Pedro Ferreira
Me desperté a la existencia en un pequeño pueblo minero cercano al corazón de la tierra, en afortunada expresión de Juan Cobos. En Nerva (Huelva, España) transcurrió mi infancia, salpicada de voladuras y tristes tardes escolares. Afortunadamente también había campo. Y, en aquella época, agua. Mi madre me enseñó a leer con sus fotonovelas, mi padre a respetar la tierra y la naturaleza y mis abuelos a amar la literatura y las cosas poco útiles. También aprendí que casi todo se aprende por sí mismo.
Con la adolescencia llegaron cosas importantes: el primer amor –platónico, naturalmente-, los primeros versos, la actividad cultural, la militancia política, la muerte de Franco y la Transición. Publiqué mis primeros poemas en una revista comarcal de resonancias mineras y sociales: Octava Galería. En aquella época adoraba el teatro y escribí una obra infantil que llegó a representarse (Los pájaros y el pequeño príncipe). También llegó la universidad. Y Sevilla, el río, la Judería, Santa Marta, las noches de tertulia, el vagar por el asfalto y el buscar respuestas. Algunas encontré. Otras siguen donde estaban. También estudié, claro. Algo poco útil. Pero me dieron el título de Licenciado en Filología Hispánica allá por el año 82.
La vida, y algún amor ya consumido, me llevó a conocer y vivir en otros países de Europa: Francia -¡oh, Paris!, ¡oh, Provenza!- Bélgica, Holanda… He trabajado de todo: reponedor, animador, administrativo e incluso programador informático, pero principalmente como profesor de muchas cosas: ELE, Historia, Francés… También de Literatura. En la actualidad trabajo en un Centro de Protección de Menores en Almería.
En un arrebato de cordura hice que el fuego destruyera todo lo que había escrito. Por eso, tras un paréntesis de 18 años, con alguna excepción intermedia, ahora lo que escribo lo publico en algunos foros de la red: Mundopoesía, Alaire y Libertad (, entre otros. Una pequeña selección de poemas se publicaron en octubre de 2007 en el libro colectivo Matices, publicado en Buenos Aires y presentado en la Sociedad Argentina de Escritores. En este momento se prepara la edición -casi completa, por razones de espacio editorial- del poemario Al límite de la espesura por LyricSpan Press.
Su último poemario Los labios desnudos (Liricspan Press, 2011)
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Cantar
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Eres la poesía
que me escancia la copa de mis besos,
el verso que dibuja corazones
con cuchillo en el árbol de mis huesos,
y conquista triunfante mis fonemas
y me arrasa y me inunda y que me incendia,
torre, vendaval, maremoto y fuego.
Eres la poesía
y me hablas, tú, con el mar de tus ojos
y me tocan los rayos de tus labios
y me bañas de estrellas de tu cuerpo
y me arrullas, me cantas, me manejas
con la caricia azul de tu recuerdo,
tiento, tonada, arrullo, copla y sueño.
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Niebla
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"Derrière les ennuis et les vastes chagrins…”,
Charles Baudelaire.
Las flechas del enojo perforaron mis alas
y llevo el buitre de la angustia gris
torturando mi cráneo.
El mar sigue reolando mi barco
en este puerto sin muelle ni amarra.
Bajo el casco late la incertidumbre
y la turbidez del fondo del alma.
¿Qué cristal se rompió
ayer entre vaivenes?
Y, aún estoy en el palacio de Dido, lejos,
islote de un tiempo desencontrado,
de mi Itaca lejana.
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Es otoño
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“La lluvia ha diluviado el presente.”
Mª Pilar Quirosa-Cheyrouze.
El otoño recién nacido brama
su desgana al vivir.
Protesta escandaloso,
su luz raya la noche.
Derrama el cielo sobre la bahía
su mar de rabia y pena.
El alma deshoja su calendario
manchado de tristeza.
PRO LOGOS
Para Ro, su sujeto frecuente,
para Roxane Aristy, con quien,
comparto bastante en concepción,
poética, y para Adriana, a quien,
martiricé con su lectura.
Te siento nacer entre los abrojos
en un aquí y ahora ya pasados;
emerges del mar, de unos ojos vienes,
como una caricia de aire caliente
de la brasa líquida de sus labios.
Te veo, piel de bronce, trabajando
los surcos, o desheredada en patera,
fluyendo entre dos senos temblorosos
o habitando entre la rosa y el viento,
en las hojas muertas junto al estanque
y en las corolas vestidas de gala
o en el corcel ardiente que reclama
el abrazo transparente del tiempo.
Llueves, lloras mojando el corazón,
como las aceras tras la tormenta
o el pubis amado tras el orgasmo:
hubo huellas en plaza catedral,
anónimas unas, otras con nombre,
como hubo un tranvía que no tomaron
los niños de la guerra ni mi amada.
De las alas de una alondra cautiva
floreces en la selva de mis nubes
y anidas a la sombra de la luna
sangrando deleite, besos, dolor.
* * *
Y a mí llegas perfecta y perfumada
a envolverme e invadirme y atraparme,
pura y sin ropajes, desnuda y casta,
te llegas y te cobijas en mi alma.
Te siento y noto, siento y sólo siento.
Se me abre la carne, se me abre herida,
y la penetras hasta el fondo oscuro
y, el reloj en marcha, enciendes la alarma
que despierta el apetito de Cronos.
Me inseminas y me preño de ti
y creces abrasando mis entrañas.
Allá compartes lecho y te transformas
con ancianos odres y nuevos mostos,
a veces en silencio, astutamente,
en un rincón del alma, en el olvido
casi, o golpeas mi vientre con fuerza
como un grito auténtico que se escapa
desde dentro, inventor de otras galaxias.
* * *
Se hace la luz y brillas. Rutilante.
Tu arcilla toma forma, sin amarras
o calculada, en silva roma a veces,
llevando mi torpe mano inexperta
a cortar en tiras de piel el verbo,
a rasgar en jirones tu pureza.
Y acabas al fin en pleno dolor,
explosión de vida nueva, de luz,
abrazando el aire leve que respiro,
cabalgando en sombras sobre mis aguas,
gozando del deleite de mi orgasmo.
Y renazco cada vez que te alumbro.
Retamar, julio de 2007
[Al límite de la espesura]
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