GREGORIA FRANCISCA DE LA PARRA QUEINOGUE
La madre Gregoria Francisca de Santa Teresa, Gregoria Francisca de la Parra Queinogue, muy poco conocida incluso en Andalucía, nació en Sevilla el día 9 de Marzo de 1653, de buena familia y a tenor de su vocación religiosa precoz, quince años, ingresó en el convento de las Carmelitas Descalzas, fundado por Santa Teresa, de la que tomó el nombre, que tras una vida ejemplar, falleció en este mismo convento de Sevilla, el día 27 de Abril de 1735.
D. Diego de Torres Villarroel, ha escrito su biografía a la vista de los documentos facilitados involuntariamente por ella misma, y a ruegos de su último confesor Fray Julián de San Joaquín.
Las poesías estaban impresas en esa misma biografía:
EL PAJARILLO
Celos me da el pajarillo
que remontándose al cielo,
tanto en sí mismo se excede,
que deja burlado el viento.
Enamorado del sol,
sus plumas bate ligero,
y escalando el aire bajo,
toca la región del fuego.
¡Oh, quién imitar pudiera,
juguete hermoso del viento,
de tu natural impulso
el acelerado vuelo!
Mi amor ansioso te sigue
con impacientes afectos,
que es dura prisión del alma
la cárcel triste del cuerpo.
Del Sol más supremo soy
mariposa, en cuyo incendio
deseo abrasarme cuando
sus luces, amante, bebo.
Avecilla soy en jaula,
que al verl del sol los reflejos,
son sus gorjeos endechas,
son sus trinados lamentos.
Envidio tu libertad,
y abrasándome tus celos,
quisiera ser salamandra,
para vivir en el fuego.
Los rayos del Sol Divino
hieren en mi amante pecho,
siendo halago en la prisión
lo que en la prisión tormento.
Vuela feliz, pajarillo,
cuando yo presa me quedo;
y viendo que al cielo subes,
me llevas el alma al cielo.
Por amante, y por cautiva,
dos veces presa, padezco.
¡Oh, quién quebrantar pudiera
de las cadenas el hierro!
¡Quién de aqueste lazo débil
deshiciera el nudo estrecho,
y con más ardiente impulso
te excediera en el empeño!
Ese luminar celeste,
es de tu amor el objeto,
que simplemente te eleva,
negado el conocimiento.
Mas yo, que conozco y amo
sol de mayor hemisferio,
formo de mis ansias plumas,
y de mis suspiros, vuelos.
En lo inmenso de sus luces,
cuanto más miro, me anego,
que en golfos de claridad
se absorve el entendimiento.
Sus lucientes resplandores
me excitan rápido vuelo;
y detiéneme la liga
del vital unido aliento.
¡Oh tú, que con blandas plumas,
giras el vago elemento!
Sube más alto, si puedes,
y serás mi mensajero.
Darás de mis tristes penas
un amoroso recuerdo
a la luz inaccesible
del Sol de Justicia Eterno.
Dile que sus resplandores
me tienen de amor muriendo,
porque a la luz de mi fe
descubro sus rayos bellos.
Que en ellos me engolfo tanto
cuanto en ellos más me ciego;
que es gloria quedar vencida
del imposible a que anhelo.
Dile que de mí se duela,
que rompa el vital aliento,
que desate las prisiones
de tan dilatado tiempo.
Que el mirarle por resquicios
es del amor más tormento,
pues al herirme sus rayos,
más me abrazo, y más me quemo.
Que del todo los descubra,
corriendo el cándido velo,
para que le goce el alma
del todo, y al descubierto.
Pajarillo, si de amor
has gustado los efectos,
lastímate de mis ansias,
duélete de mis tormentos.
Mi libertad solicita
con mi dulce Amante Dueño;
y de tus alas me presta
plumas, que vuelen al centro.
Salga de esta dura cárcel,
de este largo cautiverio,
donde triste gimo, y lloro
mi prolongado destierro.
Donde, advirtiendo tu dicha,
tan infeliz me contemplo
cuanto es mi amor impaciente,
y mas divino mi objeto.
LA PASTORCILLA
Una humilde PastorcilIa
Esta mañana salió
Á la soledad de un monte
En busca de su Pastor.
Querido Amante, le dice,
¿Cómo es posible, Señor,
Que viva yo con alivio,
Estando ausente de Vos?
Ablándente, Pastor mio,
Las lágrimas con que hoy
En aquesta soledad
Os busca mi corazón.
Y pues me le habeis herido
Con las saetas de amor,
No desprecieis mis gemidos,
Dad alivio á mi dolor.
Estando con estas ansias,
El amoroso Pastor,
Que gustoso la escuchaba,
De esta manera le habló:
Amada, y querida Esposa,
No me he ausentado, no, no;
Ocultéme para ver
La fineza de tu amor.
Gozoso de haberla visto,
Concedo tu peticion;
Porque á mi, me agrada mucho
un rendido corazón.
Y pues el tuyo desea
Solo le posea yo,
Desde hoy, Esposa querida,
En él tomo posesión.
La dichosa Pastorcilla,
Con tan divino favor,
En silencio se ha quedado,
Gozando de su Pastor!.
Sor Gregoria Francisca de Santa Teresa (1653-1736), de civil Gregoria Francisca Parra. Hija de un bachiller en derecho, a los quince años tomó el hábito en un convento del Carmelo descalzo de Sevilla. Su biografía fue ampliamente conocida en toda España y publicitada por el famoso Diego de Torres Villarroel, catedrático de matemáticas en Salamanca, quien escribió sobre ella una Vida ejemplar, virtudes heroicas y singulares recibos de la V. Madre Gregoria Francisca de Santa Teresa, carmelita descalza, en el siglo doña Gregoria Francisca de la Parra Queinoje (1738), en la que pintaba de manera efectista todas las virtudes espirituales y explotando los supuestos hechos milagrosos que se le atribuían, incluida su santa muerte. Esta fabulosa biografía recoge numerosas informaciones sobre las actividades intelectuales de la monja, en parte rescatadas de una desconocida Autobiografía, perdida en la actualidad:
Enardecida en divinos afectos, a cada instante conversaba con Jesús, decíale enamorados requiebros, escribíale papeles amorosos, y le hacía versos blandísimos y afectuosos, y jamás se había ejercitado en esta especie de agudeza, ni en el siglo, ni en la religión.
Sin aprendizaje artístico alguno, los versos brotaban de manera espontánea a esta monja ensimismada en Dios, de los que Torres Villarroel incluye numerosos ejemplos para engalanar su devota biografía.
Lo más interesante de su abundante producción lo hallamos recogido en un manuscrito de Poesías que se conserva en la Biblioteca universitaria de Oviedo, de la que se sacó una antología publicada en París en 1865, y en otro inédito de la Biblioteca Nacional. Sus composiciones son religiosas y místicas, en la línea de Santa Teresa a quien recuerda en «A Santa Teresa». Dice de ella el marqués de Valmar:
Se distingue por la exaltación mística. Todas las impresiones de la vida cobran en su ánimo un carácter intenso de espiritualidad y amor divino [...] Y lo singular es que su afán de morir, aunque vivo y profundo, nada tiene de amargo y de sombrío. No emana del desaliento de la vida, ni de los tormentos del desengaño; es el ansia de subir a la mansión beatífica de los justos, de gozar de la presencia de Dios sin velo y sin distancia.
Fue elogiosamente recordada por Serrano y Sanz, y más por Menéndez Pelayo, que la considera «como uno de los últimos destellos de la poesía mística en el siglo XVIII». Utiliza los símbolos habituales de la poesía amorosa, popular y culta (pastorcillo, oveja, zagaleja, tórtola enamorada, fuego de amor...) que vierte a lo divino; junto a otros que proceden de la literatura sacra tradicional o de las Sagradas Escrituras (pastor, nave, esposo, barquilla). Así la poetisa se trasmuta en oveja descarriada en este mundo en «La zagaleja», donde leemos estos finos versos:
Cuando alegre el alba ríe,
una amante zagaleja
llora en aquel arrayal
y tiernamente se queja.
Suspiros exhala ardientes
entre amorosas endechas
que, penetrando los cielos,
enternecen las estrellas.
Por las fuentes de sus ojos
aquestos ecos resuenan,
llevando el compás el llanto
y el contrapunto la pena.
En ocasiones sus versos adquieren una mayor intensidad espiritual. Entonces navega por las oscuras galerías del alma donde se palpan las inquietudes interiores: la necesidad de salir de la tierra a la que se siente encadenada, la valoración de la virtud heroica, el deseo vivo y gozoso de la muerte para llegar a Dios, el goce y contemplación beatífico de la divinidad, la vehemencia oracional, la serenidad o la inquietud del alma agitada, sentidas alternativamente. La palabra adquiere entonces un tono de mayor hondura:
Aquella luz divina
de arrebol gozoso
ilumina y abrasa,
purifica, aniquila y causa gozo.
Aquel aire delgado,
silbo blando, amoroso,
que el corazón penetra
y la mente levanta a unirse al todo.
Sor Gregoria Francisca hace una poesía suave y delicada, rehuyendo los excesos conceptistas, con predominio de los metros cortos y ligeros: romance, letrilla, romancillo, redondilla, endecha. Menéndez Pelayo alababa «sus romances tiernos y sencillos» destacando el titulado «El pajarillo»:
Celos me da un pajarillo
que remontándose al cielo
tanto en sí se excede
que deja burlado al viento.
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