Salvador González Anaya
Salvador González Anaya (Málaga, 20 de agosto de 1879 - Málaga, 30 de enero de 1955) fue un poeta y novelista español, además de académico de número de la Real Academia Española.
Obra
Poesía:
Cantos sin eco (1899).
Medallones (1900).
Novela:
Rebelión (1905).
La sangre de Abel (1915).
El castillo de irás y no volverás (1921).
Brujas de la ilusión (1923).
Nido de cigüeñas (1927).
La oración de la tarde (1929).
Nido real de gavilanes (1931).
Los naranjos de la Mezquita (1933).
Luna de plata (1942).
Luna de sangre (1944).
El camino invisible.
La jarra de azucenas.
Otros:
Obras completas (1948).
“-¡Mira a Delfina, qué elegante
desde que Pepe es concejal!
¡El Municipio da bastante!
-¡Hija, por Dios, qué cosas dices!
Pepe es decente y muy cabal.”
Salvador González Anaya
A CRISTO
Aún tu palabra por el mundo suena
y de virtud y de bondad modelo,
tu doctrina de amor las almas llena
con la ideal exaltación del cielo.
Aún vibra el eco de tu voz, que llama
henchida de pasión y de dulzura
al pecador sin fé que no te ama
y al publicano de conciencia oscura.
Aún vé la Humanidad tu cuerpo inerte
enclavado en la cruz de los ladrones
y arranca un grito de dolor tu muerte
y se pasman de horror los corazones.
Pero nadie ¡oh, espíritu de fuego!
llega á tí, con el alma enternecida,
sin un dolor, que con imbécil ruego
calmar quiere en el agio de la vida.
Solo pasión hipócrita, que cela
tras la plegaria el interés del cielo,
en tí busca la fuente que consuela
y nadie vá hasta tí sin hondo duelo.
Nadie en las horas puras y tranquilas,
desde el oasis de apasible calma
eleva hasta tu rostro las pupilas,
y, temblando de amor, te ofrenda el alma.
El egoísmo con la fé se viste
y acude á tí, que al hombre consolaste...
Nadie anhela sufrir como sufriste!
¡Nadie quiere llorar como lloraste!
Nadie comprende tu grandeza oculta;
ignara plebe de tu amor se asombra;
¡como á farsante, sin piedad te insulta
y luego, ¡Oh, Cristo! como á Dios te
nombra!
¡Oh,HumanÍdad rebelde y corrompida,
qne á ver no aciertas nítida blancura
dentro del sucio polvo de la vida...
¡toda eres tu Jerusalém impura!
- ¡Toda eres tu Jerusalem! El mismo
templo se eleva con distintas trazas
y como ayer, grosero fanatismo
embrutece los pueblos y las razas!...
La Idolatría convirtió sus nombres
y de la Humanidad se enseñorea
y la Materia es Dios entre los hombres
á despecho del Bien y de la Idea!
TIBERIADES
UN ACORDE DIFÍCIL
La tarde va á morir. Desde la altiva
cumbre del sur que cierra el panorama,
con transparencia luminosa y viva,
¡el sol se extingue la sangrienta llama.
La cresta de Safed radiante brilla,
y en los picos de Hermón, Mímeos de hielo,
se copia y resplandece la amarilla
crepuscular coloración del cielo.
El terso lago, con vaivén suave,
aquieta el golpe de sus mansas olas,
y están, en medio del silencio grave,
sola su faz y sus riberas solas.
Vense á la orilla místicas cabanas
de pescadores por el sol curtidos,
en cuyos techos, de pajizas cañas,
tejen las aves de la mar sus nidos.
Genezaretz eleva sus jardines,
de tamarisco y de laurel poblados,
que esparcen por los plácidos confines
sus alientos de flor embalsamados.
V miís allá, la vista se derrama
por una feracísima llanura,
que se extiende en brillante panorama,
toda llena de manchas de verdura.
Es la hora del amor; ventisca leve,
con rumor de aletazos de paloma,
las finas lenguas de las palmas mueve
por los boscajes de la abrupta loma.
Es la hora en que la tierra se desmaya,
la hora en que el canto de las aves cesa,
la hora de amor en que la verde playa
se aduerme al son del agua que la besa.
Se hunde el paisaje en infinita calma,
y al turbio rayo de la luz del día,
se reconcentra y se emociona el alma
con íntima y tenas melancolía. .
Ved. Va Jesús, sobre la vieja nave
que el brazo de Simón hundió en la arena,
dirige á sus discípulos, suave
predicación de venturanzas llena.
¡ Cuan grande y cuan hermosa su figura
parece ante la turba que la admira!
Su iarga y empolvada vestidura,
en sueltos pliegues, por el viento gira.
Obscuro es el color de sus cabellos
y correcto el perfil de su semblante,
garzas las tintas de sus ojos bellos,
dulce el acento de su voz vibrante.
Es su oración, sinfónica harmonía
llena de notas lánguidas y graves,
sombra y luz., sol y nieve, noche y din,
rumor de olas y cantar de aves...
Al eco de su voz viva y ardiente,
j con qué emoción la turba galilea
en su alma toser, germinar presiente
de un culto nuevo la confusa ídea!
Cullu que al golpe ideal de la palabra,
cubra de Ke y Amor aliento y vida,
inmaterial encarnación que labra
al bien eterno redentora egida.
Habla á los pobres que con hondo anhelo
escuchan sus consejos inspirados:
«Mi reino de humildad no es este suelo;
mi reino es otro». «¡Bienaventurados...!»
Y mientras que Jestís al bien incita,
el rojo sol se pierde en lontananza,
y se asombra la bóveda infinita
sobre un cielo de amor y de esperanza.
SALVADOR GONZÁLEZ ANAYA
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