Demetrio de los Ríos y Serrano, arquitecto, arqueólogo y poeta cordobés nacido en Baena el día 26 de junio de 1827 y fallecido en León el 27 de enero de 1892.
Afincado en Sevilla, durante el periodo de la Junta Revolucionaria, salvó de la piqueta veinticinco iglesias, casi todas mudéjares, entre otras : Santa Catalina, San Marcos y Omnium Sanctorum. Evitó también la demolición de la Torre del Oro y de la parte plateresca del Ayuntamiento de Sevilla, siendo además fundador del Museo arqueológico de esta ciudad.
La importancia de su trabajo se centra no sólo en su famosa actuación en la restauración de la Catedral de León, que su puso un antes en este tema, sino también en otras muchas actuaciones importantes como en las ruinas de Itálica.
Fue bautizado en la Parroquia de Santa María la Mayor como hijo legítimo de D. José de los Ríos y Dª María del Carmen Serrano. Contaba pocos meses de edad cuando fue llevado a Córdoba y después a Madrid y Sevilla, en cuyas últimas ciudades pasó su juventud y cursó con aprovechamiento todos los estudios hasta llegar a obtener el título de arquitecto en 20 de abril de 1852, cuando no contaba veinticinco años de edad.
A los dos meses ganaba en pública oposición una cátedra de la Academia sevillana de Bellas Letras, y poco después alcanzó, en público concurso también, la plaza de arquitecto municipal de Sevilla, desempeñando algún tiempo la provincial y ganando por oposición la cátedra de Topografía en la Escuela de Bellas Artes de la misma ciudad.
Durante su larga permanencia en Sevilla dio repetidas y constantes pruebas de su laboriosidad y talento: construyó las hermosas fachadas de las Casas Consistoriales, obra que basta por sí sola a dar renombre a su autor, aunque no la llegó a ver terminada en toda la rica ornamentación plateresca del proyecto, sin que por eso sea menor la alta estima y la gloria que mereció el autor de él: suyos fueron también los proyectos de las portadas de N. y S. de aquella Catedral, premiados en concurso público, aunque no llegaron a ejecutarse, y lo mismo puede decirse respecto al de la fuente monumental, coronada por la estatua ecuestre de San Fernando, cuya primera piedra colocó Alfonso XII en la plaza que lleva el nombre del santo rey.
Nombrado Vicepresidente de la Comisión provincial de Monumentos, sostuvo una verdadera lucha por conservar veinticinco iglesias, casi todas mudéjares, la torre del Oro y el arco plateresco del Ayuntamiento, cuyo derribo y destrucción estaban ya decretados en 1869. Clasificó sabiamente el Museo Arqueológico provincial enriqueciéndole con gran número de preciosos restos que desenterró en las ruinas de Itálica, a cuyos trabajos dio gran impulso, en tanto escribía una obra grandiosa sobre dichos descubrimientos, ilustrada por él con muchísimas láminas al cromo. Débele Sevilla también el gallardo pedestal que sustenta la estatua de Murillo delante del Museo, así como un libro que escribió entonces con el título de Monumentos árabes y mudéjares de Sevilla, en que hace la historia y la descripción de ellos con singular competencia, adornando el texto con ilustraciones de su lápiz.
Llevaba a cabo la restauración de la magnífica Catedral de León en 1880 el arquitecto D. Juan de Madrazo, cuando le sorprendió la muerte, y para sustituirle en aquel difícil empeño, fue nombrado Demetrio de los Ríos, que había figurado en la terna que se formó en 1869, para la dirección de aquellas obras.
Vicente Lampérez describe la ardua empresa que había echado sobre sus hombros:
“No habiendo hecho Madrazo más que comenzar el Hastial, los estribos y las pilas del brazo Sur, continuaba abierto el enorme boquete que los derribos de Laviña habían hecho en el edificio. Los encimbrados y apeos, a tanta costa ejecutados, se hallaban faltos de conservación, por la parada de las obras, y las pilas cerchadas pedían por sus grietas pronto remedio. Su tarea más importante en el primer periodo fue la de construir el Hastial y todo el brazo Sur, que como queda dicho, había dejado sus antecesor apenas comenzados. Este trabajo, aunque lleno de dificultades técnicas y artísticas, era al fin y al cabo algo que casi podía considerarse como construcción de nueva planta. Pero cuando daba cima a esta parte, acometió las delicadísimas tareas de reconstruir pilas, desmontar bóvedas y rehacer ventanales y triforios; la enorme responsabilidad de la empresa exigió de Ríos las mayores dotes de organizador, de constructor y de artista. Necesario le fue crear escuela de canteros, de monteadores y de asentistas; porque las tracerías y arcos de los ventanales destinados a subsistir los destruidos, ajustándose perfectamente en los sitios respectivos, pedían un plantillaje, que sólo para los grandes ventanales se elevó a más de 650 piezas y contras previas; el asentar una piedra en el hueco abierto a puntero en un pilar, pedía cuidados infinitos, apeos parciales y precauciones de todo género; y la labra y ajuste de dovelas y dinteles, zócalos, sillares, crochets y pináculos, exigía canteros hábiles y hechos al estilo. Crease esta escuela y al acometer Ríos la reconstrucción de las bóvedas, era admirable la maestría con que aquellos obreros ajustaban los doveles sobre las cimbras de Madrazo, y una vez cerradas las crucerías, repartían las hiladas de la plementería según el más puro método francés, labrando con la azuela los sillarejos de toba, verdadera esponja petrificada, cuya ligereza es una de las causas de la inverosímil diafanidad de la Catedral de León. Entraron los trabajos más tarde en un nuevo periodo. Varios pilares del ábside y del crucero, de época antiquísima cerchados, exigieron pronta y total reparación. Desde los cimientos, mal construidos y en parte disgregados, hasta los capiteles, fueron rehechos con los cuidados infinitos que pedían de consumo su oficio constructivo, su estado de deterioro y las cargas que sustentaban. Al practicar estas operaciones, aparecieron las fundaciones de parte de la basílica de Orduño II y algunos restos de las termas romanas, sobre las que era tradición que se había construido la iglesia leonesa. Simultáneamente con estos trabajos, presentó Ríos diversos proyectos y ante-proyectos, presupuestos, estudios y memorias, entre los que citaremos todos los ventanales, escamados de triforio, antepechados, etc., etc., el de obras necesarias para terminar la restauración de las vidrieras desmontadas y mandadas dibujar por Laviña, y la Memoria presentada en 1889 con la enumeración de los diversos elementos, como pavimento, rejas, pintura de capillas y demás precisos para abrir al culto la Catedral, en cuya Memoria se aboga por la inmediata traslación del coro a su primitiva posición en el ábside. Corría el año de 1887 cuando fue presentado a la Superioridad el proyecto de la obra más importante de las que restaban hacer, para dar por salvada totalmente la Catedral. El Hastial del Oeste, que ya había sido objeto de restauraciones en el XVI, amenazaba inminente ruina y pedía su reconstrucción. Ejecutó Ríos un doble proyecto y mientras la Academia de San Fernando estudiaba el asunto, se comprobó y comenzó el derribo del decrépito Hastial. Acodalóse con dos enormes tornapuntas armadas, de 27,50 metros, que apoyaban en fortísimas cepas de piedra. Enorme, pero necesaria, carpintería surgió ante la fachada, y pieza a pieza, fue desmontada la cantería de Badajoz (Juan de) en espera de la superior decisión. Fue ésta partidaria de la unidad artística, y allá se yergue hoy la obra de D. Demetrio de los Ríos, lógica y rica manifestación de la anterior estructura, pero animada por todas las galas del arte, como corresponde a la imafronte principal de tan sublime monumento. Dieciocho proyectos y veintisiete grupos de obras constituyen la tarea de este arquitecto al frente de la restauración de la Catedral. Y no se crea que esta labor se realizaba en una atmósfera sosegada y tranquila. Enemistades, pasiones e intereses jamás acallados desde los tiempos de Laviña, pero exacerbados después de la muerte de Madrazo, minaron el terreno y amargaron la vida de D. Demetrio de los Ríos. El relato de tanta miseria constituye la página negra de esta historia del arte. No hay por qué recordarla en todos los detalles. La atmósfera, ya densa, engendró la tempestad, y en 1888 llovieron denuncias sobre el Ministerio de Fomento en las que se daban como ciertos toda clase de errores y peligros y se lanzaba el grito de “¡¡¡La Catedral se hunde!!!” Un Ministro hubo que se hizo eco en el Parlamento de las denuncias: una Comisión oficial fue a León a examinar las obras. El Ministro se desdijo de un modo solemne y por escrito, y la Comisión vio descimbrar totalmente la Catedral, sin que ni una piedra, ni un desplome se manifestase en aquella máquina de tan complicado equilibrio. Y así continua para honor de España.”
Murió el 27 de enero de 1892, en la misma ciudad donde deja enhiesta aquella inmensa fábrica que recibió abatida, y que el 30 de mayo de 1901 se abrió al culto, recuperadas sus antiguas galas y grandezas.
Los Herreras
De dos Herreras el pincel valiente
raros portentos realizó en el lino,
y émulos ambos de Rafael de Urbino
sus obras admiró la hispana gente.
Otro Herrera ciñó el lauro a su frente
nombre alcanzando de Cantor Divino,
y otro Herrera su ingenio peregrino,
alzando el Escorial mostró patente.
Reyes del Arte a todos los proclama
no hallando entre ellos diferencia alguna,
que es justa y noble nuestra patria historia;
mas si hay quien suyo el galardón reclama,
Sevilla sólo, por que dio a tres cuna
y a todos campo donde hallar la gloria.
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