Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 2 de abril de 2013

EUSEBIO ASQUERINO GARCÍA [1.564]



Eusebio Asquerino García

Eusebio Asquerino García (Sevilla, 14 de noviembre de 1822 - Madrid, 14 de marzo de 1892), escritor español, hermano del también escritor Eduardo Asquerino.

Fue redactor o director de los periódicos El Alba (1838), El Eco de la Revolución (1843), El 1.º de Septiembre (1843), El Tío Vivo (1845) y El Universal (1869). También tomó parte muy activa en la revista La América, habiendo sustituido en la dirección de la misma a su hermano.1 Murió en el Hospital Provincial de Madrid ocupando una de las camas de distinguidos de que disponía la Asociación de Escritores y Artistas.
Fue autor de un tomo de Poesías (1870) que revelan influencia de José de Espronceda y de José Zorrilla. Algunas tienen matiz progresista, como A Lincoln (1865) y El obrero (1869). Junto con su hermano Eduardo cultivó el teatro, dejando varias obras en colaboración: Doña Urraca (1865), La judía de Toledo (1843), Casada, virgen y mártir (1843), Españoles sobre todo (1844), Los tesoros del rey (1850).






A Valencia

¡Salve á ti Valencia hermosa,
Con tus jardines y flores
Que hasta el aura vagarosa
Meció en tu playa arenosa
La cuna de los amores!

Se eleva la fantasía,
Y el corazón se enajena
Cuando la mirada mía
Se extiende al nacer el día
Por esa campiña amena.

Y los ojos afanosos
Contemplan los verdes prados
Y esos campos deleitosos;
¡Para el amor consagrados
Sin duda son tan frondosos!

¡Qué espectáculo tan bello
Forma su hermoso horizonte
Cuando el dorado cabello
Del sol, sobre el pardo monte
Marca su vivo destello!

Y si su espléndida hoguera
El verde campo enrojece,
Mar de rayos reverbera.
Y el rico suelo florece
Cual perpetua primavera.

Todo en tu suelo fecundo
Respira encanto y amor;
En tu belleza me fundo
Para juzgar que el Criador
Te hizo el paraíso del mundo.

¡Valencia, Virgen hermosa,
Que entre nubes de vapores
Naces de la onda espumosa
La sien ceñida de flores,
Pura, aérea y vagarosa.

Imagen de tantas bellas
Que encierras en tu albeo seno,
¿A quien no fascinan ellas,
Si de tu cielo sereno
Son las fúlgidas estrellas?

Si de su purpúrea cuna
Al sol le robaron los rayos
Sus ojos, yo sé de alguna
Cuyos pálidos desmayos
Envidia la blanca luna.

Y ostentan tantos primores
Que han conquistado la palma
De ser las fragantes flores
Del Edén de los amores,
Del paraíso del alma.

Valencia, Setiembre de 1856.






A Lincoln

Meció su cuna el infortunio rudo,
Santo crisol que al genio fortifica;
Hijo humilde del pueblo fue su escudo
Contra una aristocracia astuta y rica.

La infame esclavitud del ser humano
Manchó la obra de Washington grandiosa,
¡El pueblo rey, el libre americano
Sancionar pudo la opresión odiosa!

Cáncer profundo, lepra maldecida
Del Estado minaba la existencia,
Secando los raudales de la vida,
Oscureciendo el sol de la conciencia.

¡Y el hombre tiraniza á sus iguales,
Legándoles de mártires la palma,
Y viola sus derechos inmortales,
El don de Dios, la libertad del alma!

¡Profanación impía! Inicua afrenta
A una raza que cubre el mismo cielo.
Retumba el trueno, estalla la tormenta,
Viste la humanidad crespón de duelo.

¡Contienda de Titanes! Su heroísmo
Asombro inspira á la caduca Europa,
Y hunde en el polvo al férreo despotismo,
Vil traficante con la humana tropa.

Feroz Caín desgarra las entrañas
De Abel su hermano. ¡Lucha fratricida!
¡Y qué valen las ínclitas hazañas,
Si sangre fraternal brota su herida!

¿Quién conquistó el magnífico trofeo,
Y del esclavo rompe la cadena?
¿Quién le redime? Lincoln: digno empleo
De noble vida de entusiasmo llena.

Traición horrible su puñal afila;
Sucumbe el héroe de inmortal memoria,
Cierra sus ojos, ¡ay! su alma tranquila
Vuela al templo radiante de la gloria.

Mirad su sombra, que á su patria advierte,
Que nunca el rayo de venganza vibre,
Que es la clemencia la virtud del fuerte,
El mas digno blasón de un pueblo libre.

San Juan de Luy, 8 de Julio de 1865.







A mi inolvidable madre

Tu alma era un vaso precioso
De tan purísima esencia,
Que embriagaba mi existencia
Con su perfume amoroso.
¡Ay! La nave de tu vida
Surcó borrascosas olas,
Y espléndidas aureolas
Ornan tu frente querida.
En la ruda tempestad,
tu fe sencilla ostentando,
Y en tu rostro reflejando
Sublime serenidad.
Astro rico de esplendor,
No empañó tu brillo hermoso,
De este mundo artificioso
El corrompido vapor.
¡Qué tesoro de ternura
Guardaba tu amante pecho!
¡Ay! ¡El mio está deshecho
Por lágrimas de amargura!
Y acrece más mi dolor,
Que no vi tender tus alas
A las celestiales salas,
Mártir sublime de amor.
Ni pude escuchar tu acento,
Besar las luz de tus ojos,
Y tus calientes despojos,
Y aspirar tu último aliento.
Culto de eterna pasión,
Mi reliquia más sagrada
Es tu memoria adorada,
¡Madre de mi corazón!






A Jovellanos

Don Melchor de Jovellanos, 
ornamento de Gijón,  
y de la España blasón.  
Modelo de ciudadanos, 
fue mártir de los tiranos 
que amargaron su existencia. 
Y rechazó su conciencia 
los dones del despotismo, 
luchando con heroísmo 
por la Patria independencia. 
Rindió perenne tributo 
a la virtud, su noble arma,  
para alcanzar, doble palma,  
de su saber atributo. 
De Gijón, el Instituto,  
enaltece la memoria 
que es inmortal en la historia 
de genio tan eminente. 
Astro de luz esplendente  
en el templo de la gloria.

Y del «Delincuente honrado» 
el autor himnos merece,  
en la escena resplandece  
por la fama coronado.  
Es el genio venerado 
que en mi patria más descuella. 
En mis recuerdos ¡ cuan bella  
refleja la onda sonora 
a Gijón encantadora 
que mis fulgores destella!  
Consagro la musa mía 
a Gijón y a Jovellanos.  
No son homenajes vanos 
que, si escasa de armonía, 
a mi modesta poesía, 
la inspira, dulce atractivo 
de afecto cordial y vivo,  
la gratitud y el deber  
por el alto honor de ser 
de Asturias hijo adoptivo.






A don Julián Romea

Ilustre actor de la española escena,
Descansa en paz bajo la losa fría,
Aunque tu nombre sin cesar resuena
En el glorioso templo de Talía.

Al soplo de tu genio se animaban
Las nobles obras del ingenio humano,
La frente de su tumba levantaban
Calderón, Lope, honor del arte hispano.

De tu talento creador fecundo,
Reciben nuevo ser Guzman el Bueno,
Gran Capitán, sagaz Hombre de mundo,
Glocester sin rival de ambición lleno.

Bandera negra, ¿Qué dirán?, Padilla,
La ausencia, Súllivan, Guerras civiles
Realzó Julián del arte maravilla,
Del público arrancando aplausos miles.

No temas del olvido los rigores,
Poeta, ornan tu sien bellas aureolas,
Y te rinden tributo los cantores
Amantes de las glorias españolas.

Madrid 1867.





Al Miño

Río de claras ondas,
Espejo cristalino
Que los astros reflejas
De un cielo puro y limpio.
El alma se dilata;
Con entusiasmo miro
Que bañas á dos pueblos
Que hermanos han nacido.
¡Cuán gallarda se ostenta
Sobre el monte vecino
La villa lusitana
Valenza la del Miño!
Semejan blancas casas
De palomas un nido;
Compiten á porfía
Los bellos caseríos,
Los puertos, las aldeas,
Y del campo el cultivo
En la margen opuesta
De dos pueblos unidos
Por vínculos estrechos
De fraternal cariño.
Logró la tiranía
Un tiempo dividirlos,
Mas su unión venturosa
Realizará el destino.

Y cuán bello te extiendes,
¡Oh trasparente río!
Que formas ensenadas
Y lagos peregrinos,
Y vistosos paisajes
Cruzas en tu camino;
Mas tu caudal copioso
En sus variados giros
Del Océano inmenso
Se pierde en el abismo.
En Lusitania mueres
Y en España has nacido;
Así á las dos naciones,
Que son un pueblo mismo,
Con tu cinta de plata
unes, gracioso Miño.

Tuy, Julio 1862.





El poder y la virtud

De la tierra soberbias potestades
Aunque ostenten la púrpura y el oro,
No brillan al través de las edades,
Si arrastran por el cieno su decoro.

Ni el que del crimen sobre base artera
El pedestal de su poder levanta,
Justicia, ley, derecho y fe sincera
Audaz hollando con su inmunda planta.

Ni los que alzan sacrílegos altares,
Y del becerro de oro adoradores,
Al Dios de la fortuna almas vulgares
Rinden culto, y obtienen sus favores.

Ni Césares altivos que el imperio
Se parten de la tierra, cual centellas
Dejan solo al cruzar el hemisferio
De sangre y destrucción profundas huellas.

Solo de la inmortal virtud la llama
Que inspira al genio para el bien fecundo,
Al través de los siglos se derrama
Con su esplendor iluminando al mundo

Valencia y Setiembre de 1856.







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