Francisco de Medrano (Sevilla, 1570 - Sevilla, 1607) poeta español.
Fue hijo de una familia escasa de dinero formada por Miguel de Medrano y María de Villa. Francisco de Medrano inicia probablemente sus estudios en el colegio sevillano de San Hermenegildo y posteriormente ingresa en la Compañía de Jesús en Montilla 1584. Durante los siguientes años estudió arte, filosofía y teología, y enseñó en Córdoba, Salamanca (1592) y allí se ordena sacerdote; luego va a Valladolid y en 1597 al Colegio de la Compañía en Monterrey, Galicia; vuelve a Salamanca y en 1602 abandona la Compañía, quizás por haber simpatizado con algunas posturas rebeldes en las controversias internas que por aquel entonces agitaban la orden, y regresa a Sevilla, donde vive hasta el final de sus días como sacerdote secular, y se ocupa de una de las propiedades de la familia, la finca de Mirarbueno, que le sirve de refugio e inspiración poética. En estos últimos años se relaciona con los círculos literarios de la ciudad y continúa con su labor poética. Aunque no se conocen las causas exactas de su fallecimiento, hay numerosas alusiones a continuos problemas de salud desde su infancia.
Obra
La producción poética de Francisco de Medrano se enclava más dentro de la Escuela de Salamanca que dentro de la sevillana; se compone primordialmente de 34 odas y 52 sonetos. Su temática es amorosa y elegíaca, y en algún caso casi ascética. El rasgo principal que caracteriza a estas composiciones es la imitación de Horacio, siguiendo una costumbre arraigada en la poesía española del Siglo de Oro compartida con Fray Luis de León, entre otros. Sin embargo, a diferencia de muchos de sus coetáneos, como Góngora, mantiene un estilo alejado de los excesos del Barroco. A pesar del lugar secundario que ocupan sus poemas en la literatura española, algunos críticos del siglo XX como Cernuda o Dámaso Alonso han intentado llamar la atención sobre su calidad literaria, ocupándose este último de la edición de su poesía y publicando Vida y obra de Medrano (Madrid, 1948).
Su lírica amorosa está dirigida a Flora, identificable con una tal doña Inés de Quiñones, a Amaranta (María de Esquivel), a Amarilis, de quien se ignora el nombre, y a Catalina de Aguilar. Sus obras se publicaron en el raro volumen Remedios de Amor (Palermo, 1617) de Pedro de Venegas y Saavedra; junto a los Remedios de Venegas aparecen las poesías de Medrano.
A las ruinas de Itálica
Estos de pan llevar campos agora
fueron un tiempo Itálica, este llano
fue templo; aquí a Teodosio, allí a Trajano
puso estatuas su patria vencedora.
En este cerco fueron Lamia y Flora,
llama y admiración del vulgo vano;
en este cerco el luchador profano
del aplauso esperó la voz sonora.
¡Cómo feneció todo! ¡Ay! Mas seguras,
a pesar de fortuna y tiempo, vemos
estas y aquellas piedras combatidas;
mas, si vencen la edad y los extremos
del mal piedras calladas y sufridas,
suframos, Amarilis, y callemos.
ODA PRIMERA
Santiso, ¿ahora, ahora la riqueza
de los ingas invidias, y guerrero
ya oprimes con acero
la frente, y con destreza juegas ya el hierro fiero?
Fabricas al flamenco e inglés pirata
cadenas, y amenaza tu estandarte
a aquella oculta parte
do sediento de plata
osó penetrar Marte.
Sea, y ufano tus rebeldes huella,
dellos violento dueño apoderado;
¿servirte han de su grado
esclava la doncella
o el mozo aprisionado?
Ardes por oro; bebe, bebe, y tanto
el avaro, y más que Atalo poseas;
poder matar no crea
su sed. ¡Fáltale, oh, cuánto
a quien mucho desea!
Bien posible será volver el río
que de altas cumbres viene despeñado
a sus fuentes de grado,
verse helado el estío,
y el invierno abrasado,
cuando tú aquellas con razón divinas
letras de Aristótil que estimaste
ya, y Sédulo aquistaste,
¡en cuáles disciplinas
mal constante trocaste!
La ciencia noble en mercantil cuidado,
y la que sobre todas alabanzas
toga modesta, en lanzas,
habiendo de ti dado
tan otras esperanzas.
A FERNANDO DE SORIA
Yo vi romper aquestas vegas llanas,
y crecer vi y romper en pocos meses
estas ayer, Sorino, rubias meses,
breves manojos hoy de espigas canas.
Estas vi, que hoy son pajas, más ufanas
sus hojas desplegar para que vieses
vencida la esmeralda en sus enveses,
las perlas en su haz por las mañanas.
Nació, creció, espigó y granó un día
lo que ves con la hoz hoy derrocado,
lo que entonces tan otro parecía.
¿Qué somos pues, qué somos? Un traslado
desto, una mies, Sorino, más tardía;
y ¡a cuántos sin granar, los ha segado!
SONETO III
A S. PEDRO, EN UNA BORRASCA, VINIENDO DE ROMA
Pescador soberano, en cuyas redes
los monarcas mayores han estado
dichosamente presos, y cambiado
en gloria sus prisiones y en mercedes;
tú que abrir y cerrar el çielo puedes,
con poderosa llave, a tu ganado,
y alcaçar en la tierra has alcançado
con colunas de pórfido y paredes:
los ojos vuelve al mar enfureçido,
y pues tal vez osó mojar tu planta
aun siendo 'ollado de tu fee animosa,
su 'inchazón rompe, acalla su rüido,
y enseñado dicípulo, levanta
mi fee y mis pies con mano poderosa.
El rubí de tu boca me rindiera
El rubí de tu boca me rindiera,
a no haberme tu bello pie rendido;
hubiéranme tus manos ya prendido,
si preso tu cabello no me hubiera.
Los del cielo por arcos conociera
si tus ojos no hubiera conocido;
fuera tu pelo norte a mi sentido,
si la luz de tus ojos no lo fuera.
Así le plugo al cielo señalarte,
que no ya sólo al norte y arco bello
tus cejas venzan y ojos soberanos;
mas, queriendo a ti misma aventajarte,
tu pie la fuerza usurpa, y tu cabello
a tu boca, Amarili, y a tus manos.
No siempre fiero el mar zahonda al barco
No siempre fiero el mar zahonda al barco
ni acosa el galgo a la medrosa liebre,
ni sin que ella afloje o él se quiebre
la cuerda siempre trae violento al arco.
Lo que es rastrojos hoy, ayer fue charco,
frío dos horas antes lo que es fiebre;
tal vez al yugo el buey, tal al pesebre,
y no siempre severo está Aristarco.
Todo es mudanza, y de mudanza vive
cuanto en la mar aumento de la Luna,
y en la Tierra, del Sol, vida recibe.
Y sólo yo, sin que haya brisa alguna
con que del gozo al dulce puerto arribe,
prosigo el llanto que empecé en la cuna.
Profecía del Tajo en la pérdida de España
Rendido el postrer godo a la primera
y última hermosura que en el suelo
vio el sol, del Tajo estaba en la ribera,
moviendo embidia al cielo,
de su adorada fiera.
La real corona y cetro el ciego amante
derribaba (¿y qué no?) a los pies de aquélla.
Huéllalo todo altiva, y con semblante
fiero otra vez lo huella;
y él, ay, pasó adelante:
¡oh maldulce deleytel Puso luego
calma enojosa en su corriente el río
para advertir, aunque ofendido, al ciego
rey, en su desvarlo,
deel hyerro assí y deel fuego
que le amenaza: «En punto desdichado
ofendiste a esa 'ermosa, oh godo injusto,
que vengará con tanto y tal soldado
África, de tu gusto
y de tu real estado
despojándote. ¡Ay, ay, quánta fatiga!;
¡quánto afán al caballo y al valiente
infante amaga! ¡a lança y a loriga!
Mueves contra tu gente
¡quánta diestra enemiga!
Ya suena el atambor; ya las vanderas
se despliegan al viento; ya, obedientes
al açicate, corren en hileras
los ginetes ardientes
y las yeguas ligeras.
No escusas, no, la lança y el trançado
arnés, en sólo el ámbar y el curioso
peyne (¡oh varón!, ¡oh rey!) exercitado:
¿no vees quán espantoso
vaja el campo, y formado?
Mira cómo Tarife, travesando
osado por las huestes y valiente,
tu enseña abate, y Muza destroçando
(asombro de tu gente)
los campos va talando.
Conoçerás allí al nunca vencido
Almançor, que en tu mengua se engrandeçe.
Mas al conde, ay, ¿no vees quán sin sentido
y hierbe y se enfureçe,
buscándote ofendido?
No assí medroso gamo, no assí presto,
será que deel hambriento lobo huya,
qual flaco tú deel émulo molesto:
haviendo a aquesta tuya
prometido no aquesto.
Trayrá -presago yo- al godo su día,
tras no muchos diziembres, la africana
armada que ya el Çielo ayrado guía:
cayrá tu soberana
y antigua monarquía.
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