Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 16 de noviembre de 2011

998.- ITIMAD AL-RUMAIKYYA



ITIMAD AL RUMAIKYYA, nació en Sevilla, en 1011. Fue una excelente poetisa. La tradición dice que un verso dicho a tiempo y en un rasgo de espontánea inspiración fue el que le valió a la lavandera y concubina Rumaikyya el amor del rey de Sevilla, Al Mutamid, cuando supo acabar el poema que había iniciado el rey poeta, mientras paseaba junto a sus cortesanos, por la ribera del Guadalquivir y jugaban a improvisar poemas, entretenimiento extremadamente popular en la sociedad andalusí de la época. Al levantarse una ligera brisa sobre el río, dijo Al Mutamid:

"El viento teje lorigas en las aguas".


Ante lo cual esperaba la respuesta de uno de sus compañeros. Sin embargo, antes que nadie respondiera oyeron una voz femenina que completaba la rima:

"¡Qué coraza si se helaran!".


La voz correspondía a una muchacha escondida tras los juncos. Era una joven bellísima llamada Rumaikiyya, esclava de un arriero. Más tarde en su casa, Rumaikiyya recibe una invitación para acudir a palacio del príncipe heredero, Muhammad Ibn Abbad, recién llegado de Silves donde gobernaba en nombre de su padre. En la casa real, entre fuentes y jardines, Mohammad reveló a la joven su propósito de casarse con ella. Rumaikyya adoptó el nombre de Itimad aunque después no la llamarían más que Al-Sayyidat Al-Kubra, la Gran Señora.

De candorosa conversación, gozaba de salidas felices, réplicas vivas e ingeniosas, gracia natural, jovialidad y travesuras infantiles. Se recuerdan como anécdotas simpáticas, que en cierta ocasión quiso Rumaikyya contemplar la nieve, y, Al Mutamid, llenó de almendros las laderas de la sierra de Córdoba, para que la esperada poesía de sus blancas flores, impregnara de tranquila lujuria todos los poros de su sensualidad.

En otro momento, y cuando Itimad llevaba varios años como favorita de Al Mutamid, que la amaba con ardiente pasión, cuentan que se asomó un día por la ventana del palacio y vio a algunas mujeres pisando barro para preparar ladrillos. Esto le recordó sus días de mozuela cuando solía hacer lo mismo y se quebró en sollozos nostálgicos. Pidió a su marido, con gran demostración de enfado, que quería hacer lo mismo. Al-Mutamid mandó traer grandes cantidades de almizcle y ámbar. Luego dio orden que se mezclara todo con agua de rosas, azúcar y canela en el patio. En este “barro” Itimad pisó alegremente en compañía de sus amigas e hijitas.

Con este comportamiento Al Mutamid no hizo más que lo que hubieran hecho casi cualquiera de aquellos andalusíes de haber tenido riquezas y poder. Así mismo cuenta la tradición que de esa manera encarnó el sentimiento del reino entero con su deliciosa largueza e imaginación” No obstante, había quien la culpaba de haber arrastrado al emir sevillano a los placeres y voluptuosidad más lujuriosos; e incluso en su fanatismo, culpaban también a nuestra poetisa de la falta de asistencia los viernes a las mezquitas así como del desmesurado gusto de los andalusíes por el vino. Ella no echaba cuenta de aquellos jueces que tanto habían de influir en la ruina de los abbadies y de Al Andalus, y Al Mutamid no se preocupaba tampoco sino de tenerla siempre contenta:



I nvisible a mis ojos, siempre estás presente en mi corazón.
T u felicidad sea infinita, como mis cuidados, mis lágrimas y mis insomnios.
I mpaciente al yugo, si otras mujeres tratan de imponérmelo, me someto con docilidad a tus deseos más insignificantes.
M i anhelo, en cada momento, es tenerte a mi lado: ¡Ojalá pueda conseguirlo pronto!.
A miga de mi corazón, piensa en mí y no me olvides aunque mi ausencia se larga.
D ulce es tu nombre. Acabo de escribirle, acabo de trazar estas amadas letras: ITIMAD .
(Al Mutamid)

Los almorávides apoyados por los jueces fueron apoderándose de los emiratos andalusíes. La ciudad de Sevilla fue ocupada en el año 1091, con gran resistencia por parte del emir y sus hijos. Prisionero Al Mutamid con su familia, fue trasladado a Tánger. El pueblo de Sevilla le daba el último adiós en la siguiente escena descrita por Ibn Labbama:

”Vencidos tras valiente resistencia, los príncipes fueron empujados hacia el navío. La multitud se agolpa a las orillas del río; las mujeres se habían quitado el velo y se arañaban el rostro en señal de dolor. En el momento de la despedida ¡cuántos gritos!, ¡oh extranjero! Recoge tus bagajes, acopia tus provisiones, porque la mansión de la generosidad está ahora desierta …”

En aquella existencia africana triste y dolorosa, Itimad Al Rumaikyya y sus hijas se ganaban la subsistencia hilando, y sólo conocieron algún consuelo con las visitas de poetas amigos agradecidos de Al Andalus, tras la invasión del país por los bárbaros contrarreformadores del desierto norteafricano.








A mi cadena

Cadena mía, ¿no sabes que me he entregado a ti?
¿por qué, entonces, no te enterneces ni te apiadas?
Mi sangre fue tu bebida y ya te comiste mi carne.
No aprietes los huesos.
Mi hijo Abu Hasim, al verme rodeado de ti,
se aparta con el corazón lastimado.
Ten piedad de un niñito inocente que nunca temió
tener que venir a implorarte.
Ten piedad de sus hermanitas, parecidas a él y a
las que has hecho tragar veneno y coliquíntida.
Hay entre ellas algunas que ya se dan cuenta,
y temo que el llanto las ciegue.
Pero las demás aún no comprenden nada y no
abren la boca sino para mamar.








Itimad Al Rumaikyya 12 febrero 2010

Al rey Almutamid “el poeta” en la Sevilla de los Taifas no se le recuerda, que yo sepa, por ningún acontecimiento histórico de especial relevancia salvo por ser el primero en pagar un diezmo al Rey Alfonso VI para evitar un conflicto bélico que le hiciera perder el reino.

En Sevilla, que yo sepa, no hay nada que le recuerde: Ni calle, ni plaza, ni esquina, ni parque, NADA, bueno, quizás lo único un restaurante muy conocido. Sin embargo, el otro día paseando con mi esposa por las callejuelas del casco histórico me encontré con una lápida que rezaba algo que ahora no recuerdo exactamente pero tal que así: “En memoria de la esclava Itimad a quien el rey Almutamid convirtió en reina”

Me pareció muy curioso porque no conocía esa historia y si era cierto o no era más que otra de las muchas leyendas de las que rondan por Sevilla y que tanto me gustan.

Resulta que tras esa lápida se encuentra, a mi juicio,la leyenda más bonita de la historia de Sevilla y que fue plasmada, con bastante poca fortuna, en el libro de D. Juan Manuel “El Conde Lucanor” que curiosamente conservo por formar parte de mis estudios de 2º de Bachillerato y que contienen el relato que por la forma en que fue presentada, pase en su día por alto.

Igual que a muchos de nosotros nos gustaba hacer rimas de curioso gusto (5, por el culo te la …), resulta que en la época del reino de taifa de Sevilla era común pasear e ir haciendo rimas compitiendo con alguien.

Nuestro Rey, que era poeta, iba paseando por la ribera del Guadalquivir entretenido en éstas distracciones junto con su consejero al que en un momento dado le recita:


La brisa convierte al río
en una cota de malla


El consejero del rey se quedó en blanco y sin poder conseguir una buena rima improvisada, cuando se escuchó a alguien decir:


…. mejor cota no se halla
como la congele el río.


Los dos amigos se volvieron para ver quién había completado la estrofa con tanta gracia e inspiración, y vieron a una graciosa jovencita descalza que llevaba un borriquito moruno del ronzal. Y poco más vieron, pues apartándose de ellos, en seguida se encaminó salerosa hacia Triana por el Puente de Barcas, un puente que había en Sevilla y que era previo al puente que posteriormente construyó Isabel II y que se conoce como el actual Puente de Triana.

El Rey quedó prendado de ella y mando a su consejero que averiguase las señas de identidad de esta chica, resultando tratarse de una esclava llamada Itimad, propiedad del rico Rumayk (de ahí el sobrenombre de Itimad “La Rumaikyya” o Rumaiquilla), que se dedicaba a conducir sus mulas y a trabajar en el horno del dueño que era un mercader alfarero.

Conocedor del interés del rey por su compra, no tuvo reparos en regalarle lo que supondría el bien más preciado de este monarca, quien hasta entonces sólo había mostrado interés por la cultura, los caballos y las armas.

Almutamid se casó con ella convirtiéndola en la reina Umm Rabi I´timad , si bien su título era el de as-Sayyida al-Kubrà, o gran señora. Fue su única esposa y su amor duró toda la vida, tanto en los momentos buenos como en los momentos malos.

Itimad, por su personalidad, pronto se ganó el respeto y el cariño de la corte a pesar de que ciertas ideas, por avanzadas en su tiempo y de corte feminista, no hicieron mucha gracia a los ulemas. Así, por ejemplo, permitió que las mujeres sevillanas se quitasen el velo del rostro, en contra de lo que prescribía la religión islámica.

A pesar de sus logros, se cuenta que en una ocasión Itimad vió a algunas mujeres pisando barro para preparar ladrillos a través de una de las ventanas del Palacio (El Real Alcazar de Sevilla) y recordó sus días cuando era pobre y solía hacer lo mismo. El Rey que la encontró melancólica le preguntó cual era el motivo de su llanto y le contestó que ya no podía hacer lo que quería, ni siquiera pisar el barro para hacer adobes, como aquella humilde mujer descalza que estaba junto al río.

Escuchados sus lamentos, al cabo de una semana el rey despertó a Itimad diciéndole que ya podía bajar al patio, donde encontraría aquello que más deseaba. En efecto, el patio del Alcázar estaba cubierto de una espesa capa de barro muy parecido al que cuando ella era niña había pisado en Triana. Pero cuando Itimad metió los pies en el barro, llena de emoción, comprobó que estaba amasado con las más exquisitas especias y perfumes del reino, como azúcar, canela, espliego, clavo, almizcle, ámbar y algalia. Y allí estuvo Itimad jugando con sus doncellas un buen rato, amasando con los pies el perfumado barro, y riendo entre alegres y estrepitosas risas.

En otra ocasión se encaprichó en ver la nieve, pero en aquel momento vivían en Córdoba y tendrían que desplazarse a tierras de cristianos o a Granada, donde no quería molestar para no perturbar la paz entre las regiones por un mero capricho.

Continuó pues Itimad con su nostalgia, y Almutamid no volvió a hablar del asunto. Pasado un tiempo, una mañana de febrero, cuando Itimad se despertó y se asomó al ajimez de su gabinete, no daba crédito a lo que veían sus ojos, pues todo el campo de Córdoba estaba cubierto por un terso manto de nieve. “¡Ha nevado! ¡Ha nevado!”, iba gritando Itimad por los pasillos de palacio con una alegría desbordante. Mientras Almutamid sonreía satisfecho, pues su esposa no había descubierto su amorosa superchería. En realidad había hecho traer de la vega de Málaga en caravanas de carros más de un millón de almendros que mandó plantar en la sierra cordobesa, frente a los ventanales del Alcázar Viejo. Y ahora a finales del invierno, al llegar la época de la floración, el campo cubierto de almendros floridos aparecía blanco, como si hubiera nevado copiosamente.

Sea como fuere, lo cierto es que Al Mutamid reinó en Sevilla rodeado de arte, amigos y poetas. En ningún momento de la historia de al-Andalus floreció tan brillantemente la poesía como durante el reinado del tercer y último rey abbádí de Sevilla, al-Mu’tamid ibn ‘Abbád.
Sin Rumaykiyya quizás esto no hubiese sido posible pues durante el feliz reinado de Al Mutamid, su palació vivió en un dulce ensueño que contagió arte y poesía a toda la ciudad sólo perturbado por las obligadas ausencias de Al Mutamid que se despedía de su esposa con bellos versos de amor como el siguiente acróstico en el que cada verso comienza con una letra del nombre de Itimad:




Invisible tu persona a mis ojos,
está presente en mi corazón;
Te envío mi adiós con la fuerza de la pasión,
con lágrimas de pena, con insomnio;
Indomable soy, y tú me dominas,
y encuentras la tarea fácil;
Mi deseo es estar contigo siempre
¡Ojalá pueda concederme ese deseo!
¡Asegúrame que el juramento que nos une,
no se romperá con la lejanía;
Dentro de los pliegues de este poema,
escondí tu dulce nombre I’timâ



Cómo veis, las pruebas de amor del rey hacia Itimad son incontestables, pero Itimad aparece en el cuento del conde Lucanor como una señora caprichosa que nunca estaba contenta con nada y la trata como una desagradecida (Cuento XXX .- Lo que sucedio al rey Abenabe de Sevilla con su mujer Romaiquía).

Como se ha desvelado antes, estamos en un contexto histórico en que el Rey Alfonso VI está en plena reconquista y Almutamid ha conquistado el taifa de Cordoba y mantiene la paz con Granada. Ante esta situación, decide alinearse con el emir Yusuf para sostener la presión expansionista cristiana pero este último viene con la misión de prender al rey y desterrarlo a Marruecos por “ser un sultán impío que se había casado con una sola mujer, a la que permitía extravagancias feministas y artísticas”

Almutamid, prisionero, fue enviado primero a Tánger, después a Meknés y, por último, a Agmât, no lejos de Marrakech . I’timâd lo acompañó al destierro a Africa, con él compartió la desgracia y la miseria en Agmat.
De nuevo volvió a vivir en la miseria como cuando era la Romayquía de Triana, y para ganarse la vida, mientras su marido estaba en prisión, hilaba y tejía sin descanso.

Almutamid escribió al final de su vida estos versos:



El corazón persiste y no cesa;
la pasión es grande y no se oculta;
las lágrimas corren como las gotas de lluvia,
el cuerpo se agosta con su color amarillo;
y esto sucede cuando la que amo, a mí me está unida:
¿Qué sería, si de mí se apartase?





Como me repito, para mi esta es una de las historias más bonitas de entre muchas otras de las que hay encerradas en los muros de mi ciudad y que particularmente me hacen sentir tan enamorado y orgulloso de mi tierra y que hoy, ante la perversión de lo que supone una fecha como la del 14 de febrero, nos ayuda a recordar en que consisten sentimientos tan complicados y a la vez tan sencillos y necesarios como amar y sentirse amado.




No hay comentarios:

Publicar un comentario