GABRIEL GARCÍA GILL
Nació en Cala (Huelva) en 1918 y falleció en la ciudad suiza de Ginebra, donde había establecido su residencia, en 1993.
En la primavera del 36, Gabriel García-Gill se halla en Córdoba ultimando sus estudios de bachillerato y formando parte del entorno de Ardor, una revista que nace y muere en los albores de la guerra civil (sólo se llega a editar un número) y en la que publica la joven promesa Luis Pérez Infante, pero no así el caleño García-Gill. Se trata, sin duda, de los primeros escarceos literarios de este poeta nacido en 1918 en una familia mediano burguesa caleña. Es, de todos los autores estudiados, el más joven y, por tanto, quien había recorrido un camino más breve, Gabriel García-Gill; se encuentra en Cala y es muy posible que fuera alistado para marchar al frente con los nacionales
Terminada la guerra, el caleño Gabriel García-Gill fue enviado a León para allí purgar su escaso valor patriótico, como refleja alguno de sus poemas.
Más tarde cursó estudios de Filosofía y Letras en Sevilla y de Periodismo en Madrid. Formó parte de la tertulia cordobesa Nómadas, donde coincidirá con algunos elementos importantes de Cántico (cuyo primer número no saldrá hasta 1947), que viene a suponer una ruptura formal con las dos revistas más representativas de la época: la tremendista Espadaña y la garcilasista Escorial. La publicación cordobesa supone, en efecto, un importante giro en la poesía española de la época, introduciendo elementos hedonistas y barrocos y, lo que acaso sea más importante, rompiendo el aislamiento interior a través del acercamiento a los grandes poetas del exilio, caso de Cernuda o Juan Ramón. Gill colaboró en distintos diarios de la capital mesetaria, como El español, del que llegó a ser corresponsal en Tánger. En Madrid fundó y dirigió las revistas Origen y Ateneo. Entre 1950 y 1954 fue pensionado por el CSIC, trabajando en Inglaterra, Francia, Bélgica o Italia. Desde 1954 y hasta la fecha de su jubilación trabajó como funcionario internacional, lo que le llevaría a visitar distintos países del mundo, extremo que queda reflejado en su obra. Falleció en la ciudad suiza de Ginebra, donde había establecido su residencia, en 1993.
Su obra conocida consta de tres títulos, todos aparecidos en un intervalo de tiempo relativamente corto. El primero de ellos, publicado en 1960 por la colección Agora, dirigida por la cordobesa Concha Lagos, tiene el significativo título de En la plaza del hombre. Sobre él planean las características esenciales de su obra, que son, a mi modo de ver, la pulsión existencialista, la memoria planteada tanto como refugio cuanto como dolorido temblor, y la preocupación por el hombre, en su dimensión íntima, pero no exenta de preocupaciones trascendentes o sociales. Así, junto a versos de un fluido sentir, de serena aceptación del mundo, sorprende una beta adolorida, de llamadas a un hombre avergonzado, herido, amenazado, humillado, arrancado definitivamente del paraíso.
HUÉSPEDES DE LA VIDA
Yo soy como la estancia donde habitan
los inquilinos de su propia sangre,
huéspedes que me cambian
porcelana por vino, agua por pan,
recuerdos por futuros,
puñales por puñales.
La estancia que se paga y que regala
el alimento entero de la vida.
Todo viene y me llega,
todo sale de mí, se corresponde.
Si estoy aquí, es lo mismo que si vivo en
la vertiente opuesta.
Todo llega y penetra y se incorpora,
se cuece aquí en el centro,
se enciende y se machaca en esta fragua
de chispas de metal, en la farmacia
de frascos dibujados, perfumados,
donde el agua de ayer se purifica,
en la bodega honda
donde el grano revive
como un microbio nuevo
y explora la salud lejos del vino.
El nudo que teje la red
Solo el hombre, apartado,
con su fragua parada o encendida,
solitario y mirándose,
devuelve y regenera la existencia.
Sabe entonces que tiene
realidad de los ríos,
plenitud del sereno firmamento,
mundanidad del mundo,
miedo del pez que nace,
de la estrella que estrena su mirada,
puro miedo plural
del instante del mundo,
de la vida que anda y que refleja.
Yo soy como la estancia donde habitan
los inquilinos de su propia sangre,
huéspedes como aliento de la vida.
En la plaza del hombre, Ed. Agora, Madrid, 1960. El poema está recogido en la antología Retorno al hombre, p. 16. Col. Biblioteca de la Huebra, Jabugo 2004.
En este libro que tanto tiene de catártico, está presente un feísmo que parece surgido de las corrientes tremendistas y existencialistas que por la época jalonan el horizonte literario español, pero tamizado, eso sí, por una dicción netamente andaluza, en la que la luz y la esperanza tienen también su cabida. Exactamente un año después, en 1961, aparece La fuente resurgida, el segundo de sus libros, cuyo título, muy significativamente, surge de un verso de Jorge Guillén que, junto a Juan Ramón, será, quizás, su autor más querido. Si su primer libro se escoraba hacia un angustiado sentir, en La fuente resurgida ahonda en el equilibrio entre angustia y esperanza, entre belleza y aflicción. El
poeta vuelve a reflexionar sobre la incierta existencia del hombre, pero prepondera su visión sobre la convulsa belleza, sobre los sueños con los que el hombre ha sabido amortiguar su propio acabamiento. La obra, que no está exenta de una particular melancolía, podría concebirse casi como de celebración. Su temperatura emocional es, sin embargo, inferior a En la plaza del hombre, un libro que se me antoja más necesario y catártico. Pero veamos uno de sus poemas más interesantes:
SOLEDAD DE LOS HOMBRES
Volveremos a estar en Nueva York los hombres
perdidos, como pájaros dorados del desierto,
como esta tarde estamos
en el bar de las lámparas azules,
bajo un secreto azul de catacumbas,
sin la mano que da la compañía.
Y cantaremos himnos en sus barrios
sórdidos y escondidos, donde la gloria sube
desde abajo y se muere de tedio y abandono,
en Manhattan, la isla de perlas y de luces.
(Yo estoy solo esta tarde
en este bar de lámparas azules
y otro hombre a mi lado
está solo también con su miseria.
Pensylvania camina con acero y con hierro
hacia los animales del Oeste,
buscando el mar de espumas que es casi Grecia ya
y atraviesa unos campos parecidos
a los verdes olivos que Ulises contemplaba).
Volveremos a estar en Nueva York los hombres
y cantaremos la desesperanza.
Con puñales de dioses brillantes y calientes
volveremos a un templo para matar las horas,
con el miedo en la carne y en el alma,
perdidos como pájaros que están en el desierto.
(Yo estoy solo esta tarde con el hombre
que acaba de llegar, junto a la lámpara.
La emoción de los puentes
que cuelgan sobre el agua, sobre el barco,
sobre esos marineros que andan por las estrellas,
con las luces de Brooklyn y del río,
me entrega en unas manos solitarias. )
Volveremos a estar, pero vendremos
tan solos y vacíos como esta tarde,
Hombres solos de mundos interiores.
La fuente resurgida, Ed. Argos, Madrid, 1961. El poema está recogido en la antología Retorno al hombre, pág. 46. Col. Biblioteca de la Huebra, Jabugo, 2004.
En 1963 aparece el tercer y último de sus poemarios, Mañana no ha llegado, publicado por la prestigiosa colección Adonais, la más relevante colección de la época. 1963 es un año de tranquila ruptura en la poesía española del interior, por cuanto que ya agotadas las vías de la poesía social, se inicia un nuevo cambio de rumbo, en el que el lenguaje cobrará una gradual importancia, extremo que será del todo evidente con la llegada fulgurante de los novísimos en torno a 1968, como tan certeramente ha analizado Juan José Lanz en su Antología de la poesía española, 1960-1975 (Espasa-Calpe, Madrid 1997). Mañana no ha llegado es, acaso, el libro más redondo y equilibrado del poeta caleño. Tanto el dolor como la celebración, tan presentes en su primera y segunda entrega respectivamente, aquí se atenúan en una voz entrañada y cordial que refleja la incertidumbre, la soledad y la angustia del acabamiento:
EL LENTO VIVIR
Con el lento vivir
se siente lo que falta:
una palabra, algo
que roe muy cerca y queda
lejísimo...
Se siente
un molino invisible
que da vueltas y come
por dentro la materia.
Una mano suave
que desearía encontrarse
tocando cada cosa.
Se siente todo lo que
falta y lo que se tiene.
Soledad solidaria
del hombre con los otros
hombres que viven solos.
Amor por todo. Un río
que refleja el paisaje
de la vida en su seno.
Concentración, pureza
y amistad del silencio.
Mañana no ha llegado, Ed Rialp, Col. Adonais, Madrid, 1963. El poema está recogido en la antología Retorno al hombre, pág. 71. Col. Biblioteca de la Huebra, Jabugo, 2004.
Tras esta apretada trilogía, la voz de Gabriel García-Gill enmudece.
Nada sabemos de las circunstancias que rodearon este silencio. Su nombre, ausente de las antologías y estudios de la época, apenas si se asoma a dos obras recopilatorias, la Tercera antología de Adonais y la Historia de la poesía en Huelva, de Baena y Tello, donde se le conceden unas líneas, tomadas seguramente de la solapa de su último libro. De todas formas, es de todos los autores estudiados el que mejor encaja en su propia biografía el turbión de la guerra.
EL NUDO QUE TEJE LA RED
(Ocho escritores serranos en la guerra civil española)
Manuel Moya
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