Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 16 de abril de 2013

1597.- JUAN DEL VALLE Y CAVIEDES




Juan del Valle y Caviedes
Juan del Valle y Caviedes (Porcuna (Jaén), 11 de abril de 1645 - Lima, 1697), conocido como «El poeta de la Ribera» fue un poeta y dramaturgo nacido en España que vivió casi toda su vida en el Perú, y la excepción literaria de la literatura peruana del siglo XVII, junto a otros como el Inca Garcilaso de la Vega o Juan de Espinosa Medrano.

Sus padres fueron Don Pedro del Valle y Doña María Caviedes. Al morir su padre en 1661, viajó a Lima siendo un niño, para vivir con su tío materno Tomás Berjón de Caviedes, gobernador de Huancavelica. Regresó a España por sólo tres años cuando ya tenía él veinte. Estuvo dedicado a la explotación de minas en Huancavelica, y se casó en 1671 en Lima con Beatriz de Godoy y Ponce, dama de Moquegua, con quien tuvo seis hijos y luego enviudó. Luego de esto pasó muchas penurias y pobreza, y sufrió de enfermedades. Sin embargo fue también un bohemio, y tenía amigos a los que leía y con los que festejaba sus escritos satíricos, puyas y mordacidades. En su literatura hace burla tanto de los médicos como de los curanderos y del «Doctor Corcovado», su archienemigo. Según algunas fuentes Del Valle dilapidó sus pocos ingresos y murió sumido en el alcoholismo.
Aunque en algunos libros se señala su fecha de nacimiento como 1652, en Porcuna (Andalucía), una placa recordatoria señala la fecha de nacimiento de Caviedes como 1645.
Escribió poemas amorosos, religiosos, reflexiones morales y apuntes filosóficos. Sin embargo sobresale su libro de versos Diente del Parnaso, en el que continúa la corriente satírica española iniciada por Quevedo. Gran parte de la vida cotidiana del Perú de esta época está reflejada en esta obra de Caviedes y Diego Biñil Miranda.

Obras

Diente del Parnaso
Guerras físicas, proezas medicinales
Caballeros Chanflones
Carta a Sor Juana Inés de la Cruz
Entremés del amor alcalde
Baile del amor médico
Baile del amor tahúr






A mi muerte próxima

Que no moriré de viejo,
que no llego a los cuarenta,
pronosticado me tiene
de físicos la caterva.
Que una entraña hecha gigote
al otro mundo me lleva,
y el día menos pensado
tronaré como arpa vieja.

Nada me dicen de nuevo;
sé que la muerte em espera,
y pronto; pero no piensen
que he de cambiar de bandera.
Odiando las melecinas
como viví, así perezca;
que siempre el buen artillero
al pie del cañón revienta.

Mátenme de sus palabras
pero no de sus recetas,
que así matarme es venganza
pero no muerte a derechas.
Para morirme a mi gusto
no recurriré a la ciencia
de matalotes idiotas
que por la ciudad pasean.

¿Yo a mi Diente del Parnaso 
por miedo traición hiciera?
¡Cuál rieran del cronista
las edades venideras i
Jesucristo unió el ejemplo
a la doctrina, y quien piensa
predicando ser apóstol,
de sus obras no reniega.

¡Me moriré i buen provecho.
¡Me moriré i en hora buena;
pero sin médicos cuervos
juntos de mi cabecera.
Un amigo si está avis
rara mi fortuna encuentra 
y un franciscano que me hable
de las verdades eternas,
y venga lo que viniera,
que apercibido me encuentra
para reventar lo mismo
que cargada camareta.





A un médico tuerto

CON ANTEOJOS QUE DESENTERRARON DE EL CALLAO, SIENDO EL SOLO, PORQUE MATABA MAS QUE MUCHOS JUNTOS Y TENIA POR FLOR COMERLES LA COMIDA A LOS ENFERMOS DICIENDO QUE LOS ANIMABA A COMER

Tuerto dos veces, por vista 
la una y la otra por ciencia,
pues en la endiablada tuya
nunca haces cosa a derechas.
No llames siempre ante-ojos
a los que traes, porque a medias
ante-tuerto has de llamarlos,
pues la mitad está a ciegas.
Si no tienes más que un ojo
ociosa está una vidriera;
parece remedio tuvo
por cosa que no aprovecha.
Sin embargo eres el rey 
en la medical ceguera; 
si todos a ciegas curan tú no, 
que curas a tuertas.
Tu vista nadie la entiende, 
pues ni se repara en ella 
tú no miras sino apuntas, 
tú no ves sino que asestas 
¿Cómo si apuntando curas
 no atinas con las recetas, 
pues das tan lejos del mal 
que todas las curas yerras?
A los enfermos les comes
las comidas y aun las cenas
para hacerles este mal
y que se mueran de dieta.
Aýudales a beber
tus malditas purgas puercas,
y les darás media vida
y tu tendrás otra media.
De las ayudas eleves
parte también, que les echas,
y ejercitarás dos ojos
que en un tuerto es cosa nueva.
Que el comerles las viandas
no es curarle las dolencias,
sino curarte del hambre
canina que te atormenta.
Si con los enfermos curas
tus hambres y tus pobrezas
ellos los médicos son 
tú el enfermo que remedian.
Media visita debián pagarte, 
en Dios y en conciencia,
que quieren medio ve al enfermo
no debe llevarla entera.
Del Callao te han echado
con descrédito de albéitar,
por enjalma de Galeno,
por limillo de Avicena.
Hínchate, doctor, de paja,
que las albardas rellenas
no matan tanto, y tendrás 
hecho tu plato con ellas.
Que eres albarda no hay duda,
y me remito a la prueba,
pues la medicina tuya
por ser de albarda está en jerga.






Caballeros Chanflones

El que hacerse quisiera caballero,
póngaseme muy grave y muy severo
y aprenda muy despacio 
lo que son etiquetas de palacio. 

Si nombrare al virrey, diga, su esencia,
y no como la plebe, Su excelencia;
al título lo trate de Usiría,
y que le nombra así de cortesía
y a que no hablarle más ya se resuelve 
porque no se la vuelve.

Entra aquí al elegar ejecutorias 
el suponer hazañas y memorias
heroicas de ascendientes, 
y el hacer a diez grandes sus parientes.

Si este tal caballero fuere pobre, 
porque todo le sobre,
a una iglesia se vaya, y, por dos reales,
que a un cochero le dé para tamales,
por este corto logro que interesa,
le meterá en el coche o la calesa 
donde abriendo del todo las cortinas,
por las calles remotas y vecinas,
cuantos fuere por ellas encontrando
los irá saludando 
llamándole de vos al mal vestido 
y al galán poderoso y engreído,
de tú, porque les oigan tutearse
y así piensan que llegan a igualarse.

Si el tal le preguntare dónde ha estado,
le dirá que ocupado:

Su esencia le ha tenido 
en consulta, cansado y aburrido,
porque el gobierno todo lo ha fiado 
de su corto discurso limitado, 
y que nunca le deja, aunque 
él se excusa 
y murmure algo de él,
que así se usa.





Los privilegios del pobre

El pobre es tonto, si calla;
y si habla es un majadero;
si sabe, es un hablador;
y si afable, es embustero;
si es cortés, entrometido;
cuando no sufre, soberbio;
cobarde, cuando es humilde;
y loco, cuando es resuelto;
si valiente, es temerario;
presumido, si es discreto;
adulador, si obedece;
y si se excusa, grosero;
si pretende, es atrevido;
si merece, es sin aprecio;
su nobleza es nada vista,
y su gala, sin aseo;
si trabaja, es codicioso,
y por el contrario extremo
un perdido, si descansa…
¡Miren si son privilegios!

Cuando el investigador Daniel Reedy editó la obra completa de Juan del Valle y Caviedes (1652-1697) para la Biblioteca Ayacucho de Caracas, no quedó duda alguna de que este poeta de origen andaluz pero criado en Perú era un clásico de la poesía latinoamericana. Contemporáneo de Sor Juana Inés de la Cruz, con quien intercambió cartas, del Valle y Caviedes es un poeta satírico que retrató con agudeza las hipocresías y los prejuicios sociales de su época. Una comparación con Quevedo es casi inevitable, y con toda seguridad recibió su influencia, pero su poesía se distingue por un estilo directo y claro, sin los manierismos ni los preciosismos típicos del barroco; y donde Quevedo es frontal y provocativo, del Valle y Caviedes es moralizador y didáctico. El poema “Los privilegios del pobre” expone los prejuicios de clase de su época sin denunciar a nadie. Y sin embargo, al leerlo, uno dice: «Sí, es verdad, así piensan los demás…». Es un poema que provoca el proverbial descubrimiento de la brizna de paja en el ojo ajeno.






ENDECHAS

Atiende, ingrata Dafne,
mis quejas, si escucharlas
te merecen mis penas,
siquiera por ser tú quien me las causas.
Bien sé que son al viento
decirlas a una ingrata;
pero yo las publico
para que sepas solo a quien agravias.
Escucha mis suspiros,
que no porque mis ansias
con sentimiento explique
te han de obligar mis voces a pagarlas.
Pues no tan fácilmente
se mueve una tirana,
y asi puedes sin riesgo
serme benigna y entenderme, ingrata.
Si bien te pareciera,
¿qué mucho me amaras?
porque el favor, advierte,
se hace más fino cuando más se ama.
Merecer tus cariños
y dármelos es paga,
y el que paga no deja
la voluntad afecta ni obligada.
Finge que amor me tienes
y aunque me engañes, falsa,
haz siquiera de vidrio
una esmeralda para mi esperanza.
No me des desengaños
con claridades tantas,
que el infelice vive
el tiempo que se engaña o que le engañan.
Solo un triunfo consigues
si de una vez me matas:
Dame un vez la vida
para que muchas tenga que quitarla.




A UN POETA
Que de hacer versos le dieron seguidillas

Enfermo estás de tus obras,
puesto, Vicente, que miras
que adoleces por detrás
de unas malas seguidillas:
No son más limpias tus coplas
que el mal de tu rabadilla;
porque tus versos son caca,
tus rimas cacofonía.
Serás poeta perdido
si ahora las desperdicias,
pues pueden aprovecharte
si es que con ellas te limpias.
Mas nunca te han dado enojos
versos que tú tanto estimas,
que siempre vas a alabarlos
no a hacerlos de porquería.
Límpiate con la comedia
que hicistes el otro día,
que más parecióme toro
según chiflaban y reían.
también te puedes limpiar
el rabo con tus quintillas
de ciego: serán de tuerto
si tú el ojo en ellas aplicas.
No dirán que los poetas
sin fruto a escribir aspiran,
si tantas necesidades
socorren sus obras mismas.
Si el ojo del amo engorda
al caballo, qué rollizas
estarán tus coplas si
tú con tu ojo las miras!
Lee tus obras y no harás
penosas las medicinas,
si aquel que una copla aguarda
sufrirá dos mil geringas.(*)
Pon en consejo tu rabo;
te curará el camarista
Vásquez, que todo le es
hasta en la Cámara de Indias.
No te cures con su madre,
que sus ayudas malignas
son de costas, si por ellas
se quedan los que geringa.
Tus seguidillas imprime
el pañal de tu camisa
con tinta rubia, porque
no merecen otra tinta.
Milagros dícenme que haces
en puerca volatería,
que en palominos conviertes
los pollos y las gallinas.
Tus obras y lo que obras
todo es una cosa misma;
pues son tus letras tan sucias
que me parecen letrina.

Nota: (*) Así en el original

(De Diente del Parnaso, de Juan Caviedes, Editorial Garcilaso, Lima, 1925)



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