Pedro Espinosa (Antequera, Málaga 4 de junio de 1578) - Sanlúcar de Barrameda, 21 de octubre de 1650), poeta y antólogo español del Barroco y uno de los miembros de la Escuela antequerano-granadina del Siglo de Oro.
Estudió Cánones y Teología posiblemente en Sevilla; fue uno de los concurrentes más asiduos de la famosa Academia poética granadina, que timoneaba Pedro de Granada Venegas; allí conoció a otros poetas, entre otros, a Gonzalo Mateo de Berrío. Durante una estancia en Sevilla se relacionó con Juan de Arguijo, muy famoso no sólo por su poesía, sus calaveradas y su desordenada vida, sino porque a su alrededor se reunía una academia de intelectuales, entre ellos otro importante polo cultural de Sevilla, el pintor Francisco Pacheco. Todos estos viajes aprovechaba el autor para ir compilando los materiales de una famosa antología poética, cuyo título al salir en Valladolid en 1605 fue Flores de poetas ilustres. Como lírico cantó a Cristobalina Fernández de Alarcón bajo el nombre poético de Crisalda, la cual se casó con el mercader Agustín de los Ríos en primeras nupcias, y al enviudar en 1603, con el estudiante Juan Francisco Correa en 1606. A mediados de 1603 se encuentra ya en n Valladolid, donde está la Corte, y más tarde en Madrid, donde amistó con poetas tan diferentes como Góngora y Quevedo y trató a otros como Lope de Vega, Tirso de Molina y Luis Vélez de Guevara, lo que facilitó luego su labor de antólogo.
Desengañado del mundo Espinosa se retiró a la ermita de la Magdalena, cerca de Antequera, cambiando su nombre por el de Pedro de Jesús y componiendo ya solamente versos religiosos; es más, se ordenó sacerdote en Málaga y vivió desde 1611 en la ermita de la Virgen de Gracia de Archidona. Pero el Conde de Niebla lo convenció de que pasase a su servicio, lo sacó de allí, le concedió una capellanía en la iglesia de la Caridad y lo hizo rector del Colegio de San Ildefonso en Sanlúcar de Barrameda, donde permaneció treinta y cinco años. Por esa época asistió desconcertada y reprobadoramente a las intrigas del Duque de Medina-Sidonia para proclamarse rey de Andalucía. Su última obra, citada por Nicolás Antonio, sería un Tesoro escondido (Sanlúcar de Barrameda, 1644), que se ha perdido y de la que no quedan otras noticias.
Obra
Como poeta, pese a haber vivido en plena época barroca del Conceptismo y Culteranismo, fue muy poco influido por estas tendencias y su estilo personal fue sencillo, claro, puro, dominando en especial una particular y rica sensibilidad descriptiva.
Es sobre todo conocido como uno de los mejores antólogos de la lírica del Siglo de Oro; en efecto, seleccionó y editó con muy buen gusto una Primera parte de Flores de poetas ilustres de España (Valladolid, 1605) que fue muy leída y contiene 240 composiciones de 63 autores diferentes, aunque ambas cifras varían según el ejemplar de que se trate. Si bien incorpora algunos autores menores por intereses y compromisos, destacan especialmente Góngora, con 37 poemas; Luis Martín de la Plaza, con 27; Quevedo, con 21; el mismo Espinosa y Lupercio Leonardo de Argensola, con 19 cada uno; Juan Valdés y Meléndez, con 9; Luis Barahona de Soto y Lope de Vega con 8, Baltasar del Alcázar y Juan de Arguijo con 6, Agustín de Tejada con 5, y Cristobalina Fernández de Alarcón con 2. La obra incorpora además como apéndice dieciocho traducciones (y no 16 como dice la portada ni 14, como dice la tabla) de odas de Horacio, la mitad realizadas por Bartolomé Martínez. El libro es uno de los peor impresos en la historia de la tipografía del Siglo de Oro, sin duda no por culpa del editor, sino de las prisas y el poco dinero; lleva aprobación del 24 de noviembre de 1603 y privilegio de impresión del 8 de diciembre del mismo año, pero tardó dieciséis meses en salir mientras llegaba el dinero del mecenas que costeaba la edición, el Duque de Béjar, también mecenas del casi simultáneo Quijote, ya que la tasa fue dada el 1 de abril de 1605.
Bibliografía
Obras, edición de Francisco Rodríguez Marín, Madrid: RAE, 1909.
Poesías completas, edición, prólogo y notas de Francisco López Estrada, Madrid: Espasa-Calpe, 1975.
Obra en prosa; edición, prólogo y notas de Francisco López Estrada. Málaga: Área de Cultura de la Diputación Provincial, 1991.
Prosa
Bosque de Doñana, 1624.
Espejo de cristal fino y antorcha que aviva el alma, 1625.
El perro y la calentura, novela peregrina, publicado en 1625 con las Cartas del Caballero de la Tenaza de Quevedo.
Panegírico de la ciudad de Antequera, 1626.
Pronóstico judiciario a los sucesos desde año de 1627 hasta el fin del mundo, una sátira y burla de los vaticinios astrológicos.
Panegírico del Duque de Medina Sidonia (1629).
Verso
Fábula del Genil.
Soledad de Pedro de Jesús
Salmo de penitencia importantísimo para alcanzar el perdón de los pecados (1625).
Antologías
Primera parte de Flores de poetas ilustres de España, dividida en dos libros. Ordenada por Pedro Espinosa, natural de la ciudad de Antequera. Dirigida al señor Duque de Béjar. Van escritas diez y seis odas de Horacio, traducidas por diferentes y graves autores admirablemente Valladolid: Luys Sánchez, 1605
A la Asunción
En turquesadas nubes y celajes
están en los alcázares empirios,
con blancas hachas y con blancos cirios,
del sacro Dios los soberanos pajes.
Humean de mil suertes y linajes,
entre amaranto y plateados lirios,
inciensos indios y pebetes sirios
entre alfombras de lazos y follajes.
Por manto el Sol, la Luna por chapines,
llegó la Virgen a la empiria sala:
visita que esperaba el Cielo tanto.
Echáronse a sus pies los serafines,
cantáronle los ángeles la gala,
y sentóla a su lado el Verbo santo.
A la Virgen Santísima
Como el triste piloto que por el mar incierto
se ve con turbios ojos, sujeto de la pena
sobre las corvas olas que, vomitando arena,
lo tienen de la espuma salpicado y cubierto,
cuando, sin esperanza, de espanto medio muerto
ve el fuego de Santelmo lucir sobre la antena,
y, adorando su lumbre, de gozo el alma llena,
halla su nao cascada surgida en dulce puerto,
así yo el mar surcaba de penas y de enojos,
y, con tormenta fiera, ya de las aguas hondas
medio cubierto estaba, la fuerza y luz perdida,
cuando miré la lumbre, ¡oh, Virgen!, de tus ojos,
con cuyos resplandores, quietándose las ondas,
llegué al dichoso puerto donde escapé la vida.
Al Guadalhorce y su pastorcilla
Honra del mar de España, ilustre río
que con cintas de azándar y verbena
ciñes tu imagen, de claveles llena,
haciendo alegre ultraje al cierzo frío,
si ya con tierna planta y dulce brío
vieres la ingrata, causa de mi pena,
hurtar tus perlas y pisar tu arena,
baña sus huellas con el llanto mío.
Así la aurora vierta por tu orilla
canastillos de aljófar y esmeraldas,
olor las auras, flores el verano.
Y, si esto es poco, sí mi pastorcilla,
cuando tus lirios ponga en sus guirnaldas,
te dé licencia de besar su mano.
Soneto
O blanca ninfa más que nieve helada,
de honesta gentileza y cortesía,
o como te haces rica a costa mía
en gracia, valor, belleza sublimada.
O blanca ninfa que con mano armada
de honesta gentileza y cortesía,
mi voluntad rendiste que tenía
en dulce libertad muy descuidada.
O blanca ninfa ¿no fue gloria honrosa
en parte tan segura y sin sospecha,
yendo yo muy de paz y desarmado
acometer con vista tan hermosa
un corazón sin armas desarmado
y sobre paz, meterle en guerra estrecha?
Soneto
Es la varia fortuna tan sin tiento
y en los casos de amor tal su mudanza,
que a la gloria la tristeza alcanza
y encuéntrase el dolor con el contento.
Temores trae un dulce pensamiento,
con tempestad comienza su bonanza,
despecho ocurrió con esperanza
da de manos la gloria en el tormento.
Do pone el placer (si bien acaso
allí le asientan luego mil enojos),
siempre va noramala la hora buena.
Tal es (fortuna) el mal que por ti paso,
que salen ya mezcladas por mis ojos
las lágrimas de gozo y las de pena.
Soneto
«Rompe la niebla de una gruta oscura
un monstruo lleno de culebras pardas,
y, entre sangrientas puntas de alabardas,
morir matando con furor procura.
Mas de la oscura horrenda sepultura
salen rabiando bramadoras guardas,
de la Noche y Plutón hijas bastardas,
que le quitan la vida y la locura.
De este vestigio nacen tres gigantes;
y de estos tres gigantes, Doralice;
y de esta Doralice nace un Bendo...
Tú, mirón, que esto miras, no te espantes
si no lo entiendes; que, aunque yo lo hice,
así me ayude Dios que no lo entiendo».
Caídas de la Aurora
Estas púrpuras rosas, que a la Aurora,
se le cayeron hoy del blanco seno,
y en vaso de pintadas flores lleno,
¡oh dulces auras! os ofrezco ahora;
si defendéis de mi divina Flora
con vuestras alas el color moreno
del sol, que, ardiente y de piedad ajeno,
su rostro ofende, porque al campo dora.
¡Oh hijas de la tierra peregrinas!
mirad si tiene mayo en su guirnalda
más frescas rosas, más bizarras flores;
llorando les dio el alba perlas finas;
el sol colores; mi afición la falda
de mi hermosa Flora, y ella olores.
Soneto
Levantaba (gigante en pensamiento)
soberbios montes de inmortal memoria,
para escalar el cielo, en cuya gloria
procuraba descanso mi tormento;
cuando bajaron rayos por el viento,
vestidos de venganza y de victoria,
y renovando de Tifeo la historia,
la máquina abrasaron de mi intento.
Y ya Paquino, Lilibeo y Peloro
me oprimen con pesada valentía,
y mi pecho es ardiente Mongibelo.
Perdón, Señora, pues mi culpa lloro;
no mostréis más que son, a costa mía,
vuestros ojos los rayos, vos el cielo.
Soneto
Cantar que nacen perlas y granates
si estampas los toribios de tus patas,
llamar coturnos breves tus zapatas,
escribir que eres ninfa del Eúfrates;
Decir, siendo tus codos acicates,
que son tus brazos tiernos como natas,
cuyas calillas te vendió baratas
la ninfa de que hacen los chizgates.
Es un cierto mentir a fuego lento,
para que se derrita un pecho moro,
si nace a ser verdugo de poetas.
Mas tú misma echarás de ver que miento;
que las ninfas bordaron paños de oro:
Tú no sabes echarme unas soletas.
Soneto
Llegó diciembre sobre el cierzo helado,
y de flores el campo vio vestido,
y la redonda llama del sol vido
sin luz, y el cielo de otra luz honrado.
Paróse el mes, en felpas aforrado,
por mirar el milagro nunca oído,
cuando a mi sol de lumbre vio ceñido,
que el cielo alumbra, que enriquece el prado.
La admiración de maravillas tantas
obligó al mes y el caso sin segundo
a contemplar la luz del claro rayo;
mas huyó luego con veloces plantas,
porque mudando el natural del mundo,
se iba ya convirtiendo en mes de mayo.
Soneto
Con planta incierta y paso peregrino,
Lesbia, muerta la luz de tus centellas,
llegaste a la ciudad de tus querellas,
sin dejar ni aun señal de tu camino.
Ya el día, primavera y sol divino
de tus ojos, tu labio y trenzas bellas,
dieron al agua, al campo, a las estrellas
luz clara, flores bellas, oro fino.
Ya de la edad tocaste tristemente
la meta, y pinta tu victoria ingrata
con pálida color el tiempo airado.
Ya oscurece, da al viento, vuelve en plata
de los ojos, del labio, de la frente
el resplandor, las flores, el brocado.
Soneto
El sol a noble furia se provoca
cuando sin luz lo dejas descontento,
y por gozarte, enfrena el movimiento
el aura, que de gloria se retoca.
Tus bellos ojos y tu dulce boca,
de luz divina y oloroso aliento,
envidia el claro sol y adora el viento,
por lo que el uno ve y el otro toca.
Ojos y boca, que tenéis costumbre
de darme vida, honraos con más despojos;
mi ardiente amor vuestra piedad invoca.
Fáltame aliento y fáltame la lumbre,
prestadme vuestra luz, divinos ojos;
beba yo vuestro aliento, dulce boca.
Soneto
Pues son vuestros pinceles, Mohedano,
ministro del más vivo entendimiento,
almas que le dan vida al pensamiento,
y lenguas con que habla vuestra mano;
copiad, divino, un ángel a lo humano,
de aquella que se alegra en mi tormento,
porque tenga a quien dar del mal que siento
las quejas, que se lleva el aire vano.
Cuando el original me diere enojos,
quejaréme al retrato; que esto medra
quien trata amor con quien crueldades usa;
mas temo que quedéis, viendo sus ojos,
como quien vio a Campestre o vio a Medusa,
enamorado o convertido en piedra.
A la Virgen María, caminando a Egipto
Mira, desde una laja de la roca,
el águila ondear el fuego claro,
y el nido, con piadoso desamparo,
deja, sus hijos salva, el cielo toca.
También do el sol de ignora, en tierra poca
hunde el tesoro el mal seguro avaro
que teme de la cueva, aunque es su amparo,
no suenen sus secretos en su boca.
Así guardas el hijo y el tesoro,
Ave María Virgen, codiciosa,
con presa mano y peregrina planta.
Así del dulce nido, así del oro
te obliga ¡oh sabiamente recelosa!
piedad divina y avaricia santa.
Al conocimiento de sí propio
Su pobre origen olvidó este río
y en anchos vados espumoso espanta
al que, armado de robles, se levanta,
valiente monte a contrastar su brío.
Pasa con inconstante señorío,
en sus ondas ufano, y adelanta
al ancho mar la irrevocable planta
en donde ahoga el nombre y pierde el brío.
¡Oh tres y cuatro veces desdichada
miseria humana, que soberbia puedes
disimularte en sombra lisonjera!
Hombre, hijo de la tierra y de la nada,
¿cómo, yendo a la muerte, te concedes
olvido vil de tu nación primera?
A nuestro amigo, músico malo
Dicen que Orfeo piedras, animales,
y aguas trajo con voces soberanas;
también, cantado tú, quitas mil canas,
y anoche en ti se vieron sus señales;
que un mojón te tiraron las canales
a la parroquia de las almorranas,
y sobre ti llovieron las ventanas
lo que ya fue alimento de orinales.
Diste a huir, y al fin de unas callejas
te sacaron las márgenes redondas
de tu capa dos perros, a maitines.
Cantando haces derretir las tejas,
tañendo llamas las saladas ondas,
huyendo te acompañan los mastines.
Sonetos espirituales
Al Santísimo Sacramento
Guardan a un señor preso con preceptos
rigurosas los guardas diligentes;
mas en le pan le esconden los parientes
un papel y le avisan los secretos.
Tal guardan los sentidos indiscretos,
examinando cosas diferentes;
mas, escondido Dios en accidentes,
avisa al alma presa sus conceptos.
Bien que a Cristo no vemos ni sentimos,
mas la fe certifica con su sello
que en Pan se pasa al alma por la boca.
Creer manda otras cosas que no vemos,
y aquí creer nos mandó contra aquello
que ven los ojos y la lengua toca.
Soneto a Jesucristo en la cruz
Desplegar como un velo en los coluros
el que, sin cabo, cielo se dilata,
y de llama, hermosamente ingrata,
armar sus campos de cristales puros,
cimientos a la tierra abrir seguros
donde el viento sus plumas desbarata,
hacer al mar, que en perlas se desata,
de floja arena inaccesibles muros,
pequeña gloria fue de tu potencia;
más que, de puro amor, te hagas hombre,
Dios mío, por morir por tu criatura,
no es mucho que a los ángeles asombre,
ni los hombres que ignoren tu clemencia,
lo tengan por escándalo y locura.
Soneto a la Ascensión del Señor
Jesús, mi amor, que en una nube de oro,
engendrada del llanto de tu ausencia,
al Cielo te trasladas en presencia
del, si alegre, dichoso, santo coro,
mi corazón se va tras su tesoro;
tras Ti se va con alta diligencia,
y yo te sigo en dulce competencia,
con codiciosa vista y triste lloro.
¿Cómo oirás, oh mi bien, el llanto mío,
si vas a donde nunca entró la pena?
¡Bien que en tus manos llevas mi memoria!
Lejos yo, cual mis ojos, hechos río,
el fuego templan que en mi pecho suena,
templaré mis querellas con tu gloria.
Soneto por el llanto de Nuestra Señora
y de San José al Niño perdido
Pastor a cuya gloria me levanto,
zagala, honor de aquestas selvas bellas,
en lágrimas bañáis las nobles huellas:
¿que un cordero perdido lloráis tanto?
Lloras, María, y tu precioso llanto
suben para su lumbre las estrellas;
y lloras tú, José, cuyas querellas
son de los aires ornamento santo.
Más de una voz al aire desordena
del uno y otro pecho atribulado,
que a Jesús llama entre mortal gemido.
Mas de aqueste dolor nace otra pena,
viendo que, cuando más habéis llorado,
no igualará el dolor al bien perdido.
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