Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 19 de abril de 2013

1614.- GUTIERRE LOBO



Gutierre LOBO

ANTEQUERA (MÁLAGA)
Fomentado por la imitación italiana y de carácter básicamente urbano, en España el fenómeno académico empezó a alcanzar sus manifestaciones sistemáticas y explícitas hacia finales del siglo XVI. Tal como se presenta en el poema de Cristóbal de Mesa la constitución de la Academia de Granada se encuentra estrechamente ligada a la figura de Don Pedro de Granada y Venegas, destacado miembro de la nobleza granadina, hombre de armas y letras a la par que cortesano. Entre las colecciones poéticas que han conservado alguna muestra procedente de dicha academia, la Poética silva se presenta como el testimonio más destacado. Sus integrantes más distinguidos son: el doctor Texada, el licenciado Gregorio Morillo, el licenciado Andrés del Pozo, el doctor Don Diego de Rojas, Don pedro de Granada, el maestro Arjona (Juan de Arjona), el doctor Gutierre Lobo y Pedro Rodríguez de Ardilla. 

Gutierre Lobo según Rodríguez Marín, fue licenciado en Artes hacia 1572 y maestro en artes en 1585. A nueve de diciembre de 1591 aparece en un documento universitario, en calidad de testigo, mencionado como “maestro Gutierre Lobo” (Archivo Histórico Nacional, Concejos y Ciudades, leg. 11, nº40, h. 1r) se conserva la acreditación fechada a 17 de Mayo de 1597, de haber publicado él dos sermones en la Universidad de Granada (ibid, h. 3r) Como “doctor” lo menciona Velarde de Ribera. 
Quizás se trate del mismo Gutierre Lobo que firma en 20 de Septiembre de 1604 como escribano público un documento aducido en el Protocolo del Convento de Nuestra Señora de la Merced de Granada (AHN, Clero, Libro 3784, fol. 237r). 
De él se conservan en la Poética Silva dos poemas: Silva al elemento del fuego y 
Silva al Hibierno. La primera, escrita en octavas reales, la dedica a uno de los cuatro elementos primigenios que, según la concepción clásica, componen el cosmos. Para su intervención, Gutierre Lobo ha optado por la narración de una fábula mitológica que  ocupa la totalidad del poema, y que salvo en lo que respecta a los nombres de dos de los protagonistas, Sílice y su hijo Pirodes, no cuenta con ningún apoyo en la tradición mitográfica. Desde los primeros versos, con las tres estrofas iniciales, dedicadas al tópico cronográfico del amanecer mitológico, en este caso con huellas de Francisco de Aldana, la presentación del protagonista central, Sílice y el desarrollo de una escena cinegética, sirve de preludio para el encuentro amoroso, marcado por un nuevo remanso descriptivo que se centra en la belleza de Pirita. 

Silva al Hibierno: 

En esta silva se aprecia, una vez más, como un argumento mitológico tradicional sirve de punto de partida para la elaboración del núcleo narrativo de la composición. Se trata en este caso de Historia de Psique y Cupido. A partir de estos personajes el poeta recrea nuevas situaciones. Comienza así el poema con una inmediata descriptio loci, primero destinada a localizar la ruta del viejo invierno en medio de un frío paraje noruego, después centrada en el centro más preciso de la propia gruta, con abundantes elementos del simbólico exorno, como fenómenos atmosféricos, constelaciones, animales o plantas, que refuerzan la invernal caracterización del lugar; completa esta primera aproximación descriptiva la presentación del invierno, siguiendo las pautas iconográficas al uso, que lo asociaban a la vejez.  

E. M.






Silva al elemento del Fuego. 

Segura romperá mi voz el viento,
de un polo resonando al otro polo,
si con pecho propicio y rostro atento
contemplo tu valor, al mundo solo;
que, si me inspira tu divino aliento,
aunque me niegue el suyo el Cintio Apolo,
tal palma alcanzaré, lauro y trofeo,
que no la cubra el piélago leteo. 
Salió del claro albergue del Oriente
la nueva Alba, gentil como solía,
con manto de cristal rico y luciente,
de su mesmo frescor nevada y fría.
Dora el camino a la rosada fuente
que a la tierra de aljófares rocía
el ardiente lucero puro y santo,
cercenando a la noche el negro manto.
Ilustra a Temis y enriquece a Flora,
fresco licor vertiendo cristalino
entre la hierba, y señalando la hora
que su descanso deja el peregrino
cuando en cabello, alegre la pastora,
cubierto de oro el cuello alabastrino,
de flores a colmar sale su falda
para después tejer fresca guirnalda.
Salió a tal hora un príncipe famoso,
antiguo héroe de linaje y casta:
de una diosa gentil de rostro hermoso
y del dios que en la fragua el hierro gasta. 
Sílice fue su nombre, poderoso
en cuanto el rubio Sol con luz engasta.
Tuvo en Sicilia el reino y la corona,
briosa y arrogante la persona.
A caza, pues, salió, bien adornado
el fiero cuerpo de una grana ardiente;
de un rubio hilo hecho tal bordado
que daba un claro viso refulgente;
de ricas piedras iba el cuerpo ornado,
mas entre todas ellas eminente
un piropo, que tanto relumbraba
que a las ardientes llamas imitaba.
Salió a correr la caza entre las peñas,
con suelto y ágil pie escalando el monte, 
y dar la muerte al corzo entre las breñas
sin que ligero escape o se remonte;
sacar del jabalí las ciertas señas
y, antes que se le esconda o se transmonte,
que ahogue las arenas con su sangre
y que el robusto cuerpo se desangre. 
Siguiendo un gamo que ligero vuela
por llanos, sitios y por montes altos,
que sierras pasa, que peñascos cuela
con sueltos pies y con ligeros saltos,
batió al caballo la dorada espuela,
mas sus herrados pies se muestran faltos,
siendo imposible que cual corzo corra,
que apenas con la planta el suelo borra.
Mira Sílice el gamo y no parece:
que sólo allí resuena el mar hinchado
por cuyas claras ondas se aparece
un blanco cuerpo de cristal labrado
que cuanto la natura le engrandece
en su divino rostro está cifrado:
una nereida es -dicha Pirita
que al rey el pecho a que le ame incita.
Mira de las madejas el rubio oro
que esmalta el alabastro de la frente;
haciendo de beldades un mejoro
con blanca nieve y oro refulgente. 
Mira Sílice, pues, este tesoro
de quien su corazón herido siente,
y, acercándose, el rostro le contempla
que la dureza de los bronces templa.
Sacó la voz del pecho temeroso
y su encendido amor le significa:
 “Aurora rutilante, ese hermoso
rostro de cristal claro y grana rica
es estímulo ardiente, y tan fogoso
que en tus aras mi alma sacrifica.
No endurezcas el pecho, dulce albergue,
deja que en él mi corazón se albergue.”
Cual pario mármol fue la ninfa hermosa
endurecida al ruego del amante,
que la frialdad del agua que reposa
entre sus venas la sacó triunfante,
y de verlo Pirita vergonzosa, 
antes que en sus razones se adelante,
por la clara corriente que allí bulle
temerosa en sus ondas se zabulle. 
Un apetito ardiente el pecho inflama
del tierno amante, con la triste ausencia
de la bella Nereida que su llama
amorosa encendió con su presencia.
Un fuego entre sus venas se derrama;
busca remedio a su mortal dolencia,
mil remedios intenta, pero uno
es cómodo a su intento y oportuno.
Deja el caballo en la arenosa tierra,
y a un monte sube excelso y levantado
que ciñe en torno una fragosa sierra
a quien con fuerza hiere el Sol dorado;
y, viendo que en sus venas agua encierra
la ninfa hermosa, piensa que, inflamado
su pecho frío con ardor febeo,
de ella podrá alcanzar dulce trofeo.
De un árbol seco rompe un seco tronco;
para alcanzar el hecho que pretende
favor le pide al dios Vulcano bronco,
pues de su estirpe célebre desciende, 
y con rápido curso y ruido ronco
por las aéreas salas parte y hiende
cual la veloz cometa por el cielo
suele correr con inflamado vuelo.
Iba entonces de Febo el carro ardiente
temblantes llamas por el mundo dando;
el eje de oro claro y reluciente
con mil fogosos rayos relumbrando;
el rubio dios en medio, refulgente,
los caballos alados gobernando;
sulfúreo fuego vomitaba Etoo,
Lampo, Flegonte, el bramador Piroo.
Llegó Sílice al carro relumbrante
con animoso brío y, atrevido,
metiendo el seco tronco en el radiante
fuego dorado, lo sacó encendido.
Alegre parte, viéndose triunfante,
al mar salado do la ninfa vido,
con el ardiente leño, que relumbra
tanto que al rubio y claro Sol deslumbra. 
Salió Neptuno de su húmido a[si]ento1
a la excesiva luz que el tronco daba;
salió Pirita, la madeja al viento,
por ver qué nueva cosa relumbraba.
En viéndola el amante, el pensamiento
ejecuta, y la luz reverberaba:
cegose y no huyó Pirita hermosa,
que fue ofuscada de la luz fogosa.
Ya sus hermosas venas las ocupa
el fuego ardiente con [que] fue tocada;
sus túnicas el agua desocupa
que antes estaba entre ellas encerrada;
y ya a los miembros la humedad les chupa
el cudicioso fuego. Al fin tocada,
forzoso es que su antiguo ser revoque,
y en fuego se convierta por el toque.
Brotó la ninfa con la furia inmensa
que de esta furia Sílice llevaba
a Pirodes gentil que, luz intensa
en su cabello y rostro, relumbraba. 
Mas viendo el hurto y cometida ofensa
el que con cetro altivo y diestra brava,
poderosa, inmortal, hace eminente
correr lleno de fuego el rayo ardiente,
y viendo que el ardor tan estimado
que hasta entonces nunca al suelo vino
de su lugar excelso lo ha robado
aquel amante raro y peregrino:
en sus entrañas proprias le ha encerrado
el fuego ardiente, y, con poder divino,
en un gran monte a Sílice convierte
de rubio pedernal, fogoso y fuerte.
Y su hijo Pirodes, conociendo
el fuego que su padre encierra ardiente,
con duro hierro el pedernal hiriendo
centellas saca de su seno hirviente;
y así de mano en mano fue virtiendo
el fuego material entre la gente,
siendo Pirodes quien labró primero
el duro pedernal con duro acero. 
La fogosa Pirita a Jove eterno
ruega le vuelva su primera forma,
pues no permite su inmortal gobierno
tal castigo a quien crimen nunca forma,
y que pierda su forma y ser interno
quien a su mando sacro se conforma
Mas el que rayo arroja con su mano
con pecho le responde soberano:
“Al Agua el Fuego vence y la sujeta;
al Aire rinde, y a la Tierra fuerza
a que tema su fuerza tan perfeta.
Si se aviva, su acción crece y se esfuerza.
¿Pues quieres, ninfa hermosa, que imperfeta
forma te vuelva de tan poca fuerza?
Atiende y mira lo que doy al Fuego,
que ese error perderás tan vano y ciego:
Es su lugar sublime, junto al Cielo,
más noble que la Tierra, el Agua, y Viento,
más ligero que todos en su vuelo,
y más que todos bravo, fuerte, exento. 
Teme su fuerza y su rigor el suelo
por ser ardiente y bravo su elemento.
Al hombre sólo el Fuego se concede
pues sólo el hombre a su nobleza excede.
Es de ser y materia perdurable
(por estar junto al cielo incorruptible),
de acción y poderío incontrastable.
Es el calor su calidad terrible;
en furor y en braveza, insuperable;
se enciende y brama con aspecto horrible;
en su excelencia, tan ilustre y noble
que el movimiento imita al primer moble.
Los Cíclopes por él la tierra atruenan;
baten los hierros y los bronces baten,
y con los golpes fieros que resuenan
sus entrañas robustas les combaten;
su incontrastable fuerza al fin la enfrenan
sujetándola al Fuego, a quien se abaten
los mármores robustos y las peñas,
exentos montes y encumbradas breñas. 
El rubio Fuego saca y desencentra
oloroso licor por la alquitara
del cuerpo de la rosa, qu’en ella entra,
haciendo que distile el agua clara;
abate y rinde todo lo que encuentra
con su rigor extraño y fuerza rara;
todo lo asuela, hiende, parte y raja,
y de su antiguo centro desencaja.
Filósofos antiguos, vanamente,
viendo tan puro al Fuego, imaginaron,
por ser su claridad tan refulgente,
ser el alma de fuego, mas erraron.
Por sacrosanto dios y preeminente
asirios, medos, persas lo adoraron.
Conserva el hombre su vital aliento
por la excelencia y ser de este elemento.
El Ave Fénix que en la Arabia rica
hace su nido donde se recoja,
que de colores varias se salpica,
de blanca, verde, turquesada y roja, 
que el corvo pico al bello cuerpo aplica
y sus hermosas plumas las despoja
de todo lo que tiene que la afea,
que se pule, se limpia y hermosea,
cuando sus juveniles años pasa,
de cinamomo hace una hoguera
en medio una campaña llana y rasa 
y a que el fuego se encienda el ave espera;
métese en medio de la ardiente brasa
que todo el campo alumbra y reverbera,
por que de su[s] reliquias resucite
otra hermosa Fénix que la imite.
Cárbaso, una materia incorruptible,
se refina en el fuego y se blanquea.
El gusano piral, es infalible
que en el fuego se acendra y hermosea.
La salamandria, de figura horrible,
en el fuego se cría y de él se arrea.
De la calcites lúcida se engendra 
un animal que en el arder se acendra. 
Tal vez el Fuego en la ciudad se entrega
que mármores y peñas abre y raja,
con ardor que la vista ofusca y ciega 
paredes fuertes rompe y las desgaja;
tal vez en estirados techos pega
que su madera arranca y desencaja,
rompe los muros, los castillos quiebra
y en la torre más fuerte hace quiebra.
Todo lo asuela, raja y desbarata,
todo lo rinde, lo destruye y hiende,
todo lo rompe, parte y lo desata,
todo lo abrasa, lo destroza, enciende,
lo ahúma, lo ennegrece y lo maltrata,
abrasa y arde, quema, inflama, enciende,
rechina, cruje, quiebra, atruena y brama.
Todo lo acaba con su ardiente llama.
La brava fuerza, fiera e invencible,
del animal más fiero y más valiente,
más espantoso, bravo y más horrible
que formó la natura preeminente, 
a la del Fuego es flaca y corruptible,
pues que su resplandor y llama ardiente
teme el león y de su luz se espanta:
¡tanto es su gran furor, su fuerza es tanta!
En los negros palacios del infierno,
llenos de horror, de espanto y de tristeza,
a los que impiden mi inmortal gobierno,
con el fuego castigo su aspereza;
y con los rayos de mi ser eterno
al bueno premio que guardó pureza,
concédole mi vista sacrosanta
y que al sol huelle con dorada planta.
Tal vez del cielo arrojo un rayo horrendo
cuya vista espantable, fiera, horrenda,
hace un estrago fiero y estupendo
con fuerza horrible, fiera y estupenda;
con el rayo los montes parto y hiendo
y hago que la chispa parta y hienda;
al fin, el fuego tomo con mi mano,
que basta para hacello soberano. 
Tal vez se vido el campo cobijado
de frescas flores y árbores amenos,
de aljofaradas gotas rocïado,
ir bañando los ríos sus terrenos;
o ya tal vez se vido coronado
de rubia espiga ya con granos llenos,
y todo tal, en fin, que su belleza
se goce en contemplar naturaleza,
cuando furioso el fuego va talando,
los árbores amenos encendiendo,
las aguas de los ríos agotando,
las florecillas frescas consumiendo,
y las espigas rubias abrasando,
todo el ameno campo ennegreciendo,
que aun tragarse quisiera el proprio suelo,
cubierto, como está, de un negro velo.”
Con aquesto acabó el Regente Eterno
de quien el Aire tiembra, Mar y Tierra,
el Cielo santo y el horrible Infierno 
que con fogosas armas hace guerra. 
Y las palabras en su seno interno
las reprime, recoge y las encierra,
a la ninfa dejando en nueva forma 
y ella a su mando sacro se conforma.
Con siglos de oro ardiendo irá mi lumbre
por cuanto el claro cielo en torno gira,
fácil subiendo a la difícil cumbre
de la inmortalidad que Apolo aspira.
Yo haré que sus rayos los deslumbre
pues al ara inmortal mi voz aspira
del que eclipsó las luces del Parnaso
y aclararé las aguas del Pegaso. 



Edición de Jesús M. Morata 
Grupo de Estudios Literarios del Siglo de Oro (G.E.L.S.O.)





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