Mario Rodríguez García nació en Aracena, HUELVA cuando se despedía, por lo menos eso decía el afamado calendario Zaragozano, un crudo, crudísimo invierno de 1964. Este profesor, escritor y poeta ha publicado numerosos trabajos bibliográficos sobre Aracena y su comarca, incluido un pormenorizado estudio sobre la Guerra Civil. Memoria histórica se llama ahora. Aunque muchos llevan trabajando el olvido desde hace décadas, cuando no estaba de moda y no había subvenciones.
Mario ha publicado los libros 'Un desorden de sensaciones' y 'El color del olvido'. Libros muy acordes con sus confesas dudas y contradicciones.
De pequeño jugó al fútbol y practicó deportes que hasta le dieron algo de dinero. Descargó camiones, despachó en chiringuitos y estudió para maestro, esa vieja estirpe sensacional que tan maravillosamente interpretó Fernando Fernán-Gómez en 'La lengua de las mariposas'. Fue concejal un quinquenio, organizador deportivo y cultural.
Casado y con dos hijas se confiesa familiar, asegura que la vida le mece "en las zonas medias del río, donde no existen torrentes ni la desesperanza del delta". Mario gusta decir que lee, escribe y fotografía el mundo a su manera, aunque huye de alabanzas, de credos y de himnos con y sin letra, incluida la pequeña.
Hoy trabaja en una guardería donde los niños "me dan más de lo que yo puedo darles o agradecerles". Y mira con paciencia el tiempo perdido de su tierra y los conocimientos de sus semejantes.
La felicidad llega cuando encuentra buenos poemas o cuando las historias de los libros "saben cambiarme". Y mantiene la esperanza de poder regalar algo de esto a "quienes quieran leerme".
Este montañés es consciente de que algún día morirá y de que "nada, nada, nada de mí quedará después de un par de generaciones, cuando los recuerdos cambien el horizonte del tiempo". No es desdicha porque tal visión de Sísifo la entiende y acepta.
ESTAFA
Vivo a golpe de errores,
de sutilezas que me levantan
y de fallos que me condenan.
Soy el que os ensalza a mentiras,
el que os reduce a metáforas,
el que os enciende, el que os apaga,
el que es capaz de acelerar vuestro pulso,
y no sirve para apaciguar tendencias,
Parezco desvelar verdades
y solo encubro podredumbre.
Os animo, os destrozo,
doy carne para la fiesta
y vino para el desastre,
me convierto en fruto
de maledicencias y perdones.
Todo con tal de que la muerte
no sea una estafa.
SIQUIERA
Ni siquiera sé a quien explicarle
que mi renuncia fue a mi vida,
que a quien perdí fue
a quien más cerca tenía.
Ni siquiera sé por qué de esta manera
quise encontrarme de nuevo,
por qué me había perdido,
ni de qué o de dónde extravié el norte.
Ni siquiera me contento con saber
que el atardecer no cambia
ni son nuevas las madrugadas,
que los cielos saben de la misma forma,
que no hay nada que acepte nuevo.
Solo, que entre tanta candileja
y tanto enjambre, en medio de qué sé yo,
me reconozco distinto y no me extraño,
me perfilo en otra moneda,
y no siento, la urgencia
de pedir perdones
o acuñar indultos.
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