Esteban Torres Sagra nace en octubre de 1964 en Aldeahermosa de Montizón (Jaén). Comienza a escribir poesía desde bien joven, afición que le ha llevado a obtener más de 35 galardones literarios, no sólo en el género de la poesía, sino también en el del relato. Su obra retrata la sociedad moderna desde una perspectiva evocadora del intimismo ajeno y los avatares de otras vidas que se cruzan en su mundo poético.
Actualmente trabaja como director en la oficina del Servicio Público de Empleo Estatal (INEM) de Úbeda (Jaén).
Segunda persona femenino singular
Y serás lo que tú quieras, mujer,
aguamanil tibio para manos quejumbrosas,
mármol bíblico donde escribir una liturgia
o vitrina permanente de trofeos
para hombres posesivos que presumen
de tu carne como otro semoviente.
Pensión completa para burguesías
de maridos que se hospedan y pagan
pernadas de asco y palizas sin sorteo,
esponja que se empapa de agonía
con tres generaciones simultáneas,
jarrón de porcelana sobre el piano,
rosa o espina, candelabro o camafeo,
mujer, lo que tú quieras,
actriz o maestra, espíritu renacentista
o fragua de escaleras hacia el numen,
parche en el ojo en tu versión pirata,
sustento de los cúbitos de un ángel,
piedra donde reposa el cimiento de una iglesia,
vid que halaguen racimos de nepente
con el dulzor antiguo del azúcar,
fuego que abrase signos de violencia
o magma si pretendes dedicar
con bruñidos metales delicados
una cuna perenne a la esperanza,
ahogar la incontinencia de un verdugo
o blindar con magnetita una creencia.
Y los gritos de todas las mujeres
que no pudieron ser lo que querían
se harán árboles de placenta en tus zaguanes,
se vestirán de voces los cipreses
que custodian pretorianos la avenida
y las ingles del viento untarán de vida
las gargantas mudas del oprobio
a un sólo movimiento de tus labios,
porque mereces que acallen los arcanos
todas las penurias con sus panes,
todos los quejidos de la historia
derramados por mujeres en la acera,
el plasma recluido en damajuanas,
las cenizas esparcidas en silencio
sobre puños manchados por vergüenza.
En ti se reencarna la injusticia
que los siglos derramaron en tu género
a base de opresión y de ignorancia,
gracias a las leyes patriarcales
perpetuadas desde los umbrales de la cueva
hasta bien asentado el siglo veinte,
en nombre de absurdas credenciales
que te desacreditan en sus códigos,
al amparo de frecuentes omisiones,
contando con la música del arpa
que edulcora con lisonjas tus oídos
para que no escuches sus afrentas
y te creas protegida frente a aquellos
que pisotean tus derechos ancestrales.
Y serás lo que tu quieras, solamente,
sin protección de cáusticos sicarios,
sin directrices de látigos crujientes
que procuran tu bien sin consultar
las preferencias que dicta tu albedrío,
despojada ya de servilismos y contratos
firmados por otros en tu nombre,
sin débitos morales que lastren
la trayectoria impoluta de tus pasos
buscando la utopía del horizonte,
tras los rastros que deja el arco iris,
o en intríngulis de leyes y juzgados,
porque nadie garantiza que sea fácil
volver a sincronizarse con la vida,
aprobar oposiciones entre iguales,
resarcirse del dolor de una salida,
romper el corazón a un ser querido
aunque no se revuelva amenazante
y te obligue a emborracharte de vitriolo,
con garantía básica si yerras
a que puedas levantarte del mandoble
y empezar de nuevo la partida
o quedarte acurrucada contra el suelo
riéndote, sin más, de la caída,
sin dedos que señalen tu fracaso
y lo achaquen al nombre de tu género.
Serás lo que tú quieras, mujer, pedestal o cortina,
balaustre o cimiento, columna o cariátide,
puerta o esquina, desván o claraboya,
en este edificio nuevo que estamos construyendo.
TÓPICO DE CÁNCER.
No eres sólo la flor del martinete
en la garganta egregia de una estirpe
que derrama delirio pena a pena,
ni luna gitana que pasea por Almonte
y pierde polisones, tantas veces lorquiana
por el Darro, tantas veces fragua, o estañera.
Ni juglar jornalero que reparte
odio en su alma y lo fecunda con la ira
roja y centelleante de la Historia,
ni tesorera de los rencores proletarios
que van entalleciendo su floresta
sobre el estiércol vil de la injusticia.
No te conozco a caballo en la feria
con galope alucinante que teclea
en un idioma arcano de susurros
epístolas de amor a las cigüeñas,
mientras llora la niña en su pupitre
alondras de miseria, golondrinas
de fracaso, chamarines de fiebre.
No te conozco patroneando yates
en el club elegante de algún puerto
mientras la mar se traga la ilusión
de una cohorte, y devuelve sus redes
a la orilla de un pueblo marinero.
No te conozco subsidiada en panes
y peces milagreros que reclaman
la solidaridad desde otras tierras.
No eres farándula de cuerda, mueca
de sonrisa perpetua ante una cámara,
bailarina que entretiene al turista
eternamente joven, eternamente muerta.
Matrona fecunda, alma genuina
que enamora y embelesa con sus dones
y reparte su acervo de cultura
sobre un mar que aproxima continentes
al espacio común de la templanza.
Andalucía, olivar que tapiza doble
una bandera impoluta, verde hierba
bordado sobre nieves y algodones
en el fiel bastidor de la esperanza.
MEMORIAS DE FRAMBUESA.
Cuando se acaba el ósculo se acaba todo:
Los kilómetros dormidos en maletas de carne,
las estatuas de sal, la sal de las estatuas.
Retira el pómulo con desdén altivo
y se avergüenza del ritual,
lo vengo notando de un tiempo a esta parte.
El hijo dormido sueña atardeceres
mientras cae la bruma
por el precipicio de los balcones
como un paisaje absurdo de un cuadro
que alguna vez expusieron en mi subconsciente,
como un rosario infinito de soles que no queman.
Pero su cara es un presente inadvertido
donde se mojan mis labios con nimias adversidades
y no contemplan los tallos que suben
desde debajo de la cama,
y las hojas que verdecen
y trepan por la lámpara desde su cable,
y las raíces que se van desanudando entre las baldosas
y siguen el fototropismo de sus diecisiete años.
Mañana, u otro día, querrá irse,
los hijos se van yendo,
y todos los obstáculos que he ido tejiendo
con albahaca y miel y lisonjas camufladas
a lo largo del pasillo,
serán filas de hormigas enanas
para sus pies insecticidas.
Y las barricadas, hechas con pomelos sonrientes hasta el vestíbulo,
la invitación a una patada
que estrellará mi soledad contra la puerta.
Y sólo vendrá como a un hotel
cuando regrese en vacaciones,
y ya no será él a quien yo bese cuando duerma,
viendo llover atardeceres.
Algún día donaré mis cuitas
a la luz distinta del mediterráneo.
Será octubre y el levante sabrá arroparme con saliva.
La tierra de las playas
izará las estatuas que esconde derretidas
y yo sabré entonces que no quedan
campanas escondidas bajo el talle.
La orilla dibujará un itinerario sinuoso con las olas,
mientras yo, descalza,
con los zapatos incluidos en la bolsa marsupial
que la evolución nos ha negado hasta el presente,
iré restregando mi tristeza por los balnearios.
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