HERNÁN MEXÍA
(ca. 1424- ca. 1500).
Aristócrata, poeta y tratadista castellano, nacido en Jaén hacia 1424 y muerto en la misma ciudad hacia 1500. Miembro de uno de los más importantes linajes de la ciudad jienense, y desde su oficio de veinticuatro o regidor, participó activamente en la vida política de la ciudad durante la época de dominio del condestable Miguel Lucas de Iranzo. A su vez, fue un notable poeta y autor del Nobiliario vero, tal vez el más destacado tratado nobiliario de la Castilla bajomedieval.
Vida
En el propio Nobiliario vero, su obra más famosa, se halla una mención autobiográfica efectuada por el autor. En el libro II, Fernán Mexía se declara pariente de Rodrigo de Narváez, un famoso militar de la época, caballero de una intensa presencia en las crónicas castellanas del siglo XV. Después de participar en la conquista de Antequera por el infante Fernando de Aragón (1410), Rodrigo de Narváez fue nombrado alcaide de Antequera, como recordaba su sobrino-nieto, Hernán Mexía, lugar desde donde sería protagonista de leyendas medievales como la del Abencerraje.
Siguiendo este dato genealógico, se ha comprobado que Hernán fue hijo primogénito de Gonzalo Mexía de la Cerda e Isabel de Narváez. Su padre fue regidor o veinticuatro de la ciudad en época de Juan II, oficio que transmitió no sólo a Fernán, su primogénito, sino también a su otro hijo, Rodrigo de Narváez Mexía, hermano del poeta. Una de las muchas genealogías de la época, el Memorial de la casa solar de Messía, ofrece una fiable descripción del regidor jienense:
Fue caballero de mucha autoridad y valor, prudente sabio y muy leído y de muy linda disposición, hermoso y rubio de rostro, de gran fuerza de ánimo y destreza así en las cosas de la paz como de la guerra. Su persona fue muy estimada así de los Reyes como de los señores y muy grandes caballeros. Fue en tiempo del Rey D. Enrique IV y (sic) su capitán de trescientas lanzas con que sirvió en las guerras de su tiempo valerosamente. Fue Juez Provincial del Obispado de Jaén y del Consejo de las Hermandades, autor del libro intitulado Nobiliario vero, que es de toda buena erudición y autoridad y de otro llamado Insignarios, y de otras de consideración.
(Morales Borrero, op. cit., pp. 38-39).
Durante la época de madurez del poeta, la vida en Jaén estuvo presidida por dos constantes: la lucha contra los musulmanes, en primer lugar, y la presencia del condestable Miguel Lucas de Iranzo en la ciudad, en segundo lugar, lo que conllevó, además de una época de grandes ceremoniales cortesanos, todo una serie de enfrentamientos entre distintas facciones de la oligarquía contraria a la política favorable a Enrique IV del condestable Iranzo.
En principio, Hernán Mexía fue favorable al condestable. De esta forma, se debe destacar su presencia en los juegos cortesanos ocurridos en Jaén con ocasión del enlace entre Miguel Lucas y doña Catalina de Torres, dama de la alta nobleza jienense que, además, estaba emparentada con Mexía, ya que los abuelos de ambos eran hermanos. Las velaciones del desposorio se celebraron a finales de enero de 1461, pero, siguiendo la narración cronística de los Hechos del condestable Iranzo, los festejos y juegos derivados de la boda se alargaron hasta mediados de febrero del año sobredicho; Mexía, como notable caballero que era, organizó nada menos que el más espectacular de los juegos medievales: un paso de armas.
Fernand Mexía, seruidor y pariente suyo, con deseo de les seruir, y por dar onorable salida a las ya dichas fiestas, ordenó de poner un rencle en la plaça mayor del Arraual, e tener un paso el dicho domingo, e otro día siguiente. E fizo fazer vna puente que atrauesaua la dicha plaça, e desafió por su carta todos e qualesquier caualleros e gentiles onbres que por la dicha puente quisiesen pasar, que ficiesen con él çiertas carreras, con çiertas condiçiones, a determinaçión e juycio de çiertos jueces que lo avíen de judgar. El qual [i.e., Hernán Mexía] salió en vn muy gentil cauallo encubertado, y en somo vnos paramentos de fino paño azul, todos bordados de lágrimas de Moysén, en arnés de seguir. Y en el asiento, vna manera de cárçel en que venía la forma de su presona con vna espada metida por los pechos, y las manos atadas con vna cadena.
(Hechos del Condestable, ed. cit., pp. 58-59).
En lo que respecta a la vida cotidiana de Hernán Mexía, durante los años centrales del reinado de Enrique IV, y dado el parentesco que le unía con la esposa del condestable Iranzo, el caballero militó en diversas acciones fronterizas contra los musulmanes, siempre en unión con el condestable. En junio de 1466, hubo un encuentro entre las tropas de Juan de Valenzuela, prior de San Juan, y las tropas concejiles de Jaén y Andújar, entre las que figuraba el regidor Mexía. A raíz de esta intervención es factible adivinar un cambio de orientación de las ideas políticas del regidor, más favorables a Fadrique Manrique, señor de Arjona, uno de los nobles andaluces contrario a la política enriqueña del condestable Iranzo. En cualquier caso, y sin que se sepan del todo los motivos que llevaron a Hernán Mexía a tal determinación, lo cierto es que desde 1466 fue paulatinamente abandonando los objetivos del condestable Iranzo hasta que, en abril de 1468, participó en una conjura para asesinar a éste, junto al comendador Juan de Pareja. Enterado el condestable por una delación, el poeta fue hecho prisionero. La curiosa escena, acontecida en las calles de Jaén, fue recogida en su Sumario por Juan de Arquellada (ed. cit., pp. 185-186):
Yendo el señor condestable a caballo con otros caballeros [...] encontraron al comendador Pareja y a Fernán Mexía, y hiciéronse su acatamiento y fuéronse todos juntos departiendo facia su palacio, y el condestable hacíalo por metellos en su casa para prendellos porque le querían matar. Y cuando los tuvo en casa, volvióse hacia ellos y díxoles que descavalgasen, y se apeó el condestable y Fernán Mexía y Álvaro de Piña, escudero de Fernán Mexía, y el señor condestable subió en delantera d'escalera arriba, y luego el dicho Fernán Mexía y Álvaro de Piña [...]; y el comendador Juan de Pareja, cuando vido que subían por la escalera, volvió a cabalgar y salióse por la puerta del palacio [...] Y ansí, subido el señor condestable en su sala, dixo al dicho Fernán Mexía: «¡Sed preso, porque así conviene al servicio del Rey, Nuestro Señor!»
Cuando el veinticuatro jienense fue puesto en libertad, en 1470, se le dio el cargo al bachiller Juan de Vergara, su cuñado, para que le vigilase durante dos meses antes de dictar su total libertad o, por el contrario, su regreso a prisión. Aunque parece que el parentesco entre ambos personajes, Mexía y Vergara, fue suficiente para que el primero fuese liberado, éste volvió a ser el máximo sospechoso del asesinato del condestable Iranzo en 1473. A raíz de estos acontecimientos, el frustrado magnicidio, la prisión y la muerte de Iranzo, la situación de preeminencia y privilegio ostentada por Hernán Mexía en Jaén sufrió un vuelco espectacular. En 1475, una vez fallecido Enrique IV, el poeta abrazó la causa de Juana la Beltraneja, auspiciado por su cercanía a Juan Pacheco, marqués de Villena, lo que hizo que la reina Isabel le desposeyera de la veinticuatría de Jaén y de todos sus bienes personales. Pese a todo, en 1476 ya había vuelto a la obediencia de los Reyes Católicos, que le volvieron a otorgar su confianza como regidor de Jaén, además de concederle los señoríos de Cheles y Mirleo, en la frontera de Portugal, debido a los servicios prestados en la guerra contra Alfonso V. Es decir, que todavía en 1476 tuvo tiempo Hernán Mexía de combatir a favor de Isabel y Fernando, a pesar de que el año anterior había militado en el bando contrario.
Una vez finalizada la guerra entre los Reyes Católicos y Alfonso de Portugal, Hernán Mexía acometió la tarea de escribir su tratado sobre la nobleza, el ya citado Nobiliario vero, que comenzó a redactar aproximadamente hacia el año 1477. Dejando aparte esta labor con el Nobiliario vero, Hernán Mexía se desprendió de cuestiones políticas y se centró en su labor como regidor y juez de Jaén, apareciendo con escasa frecuencia en la documentación hasta 1497. En ese mismo año tuvo lugar el acontecimiento fúnebre más destacado de la época de los Reyes Católicos: el fallecimiento de su hijo, el príncipe don Juan, heredero de ambos reinos peninsulares. El regidor andaluz no fue ajeno a las continuas muestras de dolor realizadas de manera institucional por el funesto desenlace, sino que participó de forma activa en las mismas. Ha de tenerse en cuenta que el señorío de Jaén fue uno de los títulos que ostentaba el finado príncipe, lo que hizo que la manifestación de luto oficial en la citada ciudad fuese todo un espectáculo.
En 1499, el poeta ya debió de sentir que sus fuerzas comenzaban a flaquear: el 8 de mayo solicitó la cesión de su oficio de regidor a su hijo primogénito, Jorge Mexía, nacido del primer matrimonio de Hernán Mexía con doña Marina de Vergara. En segundas nupcias, casó en Úbeda con Marina de Mercado, enlace del que nacerían dos hijas, Catalina y Leonor Mexía de la Cerda, así como un hijo, Galdín Mexía de la Cerda, que falleció soltero. Finalmente, de un tercer matrimonio, con María de Luna (en 1465), nacerían varios hijos, pero todos fallecieron sin descendencia salvo Hernán Arias Mexía, que casó con Inés de Mercadillo, dama de Jaén. La última noticia en vida del poeta se remite al año 1500, cuando fue comisionado por el concejo de Jaén, junto con Alonso Vélez de Mendoza, para que transmitiese a la corona la conformidad de la ciudad al juramento del príncipe Miguel, hijo de Isabel de Castilla y el rey de Portugal, Manuel I, como heredero del trono. Como quiera que el príncipe Miguel falleció prematuramente en Granada, con apenas dos años de edad, el 20 de junio de 1500, la comisión de Hernán Mexía tuvo que realizarse antes de esta fecha.
Obra
Nueve son las composiciones de Hernán Mexía que Castillo recogió en su Cancionero general, además de otras dos contenidas en el Cancionero del poeta Juan Álvarez Gato. Entre estas últimas hay que destacar las famosas coplas cuyo verso inicial es Mundo ciego, mundo ciego, realizadas por Mexía, como indica el incipit, durante las grandes discordias de la época de Enrique IV (1454-1474). En ellas realiza el regidor jienense una apología curiosa, pues se pueden sospechar muchos de los motivos por los que se enfrentó al condestable Iranzo y, sobre todo, muchas de sus ideas sobre la génesis y función del estamento nobiliario sobre las que más tarde teorizaría en su Nobiliario vero.
Por lo que respecta al Cancionero general, en sus composiciones el regidor se nos muestra como un discreto poeta, totalmente imbuido en los temas, metros y formas de la poesía cancioneril, sin ninguna muestra de originalidad dentro de una lírica, la cancioneril castellana, que tampoco tenía en ese matiz, la originalidad, su característica más acusada. Es digno de destacar el diálogo entre El seso y el pensamiento, uno de los temas más resabiados de la dialógica medieval en verso. También se suma Mexía a la polémica sobre la condición de las mujeres, otra de las constantes en la poesía cortesana de la época y que también le sirvió como tema de conversación lírica con su amigo Juan Álvarez Gato. En el poema del Cancionero general sobre este tema, el regidor jienense realiza el acostumbrado juego de demostración de la maldad de la condición femenina, recurriendo a los consabidos ejemplos bíblicos e históricos. Sin embargo, donde mejor puede apreciarse la capacidad poética de Hernán Mexía es en las composiciones plenamente amorosas. Además de glosar una conocida canción de Pedro de Cartagena, sus incursiones en el terreno de la canción de despedida ante la amada o a los suspiros del poeta ante la presencia de la dama a la que servía, le sitúan en un lugar notable dentro del que este tema, el amoroso, ocupa en la poética medieval. Como muestra, valgan estas estrofas en las que Mexía finge (o no, que en tal indefinición radica uno de los atractivos de la poesía de cancionero) que un amigo suyo va a visitar a la dama que él ama. En este poema, el regido jienense consigue transmitir de una manera un tanto desasosegante el dolor del enamorado ante la ausencia de la amada, la sana envidia de aquel cuyos ojos van a recibir lo que tanto ansía el poeta, la visión de la dama:
Toda se buelve en manzilla
el embidia que he de vos,
porque partís de Sevilla
a do será maravilla
bolver, si no os buelve Dios;
porque verés donde vais
una dama, si miráis,
que de vella, si la veis,
es forçoso que os sintáis
tal que, si a bolver prováis,
no es possible que escapéis.
Vuestros ojos, que serán
preciosos desque llegardes,
la gloria que ellos havrán,
llorando la pagarán
a la vuelta, si tornardes;
porque tal es su figura
de esta señora que os digo
que os verés en tal tristura,
en tal pena y desventura,
que verés mi desabrigo,
mi congoxa y mi ventura.
(Cancionero general, 1511, f. 72v).
Por lo que respecta a su tratado, el Nobiliario vero, el éxito editorial de la obra fue notable para la época. En ella, Mexía demuestra ser un hombre instruido en la materia de la que trata el Nobiliario, que no es otra sino las diferentes teorías sobre el origen y la preeminencia social del estamento nobiliario. Así, abundan las referencias al tratado De nobilitate, del italiano Bártulo de Sassoferrato (1314-1357), o al Árbol de batallas, del francés Honoré Bouvet (1343-1405), lo que, de camino, también demuestra el bagaje cultural del regidor de Jaén.
El tratado está dividido en tres libros. En el primero, el autor realiza un recorrido histórico sobre la cualidad de la nobleza, explicando las consabidas explicaciones bíblicas e históricas, incluyendo un repaso a todas las dignidades nobiliarias, su significado y su importancia. En el libro segundo, Mexía expone las teorías de la nobleza, sobre todo las de Bártulo de Sassoferrato, y en muchas ocasiones procura demostrar los errores del tratadista italiano, en especial la idea de que la nobleza puede adquirirse por méritos propios y no por herencia. El libro tercero, aunque menos ágil literariamente, está dedicado a la ciencia del blasón, conformando un tratado heráldico de gran importancia.
En definitiva, Hernán Mexía, aunque poco conocido, resulta ser uno de los hombres de letras más destacados del Cuatrocientos castellano, tanto por su producción lírica, reflejada sobre todo en el Cancionero general, como, sobre todo, por su Nobiliario vero, tal vez el más importante tratado de estas características en la Baja Edad Media hispana.
Bibliografía
ARQUELLADA, J. DE. Sumario de prohezas y casos de guerra aconteçidos en Iaén y Reynos de España, y de Ytalia, y Flandes, y grandeza de ellos desde el año 1353 hasta el año 1590, compuesto por Iuan de Arquellada natural de Iaén. (Ed. E. Toral y Peñaranda, Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 1999).
Hechos del Condestable Don Miguel Lucas de Iranzo (Crónica del siglo XV). (Ed. J. de M. Carriazo y Arroquia, Madrid, Espasa-Calpe, 1940).
MORALES BORRERO, M. Hernán Mexía, escritor giennense del siglo XV. (Jaén, Diputación Provincial, 1997).
RODRÍGUEZ MOLINA, J. La vida en la ciudad de Jaén en tiempos del Condestable Iranzo. (Jaén, Ayuntamiento de Jaén, 1996).
Obra suya
En que descubre los defectos de las condiciones de las mujeres, por
mandato de dos damas; y endereça a ellas estas primeras:
Porfiais, damas, que diga,
Al revés de cuanto dixe,
Induziendo que persiga
Aquella seta enemiga
La cual por vos contradixe;
Pero no tanto vos teme,
Consintiendo vuestro ruego
Mi lengua, porque sse atreve
A tocar, quemar, ni queme
Muchas buenas con su fuego .
A vuestra bondad servilla
Me ploguiera en otra ufana,
Mas por evitar renzilla
Quiero lançar mi barquilla
En esta mar occeana:
Mas vos y yo ante notemos
Que fueron sus fuerças flacas
En tan profundos estremos,
A do con velas y remos
Se hundan doze mil barcas.
Pero por satisfazer
Vuestra causa principal,
Que es querer, saber y ver
Cuanto mi flaco saber
Sabe bien dezir del mal;
[p. 141] De vuestro mando vencido,
De vuestra gracia rogado,
Plázeme con tal partido
Que en público ni escondido
No se impute a mí el pecado.
Pues agora oid, oid,
Vos tan grandes rogadoras,
Oirés bien y sentid
Mis dichos puestos en lid
Contra vos las mal hechoras;
Y de mi grande esencion
Conosciendo cuánto erré,
Pediré ante perdon
De aquel vano sermon
Con el cual vos alabé.
Perdonad, Pedro Torrellas,
Mis renglones torcederos
En la defensa de aquellas,
Que yo bien hallo ser dellas
Vuestros dichos verdaderos:
No sé donde los hallastes,
Vos más prudente que Lelio;
Pienso que vos los triastes,
Pues cuanto dellas hablastes
Es verdad como Evangelio.
Solo fustes sin afan
Profeta de nuestros días;
De las que nascen, Balan;
De las nascidas, Sant Juan;
De las por nascer, Elías;
No fué esto gracia de vos
Ordenar tan altos versos,
Mas por permission de Dios,
Por do supiéssemos nos
Sus defectos tan perversos.
En assaz poco despacio
Ví las sus letras segundo,
Y con las obras de Oracio,
Ví tu Corvacho, Vocacio,
Que fué lumbrera del mundo,
Segun gran prerrogativa,
La cual da espuelas y rienda;
No sé quien diga ni escriva,
[p. 142] Por luengos años que biva,
Sus vicios, ni los comprenda.
En un centro tan malvado,
Do tantos males se encubren,
¿Quién terná seso bastado?
Que si un cuento aveis contado,
Infinitos se descubren.
Todas cian en la suma
Cuanto más valiente bogan,
Y al más tender la pluma,
No tocan más de la espuma
Do se entrapan y se ahogan,
Poder del padre Corvacho,
Saber del hijo Torrellas,
Dad a mi lengua despacho
Porque diga sin empacho
Aquel mal que siento dellas.
Préstame, Señor del mundo,
Lengua de verdad entera
Y del espíritu fecundo,
Y el santo, santo segundo,
Me preste gracia y manera.
Ellas son junqueras vanas
Y falsillos son de albogue,
Hechas de hojas livianas,
Llenas de culpas humanas,
Criadas entre el azogue:
Un sér que sin sér está
Y bien de un aire que atiza,
Gozo que en humo se va,
Un don que cuando se da
Se nos tira más aprissa.
Aquel que mejor tropieça,
Cuando más más es amado,
Cumple estar que no se meça,
Que volviendo la cabeza
Es traspuesto y olvidado:
Luego dan con un auctor
En las causas del excesso,
Y contra la ley de amor
Alegan que dos mejor
Abogan en un processo.
[p. 143] Ellas aman y aborresçen
En un ora presto y matan;
Ellas hieren y guarescen,
Cuando se niegan se ofrescen,
Donde prenden se rescatan:
Do se revelan se dan,
Cuando se dan las perdemos,
Cuando vienen ya se van;
A quien más huyen se están,
Nunca están sin dos estremos.
Ellas de salto se enojan
Cuando están más sin enojos,
Y en lo que se desenojan,
Cien cosas se les antojan,
Siempre tienen mil antojos:
Ya se muestran rostrituertas,
Ya muy dulces halagadas,
Ya, dubdosas, son inciertas,
Bravas, altivas, rehiertas,
Y bravas, mansas, domadas.
Ellas muestran que desvian
Lo que por arte acarrean;
Desviando lo desguian,
Contrastando nos embian
El fin que más se dessean:
Si las cometen y aquexan,
Házense nunca vencidas,
Pláñense, lloran y quexan;
Cuando sienten que las dexan,
Déxanse caer tendidas.
Muestran que temen y dubdan,
Y en tal caso que ignoran,
Hazen que se desayudan,
Y ellas mismas nos ayudan
Do su bien todo desfloran;
Y después de esta deshierra
Hilo a hilo por su haz
Vereis lágrimas en tierra,
Y dende a un ora la guerra
Es tornada en dulce paz.
Ellas nos dan la contienda,
Ellas nos piden las treguas,
[p. 144] ¡Guay de quien las reprehenda!
Que dél van a suelta rienda
A parar seis cientas leguas;
Con quien sus vicios recabe,
Con quien sufra sus engaños,
Con quien sus maldades calle,
Con quien sus vicios alabe
Bevirán trescientos años.
Do hallan floxa osadía
Ellas son fuertes arneses;
Con la ravia que las guía,
Donde hallan cortesía
Ellas son las descorteses:
Donde sienten atamiento
Ellas son desligadura,
Y con gran destemplamiento
Vienen en corrompimiento
De castidad y mesura.
Muéstranse que nos desaman
Cuando sus gozos nos roban,
Y fingiendo que nos dañan,
Hazen que se desapañan
Y entonces se nos adoban:
Perdidas, desacordadas,
Sin sentidos que las rijan,
Quedan más aparejadas
Para andar dos mil jornadas
Sin que se cansen ni aflijan.
Siempre están apercibidas
Uno en saco y otro en papo;
De malicia, proveidas,
Quando de uno son partidas
Otro tienen del harapo;
Marchitan la flor de lis,
Y buscan con qué se ingrife;
Si bien sus males sentís,
Todas son Semiramís;
La mejor, mejor, Pasife.
Salvo que pena y temor
Algun poco las ocupa,
De ellas la más sin error
Conosce sin más hervor
[p. 145] La viérades otra Lupa;
Pues que dentro en el secreto
Del malvado coraçon
El desseo es tan perfecto,
Que en un ora al tal defecto
Dan mil vezes conclusion.
Nunca cessa ni descansa
La maldita sed cativo;
El remedio que la amansa
Cuando más la mata y cansa,
Déxala dos tanto biva:
Haze las sueltas aussentas,
Que ellas van de tranco en tranco,
Ansiosas, ciegas, hambrientas,
No sabiendo ser contentas
Con lo prieto ni lo blanco.
Bien que todos las complazen,
Sin que amor preste sus flechas
Por ellas, y que se emplazan,
Cuando más os satisfazen
Quedan menos satisfechas:
Causa de tal desvarío
De natura les depende,
Que les dá tal forma el brío
De aquel natural muy frío
Que en tal fuego nos enciende.
No porque se perjudica
Natura ni su sabieza,
Que bien las dota y aplica
Virtud, la cual fortifica
Las faltas de la flaqueza;
Pero siguen voluntad,
Huyen razon y virtud,
Satisfazen la maldad
De la negra enfermedad
Que gasta buena salud.
Naturalmente medrosas,
Por accidente atrevidas,
Contra natura piadosas,
De natura embidiosas,
Por accidente regidas
Naturalmente avarientas
[p. 146] Y francas por accidencia;
Por accidente oruentas,
Naturalmente molentas, [1]
Y firmes por continencia.
Naturalmente dolientes,
De su propiedad ingratas;
Accidentalmente prudentes,
Honestas, encontinentes, [2]
Por accidente beatas:
Arteficialmente hermosas,
Por accidente fieles,
Naturalmente embidiosas,
Temosas y porfiosas,
Naturalmente rebeles.
Son desseosas, ufanas,
Amigas de mal hazer;
Vanagloriosas, vanas,
Presumiendo de galanas
Por mejor mal cometer:
Con falsos desembaraços
Y maneras inperfetas,
De ellas descubren pedaços,
Ya los ombros, ya los braços,
Ya los pechos, ya las tetas.
A fin de hallar consejo
Que les dé más aparato,
Más belleza y aparejo,
Aquell negro dell espejo
Dánle mil vueltas al rato:
Ya se ponen y desponen,
Ya se añaden más arreos,
Descomponensse y componen;
En esta guerra las ponen
Los pecadores desseos.
Trastornan sus atavíos
Cada hora en muchas guisas
Con afeites tan baldíos,
Empero sus desvaríos
Siempre las tienen devisas:
Pruevan el reir a miedo, [3]
[p. 147] Pruévanlo suelta la boca;
El semblante triste o ledo,
Toman con la lengua quedo
Las puntillas de la toca.
Ya se trançan los cabellos,
Ya los sueltan, ya los tajan,
Mil manjares hazen dellos,
Van y vienen siempre a ellos
Sus manos que los barajan:
Crescen y menguan las cejas,
Súbenlas, díscenlas breve;
Tórnanse frescas las viejas,
Las amarillas, bermejas;
Las negras, como la nieve.
Destos modos tan discretos
No sé dó hallan tesoro;
Veo los cabellos prietos,
Cuando me cato, perfetos,
Como ruvias hebras de oro:
Ya se muestran tan garridas
De que están de tantas caldas;
Mas vedlas desproveidas;
Las que vistes encendidas
Ver las eis como las gualdas.
Ya se tocan y destocan,
Ya se publican y esconden,
Ya se dan, ya se revocan,
Ya se mandan, ya se trocan,
Ya se adoban, ya cohonden:
Ya se asoman, ya se tiran,
Ya se cubren y descubren
Ya lloran, rien, sospiran,
Ya no miran, ya nos miran,
Ya se muestran, ya se encubren.
Unas parescen mansillas,
Como que no saben mal;
Ellas mismas son gavillas,
Son a la sazon estillas,
Son la yesca y pedernal:
Ante aquel que temen ellas
Son calladas, muy benignas,
Pero partido de vellas,
[p. 148] Ante quien más calla dellas
Parlan más que golondrinas
Do no tienen reprensura,
Toda honestá destronça;
La que veis con más cordura,
La que está con más mesura,
Da saltos como una onça:
No refrenando su yerro
Contrahazen el german,
Cuál es Marica del Cerro,
Cuál se llama Pié de Hierro
Y cuál Rodrigo Acan.
Desseo que las inflama,
Ya que cansadas están,
En tal licion las derrama:
Cuál amó más a su dama,
De Lançarote o Tristan:
Si amó con mayor desseo
A Lançarote Ginebra,
O a Tristan la reina Yseo:
Vando de tal desvaneo
Entre ellas nasce y requiebra.
Pero algun acto bendito
No les mandeis platicar;
En falsas artes darito
O en caso más maldito,
A osadas dadles lugar:
Aprender cómo se enluzan,
Cómo engañen y se engañan,
Dónde avrán cómo reluzan,
Y en las causas que lo enduzan
Se glorifican y bañan.
Por lieve enojo que sea
En tal yerro las dispona,
Que verán ser quien otea
La más benigna, Medea,
La más piadosa, Prona:
Donde toca más senzilla
Aquesta ravia siniestra,
Sin forçarla ni sufrilla,
Cada cual es una silla
De Cleopatra e Ipermestra.
[p. 149] Si seguran, no seguran,
Cuando hablan, siempre mienten,
Cuando secretan, mesturan,
Cuando se afirman, no duran,
Cuando contrastan, consienten:
Pediran porque les pidan;
Cuando hazen bien, destruyen,
Cuando se acuerdan, olvidan,
Cuando despiden, combidan,
Cuando dilatan, concluyen.
Batallas de males dellas
Sobrevienen al cansancio;
Espantado huyo dellas,
Socorred, por Dios, Torrellas,
Y tú, valiente Vocacio;
Que el poder es tan puxante
De aquestos vicios mundanos,
Y mi seso no bastante,
Que passar más adelante
Se remite a vuestras manos.
En el cielo, dos estrellas,
En las selvas un adife;
Cuanto mal dexistes dellas
Estos mis versos entre ellas
Es en la mar un esquife:
En el aire, un gorrion,
En la tierra, un animal,
En los abismos, Simon,
En el Nilo, Faraon,
Ocupan por un igual.
Como en fuego el oro fino
No lo daña, más apura,
Y entre las ramas de espino
Flores de color de vino
No pierden su hermosura;
Assí mis dichos adversos
A las buenas no desprivan,
Y entre huegos tan perversos,
Los carbones de mis versos
Ni las queman ni lastiman.
Mas digo, si Dios me vala,
Que sus flamas bravas gastan,
[p. 150] Toda muger que resvala,
De aquella mala tan mala
Que un varon ni dos mil bastan:
Las tales desenfrenadas
Arden y sufren tormento;
Pero las buenas, guardadas,
Honestas, castas, tempradas,
Fuera van deaqueste cuento.
Fin
Enduzir, forçar, celar,
En la ley ay unas penas
Que quien conseja matar,
Quien da lugar de robar,
Muere y paga las setenas:
La verdad, hija es de Dios;
Ya, pues, alço el entredicho;
Damas entramas a dos,
Ved lo escrito que es ya dicho,
Todo lo digo por vos.
[Del Cancionero de Foulché-Delbosc.]
Todo esto y mucho más lo publicó el profesor Manuel Morales Borrero (m.moralbor@gmail.com), en su libro titulado "Hernán Mexía escritor giennense del siglo XV", Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 1977, 312 páginas. Dicho libro fue "Premio Cronista Cazabán de Literatura"
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