general, constaban de este tema, más tarde llamado estribillo, y de una estrofa de cuatro a ocho versos; los cuatro últimos repetían las rimas y a veces las palabras finales e incluso versos enteros del tema.
Había, además, otros dos modelos de cantigas: aquellas en las que cada estrofa termina con un proverbio (enxemplo o anaxir) o con un pareado de carácter sentencioso llamado trebejo; y aquellas otras que incluyen un tema y una o más estrofas que no van seguidas de sus repeticiones como estribillo.
El primer poeta lírico andaluz, con nombre, obra y origen conocidos, de la literatura castellana
La vida de Garci Fernández de Gerena, aunque conocida únicamente por la vía de las rúbricas que Baena antepone a las composiciones de su Cancionero, ha sido glosada también con las reflexiones, muy breves y escasas por cierto, que sobre él han hecho, basándose en las referencias del compilador, algunos críticos e historiadores literarios, como ya dejamos indicado. Pero asimismo cabe deducirla -¿por qué no?- del contenido mismo de sus poemas, aplicando aquí y allá los criterios metodológicos y procedimientos críticos antes mencionados. De no recurrirse a unas razonadas deducciones, obviamente serían esas dos citadas fuentes -las rúbricas de Baena y las dispersas glosas de los críticos- las únicas disponibles; con lo cual nada se podría avanzar en la investigación de la vida y la obra de nuestro poeta.
Pero, antes de iniciar esa tarea investigadora -o, si se prefiere, simple intento de recopilación histórico-literaria con un propósito divulgador- queremos plantear una pregunta: ¿hay serios argumentos que impidan considerar a Garci Fernández de Gerena como el poeta lírico castellano más antiguo, suficientemente conocido por su nombre, su obra y su origen, de entre los nacidos en Andalucía? Que es el poeta andaluz más antiguo de los del Cancionero de Baena es algo que parece indiscutible. Hemos rastreado datos biográficos de los trovadores y poetas que en él aparecen y, aunque muchas fechas son tan sólo aproximadas, no hemos encontrado ningún nombre de autor andaluz que en la obra de Baena aparezca como nacido antes de los años 1340 a 1350, década en la que los historiadores -todos prácticamente- estiman que Garci Fernández debió de nacer.
No vamos a decir que el hecho de ser el poeta andaluz más antiguo de entre todos los del corpus baenense constituya también, por sí solo, motivo suficiente para proclamarlo el primer poeta lírico andaluz de la lengua castellana. Sería una afirmación tan precipitada como temeraria. Pero sí decimos que, en el recorrido por épocas anteriores que hemos hecho a través de las páginas de toda nuestra historia literaria -recorrido no exhaustivo, mas no por ello rápido ni apresurado- no hemos conseguido hallar ni un solo nombre de poeta andaluz que pudiera quitarle a Gerena este título que, con la máxima cautela, proponemos para él.
Es posible que hubiera una poesía lírica anterior, en Castilla y también en la tierra andaluza22. Entre los que defienden esta hipótesis destaca Menéndez Pidal, quien sostiene que «para comprender bien la historia de nuestra lírica es preciso darse antes cuenta de que el Cancionero de Baena no representa fielmente la vida de la poesía lírica en el siglo XIV, sino tan sólo la lírica cortesana; es nada más que una selección palaciega, guiada por el escaso talento poético del escribano de la corte». Como dice también algo más adelante, «al lado de la lírica culta de los cancioneros medievales existió una abundante lírica popular»23.
Esta primitiva poesía popular en castellano -aparte dejamos las jarchas mozárabes- quizá tuvo que haberla, como acaso también tuvo que haber poetas líricos anteriores. Pero no los conocemos. O no usaron la lengua castellana. Los que nos son conocidos emplearon la lengua latina, el árabe, el mozárabe o la lengua gallego-portuguesa, pero no la de Castilla (por más que ésta pueda aparecer plagada, como veremos, de los que llamamos galleguismos). Por lo tanto, no parece muy correcto argumentar que hubo, o que tuvo que haber, una lírica anterior en castellano. En esto tendríamos que decir, con Marx, que la realidad es lo que acaece, y que lo que no se documenta no puede contar. Adelantemos de todas formas que, aunque Garci Fernández conocía y seguramente usó la lengua gallego-portuguesa, la mayor parte de su producción aparece en castellano en el manuscrito del Cancionero; al menos en el castellano de transición que por entonces empezaba a desterrar al gallego-portugués de la poesía cortesana.
Por supuesto, antes que él existieron también otros poetas cultos que escribieron poemas líricos, o con partes líricas, en castellano: Gonzalo de Berceo, los desconocidos autores del Libro de Apolonio y el Libro de Alexandre, el propio Arcipreste de Hita y bastantes más (en páginas siguientes relacionamos prácticamente todos los poemas castellanos, desde el Poema del Cid en adelante); pero, que se sepa con certeza, o a ninguno de ellos «lo nacieron» en suelo andaluz o bien ignoramos su nombre o su obra.
Prescindiendo, como es lógico, de los antiguos autores latinos nacidos en lo que hoy es Andalucía -Séneca, Lucano, etc.-, de los cuales en este trabajo no hay por qué ocuparse, sí nos parece oportuno empezar por hacer una muy somera relación de los poetas líricos andalusíes que alcanzaron un mayor renombre. No sólo porque, al estar más próximos a los años de Garci Fernández nos podrán servir para acercarnos a su tiempo histórico, sino porque a partir de ellos se podrá deducir con mayor fundamento la virtual condición de Gerena de lírico andaluz más antiguo, con nombre, naturaleza y obra conocida, de la lengua castellana.
De la primitiva lírica andalusí habría que mencionar en primer término al poeta arábigo-andaluz Muccáddam ibn Mu'afa el Cabrí, llamado «el Ciego», ya citado páginas atrás. Fue, como indica su nombre, natural de Cabra, vivió entre los siglos IX y X y pasa por ser el inventor de la «moaxaja», especie de poema hispanoárabe (más tarde empleado también por poetas hebreos españoles) al final del cual se incluía una cancioncilla, la «jarcha» (o «salida»), escrita en dialecto mozárabe.
En árabe o en mozárabe, como «el Ciego», escribieron también otros poetas arábigo-andaluces conocidos. Entre ellos podríamos citar a Ibn al-Hasan al-Kattani, autor de una antología poética titulada El libro de las comparaciones (siglos X-XI); a un poeta de Almanzor, el jiennense Ibn Darray al-Qastalli (s. XI); a los cordobeses Ibn Zaydun e Ibn Hazm (o Abén Házam) -el famoso autor de El collar de la paloma-, que vivieron en el siglo XI, como el propio rey al-Mutamid de Sevilla; al también cordobés Abén Guzmán o Ibn Quzman (que vivió entre los siglos XI y XII y cultivó el zéjel, género procedente de la moaxaja); a Iben-Baqui (o Ibn Baqi), autor de una celebre moaxaja y coetáneo del anterior; a Abul Beka (o Abu l-Baqa, siglo XIII), poeta de Ronda que compuso una «casida» (traducida a finales del siglo pasado por don Juan Valera) para llorar la pérdida de Córdoba, Sevilla, Murcia y Valencia; a Ibn Sa'id al-Magribi, nacido en el siglo XIII en Alcalá la Real y autor del no menos célebre Libro de las banderas de los campeones, editado y traducido por Emilio García Gómez; o al arábigo-granadino Ibn Zamrak, asimismo traducido por E. García Gómez...24 (La lista la podríamos ampliar con muchos nombres más, pero lo que importa es recordar que ninguno empleó todavía la lengua castellana.)
Más interesante, sin duda, ha de sernos indagar en los poetas medievales castellanos que escribieron en la lengua gallego-portuguesa. Sabemos, por ejemplo, que de mediados del siglo XIII a principios del XIV transcurrió la vida del poeta Pedr' Amigo de Sevilha, que fue canónigo de las catedrales de Oviedo y Salamanca y cuyas composiciones aparecen en los cancioneiros Colocci-Brancuti y de la Vaticana. De la mención a Sevilla que ostenta en su nombre podríamos deducir que nació en la ciudad hispalense, aunque algunos investigadores eminentes piensan lo contrario25.
Pero, a diferencia de Garci Fernández, este Pedr' Amigo de Sevilha sí escribió enteramente en la lengua gallego-portuguesa. O sea, en un sistema lingüístico distinto del castellano, aunque ambos pertenezcan a la gran familia de las lenguas románicas. Compárese cualquier composición de Pedr' Amigo con cualquiera de las de Gerena, incluso con las más antiguas -las que más galleguismos presentan-: las de Amigo no contienen ni una sola palabra en castellano; las de Garci Fernández sólo incluyen algunas en gallego-portugués.
La cuestión, por tanto, no parece suscitar problema alguno. Si la inmensa mayor parte de la obra de Gerena aparece en castellano, aun con frecuentes gotas de galleguismos, forzoso será concluir que se trata de un poeta castellano, puesto que escribió mayoritariamente en esta lengua. O que en todo caso usaba -como Villasandino y los otros de su generación- cualquiera de las dos, cosa que parece muy probable. En cambio, Pedr' Amigo, aunque le consideremos natural de Sevilla, fue sólo y exclusivamente un poeta gallego-portugués, ya que sólo escribió en esta lengua.
Garci Fernández, nacido en la provincia sevillana un siglo más tarde, fue, pues, un poeta de la lengua de Castilla; por más que la que usara, cosa habitual en la lírica de su época, estuviera todavía muy influida por la que previamente utilizaron el rey Alfonso el Sabio y los poetas de su corte.
No se pone en duda, por otra parte, que desde los primeros balbuceos del castellano como lengua propia -y dentro de la que Menéndez Pidal denominó «poesía tradicional»-, existieran ya poetas líricos que se expresaron, y hasta escribieron tal vez, en lengua castellana. Pero de ellos no existe ninguna mención personal ni testimonio escrito. No se los conoce. Seguro que tuvo que haber poetas líricos castellanos -si hubo coplas, hubo autores- más antiguos que Gerena; pero se han quedado en el anonimato. Sus composiciones, olvidadas o acaso fundidas en canciones de uso popular, no han pasado a la posteridad asociadas a sus nombres. De sus autores no se tiene ninguna referencia histórica. (Hay una aparente excepción, incluso documentada, pero al final todo se queda en eso, en apariencia; la podremos ver en el capítulo siguiente.)
Tanto en el Cancionero de Baena como en los restantes cancioneros castellanos se constata la existencia de otros trovadores y poetas nacidos en Andalucía que asimismo emplearon, como Garci Fernández, la lengua de Castilla. He aquí algunos de ellos: Ruy Páez de Ribera (vecino de Sevilla); Pero González de Uceda; el también sevillano Ferrand Manuel de Lando; Juan de Montoro (o Alonso de Montoro); el propio Juan Alfonso de Baena y un hermano o familiar de éste llamado Francisco (de quien aquél incluyó en su Cancionero un «dezir» bastante ordinario por cierto); Juan de Mena, natural de Córdoba; Juan de Padilla El Cartujano; Diego Martínez de Medina (jurado de Sevilla) y su hermano Gonzalo; Garci Sánchez de Badajoz (que por cierto nació en Écija); y bastantes más.
Pero ¿qué es lo que ocurre? Pues que, según nuestras exploraciones cronológicas, ninguno de ellos nació antes que Garci Fernández de Gerena. Todos nacieron después. Y no se olvide el dato de que Garci Fernández pertenece al grupo de los poetas más antiguos del Cancionero, junto con el norteño Pero Ferrús, el gallego Macías, y los castellanos Villasandino, Pero González de Mendoza (padre del Almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza y abuelo del Marqués de Santillana) y el Arcediano de Toro. Además, como se sabe, la poesía culta de inspiración trovadoresca, o sea, la poesía lírica, empezó a documentarse en la lengua castellana a finales del siglo XIV, precisamente con los poetas más antiguos del Cancionero de Baena.
La Razón feyta d'amor con los Denuestos del agua y el vino (la llamada Siesta de abril por M. Pidal), que se supone escrita a comienzos del siglo XIII, se ha venido considerando desde su publicación -las jarchas que aparecen en las moaxajas están compuestas en dialecto mozárabe: un dialecto románico asimismo, pero que tampoco es castellano26- como la primera obra lírica que se nos ha conservado en la lengua de Castilla. Pero ¿quién fue su autor? En el verso 5 se dice que la rimó un escolar, y en los versos 7-10 que este tal escolar se crió en Alemania y Francia «y moró mucho en Lombardia para (a)prender cortesía». Menéndez Pidal cree que el poema se escribió en dialecto aragonés. Al final del códice, hallado en la Biblioteca Nacional de París, figura el nombre de «Lupus (o Lope) de Moros», pero, en la opinión de Alborg, «a juzgar por la fórmula empleada y el lugar de su colocación, es seguro que se trata, no del autor, sino de un mero copista»27. Si es así, como parece, el poema es anónimo por tanto.
Repasando la historia de la literatura castellana podemos afirmar que toda la poesía que conocemos es la siguiente:
- El Cantar de Mío Cid (1ª mitad del siglo XII) y otros poemas y cantares épicos (Cantar de Sancho II y el cerco de Zamora, el Cantar de los siete infantes de Lara, el Poema de Roncesvalles, el Cantar de Rodrigo, el de la Campana de Huesca y el Poema de Alfonso XI; este último fue compuesto hacia 1350 y en el códice se indica que «lo notó» un desconocido Rodrigo Yáñez, sin duda mero copista, del que nos dice Dámaso Alonso que probablemente era «un gallego poco conocedor de la lengua castellana»28);
- Los poemas del mester de clerecía, con Gonzalo de Berceo a la cabeza (floreció entre 1230 y 1265), junto con el Libro de Apolonio (compuesto entre 1230 y 1250) y el de Alexandre (hacia 1249);
-El Poema de Yúçuf (la obra cumbre de la literatura aljamiada y una de las últimas manifestaciones del mester de clerecía, compuesto a fines del s. XIII o en el XIV, en relación con el cual supone Dámaso Alonso que seguramente es obra de un «morisco de Aragón»29);
- Las Coplas de Yosef (escritas en castellano con signos hebreos en la segundas mitad del siglo XIV);
-El Poema de Fernán González (escrito h. 1250);
-El Catón castellano (compuesto h. 1265);
-La Historia Troyana (h. 1270);
-Los Proverbios en rimo del Sabio Salamón (donde aparece el nombre de un tal Pero Gómez, con toda probabilidad simple copista también);
-El Libro de la Miseria del Omne;
-La poesía juglaresca de tipo hagiográfico: el Libre dels tres Reis d'Orient y la Vida de Santa María Egipcíaca, ambos compuestos h. 1215;
-Los poemas de disputas o debates (la citada Razón feyta d'amor con los Denuestos del agua y el vino, de hacia 1205, el poema de Elena y María, de hacia 1280, y la Disputa del alma y el cuerpo, de la segunda mitad del s. XII, con su posterior versión, la Revelación de un Ermitaño);
-La poesía didáctico-moral, con los Proverbios morales del rabí don Sem Tob de Carrión (por supuesto el de los Condes, no el de la provincia de Sevilla), el Tratado de la Doctrina Cristiana de Pedro de Veragüe, la Danza de la Muerte y el anónimo planto ¡Ay, Jerusalem!, compuesto h. 1274;
-Una más que discreta Vida de San Ildefonso (hacia 1303) de un desconocido Beneficiado de Úbeda30...
...y así enlazamos ya con el Arcipreste de Hita (1ª mitad del siglo XIV), con el Canciller Ayala (nacido en un lugar de Álava en 1332), con las obras del marqués de Santillana y de Juan de Mena (que asimismo nació, no se olvide, después que Garci Fernández), con la poesía del Romancero y, por fin, con la antología de Juan Alfonso de Baena, el primero y más famoso de los cancioneros del siglo XV, donde aparece ya Garci Fernández31.
Como se ve, un extensísimo recorrido por toda nuestra historia literaria en el que no se tropieza con ningún poeta lírico andaluz de nombre propio y obra conocida que empleara la lengua de Castilla antes que él.
Y algo más acerca de la lengua en que escribió nuestro poeta. Sobre las composiciones del Cancionero citemos de nuevo a Menéndez Pelayo: «... mucha parte del Cancionero de Baena es evidente continuación de los cancioneros galaico-portugueses, así en los géneros y asuntos como en los metros, aunque, por lo común, en lengua diversa. Algunos versos gallegos hay todavía en Villasandino, Macías, el Arcipreste [sic] de Toro, D. Pedro Vélez de Guevara, Garci Ferrandes de Gerena, pero tan impuros en la dicción que muchas veces duda uno si lee gallego castellanizado o castellano agallegado»32.
En nuestra modestísima opinión, lo que hallamos en las composiciones de Garci Fernández no son tanto versos gallegos, según nos dice Menéndez Pelayo, como galleguismos o voces gallegas aisladas; y aun esto, como veremos, cada vez más esporádicamente. Si fue capricho de los copistas la elección de la lengua en la que aparecen los poemas en el manuscrito de París, es algo en lo que no podemos entrar. ¿Fueron en efecto los copistas quienes los «tradujeron» por su cuenta del gallego-portugués al castellano, o, por el contrario, fueron los propios autores quienes eligieron esta lengua, aunque resultara un castellano agallegado? De ser cierto lo primero, es lógico pensar que los copistas no harían esas arbitrarias «traducciones» solamente en el caso de las composiciones de Gerena; las harían también de las demás, de las de los «viejos» por lo menos. Y hasta ahora, a nadie se le ha ocurrido calificar de poetas no castellanos a los Villasandino, Ferruz y demás vates antiguos del Cancionero baenense. Ni, por supuesto, este Cancionero sería considerado la primera muestra de nuestra poesía lírica culta, «el primer monumento de la lírica castellana», según el célebre dictamen de Le Gentil.
A nuestro parecer, no es un «gallego castellanizado» el sistema en que escribió nuestro poeta, sino más bien, en todo caso, un «castellano levemente agallegado». Según Lapesa, la abundancia de galleguismos no autoriza la eliminación completa de las formas castellanas. A su juicio no es posible separar nítidamente los textos gallegos y castellanos (que por lo demás, como se sabe, comparten muchas formas léxicas y sintácticas), puesto que ambas lenguas se entremezclan en los poemas. En cuanto a Garci Fernández, Lapesa identifica tres composiciones suyas que incluyen elementos castellanos y gallegos (las números 556, 558 y 565 del Cancionero). Pero se está, comenta, «ante una poesía compuesta en Castilla y casi siempre por gentes de lengua castellana, cuyas estructuras fonemáticas y morfológicas asomaban en las obras a pesar del barniz gallego»33.
En cualquier caso, como ha escrito el profesor Delgado León, «la lírica galaico-portuguesa toma la lengua que se hablaba en una parte de la península, antes que la historia la segregara en dos reinos diversos. Primero fue Galicia propiamente dicha y unos territorios que se extendían desde la frontera del Miño hasta el Duero y más allá. En 1097 se creó el condado portucalense como germen de lo que sería el nacimiento de una nación futura»34. Tras citar a Carolina Michäelis de Vasconcelos -según la cual «esta fragmentación de Galicia en dos mitades, ocurrida exactamente en el momento psicológico de la primera florescencia de la supuesta poesía popular, nos obliga a emplear el término compuesto de gallego-portugués»35-, el mismo profesor añade: «Esta lengua propia de una parte de España se constituye en un dialecto poético que tomaba su base real en la lengua hablada en la región comprendida entre el Duero y el Miño y desde el Miño hasta el mar, no en la que se hablaba en Lisboa. Lengua diferenciada del castellano, 'portugués o gallego-portugués ilustre'. Por encima de las variaciones regionales [los poetas] constituyeron, con la construcción misma de su obra poética, un instrumento de cultura»36.
Era, pues, una lengua poética construida sobre una base concreta pero que se despegaba de los usos concretos, y era empleada por poetas, juglares y trovadores que, como en su Carta-Prohemio indicaba el marqués de Santillana, no tenían que ser por fuerza portugueses o gallegos. Una lengua poética, en fin, de la que los poetas «trovadorescos» se servían junto con la lengua castellana -recuérdese que casi todos conocían las dos- hasta que en el Cancionero de Baena fue a encontrar el final de su existencia.
La lengua que usaban por los años 1370 a 1400 los poetas cortesanos era ya un sistema en el que el anterior predominio del gallego-portugués iba progresivamente desapareciendo de la lírica para ir dejando paso a un castellano cada vez más exento de préstamos ajenos. No es posible negar que hay todavía galleguismos en las composiciones de Gerena -quizá se deba hablar, más que de lusismos o galleguismos, de meras pervivencias de aquella lengua poética que iba desapareciendo ya-, pero en todo caso representan sólo un pequeño porcentaje del conjunto léxico. El resto es, sin duda, castellano. Un castellano impuro, un castellano árido, plasmado en una grafía -de posible influencia alfonsí-que aún estaba por fijar; pero, evidentemente, el castellano que entonces usaba la primera poesía cancioneril. «Todavía a fines del siglo XIV -comenta Menéndez Pidal- seguían empleando a veces el gallego muchos poetas castellanos, como Pero González de Mendoza, Garci Fernández de Jerena, Alfonso Álvarez de Villasandino, y aun en pleno siglo XV rinden culto a tan arcaica costumbre el mismo marqués de Santillana, Gómez Manrique y hasta varios poetas aragoneses»37.
Dicho en términos cuantitativos: solamente en un par de poemas de Garci Fernández son muy visibles los galleguismos (en los números 555 y 566 del Cancionero de Baena); en otros son muy escasos (números 556, 557, 558, 559 y 565); en los restantes (los números 560, 561, 562, 563 y 564) ya no aparecen en absoluto.
Así pues, no parece haber duda, y con ello dejamos zanjado también este punto: la poesía del Cancionero, la poesía de Gerena, es poesía castellana. Por consiguiente, tampoco desde el punto de vista lingüístico tendría que haber inconveniente alguno para catalogarle a él, entre los poetas andaluces conocidos -y reconocidos por su origen-, como el primer lírico castellano del que se tiene noticia documental. O uno de los dos primeros, si queremos llevar la prudencia, probablemente, hasta la exageración.
Y lo mismo podríamos decir, finalmente, en cuanto a su «andalucismo». De que nació en territorio andaluz, y en concreto en la villa sevillana de Gerena, tampoco cabe dudar. Como es archisabido, los autores medievales, y también los de épocas posteriores -incluso de la actual en muchos casos-, solían mencionar o añadir el nombre de su ciudad o pueblo natal a sus respectivos patronímicos: Rodrigo Díaz de Vivar, Gonzalo de Berceo, Alfonso Álvarez de Villasandino, Juan Alfonso de Baena...
Sobre este tema precisamente ha comentado Amador de los Ríos que «era costumbre de los tiempos medios, y aun de los últimos siglos, hasta fijarse los apellidos, el adoptar tanto los nobles como los plebeyos, el nombre del pueblo en que nacían, siempre que se hallaban distantes de él o se hacían insignes por algún concepto»38.
El propio Menéndez Pidal, refiriéndose a Gerena, dice de él textualmente: «...llevado por deshonra y pobreza a sentimientos anacoréticos, retiróse con su juglaresa mora a ser ermitaño entre los olivares de Jerena, a cuatro leguas de Sevilla, donde escribió canciones a la Virgen y ascéticos decires, animados frecuentemente con acentos de verdadera devoción»39. Si se llamaba a sí mismo Garci Fernández de Gerena y ermitaño quiso hacerse cerca de Gerena, no hay por qué alimentar grandes dudas de que nació en esta villa.
Si Brian Dutton y Joaquín González Cuenca, en su espléndida edición del Cancionero baenense, dicen que «nació en Gerena (Jaén)»40, obviamente esto no es más que un simple gazapo «tipo-topográfico». (En cualquier caso, como reza el cantar popular, «no hay quien diga de Jaén que no es de tierra andaluza...».) Pero la verdad es que nunca existió villa o núcleo alguno de población con el nombre de Jerena, Xerena o Gerena en la provincia jiennense.
¿Fue andaluz el Arcipreste de Hita?
Nuestra creencia de que Garci Fernández es, o puede ser, el primer poeta andaluz con nombre conocido de la lírica en lengua castellana se esfumaría de manera instantánea de ser cierta la hipótesis del supuesto nacimiento del Arcipreste de Hita en tierra andaluza, concretamente en la actual Alcalá la Real, provincia de Jaén. Esta hipótesis la propusieron hace más de veinticinco años los profesores E. Sáez y J. Trenchs41. Y dado que el Arcipreste vivió entre finales del siglo XIII y mediados del XIV (antes, por tanto, que Garci Fernández de Gerena), él sería sin duda, de verse confirmada esta teoría, el primer poeta lírico andaluz, no sólo en cuanto a categoría sino inclusive en el tiempo. Ocioso es decir que, si nos atenemos a su genio y a la calidad de su poesía -¡para sí la quisiera el poeta gerenense!-, Juan Ruiz lo sería con todos los honores y merecimientos.
Vale la pena resumir aquí la hipótesis de los dos citados profesores. La presentaron como ponencia al Congreso Internacional mencionado, celebrado en Barcelona en 1972 bajo la dirección de Manuel Criado de Val, y la fundamentaron en una serie de documentos copiados del Archivo Secreto Vaticano, del existente en el Colegio de España de Bolonia y de otros diferentes archivos eclesiásticos, los cuales daban noticia de un tal Juan Ruiz de Cisneros que, en opinión de los investigadores, bien podía ser el autor del Libro de Buen Amor.
Según los ponentes, este Juan Ruiz (o Rodríguez) de Cisneros -hijo natural de un tal Arias González (prohombre palentino de la casa de Cisneros que fue hecho prisionero por los musulmanes) y de una cristiana cautiva también- nació en tierra de al-Andalus, en la antigua Alcalá de Benzayde, la Alcalá la Real de después de la conquista, en la actual provincia de Jaén. Sobre la biografía del personaje aportaron al Congreso una serie de datos en virtud de los cuales afirmaron que se trataba del futuro Arcipreste de Hita, el cual, siendo niño todavía, fue liberado y puesto bajo la tutela de un tío paterno suyo, Obispo de Sigüenza, que fue quien le hizo estudiar la carrera eclesiástica, en la que llegó a ser canónigo y familiar del Arzobispo de Toledo, don Gil de Albornoz.
No tenemos noticia de que los citados profesores hayan explicado la vinculación del tal Juan Ruiz de Cisneros con la villa de Hita, ni de que hayan ofrecido convincentes pruebas que permitan otorgarle la autoría del Libro. Por lo que sabemos, la hipótesis de Sáez y Trenchs sobre la naturaleza andalusí o andaluza del Arcipreste ha sido tenida en cuenta pero no rotundamente validada por la crítica posterior, aunque provisionalmente se avinieran a aceptarla algunos investigadores eminentes, entre ellos Criado de Val, M. Alvar y J. Rodríguez Puértolas. Este último ha escrito sobre el tema: «Investigaciones relativamente recientes apuntan a señalar unos datos -muy cuestionados, dicho sea de paso, por las críticas que bien podemos llamar occidentalistas- sobre la vida de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita; todo ello según informaciones textuales. De este modo, su verdadero nombre sería Juan Ruiz de Cisneros, hijo de un noble castellano cautivo en tierras de al-Andalus, donde habría nacido Juan Ruiz [obsérvese el empleo del modo potencial, con el que nada se asegura ni rechaza] en 1295, precisamente en esta Alcalá la Real o de Ben-Zayde. Ya en Castilla habría sido protegido por la reina María de Molina y por un tío paterno, obispo de Sigüenza, y alcanzado diversos cargos eclesiásticos»42.
A la hipótesis de Sáez y Trenchs se adhería también, en el congreso sobre Estudios de Frontera: Alcalá la Real y el Arcipreste de Hita celebrado a finales de 1995 en la propia Alcalá la Real, el profesor marroquí Ahmed Benremdane, quien -no esta vez de una forma posible o potencial, sino de manera concluyente- afirmaba en su comunicación: «Ya se sabe -gracias al profesor Sáez y a su equipo de la Universidad de Barcelona- que el Arcipreste nació en la España musulmana, en Alcalá la Real o Alcalá de Benzayde (Beni Said), donde pasó toda su infancia (hasta la edad de diez años)»43.
Sin embargo, no toda la crítica se ha prestado a dar idéntica acogida a la propuesta. Otros estudiosos e investigadores que han analizado la figura y la obra del Arcipreste en los últimos años -es decir, después del Congreso Internacional de Barcelona- en el mejor de los casos apenas se limitan a dejar una mera constancia del trabajo de investigación de los profesores Sáez y Trenchs. Así, el también profesor Jesús Menéndez Peláez, de la Universidad de Oviedo, en su edición del Libro, comenta simplemente: «En dos momentos de la obra (estrofas 19 y 575) el autor nos dice que se llama Juan Ruiz, y que ejerce el cargo eclesiástico de Arcipreste de Hita. ¿Qué personalidad se esconde detrás de este nombre? Lo desconocemos. A pesar de los intentos por buscar referencias históricas [sin duda alude, entre otros, a los mencionados profesores Sáez y Trenchs], la personalidad del autor sigue siendo una de las incógnitas que plantea la obra; se puede decir que lo único cierto que sabemos de su autor es que se llama Juan Ruiz y que desempeñó el cargo eclesiástico de Arcipreste de Hita; todos los demás datos, que pudieran esclarecer su biografía, no tienen más apoyo que la forma autobiográfica -de naturaleza más bien literaria que real- en que está escrita la obra»44.
Otro que solamente da un valor relativo a la hipótesis de Sáez y Trenchs es Alberto Blecua, quien, en su completísima edición del Libro de buen amor (la cuarta de las que ha publicado, la de 1998), dice literalmente en nota a pie de página: «Para quienes apoyan la tesis del mudejarismo, a la zaga de don Américo Castro, presenta grandes atractivos [tampoco este editor afirma o niega nada por su cuenta] la figura de Juan Rodríguez de Cisneros, hijo ilegítimo nacido en tierra de moros y ligado posteriormente a don Gil de Albornoz (Vid. E. Sáez y José Trench, «Juan Ruiz de Cisneros, 1295/1296-1351/1352, autor del Libro de buen amor», Actas I Congreso..., pp. 371-388)». Pero Blecua no se atiene sólo a la propuesta de estos profesores. En la misma nota alude, como de pasada, a otros dos «candidatos» a autor de la obra maestra presentados igualmente «en sociedad» en el mismo Congreso de Barcelona: un segundo Juan Rodríguez, maestro de cantores del monasterio de las Huelgas en Burgos (Vid. José Filgueira Valverde, «Juan Ruiz en Burgos», Actas I Congreso..., pp. 369-370), e incluso un tercer Juan Ruiz «apadrinado» esta vez por Tomás Calleja Guijarro («¿Era el Arcipreste de Hita segoviano?», Ibid., pp. 371-388)45.
Muy explícito es, acerca de este tema del posible origen andaluz del Arcipreste, el hispanista británico G.B. Gybbon-Monypenny, el cual, en la parte introductoria de su edición del Libro de Buen Amor, escribe lo siguiente: «Durante los últimos años, la investigación ha revelado lo que era de esperar: que en aquella época bastantes señores se llamaban Juan Ruiz (o Rodríguez), entre ellos varios clérigos. En su libro reciente [Henry A. Kelly, Canon Law and the Archpriest of Hita, Binghamton, New York, 1984, Appendix, pp. 116-119], el profesor Henry A. Kelly identifica a nada menos que 16 clérigos castellanos llamados Johannes Roderici en los registros papales para los años 1305-1342. Pero no hay nada que conecte a ninguno de ellos ni con el Arciprestazgo de Hita ni con el Libro de buen amor»46.
«La mención en la c. 1690 del arçobispo don Gil -añade el mismo editor-, y la declaración por el copista del ms. de Salamanca, en su apostilla final (después de la c. 1709), de que el Arcipreste de Hita compuso el libro «seyendo preso por mandado del Cardenal don Gil, Arçobispo de Toledo», ha llevado a los investigadores a buscar huellas de algún Juan Ruiz que hubiese tenido relaciones con el cardenal. El profesor Emilio Sáez y su discípulo José Trenchs, quienes vienen estudiando la materia albornociana en los archivos del Vaticano, anunciaron al Primer Congreso Internacional sobre el Arcipreste de Hita (en junio de 1972) que habían identificado al autor del Libro de buen amor en la persona de un tal Juan Rodríguez (o Ruiz) de Cisneros, hijo ilegítimo de un noble palentino, nacido en 1295 ó 1296, protegido en su carrera eclesiástica por Albornoz, y muerto en 1351 ó 1352. Pero, como en el caso de los demás Juan Ruiz identificados hasta la fecha, no hay nada que conecte a este señor ni con el Arcipreste ni con el Libro». (Los subrayados son nuestros.)
El mismo Gibbon-Monypenny menciona todavía en su comentario una posterior aportación, hecha por Francisco J. Hernández y publicada en la revista La Corónica («The Venerable Juan Ruiz, Archpriest of Hita», XIII.1 (1984), pp. 10-22), consistente sobre todo en una frase que combina en una sola persona el nombre y el oficio del personaje. La frase en cuestión figura en el texto de una sentencia, dictada el año 1330 por un canónigo de Segovia, con la que se resolvía una larga disputa eclesiástica, y en ella se alude a un «uenerabilibus Johanne Roderici archipresbitero de Fita». «Desde luego no está probado -dice Gibbon-Monypenny- que este «venerable Juan Ruiz (o Rodríguez)» sea el autor del Libro de buen amor, ni sabemos nada de él tampoco; pero la coincidencia de nombre, oficio y fecha es significativa».
Más explícito y significativo es aún el comentario crítico de otro especialista en Juan Ruiz, José Luis Girón Arconchel, quien en la introducción a su edición del Libro se refiere también a las citadas investigaciones en torno a la vida y la personalidad del Arcipreste47: «Ya se ha dicho -escribe- que la biografía histórica de Juan Ruiz, hoy por hoy, es imposible. Carecemos de los documentos necesarios para narrarla. Con todo, Filgueira Valverde pretende identificar al autor del Libro de Buen Amor con un Johannes Roderici o Johan Rodrigues mencionado en el Códice musical de Burgos como maestro de canto del monasterio de las Huelgas. Pero se trata de una hipótesis apoyada en rasgos estilísticos y sin fundamento documental».
Después de indicar que resulta más interesante la propuesta de E. Sáez y J. Trenchs, basada «en documentos (que no citan) del Archivo Secreto Vaticano, del Archivo del Colegio de España en Bolonia y de otros archivos eclesiásticos españoles», este otro estudioso de la figura y la obra del Arcipreste concluye su juicio sobre el tema con estas palabras: «Sáez y Trenchs no han publicado todavía los documentos en que, al parecer, se basa esta biografía. Debemos considerarla, pues, como una hipótesis verosímil [seguimos subrayando] que explica el mudejarismo de Juan Ruiz y otros aspectos (su formación cultural, su conocimiento del mundo y de la sociedad, su relación con don Gil de Albornoz) a los que se había llegado por conjetura partiendo de la lectura del Libro de Buen Amor».
Sin embargo, quien más rotundamente ha refutado, a nuestro parecer, los indicados trabajos de investigación sobre el autor del Libro ha sido, sin ninguna duda, el catedrático de Literatura española medieval de la Universidad Complutense de Madrid, Nicasio Salvador Miguel48. En el estudio preliminar a su excelente edición modernizada del Libro de buen amor, refiriéndose a los trabajos publicados en las Actas del I Congreso Internacional sobre el Arcipreste de Hita de 1972 ha escrito lo siguiente: «En uno de ellos [el ya citado de T. Calleja Guijarro, «¿Era el Arcipreste de Hita segoviano?», Actas..., Barcelona, 1973, pp. 371-378, al que califica de «muy despistado y confuso»], se lanza la hipótesis de un origen segoviano y hasta se pretende establecer Valdecasas como pueblo natal, conclusión a la que se llega después de sumar una ristra de suposiciones gratuitas al error de homologar al poeta y al protagonista».
Luego de aludir también a la sugerencia lanzada por J. Filgueira Valverde [«Juan Ruiz en Burgos», Actas, pp. 369-370], sobre la que simplemente dice que insinúa la asimilación del escritor con un maestro de canto de Las Huelgas, Nicasio Salvador Miguel se refiere a la hipótesis de Sáez y Trenchs, «los cuales prometieron un libro con pruebas, del que nada se ha vuelto a saber»; y añade: «(...) Mas, por desgracia, las investigaciones de los profesores Sáez y Trenchs no iluminan los posibles lazos entre ese Juan Ruiz de Cisneros y la villa de Hita, ni llenan el vacío que más nos interesa (ninguna noticia entre 1327 y 1330, por una parte, y entre esta fecha y 1343, por otra), ni facilitan un hilo que vincule a esa persona con el Libro de buen amor. Tales oquedades, análogas a las que se encuentran en el artículo de Filgueira, impiden dar por buena la identificación, aunque el contacto con don Gil de Albornoz -único personaje coetáneo citado en el texto de manera expresa- es digno de interés. No se entiende bien, en todo caso, el crédito otorgado por algunos eruditos a esta teoría»49.
En resumidas cuentas, nada seguro. Por tanto, lo único que cabe deducir es lo que ya sabíamos: sigue sin saberse a ciencia cierta ni el lugar exacto del nacimiento del Arcipreste ni cuál fue su verdadera personalidad. De aceptarse el supuesto, improbable, de que el Arcipreste es el real protagonista de su Libro, tendría que aceptarse también que si Juan Ruiz hace decir de él mismo a la Trotaconventos -cuando la envía a preparar su frustrada conquista de la mora- aquello de «Fija, mucho vos saluda uno que es de Alcalá» (c. 1510), lo mismo puede estarse refiriendo a la andaluza Alcalá la Real que, como desde tiempo atrás se vino suponiendo, a la villa castellana de Alcalá de Henares. En rigor no se puede dar más crédito a la hipótesis de Sáez (ni tampoco a las otras) que a las tradicionales que relacionaron el lugar de nacimiento del poeta con las provincias de Segovia, Burgos y Guadalajara. Unas hipótesis, estas últimas, que además concuerdan plenamente con la topografía citada en el poema.
Así pues, no encontramos razones de peso que se opongan de manera clara y concluyente a nuestra personal iniciativa de «conceder» a Garci Fernández de Gerena el posible honor -más fortuito, sin duda, que merecido por su poesía, como ya dejamos anotado- de que lo proclamemos el primer poeta lírico andaluz, con nombre, obra y origen conocidos, de la lengua y la literatura de Castilla. (Todo lo más, de no ser el primero, tendría que ser el segundo, después del Arcipreste, lo cual no representaría tampoco menguado honor.) Siendo así parecería como si la Historia quisiera desagraviarle otorgándole tal privilegio, tras haberse ensañado con él mostrando únicamente el lado negativo de su vida.
Dos líricos castellanos del siglo XIII (pero de obra y origen desconocidos)
En el subtítulo de este trabajo adelantábamos nuestra propuesta de que Garci Fernández de Gerena sea reconocido y admitido como el primer poeta lírico castellano con nombre y obra conocida de entre los nacidos en Andalucía. ¿Por qué precisamos lo de «con nombre y obra conocida»? Ya vimos que hay poemas conocidos cuyos ignorados autores también, acaso, nacieron en Andalucía, e incluso antes que él, como el anónimo autor de la Vida de San Ildefonso, del que sólo se sabe que fue Beneficiado en Úbeda. Situémonos ahora en el caso inverso y hagámonos esta pregunta: ¿pudo haber poetas líricos andaluces, con nombres conocidos y documentados, que vivieran antes que Garci Fernández, aunque de sus obras únicamente se sepa que tuvieron que escribirla en castellano?
Pudo haberlos. Mejor dicho, los hubo. Por lo menos hubo dos. Sin embargo, hoy por hoy, sólo sabemos sus nombres. Y que vivieron antes que Garci Fernández; y que escribieron sus versos en castellano. Que fueran andaluces o no, eso sí podrá ponerse en duda. Si no lo fueron, desde luego vivieron en Andalucía y aquí se dieron a conocer hacia mediados del siglo XIII (cien años largos antes que el poeta gerenense). Lo que nos es totalmente ignorada es su obra. Por mucho que, al menos la de uno de los dos, nos la haya querido descubrir -o más bien «endosar», como vamos a ver en seguida- el por muchos otros conceptos notable crítico e historiador Gonzalo Argote de Molina.
El caso es que, efectivamente, en el siglo indicado vivieron estos dos personajes, que escribieron sus poesías -y poesías líricas al parecer- en la lengua vulgar castellana. Sus nombres: Domingo Abad de los Romances y Nicolás de los Romances, padre e hijo según todos los indicios. A ellos, al primero sobre todo, dedica Dámaso Alonso un documentado y sagacísimo estudio de investigación50. Sus lúcidas conclusiones -a las que nos adherimos, como no podía ser menos- las resumimos en este capítulo, en el que seguimos paso a paso su indagación y sus razonamientos; eso sí, sin perder nunca de vista sus posibles repercusiones sobre nuestra tesis en cuanto al decanato lírico con el que pretendemos distinguir a Gerena entre los poetas castellano-andaluces.
Adelantémoslo ya: el resultado de la investigación del insigne crítico y poeta contemporáneo, su veredicto final, es adverso a la sorprendente posición de Argote de Molina. Y favorable, sensu contrario, a la nuestra sobre Garci Fernández.
El estudio de Dámaso Alonso lo titula «Crítica de noticias literarias transmitidas por Argote» y lo incluye en el tomo II, primera parte, de sus obras completas.
Se refiere a un manuscrito de Argote de Molina que contiene la más antigua versión del «Repartimiento» de Sevilla en tiempos del Rey San Fernando y unos Elogios, que asimismo son obra, sin duda, del erudito y humanista sevillano, de las personas notables que en él aparecen. Dámaso Alonso transcribe una parte de ese texto -«tal como salió de la pluma de Argote»- en la que se habla de un Domingo Abad de los Romances, caballero de la criazón51 -criacion en el texto comentado- del Santo Rey, y de otro caballero, Nicolás de los Romances, que perteneció a la criazón de Alfonso X el Sabio y debió de ser hijo del anterior. Argote de Molina dice que entre los libros de su biblioteca tenía uno de coplas antiquissimas, alguna de ellas de Domingo Abad, el cual, sigue diciendo Argote, «deuio de llamarse de los Romances por ser poeta castellano y hazer coplas en castellano, de donde vinieron a llamarse Romances los cantares antiguos castellanos».
De que estos dos poetas existieron no parece haber ninguna duda52. Tampoco la hay para Dámaso Alonso -y esto ya debiera sernos suficiente. Nuestro eminente crítico y poeta coincide con las versiones que hace (contra el criterio de Amador de los Ríos) el moderno editor del «Repartimiento», Julio González53, en las que se testimonia la existencia real de Domingo Abad, quien efectivamente era de la criazón de San Fernando (el rey le dio «heredamiento en el término de Aznalfarache»), y de su presunto hijo Nicolás, que lo era de la criazón de Alfonso el Sabio y que recibió su «heredamiento» en Pilas («Pilias») «ques en término de Aznalcaçar». Asimismo admite Dámaso Alonso la cualidad de poetas que confiere Argote a los Romances y con la que tampoco estaba de acuerdo Amador. «Si a una persona se le llamaba «de los Romances» -deduce Alonso- tenía que ser porque escribía o recitaba narraciones literarias en lengua vulgar, y es casi seguro que se trataba de narraciones en verso; nuestros Domingo y Nicolás debían de ser, según esto, poetas o juglares»54.
Va más lejos incluso Dámaso Alonso cuando, tras insistir en que no hay motivo serio para dudar que Domingo Abad y Nicolás de los Romances eran poetas (y no simples escribanos de la corte, como afirmaba Amador), basándose en una escritura que Ortiz de Zúñiga dice haber hallado en el Archivo de la Santa Iglesia de Sevilla -en la que aparece Nicolás de los Romances como autor de unas «trobas» que hizo para el Rey-, no vacila en emitir este juicio: «Ellos, con Berceo, serían, pues, los primeros nombres de poetas de la literatura española».
Hasta aquí, todo bien. Dámaso Alonso desmiente a Amador de los Ríos y se alinea con Argote de Molina afirmando la condición de poetas de los Romances. Pero después invierte su postura y se pone del lado de Amador al rechazar la autoría de una «serranica» que Argote atribuye, de manera un tanto extraña, al mayor de los Romances. Según nos informa el autor de Hijos de la ira, Argote incluye en su manuscrito, con el «Repartimiento» y sus Elogios, una serranica de Domingo Abad «por el gusto de los curiosos». Pero ¿qué es lo que sucede? Pues sencillamente esto: que la tal serranica es tan sólo una mera y fiel reproducción, con escasísimas variantes, de las estrofas 1023-1027 del Libro de Buen Amor. Se trata, pues, de un plagio descarado -esto no lo dice, bondadosamente, Dámaso Alonso- del que no hay en absoluto que culpar al inocente Domingo Abad sino a don Gonzalo Argote de Molina, que fue quien se lo adjudicó, él sabría por qué razones.
Esta serranica supuestamente escrita por Domingo Abad la transcribe entera Dámaso Alonso, quien la somete «a careo», siguiendo los manuscritos de Gayoso y de Salamanca, con las estrofas correspondientes del Libro de Buen Amor. Nosotros, para no fatigar al lector ni desviarnos demasiado de nuestro particular objetivo, transcribimos aquí sólo un par de estrofas de la serranica junto a las del Arcipreste (éstas pertenecen a la cuarta cantiga de serrana del Libro) copiándolas únicamente tal como aparecen en el manuscrito de Salamanca, considerado el más completo de los códices:
Domingo Abad
(Según Argote de Molina) Libro de Buen Amor
En somo del puerto
cuidéme ser muerto
de nieve y de frío
y dese rocío
de la madrugada.
Estrofa 1023
En cima del puerto
coidé ser muerto
de nieve e de frío
e dese rocío
e de gran elada.
Díxele a ella:
«Omíllome, bella».
Dis: «Tú que bien corres
aquí no te engorres,
que el sol se recala.
Estrofa 1025
Dixe yo a ella:
«Omíllome, bella».
Diz: «Tú que bien corres
aquí non te engorres,
Anda tu jornada.
Obligado es preguntarse: ¿quién copió a quién? ¿Abad al Arcipreste o éste a aquél? En principio se podría pensar que pudiera haber sido Juan Ruiz el que se apropiara de la serranica del De los Romances. Pero, como ya se ha dicho, ni uno ni otro se copiaron; por lo tanto, ninguno es culpable del desaguisado. Oigamos a Dámaso Alonso:
«[...] He llegado a convencerme de que la supuesta «serranica» del siglo XIII tiene todas las trazas de ser una superchería: Argote la debió de tomar, sin más ni más, del Libro de Buen Amor, adobándola para su propósito»55.
Hay que decir que tal «adobamiento» no era algo insólito en Argote de Molina. El propio Dámaso Alonso nos hace también sabedores de otra falsificación similar que hizo ya, en el Discurso sobre la poesía castellana que va detrás de su edición de El Conde Lucanor, el ilustre crítico e historiador. En él transcribe Argote unos versos turcos que toma de un libro de «Bartholome Georgie Viz peregrino»; pero lo hace utilizando un lenguaje que no es de su época, sino del siglo XIII o a lo sumo del XIV. «¿Cómo de un texto publicado en el siglo XVI teníamos una traducción a un castellano medieval», se pregunta perplejo Dámaso Alonso. Pero el enigma lo aclara en seguida: Argote hizo la traducción sobre una versión en latín y, «por un capricho absurdo, en lugar de verter al castellano que él hablaba y escribía, se le ocurrió hacerlo a una 'fabla' medieval»56.
Pero volviendo a la versión del texto de Juan Ruiz que Argote atribuye falsamente a Domingo Abad. Añade Dámaso Alonso: «Después de haber pasado por esta experiencia podemos ya considerar algo más tranquilamente el caso de la supuesta «serranica». Quien haya leído lo que antecede [se refiere a la «retroactividad» que a los indicados versos turcos adjudica por su cuenta y riesgo Argote de Molina] tiene que inclinarse a esta solución: los retoques que caracterizan la «serranica» (comparada con el Buen Amor) se hicieron para dar aún más pátina de antigüedad a la obrita».
Dámaso Alonso termina diciendo que Argote tomó las citadas estrofas de un manuscrito del Libro de Buen Amor que figuraba en su biblioteca, e insiste en que el hecho de verlo adobando su lengua -en la traducción de los versos turquescos- para hacerla más arcaica, le lleva a considerar superchería la «serranica» y su atribución a Domingo Abad; y a suponer, en definitiva, que Argote no hizo sino arrancarla de unas estrofas del Libro del Arcipreste.
Finalmente, vacilando por un lado entre la compasión y el respeto que sentía por Argote de Molina y su insobornable amor a la verdad por otro, Dámaso Alonso concluye su estudio con estas palabras: «No tengo la prueba, pero medito aún una vez más antes del irremediable punto final y digo: sí, estoy convencido de que debe de ser una falsificación»57.
Concluimos nosotros. Los de los Romances existieron en verdad. Y en el siglo XIII. Y fueron poetas. Y escribieron en lengua castellana. Pero ¿qué escribieron? Al margen de la serranica que Argote de Molina quiso regalar, magnánimo él, al mayor, no se sabe nada en absoluto. Y además, podemos preguntarnos: ¿fueron realmente andaluces? El haber pertenecido a las criazones o servidumbres de Fernando el Santo y Alfonso el Sabio no nos aclara nada: lo mismo pudieron haber llegado con sus señores desde tierras de León o de Castilla que haber nacido ambos en Andalucía.
Por tanto, nuestra hipótesis sobre la precedencia de Gerena en el catálogo de andaluces en la lírica en lengua castellana, queda en pie también por este lado. Esta vez conocemos el nombre de un poeta que, anterior a él en el tiempo, debió de escribir sus romances o versos en castellano. Pero desconocemos qué es lo que escribió. Su nombre ha llegado a nosotros, pero no su obra. En consecuencia: seguimos sin saber de ningún poeta lírico andaluz con nombre y obra conocida que fuera más antiguo que Garci Fernández.
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