Manuel Fernández y González
Manuel Fernández y González (Sevilla, 6 de diciembre de 1821 - Madrid, 6 de enero de 1888) fue un novelista español, hermano del filólogo y filósofo Francisco Fernández y González.
Estudió en Granada, donde fue miembro de la tertulia de «La Cuerda». En Madrid llevó una vida bohemia que no interrumpió cuando sus narraciones alcanzaron un éxito muy superior a sus intrínsecas cualidades literarias, llegando a constituirse en el autor más representativo de la novela por entregas o folletín, con frecuencia novela histórica degenerada en novela de aventuras poco respetuosas con el detalle ambiental. Eso le llenó de una característica vanidad y soberbia que fue criticada por sus envidiosos contemporáneos, que contaron sobre ello innumerables anécdotas. En sus últimos años dictaba sus novelas a varios secretarios, que las tomaban taquigráficamente. Algunos de los últimos fueron Tomás Luceño y Vicente Blasco Ibáñez. Este último sería después el autor español más famoso fuera de las fronteras del país. Murió en la mayor pobreza, a causa de su dilapidador estilo de vida, aunque su entierro, que tuvo lugar el 8 de enero de 1888, revistió gran solemnidad: «El entierro del señor Fernández y González ha revestido la importancia de una verdadera solemnidad, presidiendo el duelo el ministro de Fomento, señor Navarro Rodrigo, el padre Sánchez y el señor Núñez de Arce; todas las Academias estaban representadas, como asimismo todos los teatros, siendo numerosísima la asistencia de autores, escritores y periodistas» (telegrama de la prensa asociada, Madrid 8 enero de 1888, a las 4:45 de la tarde).
Obra
Son características suyas una imaginación calenturienta, cierta gracia andaluza e ingenio, una verbosidad excesiva, sobre todo en los diálogos -le pagaban por página escrita y los diálogos rellenaban folios con poco trabajo- y una esencial falta de erudición sólida, cierto mal gusto y falta de sentido crítico y ponderación. Compuso unas trescientas novelas, poesías a la manera de José Zorrilla y algunos dramas. En sus novelas domina la acción sobre la descripción y el análisis psicológico; elige preferentemente asuntos históricos, legendarios y tradicionales, que demuestran su nacionalismo. Entre sus novelas destacan Men Rodríguez de Sanabria (1851), sobre los tiempos de Pedro I el Cruel, El condestable don Álvaro de Luna (1851), Los Siete Infantes de Lara (1853), El pastelero de Madrigal (1862), sobre el mito del Sebastianismo, El cocinero de su majestad (1857), El Conde-Duque de Olivares (1870) y Don Miguel de Mañara. Memorias del tiempo de Carlos V (1877). Rindió tributo al costumbrismo con sus novelas Los desheredados (1865), Los hijos perdidos (1866) y María (1868). Fue una especialidad suya y de sus negros la novela de bandoleros, a la que pertenecen obras como El guapo Francisco Estevan (Madrid, 1871), Juan Palomo o la expiación de un bandido (1855?), Los siete niños de Écija (1863), Diego Corrientes. Historia de un bandido célebre (1866), El rey de Sierra Morena. Aventuras del famoso ladrón José María (1871-1874), José María el Tempranillo. Historia de un buen mozo (1886) o El Chato de Benamejí. Vida y milagros de un gran ladrón (1874).
Elegía a Carlos Latorre (fragmento)
¡Carlos! Si de ese abismo inmensurable
do gira la creación, tras la grandeza
tu espíritu me escucha, oye propicio
el postrimer adiós que desde el fondo
de un corazón leal a ti se eleva.
Digno de lo que fuiste, yo no puedo
consagrarte un gemido de mi lira,
mas a do eterno vives y no alcanza
la mortal vanidad, mi afecto sube.
Otros, de gloria, en inspirado plectro,
a tu genio inmortal egregio canto
entonen más dichosos; yo tan sólo
cuanto tu muerte de dolor me inspira
decirte quiero, y añadir, inculta,
una pálida flor a la corona
del auro divo que tu sien rodea.
Fuérame, en vez de lamentar tu muerte,
de un Dios dado el poder, y del polvo de la fosa>, te diría.
<¡Alza! ¡Torna! ¡El atónito concurso
vuelva a escuchar tu voz! ¡Zumbe en tu oído
una vez y otra vez el alto aplauso,
y una vez y otra vez deba el poeta
a tu gigante inspiración su fama!...
Mas sueños, sueños son; que la inflexible
sentencia del Eterno nadie borra.
Quien nace, ha de morir; así está escrito.
¡Carlos: adiós hasta el incierto día!
Tal vez el sol, al fulgurar mañana,
aquí en reposo me verá contigo.
Hasta entonces, ¡adiós! ¡En paz te queda!
Oriental (fragmento)
Nazarena que el rey moro
guarda en su harén, cual tesoro
a sus amores velado;
la sultana en hermosura,
la de gentil apostura,
la del cabello dorado;
yo al rey moro juré un día
si tu amor me concedía,
llevar su roja bandera
hasta el confín castellano,
y entrar, venciendo al cristiano,
en Jerez de la Frontera.
Tulipán de los harenes:
si a mis jardines te vienes,
si, entre la verde espesura
que agita el aura galana,
la luna alumbra mañana
el cielo de tu hermosura;
si, en mis divanes dormida,
te miro feliz, mi vida;
si, al despertar con la aurora,
sonríes a quien te adora
y tu mirada hechicera
veo en mis ojos posada,
bendita mi entrada
en Jerez de la Frontera.
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