Ignacio María Martínez de Argote y Salgado
"Marqués de Cabriñana"
Ignacio María Martínez de Argote y Salgado "Marqués de Cabriñana", nace en Villaharta (Córdoba), a principios del mes de diciembre de 1812 y fallece en el año 1891.
Nace en una familia aristocrática, siendo su padre Ignacio Martinez de Argote y Mosquera, 8º marqués de Cabriñana del Monte y su madre, Teresa Salgado y Crespo. Casó con María de los Dolores Hernández y Márquez, aunque no tuvieron sucesión. Mantenía también el Marquesado de Villacaños.
Abogado y perteneciente al partido liberal moderado, fue concejal (1850), así como alcalde el Ayuntamiento de Córdoba (1863-1864) además de diputado provincial (1850-1851) y nacional (1850-1853). En el año 1865 logra su acta de senador vitalicio.
El Marqués de Cabriñana del Monte y de Villacaños, fue un ejemplo de los artistócratas burgueses del periodo isabelino, con inquietudes culturales y políticas. Cultivó su faceta literaria obteniendo el primer premio de los primeros Juegos Florales celebrados en Córdoba en el año 1859. En 1860, fue nombrado presidente del Círculo de la Amistad. También fue miembro numerario de la Real Academia de Córdoba.
A Nuestra Señora de los Dolores
Y miras a Jesús, Virgen María!
Y latiendo tu pecho de quebranto
a mares viertes congojoso llanto
y aun brama de furor la turna impía!
¡Y goza contemplando su agonía,
y no se abate de mortal espanto!...
¡Y al ver la pena en tu semblante santo
su alma a la piedad se ostenta fría!
¿Mas, quién, ¡María! brindará consuelo
a la honda angustia que en tu ser impera,
si ella cubre a la vez de luto el cielo?
¡Y es tan ardiente y tan profunda y fiera,
que si al mundo asaltase tanto duelo,
roto en pedazos con fragor muriera!
José Lamarque De Novoa
A MI BUEN AMIGO EL EXCMO. SEÑOR MARQUÉS DE CABRIÑANA,
INSIGNE POETA
Por José Lamarque De Novoa
Codicia el vulgo, de brillar sediento,
el mundano poder y la riqueza,
dones que desparecen con presteza
cual niebla leve que arrebata el viento.
De la santa virtud y del talento,
que al hombre ofrecen perenal grandeza,
el noble, el sabio a la suprema alteza
aspiran sólo, con sublime aliento.
Así, tú, caro amigo, que comprendes
cuán vanas son las dichas mundanales,
en la llama del bien tu pecho enciendes:
Y del genio en las alas celestiales
al templo augusto del saber asciendes,
alcanzando laureles inmortales.
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