Luis Barahona de Soto
(Lucena, Córdoba 1548 - Archidona, 5 de noviembre de 1595), poeta español de la segunda fase del Renacimiento.
De familia noble venida a menos procedente de Burgos, el poeta lucentino fue discípulo del humanista Juan de Vilches en Antequera y después marchó a estudiar a Granada, donde frecuentó la tertulia de Alonso de Granada Venegas y conoció en persona a los poetas Hernando de Acuña, Diego Hurtado de Mendoza, Pedro de Padilla y Gregorio Silvestre, además de Gaspar de Baeza, Juan Latino y Gonzalo Mateo de Berrío. Allí vivió hasta 1569, y acaso estuvo en el ejército real luchando en la batalla de las Alpujarras contra los moriscos, pero después de la muerte de su querido amigo Gregorio Silvestre marchó a Osuna, donde frecuentó la academia de Cristóbal de Sandoval y conoció a Francisco de Medina. Quizá a instancias de este marchó a Sevilla, donde consiguió el grado de bachiller en Medicina en 1571 y conoció a Fernando de Herrera, Diego Girón, Gonzalo Argote de Molina... Discutió por motivos estéticos con Fernando de Herrera, cuyo lenguaje le parecía demasiado artificioso, por lo que le dedicó un soneto burlesco.
Ejerció como médico desde 1581 en Archidona; desde ahí hizo un viaje a Madrid y algunos otros para visitar a sus amigos poetas de Antequera y Granada; en Archidona matrimonió con la joven viuda Isabel Sarmiento, que le dio dos hijas antes de morir en 1587. Desde un año antes el poeta era regidor de la villa. En este período de su existencia escribió sus Diálogos de la Montería, una joya de la literatura cinegética que no se publicó hasta 1890 sin indicación de quién era su autor. En 1591 tomó nueva esposa en doña Mariana de Navas, joven y culta. Por esas mismas fechas es nombrado teniente de corregidor, cargo que desempeñará hasta su repentina muerte el 5 de noviembre de 1595. Fue enterrado al siguiente día en una bóveda de la parroquia de Santa Ana de Archidona.
Obra
Salvo algunas composiciones preliminares para libros de otros, sus poesías líricas, que tenía preparadas para la imprenta, no vieron la luz en vida del autor. Algunas fueron publicadas por Pedro Espinosa en sus Flores de poetas ilustres, por Sedano en su Parnaso español y por Adolfo de Castro en la Biblioteca de Autores Españoles, pero en su totalidad no aparecen hasta que las editó Francisco Rodríguez Marín como apéndice de su Luis Barahona de Soto. Estudio biográfico, bibliográfico y crítico, Madrid, 1903. Recientemente se ha publicado el códice que recoge la mayor parte de su producción poética; se trata de las Flores de Poetas de Juan Antonio Calderón. Año 1611. Transcripción del manuscrito llamado Segunda Parte de las Flores de Poetas Ilustres de España. Edición y notas de Jesús M. Morata y Juan de Dios Luque. GRANADA LINGVISTICA. Granada, 2009. ISBN 978-84-92483-89-1.
La lírica de Luis Barahona de Soto está dentro de la italianizante escuela garcilasiana, pero puede considerarse ya manierista. Se halla entre el preciosismo descriptivo y paisajístico de la escuela poética antequerano-granadina y el énfasis solemne y moral de la escuela sevillana. Sus versos juveniles, como las Lamentaciones y las Libertades de amor, poseen claras influencias de Gregorio Silvestre. Destacó dentro de la poesía épica con Primera parte de la Angélica (Granada, 1586), largo poema en octavas reales de sobresalientes descripciones basado en un episodio del Orlando Furioso de Ludovico Ariosto (los amores de Angélica y Medoro), si bien el autor intercala otros muchos asuntos. Esta obra mereció las alabanzas de Félix Lope de Vega y Miguel de Cervantes, quien en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote dijo de él sinceramente que era "uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España". Como lírico, sin embargo, no les va en zaga y usó el arte mayor italianizante y el menor tradicional castellano. Destacan en especial sus paráfrasis de Ovidio en octosílabos (Fábula de Vertumno y Fábula de Acteón), dos elegías, A la muerte del rey don Sebastián, fechado hacia 1578 y donde narra la funesta batalla de Alcazarquivir, y A la muerte de Garcilaso y la égloga funeral a doña María Manrique, y otras dos églogas en que llora la muerte de Gregorio Silvestre, acaecida en 1569. Pero seguramente la más hermosa es la bella Égloga de las hamadríades, cuya pompa cromática y lujo sensorial anuncia el de la escuela prebarroca de los poetas antequerano-granadinos. En prosa redactó los Diálogos de la montería, uno de los muchos libros de caza españoles.
LAS LÁGRIMAS DE ANGÉLICA
PRIMERA PARTE
Preliminares
Soneto del licenciado Joan de Faría, abogado y relator
en la Real Chancillería de Granada.
El cofre de oro fino y margaritas,
con mil preciosas piedras esmaltado,
que al persa rey por guerras fue ganado
del macedón, con muertes infinitas,
gran Duque, que sus glorias resucitas
y en ánimo te le has aventajado,
para las altas obras fue guardado
que el singular Homero dejó escritas.
Otro más rico es bien que se procure
para éstas del gran Soto, si se mira
el don cual es y a qué señor se ofrece,
porque tan docto estilo en honra dure
de España, de quien Grecia ya se admira,
y el príncipe que tanto honor merece.
Soneto de don Manuel de Benavides, señor de Javalquinto
y Estivel y mayorazgo de Almanzora.
Bellas redes de amor, madejas de oro,
sartas de aljófar, púrpura, ámbar, nieve,
del celebrado rostro, a quien se debe
la singular belleza de Medoro,
rendíos al santo y venerable coro,
del rojo Apolo y las hermanas nueve,
que es bien que el mundo y su riqueza apruebe
lo que da el cielo por mayor tesoro.
Y así como linaje y fortaleza
pospuso a la caduca hermosura,
la antigua reina del Catay señora,
posponga y rinda la mortal belleza
al vivo ingenio y ciencia eterna y pura,
y venza al fuerte y bello el sabio agora.
Soneto de Pedro de Cáceres de Espinosa
Sacad a luz de la tiniebla oscura
del Orco, a vuestra Angélica elegante,
cual su Eurídice tierno tracio amante,
aunque con más consejo y más cordura.
Bien pudo ser igual su hermosura,
y mucho el Orco al Orco semejante,
y que uno en Ebro y otro en Ebro cante,
mas grande es la distancia en la ventura.
Que aquella volvió el rostro inadvertida
a la prisión antigua, y no ha alcanzado
volverla el muerto Orfeo al ser perdido;
mas ésta, ya a la luz del sol salida
merced del canto de otro no igualado,
jamás verá la muerte ni el olvido.
Soneto de Joan de Sosa, a los lectores
Albricias los que tanto deseastes
ver la que viva tantos desearon,
pues si en aquello tanto trabajaron
en esto lo posible trabajastes.
Y aun pienso que en deseo les pasastes,
que no sé si en deseos os pasaron,
y al fin no se podrá decir que la gozaron
cual se podrá decir que la gozastes.
Gracias a nuestro insigne Barahona,
por quien está ya más enriquecida
Angélica, que no con su Medoro;
que si ella le dió aquél mortal corona,
dest'otro la recibe, y gloria, y vida,
que es más que Imperio, y que belleza, y oro.
Soneto del licenciado Joan de Faría, abogado y relator
en la Audiencia de Granada
Dichosa edad que aquel siglo dorado
aventaja el febeo movimiento,
y en cuanto ha rodeado el firmamento
en nuestra España el fruto ha mejorado.
Con un Apolo nuevo, enamorado
de Dafne no, de Angélica contento,
sus lágrimas cantando y su lamento,
del árbol que ellas riegan laureado.
Parnaso y Citerón con nuevas flores,
adornan frente y sien del nuevo Apolo
por mano de sus musas, confesando,
se mueren por Angélica de amores,
después que está sus lágrimas cantando
nuestro español ibero, Soto solo.
Soneto de Gregorio López de Benavente
La fama que mil ojos trae contino,
y el tiempo cuyo vuelo no reposa,
perdieron curso, y vista, y pluma honrosa,
en una enfermedad que a ambos les vino.
A remediarse fueron al divino
Apolo, el cual con lengua generosa
les dijo: Medicina más preciosa
sin advertir se os queda en el camino.
Decilde a Soto que el licor suave
que por Medoro Angélica vertía
él mismo os administre, y seréis sanos.
Hiciéronlo, y él hizo lo que sabe,
y cada cual cobró más gallardía,
más ojos, plumas, lenguas, curso y manos.
CANTO PRIMERO
Consejos ciegos
Cuéntase originalmente las causas que movieron a los tártaros para venir primera y segunda vez sobre la China, y el largo cerco del Catayo en ausencia de Angélica, sobre cuya libertad va Libocleo en compañía de Organda a consultar a Demogorgón, príncipe de las hadas, el cual, habiendo respondido a ciertas cuestiones que le han propuesto, predice lo que ha de suceder casi en todo el mundo en aquellos tiempos.
Las lágrimas salidas de los ojos
más bellos, que en su mal vio amor dolientes,
y de los que siguiendo sus antojos
vagaron por desiertos diferentes,
entre las armas, triunfos y despojos
gloriosos, cantaré, de aquellas gentes
que tras su error, por sendas mil que abrieron,
del fin de Europa, un tiempo, al de Asia fueron.
De dos contrarias reinas casi inmenso
poder, que a la India y Citia tan distantes
juntó, y de dos guerreros más aun, pienso
mostrar, de vuestra casta y semejantes;
que si no son por quien se os paga hoy censo
del mundo, son por quien pagárseos antes
debiera, en cuya heroica valentía
lo mucho que os da el cielo os prometía.
Pues ¡oh, vos, grande y única esperanza
de espíritus gentiles, y coluna
de sus memorias vivas!, do no alcanza
olvido, tiempo, muerte ni fortuna;
a cuya voluntad, ceño y mudanza,
responde tierra, y agua, y aire, y luna,
dad favorable espíritu a mi canto,
que comenzando en vos se atreve a tanto.
Y recebid, según soléis, benigno
mi ofrecimiento humilde y sus iguales,
que no es (ya que presente pobre) indigno
de manos generosas y reales;
si aquí os ofrezco (aunque en metal no digno)
las perlas que en las faldas orientales
vertió, llorando, la que pudo y quiso
del siglo ser infierno y paraíso.
Y entre esta y la otra perla, o fino grano
de aljófar, que la crespa concha cría,
aquí el rubí y allí el diamante ufano,
que el uno al otro al sol vencer porfía,
de aquel minero antiguo y soberano
de vuestra singular genealogía,
y del principio suyo, con que ha sido
el orbe tanto tiempo esclarecido.
De aquel Bernardo, aquella gloria, digo,
de España y Francia, y de una y otra espanto,
que de ambas fue ya amigo, ya enemigo,
con pecho siempre leal y celo santo;
de tanto peso es ser de aquel Rodrigo
origen, que lo es vuestro, y darle es tanto
escaques de armas de ínclitos varones,
en que él pintase al fin vuestros girones.
Mas tú de un claro espíritu y divino,
¡oh musa, colma ya mis duras venas!,
pues sabes los secretos por do vino
a ser lo que sospecha el vulgo apenas,
diciendo, en alto estilo o peregrino,
las cosas de misterios tantos llenas,
cubiertas de tinieblas y de errores,
no sin afrenta y culpa de escritores.
Sabráse por qué causas fue movida
a fatigar los reinos del oriente,
de saña, y de furor, y ira encendida,
la emperatriz de la tartárea gente
allí do está la luz siempre ascondida,
y donde nunca el Sol mostró su frente,
sobre el cimerio Bósforo, a aquel lado
por donde el norte eriza el mar helado.
Dejando aparte el hiperbóreo suelo
hay otro más alegre, do la tierra
en fuerza y paz tranquila imita al cielo,
pues nunca teme hambre, sed, ni guerra;
allí entre montes hechos de alto yelo,
en una gruta de cristal, se encierra
la fada Filtrorana, cuya suerte
no está sujeta al tiempo ni a la muerte.
La cual no en otra cosa se entretiene
que, a veces, en tejer, de seda y oro,
aquel cendal sutil que Amor le tiene
cubierto el ciego rostro por decoro,
y aquel pabilo blando que mantiene
su fuego en cera virgen, y el sonoro
estambre, de que encuerda aquel discante
que rompe los candados de diamante.
También, a veces, remediar procura,
con yerbas o palabras no entendidas,
los vicios de fortuna y de ventura,
prestando a los defuntos otras vidas;
verdad es que a las veces se apresura,
y causa en el curar nuevas heridas,
bien como al que su astucia misma ciega,
y aparta el bien, y el mal que huye allega.
Llegó a noticia desta, un tiempo, que era
dispuesto por el cielo que Agricano,
emperador de aquella gente fiera
que descendió del monte Belgiano,
vendría a morir, siguiendo la carrera,
de Amor; el cual gran tiempo amó (y no en vano)
su hija, de quien nieto había tenido
y hijo, y della padre fue y marido.
La fada, por cubrir los hechos feos,
crió en Iberia al hijo, y a la madre
llevó tras los altísimos Rifeos,
con la otra gente que es de Amor cofadre;
vivió martirizado en sus deseos
el valeroso, más que cuerdo, padre,
que al fin, por olvidar, con mucha gente
pasó buscando a Angélica al oriente.
Cuya belleza entonces florecía
con fama sin igual, habiendo hecho
temblar, en vano, cuanto seso había
del mar de Arabia y Ponto a nuestro estrecho;
cercóla el gran señor de Tartaría
y conquistó su tierra, aunque no el pecho,
que no es el ciego Amor cosa tan ciega,
que abrace a quien por fuerza se le allega.
Después que fue de muchos defendida
la empresa, y fue de muchos conquistada,
dejaron muchos en su amor la vida,
y en su crueldad la sangre derramada;
la de Agricano entre ellas fue perdida,
perdida y no buscada, ni vengada
hasta que, no heredando otra persona,
la hija vino al cetro y la corona.
Que aunque era primogénito, heredero
del reino, Mandricardo, había salido
vagando por el mundo aventurero,
perdido en otro intento más perdido,
y por su ausencia, el gran senado entero
de la tartárea fuerza, había elegido
por reina a la alta dama y valerosa,
que hija de Agricano fue y esposa.
Y tuvo en su poder no sólo aquella
antigua posesión qu'el padre había
tenido, qu'es la gente que la estrella
del Polo ve, y en casas nunca fía,
mas todo lo qu'el cita alcanza y huella,
y la Sarmacia, y Ziggia o Circasía,
con todo aquel distrito comarcano
que tuvo el padre y que añadió el hermano.
La cual, después que reina y heredera
se vio del largo imperio, no olvidando
la muerte que a su padre (que antes era
su esposo), por Angélica, dio Orlando,
dejó su quieta silla, y brava y fiera
se vino, el femenil valor sobrando,
a conquistar la ajena, habiendo dado
fatiga a lo poblado y despoblado.
Por fieras gentes y naciones varias,
inquietas y enemigas de sosiego,
condujo sus legiones ordinarias
por fuerza, por amor, por precio, o ruego;
y algunas fue dejando tributarias,
y algunas fue allanando a sangre y fuego,
quitándoles su ley, honor, y haberes,
a batrios, sacas, sogdios, indios, seres.
Supeditó las tierras margianas,
y aunque la China bien se defendía
contra ella, fueron sus astucias vanas,
pues del copete la ocasión tenía,
que al fin rindió las fuerzas comarcanas,
y asedio al gran Catayo puesto había,
do es muerto Galafrón, su hija ausente
holgando en los extremos del poniente.
Tres años tuvo el cerco, y el postrero,
los chinos a tal término han venido
que, dándole gran suma de dinero,
con ella convinieron tal partido:
que si en aquél no pareciese entero
la reina, que en los dos habían servido,
le diesen la ciudad, y juntamente
lo que hay del Gange y su India al fin de oriente.
Y así los ciudadanos afligidos,
habiendo largas postas enviado,
a públicos lugares y ascondidos,
desde el Canopo ardiente al carro helado,
y desde la ciudad a los floridos
campos que el fresco céfiro ha ilustrado,
y no teniendo della nueva cierta,
estaban ya para entregar la puerta.
De aquestos un hidalgo, un Libocleo,
de clara sangre y hijo de Astrefilo,
tomando más a pechos, según creo,
la misma empresa, aunque por otro estilo,
anduvo con la fuerza del deseo
del alto Tanais al profundo Nilo,
vio la África y la Europa en su demanda,
y al fin le aprovechó la sabia Organda.
Que habiendo tanto y tanto rodeado,
de aquella conoció, por nueva cierta,
el traje de su reina, y el estado,
y cómo se casó, y que no era muerta,
mas qu'ella con Medoro había llegado,
y estaba presa, en la ínsula desierta,
donde el poder del Orco tan grande era
que de su libertad se desespera.
Y supo juntamente qu'esta fada,
con todas las demás quería juntarse
en un concilio, a que antes fue emplazada,
do un grave caso había de consultarse;
rogóle y aun metióse en la jornada,
quiriendo de sus fuerzas ayudarse,
que de la libertad allá tratase
de Angélica, y consigo le llevase.
Organda, aunque no afable ni amorosa,
forzada de su mucha cortesía,
por una senda varia y salebrosa,
le puso al pie del monte qu'él pedía;
le puso y le dejó, que a fada o diosa
apenas se concede, y aquel día,
y en otro aun a ellas mismas es vedado,
y nunca es de mortales pies pisado.
Entre India y Citia sube el monte oscuro
con ciegas nubes, y su cuello empina
sobre el Imabo y Caspio, tan seguro
que cumbre igual no ha visto allí o vecina,
a do, cercado cual de cava o muro,
de cavernosos riscos y ruina,
tan alto un templo insigne se levanta,
que con su frente casi al cielo espanta.
Allí Demogorgón, que enfrena y rige
las fadas, cada lustro las juntaba,
los hechos y aun las leyes les corrige,
sus aranceles rompe y otros clava;
a cuál con suspensión de oficio aflige,
a cuál por premio y por favor alaba,
a cuál castiga, a cuál le recompensa
el daño, si le han hecho alguna ofensa.
Pues siendo el año y día en que conviene
juntarse a cortes o al fatal consejo,
cual del Ibero, cual del Indio viene,
cual del Hircano, cual del mar Bermejo,
sin enfrenar caballo y sin que pene,
con yugo, del novillo el sobrecejo,
sin fatigar el mar ni el suelo duro,
rompiendo la región del aire oscuro.
Y al tiempo que llegaba Organda, fueron
llegadas otras muchas más honrosas,
que de oro y varias perlas compusieron
sus ricas vestiduras y preciosas,
con que en el consistorio parecieron,
las unas y las otras deseosas
de preferirse en la belleza a ciento,
y en gala, y tiempo, y en lugar y asiento.
Morgana sola, no como solía,
ni primera, ni más aderezada,
mas siendo junta ya la compañía
llegó, y más de una cosa ya tratada,
suelto el cabello al viento se rompía,
muy sucia y de sí misma despreciada,
del traje y parecer que tuvo cuando
cazada y presa fue del conde Orlando.
Al gran colegio se humilló, y camina
a sentarse en el más humilde puesto,
y, cual con hondo pensamiento, inclina
la vista a tierra, y no levanta el gesto;
a tiempo que algún caso grave Alcina
quería tratar, ya en pie, y viendo dispuesto
el cónclave al mayor daño presente,
así le aplicó el suyo diestramente.
¿Qué no se esperará de aquí adelante
en daño nuestro?, ¿en qué será estimado
nuestro poder?, si un caballero andante
ha sido sin castigo tan osado;
aquel señor de Brava, aquel de Anglante,
si ha sido siempre y es demasïado,
aquí en Morgana quiero que se vea,
que bien lo muestra el rostro y su librea.
¿Quién hay que ya no sepa claramente
el mal que ha recebido de sus manos?,
o viva en los desiertos do no hay gente,
o allá en los garamantas o britanos;
la destrucción de su hermosa fuente,
sus dragos muertos, muertos sus lozanos
y fuertes toros, su poder rompido,
y el edificio ilustre consumido.
Y no con esta injuria asaz contento
seguilla, y alcanzalla, y aun prendella,
¡qué ofensa!, ¡qué castigo!, ¡qué escarmiento!,
hacer escarnio, y risa, y burla della,
tomalle el inviolable juramento,
y que, por si no pueda hablar ella,
ni otra en su lugar, ni quita fuerza
el alegar que hecho fue por fuerza.
Así quedó privada de esperanza
aun de llorar su misma desventura,
pues ni tratarse puede de venganza,
ni desealla, sin quedar perjura;
a todas toca, a cada cual alcanza,
pues ella no lo trata ni procura
por no poder, y es bien que se provea
(aunque ella niegue) que vengada sea.
Sufriéndose esta injuria, nos manchamos
de infame cobardía y de vileza,
y más que a nuestro imperio le quitamos
el niervo principal de su grandeza,
y a otro la ocasión y puerta damos
con que se atreva a darnos más tristeza,
pues quien se venga bien, demás que ofende
a su ofensor, de muchos se defiende.
Así alargó su habla, disponiendo
las fadas a vengar el común daño,
el caso muchas veces repitiendo
por vario y detestable, y muy extraño,
después a Falerina introduciendo
también le hizo, con discreto engaño,
pedir la injuria, hasta allí olvidada,
del jardín roto y la perdida espada.
Las cárceres quebradas, la ruina
y el menosprecio, hizo allí patente,
que recibió de Astolfo Dragontina,
y al fin de Orlando y la francesa gente;
también las fadas blanca y negra inclina
que la muerte de Orilo juntamente
añadan, y con este y otro exceso,
más hojas y cuadernos al proceso.
Después mostró agraviada la Osofana,
la Lematuria, Antandra, y la Circina,
la Febosila, y Marcia, y Filtrorana,
y la Volupia, y Brigia, y Aquilina,
cual del esposo fiel de Galerana,
cual del de Flor de Lisa, y de Armelina,
y todas, con razón más clara y cierta,
del hijo de Beatriz y del de Berta.
Mas nunca Alcina en esto se metiera,
ni la ira le mudara el bel semblante,
si al claro hijo nunca conociera
de la infelice hija de Aygolante;
de verle o de gozarle desespera,
y amor y odio en el cerebro amante
pusieron mil imágines, do alcanza,
aquí restitución, allá venganza.
Perder no pudo, del profundo seno,
que le hubiese Rugero así huido,
no sé si más de amor que de ira lleno,
que mal tras tanto amor se sigue olvido,
mas presto se convierte en el veneno
del odio, que uno y otro es producido
del arco mismo con que el dios ofende,
qu'el alta brasa yela y nieve enciende.
Y así turbar la Francia procuraba
con tal revolución que, destruida,
dejase Bradamante a aquél que amaba,
y que él volviese a la viciosa vida;
para esto vio también lo que importaba
la libertad de Angélica perdida,
y della puso al príncipe demanda,
si no es que la esforzó y la puso Organda.
Sobre esto a la memoria reducía
aquel hadado anillo y lanza de oro,
las armas y el caballo de Argalía,
indigno de apreciarse por tesoro,
y el gran valor que Galafrón tenía,
que, en cuanto pudo, engrandeció su coro,
y de su bella hija la importancia,
para la muerte general de Francia.
Los daños hizo al fin universales,
y general la queja astutamente,
y que debían hacer castigos tales
que no sólo uno sea el que escarmiente,
mas todo el que a las alas desiguales
del águila soberbia alza la frente,
y aquel de quien por cierto se tenía
que si no le estorbasen la alzaría.
Aquí cesó de razonar cansada,
aunque no fue concluso su proceso,
que la querella se dejó entablada
porque se fortalezca en el progreso;
después dio quejas otra y otra fada,
herida la una y otra hasta el hueso,
haciendo más odioso de contino
el nombre de uno y otro paladino.
Si no es Morgana, todas juntamente
a voces piden el común castigo
en la romana y la francesa gente,
sin reservar amigo ni enemigo;
cual por agravio hecho abiertamente,
y cual por odio, y cual porque consigo
tiene rancor e invidia, en vituperio
de la grandeza del romano Imperio.
El público rumor también resuelto
quedó, en que debe Angélica librarse,
que si es su cuerpo de prisiones suelto
podrán con él mil almas añudarse,
será el agravio general absuelto,
vendrá la Francia y Imperio a castigarse,
ni de Águila habrá seña, o Flor de Lis,
ni memoria de Roma o de París.
Demogorgón, que tiene ya entendida
la queja, y cuanta parte tiene en ella,
pues su grandeza halla y ve ofendida
tras la común ofensa y la querella,
tres veces su cabeza sacudida,
eriza cual león las cerdas della,
y arruga la cuadrada y dura frente,
hablando así discreta y sabiamente:
Morgana el daño ajeno verá cierto
si tuerce el rostro en bien de su enemigo,
pues nunca el enemigo descubierto
ofente tanto como el falso amigo,
ni el hombre vivo en muchos vicios muerto
lo puede estar para su bien consigo,
ni la promesa y la esperanza ha hecho
menos que alzar a un vano intento el pecho.
Y al fin hadado amor traerá a Rugero
y acabará, olvidada Bradamante,
la espada ganará el bastardo ibero,
con ella morirá el señor de Anglante,
seréis vengadas todas por entero,
mas antes, por el oro del levante,
veréis dudosa mi verdad y incierta,
y en vuestro seso la esperanza muerta.
Si no queréis ver rota la coluna
de vuestro ingenio, en su primer batalla
no pongáis duda, que a su bien repuna,
de aquél en su tercera es bien guardalla;
en guerras desiguales, y en fortuna,
y en aplazado campo, al fin con malla
y arnés vestida, y con la espada amiga,
ni rota podrá verse ni en fatiga.
¡Oh, firme, y fuerte, y de muy larga vida,
si nunca ante la bella se rindiese,
o si con ella su interese olvida
y no la amase ni la aborreciese!;
romperse ha la prisión do está metida
con mengua cada cual del interese,
ya de la maga, ya del Orco fiero,
cuya secreta historia abriros quiero.
Neptuno, Amor, y Marte, un tiempo fueron
en grande división y diferencia,
que el principado entrellos pretendieron
y a Júpiter lo dejan en conciencia;
él y los que con él allí estuvieron
a mí me remitieron la sentencia;
yo dije que el que de los tres hiciese
mayor hazaña, el principado hubiese.
Y en la contienda el dios del mar, queriendo
ser el primero, hizo que engendrado
de un hombre humano fuese el Orco horrendo
en su ballena (o carne sea o pescado),
a igual de el grande pecho el cuello abriendo,
que Láquesis predijo que ahogado
había de morir, y afirmó Cloto
que no, si no de arriba abajo roto.
Y así le hizo de una piel tan dura,
templada ya en las aguas, ya en el fuego,
que no hay arnés tan fino, ni armadura
que muestre en su defensa más sosiego;
de Atropos supo que de amores jura
que ha de morir, y así le hizo ciego,
y sin distinto sexo, y más hiciera
si corazón y seso no le diera.
Con esto vive el Orco incorruptible,
de lazos muy seguro, qu'el garguero
de humana fuerza no es comprehensible,
que con el pecho tiene un hueso entero,
y más de hierro, que es indivisible
aquel cerdoso y encantado cuero,
y de concupiscencia, que o es pece,
o ni es varón, ni hembra, ni apetece.
Verdad es que consigo una matrona
ha mucho tiempo que conserva y tiene,
mas es porque entretenga su persona
en lo que más le agrada o le conviene,
la vida a sola aquélla le perdona,
y mata toda cuanta gente viene:
los hombres luego, y las mujeres guarda
para el efecto mismo, aunque se tarda.
Ha muchos años ya que el monstruo dura,
Neptuno vive alegre y confiado,
que la sentencia tiene por segura
y casi goza el alto principado,
Mavorte brama y pierde la cordura,
y Amor está encogido y fatigado;
ninguno de los dioses hablar osa,
y espérase el suceso de la cosa.
Pero dejada toda historia aparte,
conviene que se apreste luego Alcina
para el poniente, y a la diestra parte
derrame sus engaños Falerina,
a la siniestra busque por qué arte
los mares alborote Dragontina,
y vaya do quisiere esotra gente,
que Filtrorana basta para oriente.
Dijo, y sin tardar más, en un momento,
no pareció, y dejando aquel gobierno,
se vio del templo solo el fundamento,
que todo lo demás tragó el infierno;
el austro, el aquilón, y el otro viento
que en el poniente es amoroso y tierno,
las llevan, cada cual leda y ufana,
quedándose en el euro Filtrorana.
La cual ha mucho tiempo que tenía
en su poder, el hijo incestuoso
del gran emperador de Tartaría,
hadado como Aquiles el famoso;
con leche de leona y tigre cría
el niño, que ya es mozo valeroso,
quiérelo mucho y aun su muerte siente,
que sabe que le aguarda en el oriente.
Y así mil veces le amonesta en vano
que no vaya a la India ni la vea,
y que en el pueblo moro o el cristiano
podrá ganar la gloria que desea,
y si vengar la muerte de Agricano,
su padre, quiere, que muy cierto crea
que en el ocaso, con diversa suerte,
está quien le mató y causó la muerte.
Con cuentos de Marsirio, y de Agramante,
y de Gradaso, y Carlo, al mozo tiene,
y del gran Rodomonte y Sacripante,
entretenido el tiempo, y cuando viene
en ocasión, con obras y semblante
del fuerte Mandricardo, le entretiene;
que así en la ibera y en la selva hircana,
le tuvo muchos años Filtrorana.
Parte en la Iberia donde fue nacido,
de venenosos animales llena,
ya por el monte Cáucaso crecido,
que toda la circunda y encadena,
ya por el Ponto y Colcos le ha traído,
mas siempre, en el desierto o en la arena,
contino con un solo compañero,
y a veces con el rey de Ponto fiero.
Cien lenguas lo enseñó perfectamente,
que cada cual hablaba y respondía,
y las tres artes con que fue elocuente,
tras de contar, medir, y astrología;
en música salió más excelente
que en toda la demás filosofía,
que dicen que aplicaba el pensamiento
más a imaginación que a entendimiento.
Después danzar, después luchar le enseña,
jugar la lanza y revolver la espada,
que aquella edad tan tierna, de pequeña
es bien que crezca en esto ejercitada;
con letras solas sale zahareña,
de sus provechos floja y descuidada,
sin letras ruda, y desta sutileza
el cuerpo y alma adquiere igual destreza.
Después en ejercicios de la caza
gastarle hace muchos ratos vanos,
do no con solas liebres se embaraza,
leones rinde, y osos mata hircanos,
a pie las tigres sigue, y despedaza
las hienas y serpientes con sus manos,
y a veces a caballo, al cual primero
le hizo corregir con duro acero,
y a veces no rendido, aunque domado
sin qu'el feroz vigor perdido hubiese,
sin silla se lo dio y desenfrenado,
y le mandó que así le corrigiese,
haciéndole saltar de cada lado,
y que de encima dél corriendo asiese
la lanza, que en el suelo está tendida,
y alguna pieza sin sazón perdida.
Después que varias vueltas dio desnudo,
o con vestido y hábito ligero,
y que sufrir arnés y yelmo pudo,
vestir le hizo de pesado acero,
ceñir espada y embrazar escudo,
mas orden no le dio de caballero,
ni usar de su nobleza le consiente
hasta que lo reciba en el poniente.
A do, por ruego de las fadas, piensa
encaminalle; porque se entendía
que sólo el mozo a la común ofensa,
venganza muy bastante prometía;
que de su honor y daño, recompensa,
matando al conde Orlando, les daría;
pues ya Demogorgón dijo primero:
la espada ganará el bastardo ibero.
Mas aunque cierto por aquí se entiende
que en manos deste ha de acabar Orlando,
no sabe si el pronóstico se extiende
a que ambos mueran juntos peleando;
resfríala el miedo y el deseo la enciende,
y entre ellos se anda el tiempo dilatando,
mil pensamientos mira, muda, y vuelve,
y destos en ninguno se resuelve.
Aflígese ella misma, y se consuela,
y esfuérzase con esto finalmente,
que si es la lid en Francia no hay que duela,
que el mozo ha de morir en el oriente;
también conoce, por igual cautela,
que Orlando ha de morir en el poniente,
y así juntallos en París procura,
do tiene por ganada la aventura.
Mas a la fin, con pecho temeroso,
temió la vuelta que fortuna puede
dar en las cosas, y que un fin gozoso
frustrado en medio de esperanzas quede;
temió qu'el Conde siempre fue dichoso,
y que en valor a todo el mundo excede,
y cuántas veces le tiñó la espada
la sangre de Agricano desdichada.
Temió también que la ocasión podría
mudar cualquier prudencia de ligero,
mudar el hado, y el lugar, y el día,
y el fin dudoso en otro lastimero,
en cuanto la batalla se haría
do el Sol se ve resplandecer primero,
donde su dicha o la hadada historia
negaban al mancebo la victoria.
Temió también que si éste fue hadado,
de la cabeza al pie con fuerza tanta,
también al Conde guarda el mejor hado
de los cabellos altos a la planta,
en cuánto será Orlando mejorado,
y de la espada, donde el verso canta:
con ella morirá el señor de Anglante;
no se entendió y se entenderá adelante.
Ningún adivinar salió tan cierto
que no pueda exponerse de otra suerte,
y es éste tan dudoso y encubierto
que no hay quien lo construya ni concierte,
que o dice allí con ella ha de ser muerto,
o durará con él hasta la muerte;
bien puede ser triunfante y poseella,
gozalla siempre, y aun morir con ella.
Así que tales cosas revolviendo,
la fada amorosísima, en su pecho,
estaba el vario caso difiriendo,
por ver neutral y tan incierto el hecho,
aunque en la profecía está leyendo
un verso abajo puesto en su provecho,
do dice, declarando lo primero:
seréis vengadas todas por entero.
Morgana a tal sazón no había olvidado
su ofensa, ni este medio a su castigo,
mas busca el que le fue profetizado
si tuerce el rostro en bien de su enemigo:
ya intenta ver a Orlando coronado,
y váse a España al rey Alfonso, amigo
de Carlos y cuñado, en quien secreto
movió un piadoso celo y no discreto.
Que, pues de sucesores carecía,
si a Carlo en su derecho instituyese,
que ya era rey de toda Berbería,
haría que él de España lo fuese,
y, así como Agramante, moriría
Marsirio, por do toda Europa hubiese
la bendición, que al alma ayuda tanto,
del gremio de la Iglesia sacrosanto.
Por esta parte piensa levantalle,
a Orlando, el seso a pretensiones vanas,
pues cierto Carlos querrá España dalle
en pago de sus obras soberanas;
mas, porque en tal sazón no hay cierta, calle,
por causa de otras guerras comarcanas
dejólo así, y volvió sin dar la mano
a ver do para el hijo de Agricano.
El cual, como animoso, bien quisiera
salir de aquellas selvas, y ir buscando
con quien mostrar ser hijo de quien era,
las fieras y selvajes despreciando,
cuando un pequeño barco en la ribera
de un río, que del Norte frío abajando
lo que hay de allí al gran seno de Isos riega,
halló, y metióse en él, y al mar navega.
Ni sabe a dónde va, ni a do camina,
en el profundo piélago metido,
ni más que cielo y agua determina
que hubieran otro esfuerzo confundido;
mas él va alegre, porque se imagina
de aquella oscura confusión salido,
de Marte por ventura gobernado,
pues fue para su gloria preservado.
Mas en el tiempo que sintió Neptuno
la carga sin igual, que al mar espanta,
su cárdeno color vistió de bruno,
y con furiosas olas se levanta;
mostróse con bramidos importuno,
con tempestad tan grande y furia tanta,
que el cielo con el mar se confundía,
y el mar entre sus pies los aires vía.
Piloto nuevo, y nuevo marinero,
y navegante nuevo el mozo siendo,
un poco resistió al destino fiero;
mas contrastar las ondas no pudiendo,
licencia sin temor le dio al madero,
soltando el remo y entre sí diciendo:
¿de qué me valen esperanza y miedo?,
gobiérnete fortuna, qu'yo no puedo.
Tan a su gusto va y tan descuidado,
si ve subir el barco hasta el cielo
y si lo ve bajar, como arrojado,
a los abismos últimos del suelo,
como el que en tales cosas se ha soñado
y sueña que lo sueña sin recelo,
que aunque de verse fatigar se duela,
con entender que es sueño se consuela.
Parece que le dicen al oído:
tu vida en mil peligros va segura,
para mayores cosas has nacido,
y para más te guarda tu ventura;
cual dijo, entre las ondas sumergido,
el otro, en semejante coyuntura,
al pescador Amiclas: «Calla amigo
que César y su dicha van contigo.»
Yo sé que alguno, que entender porfía
las cosas, llamará locura aquesta,
ajeno de primor y cortesía,
y lleno de simpleza manifiesta,
mas yo por discretísima osadía
la tengo, que en gentil valor se enhiesta,
pues la esperanza de notables cosas
se debe a las personas generosas.
Y tengo por discreto pensamiento
el que lo que por fuerza ha de ser hecho,
aunque en su daño, hace muy contento,
quedando de su suerte satisfecho;
así llevado del furor del viento,
ya por camino tuerto, ya derecho,
el animoso mozo una mañana,
se vio salir en un puerto playa llana.
Sentóse a reposar de la fatiga
que la tormenta al cuerpo había causado,
no al alma, de descansos enemiga
si por la gloria es el trabajo amado,
y aunque la hambre a destemplanza obliga,
no ocupa de las frutas el templado
estómago, ni excede al ordinario
manjar que es a la vida necesario.
Mas mira al mar y al vario movimiento
con que sus montes de agua levantaba,
la gran batalla de uno y otro viento
con que, azotado, el fiero mar bramaba;
volvió después los ojos al concento
que, con diversas voces, ordenaba
la confusión, de tantas voces varia,
tan dulce cuanto menos ordinaria.
En esto aun nunca Filtrorana había
echado menos su presencia amada,
que en sí los varios casos revolvía
de la India, que le estaba encomendada;
la rica tierra que los seres cría,
de do la seda al mundo fue enseñada,
y toda Margiana fue midiendo
y por la ilustre China discurriendo.
Buscando por qué modo Arsace pueda,
triunfando del Catayo y de su gente,
subir a lo más alto de la rueda
que le ofreció fortuna en el oriente;
y así a la fada indujo (que atrás queda,
qu'es tarde sabia y poco diligente)
un yerro, bien contrario a su deseo,
con que engañase al ciego Libocleo.
Sabia qu'este cuerdo caballero,
por el Catayo, a Organda fue enviado
a que supiese della el verdadero
suceso de su reina, y el estado,
y así engañóla, y dijo que del fiero
poder del Orco nadie se ha librado;
forzóla a que esto oyese y entendiese,
y que esto al mensajero le dijese.
Porque después que oyó la profecía,
por falta de su ingenio no entendiendo
el verso oscuro, en que se prometía
lo que ella va buscando y pretendiendo,
de ver la bella libre desconfía,
según lo que del Orco está diciendo
Demogorgón, que en modo razonable
le demostró invencible y insuperable.
Y así con voz llorosa y fatigada,
al noble caballero le amonesta,
que deje por superflua y excusada
de libertar su reina la recuesta,
y pues que mucha tierra es conquistada,
que rinda sin defensa la que resta,
y que el intento a los cercados mude,
porque a ellos y a su patria en algo ayude.
Probóle que ninguno está obligado
a más de lo posible, y que el amigo
que a algún amigo lo que basta ha dado,
lo que le resta ha de guardar consigo;
y pues hacienda y sangre ha derramado,
como uno y otro ejército es testigo,
por su señora, y sabe que es perdida,
no debe derramar también la vida.
Y más si de perdella y derramalla
a Angélica le viene poco fruto,
pues no podrá del Orco liberalla,
cuyo poder y mando es absoluto;
ni puede con riquezas rescatalla,
ni dalle algunas parias ni tributo,
por donde se conozca, agradecida,
su voluntad y fe jamás rompida.
También, para inducillo a tal intento,
le trujo aquellos miedos al sentido
que da la ciencia al tibio entendimiento,
curioso en procurar lo no venido;
acuérdale que en signo erró violento
el Sol y Luna, al tiempo qu'él nacido
fue al mundo con aspectos que, en su abismo,
le muestran parricida de sí mismo.
Y más que si la guerra va adelante
por fuerza, le probó que al fin rendida
la China sería a Citia, y de pujante
vendría a desolada y destruida;
mostróle que la gente de levante,
de tierno pecho y delicada vida,
no basta a defenderse del airado
y duro cita, a guerras enseñado.
Mostróle que después de haber salido
con la victoria, en vano deseada,
si a Galafrón y al hijo habían perdido,
y Angélica está siempre encarcelada,
debía un nuevo rey ser admitido,
y si éste acaso no agradece nada
(costumbre de los príncipes más cierta),
que en él sería su fe, aun con obras, muerta.
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