Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 11 de abril de 2013

1574.- JESÚS HINESTROSA LÓPEZ




Jesús Hinestrosa López. Nace en Sevilla en Abril de 1977. Miembro fundador del Grupo Poético Erídano. Poeta, pintor y músico, tiene ya una densa obra en su haber, con más de 30 poemarios escritos, de los cuales ha publicado: El Fuego Habitado, Amanecimiento en Ediciones Padilla, GUARIDA (EDITORIAL: PADILLA LIBROS, 2010), El libro de la incandescencia y “La Pulpa Cátaros” (Padilla Libors Editores & Libreros, 2011), "El lúcido tormento" (Padilla Libors Editores & Libreros, 2013) y un extenso poema titulado La Materia dentro del volumen antológico Nuevos autores de la Poesía Española/3 en la editorial Jamais.




 Prometeo o el oleaje


del libro "Pájaros a miscelánea"



           I

Águila, terror de águila que excede
su contorno
más allá del raciocinio
intolerable y se proyecta dentro de tus ojos
-¡Oh estertor de un pecho
que no sangra: lacia oscuridad nocturna!-
al brotar
de mi dolor en cúspides cerradas
la plúmbea luz de un nuevo día.

El metal que te abre la boca
es el suplicio rámeo de no poder nunca
escapar al púrpura mensaje.

¡Oh ala de humo espeso:
hueco manantial sin forma:
espina o alma
invertebrada que la hondura de mis labios
cual un ínfimo suspiro
a pesadumbres aureoladas disimula!

¡Oh ala espesa de humo frágil,
clavada eternamente al hígado despedazado:
o roca pura del silencio puro:
o código insepulto y rosa enmudecida
por la enredadera
de un otoño en llanto y desafío!

¡Hombre Prometeo!
Porque tu garganta doblega al hueso
y a la espuma y a la compasión,
y tu sangre
caudalosa a cada instante erige un vasto
pájaro inasible
de blanco fuego derramando
hacia la fuente rota de mis venas.

¿No temes el azul crepúsculo
del alma prisionera,
su querúbico desgarro o nacimiento,
la gruta
de sus más corpóreas finitudes,
el metal en pico curvo y la terrible umbría
de lo infinito que se
cierne noche y día sobre tu cabeza?


                        II

Húmedo viento azota hoy tu rostro.
Te arrojan llanto los espectros
de la aurora al mediodía.
Y la luna cae, se vierte o disemina
deshecha en negra plata o yermo anhelo:
espada abierta contra la sombra iluminada
de tu torso herido, dejándote un olor
a espliego o sus cenizas.
Desconocido fuiste a tu nombre o tu
figura, y para devorarte la sonrisa
sólo la blanca negación de tu
mortalidad fue necesario.
La cumbre explota en soledades.
Húmedo viento complica las miradas.
Y son palabras tus gemidos -estigmas
de una boca metamorfeada en
eco íntimamente- declamados por el
duro alborecer a truenos invernales
que aparecen y desaparecen,
que brillan y no brillan
sobre la siempre castigada piel
undosa de tu rostro más sincero,
agriando de mustios colores tus
dos labios como piedra al rojo vivo.
Hay un sol, pero tú no lo sabes.
Hay un universo, pero huyó sin dejar
rastro.
Hay apenas un suspiro, y en el fondo
de tus ojos un ave choca contra el
espejo en sangre de tu propia vida.


                        III

La sangre nace cuando un pájaro
la bebe y la fecunda
-fuente del espacio: movimiento oculto-,
cubriéndola al instante
con un sol de líquidos gladiolos
que se cuajan en mi pecho únicamente:
magma transparente de corales
a destellos inflamados que se licuan como
trino inconsumible en la
garganta del silencio que no alumbra.

¡Oh secreto aborrecido y bello;
ácido secreto exorcizado al siempre
nido verde en oquedades
de ignorancia siempre humana: la vida!

Beberte, sangre,
como a un ciego anhelo de pupilas imperfectas,
como a un alba lenta del
paisaje en malvas brisas viscerales,
como a un hombre o a una mujer
-raíz de la raíz primera-
heridos por el tiempo horadador a vida.

¡Oh secreto impuro; llama escasa
del sollozo en riscos
netos de paloma y brillos de amargura:
cielo inacabado por obscuro!

Así la sangre o catarata,
la sola sangre o dársena de luz.
Así la roja orilla de oleajes tan ardientes
a mi alma,
a mi alma eternizada
en el fluir, manar, bogar a pájaro-destino
que por mis labios ya te beben
y fecundan,
naciente sangre o catarata:
magna música de hogueras y de águilas.




                        IV

A la tierra
cuando erráticas estallen nubes
soterradas contra el cuerpo más terrible
y más hermoso que
jamás nadie pudo imaginar
-serpiente o pájaro o coraza-,
y no fue demencia o lago o alma moribunda
de alamedas estaciones como
grises pumas
desangrados e inmaduros, olvidados
a la tibia sal de sus oídos
por un léxico infalible que penetra
cánticos o tedios,
minerales voces emergentes,
caprichosas, perdurables al añil
desbordamiento incluso,
al azote suplicante de anafóricos
prodigios.
A la tierra
-¡simbióticas estrellas a la tierra!-
cuando verdes conchas infernales sean tu
sólo firmamento, sean tu
sólo laberinto de vigilias y almadrabas.
Núbiles atardeceres que consiguen
opacar al parco vidrio
del deseo con las nunca lisas,
torpes, irregulares o armoniosas
escalinatas del procaz dolor
o lluvia o llanto espiritual:
o gélida soberbia que respira abrasadora
estela del mañana.
Sentir o no grandes mordiscos reluctantes
en el centro de la
carcajada como el bronce
tísico que arterias impolutas remodelan.
¡Pronto un mar mordiéndose los labios!
A la tierra
-¡pues erais tierra!-
cuando níveos ojos delorables
no la consideren más que un apagado
cuerpo de falaz
remanso frágil y redondo,
agua redundante o mirlo que asesta
gritos como escarchas contra el lomo hirviente
del desprecio;
corpulento y agridulce aroma
que vive o muere o lame los espejos
derretidos en su propio vientre
y es el hombre, el hombre,
el hombre derrotado
hasta después de la pasión nubosa
que presida
en nieve irregular
sus estratos como fuego laxo.
¡Pronto un mar hiriéndose los párpados!
A la tierra:
pues erais tierra al fin y al cabo,
oh dioses del instante consumado.


                        V

Silencio:
            y vives
en el fondo mismo de la herida.
Pero tú no mueres,
                             no,
                                    no mueres,
porque el fuego es
al fin tu alma en cuerpos
abocados a la vida.

Sin palabras:
                        el poema
que te habita soy, o su sueño.
Porque tú no mueres,
                                    no,
                                          no mueres,
porque el águila también
tú eres, oh Prometeo,
y tal vez en mí despiertas.






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