Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

miércoles, 16 de noviembre de 2011

IBN AMMAR [1.007]


Ibn Ammar

Abū Bakr Muḥammad ibn ˁAmmār, también conocido como Ibn Ammar de Silves o Abenamar (1031-1086), fue un poeta andalusí y visir de la Taifa de Sevilla.

De origen humilde y poco conocido, su talento para la poesía atrajo al joven Al-Mu'tamid, que se convirtió en su amante y amigo y lo nombró visir de Sevilla tras la muerte de su padre, Al-Mutadid. Abenamar tenía la reputación de ser invencible jugando al ajedrez; según el historiador Abdelwahid al-Marrakushi, su victoria en una partida convenció a Alfonso VI de Castilla a abandonar Sevilla.
En Silves conoció al príncipe Al-Mutamid y comenzó una estrecha relación sentimental. Tras acceder Al-Mutamid al trono de la Taifa de Sevilla, Abenamar planeó la anexión de la Taifa de Murcia al Reino sevillano y convenció al rey poeta para que lo nombrara gobernador. Conquistada a fines de 1079 con la ayuda del general del ejército Ibn Rašiq, se nombró a sí mismo rey y cortó relaciones con Al-Mutamid. Pero su poder duró poco, pues comenzó a utilizarlo para fines suntuosos que le granjearon la desafección del pueblo murciano. Ibn Rašiq lideró la oposición a Abenamar, que se vio impelido a abandonar la ciudad y buscar refugio en la Taifa de Toledo, donde se entrevistó con Alfonso VI e incitó a la población a sublevarse contra Al-Qadir (mayo de 1080), quien tuvo que refugiarse en Cuenca. Pero finalmente, las intrigas políticas toledanas se volvieron en su contra y Abenamar tuvo que huir en mayo de 1082 a Madrid, que por entonces era poco más que un alcázar.1
A comienzos del verano de 1082 Abenamar recala en la corte de la Taifa de Zaragoza de Al-Mutamán, donde permaneció hasta 1084. El monarca zaragozano le recibió con grandes honores, le proporcionó una buena vivienda y sueldo, y posiblemente le nombró visir. Allí se dio una vida regalada, y era criticado entre la población saraqustí por su afición al vino, de la que él se defendió en un poema. Además, ayudó a Al-Mutamán a someter a un alcaide rebelde, lo que consiguió haciendo que lo matasen, y fue premiado por el monarca zaragozano con el disfrute de esa fortaleza.1
Desde aquel lugar de la corte de Zaragoza1 envió a su amigo, el rey de Sevilla Al-Mutamid, una elegía por la que solicitaba el perdón. La casida evocaba el estilo de Ibn Zaydun, pero adoptaba un estilo más solemne y nostálgico, recordando los días felices de Silves:




¿Acaso Silves no ha llorado por el que sufre
y Sevilla no ha suspirado por un arrepentido?
La lluvia cubrió el manto de nuestra juventud
en un país donde los jóvenes rompían los amuletos de la infancia.
Al recordar el tiempo de mi juventud, es como si se encendiese
el fuego del amor en el pecho.
Aquellas noches en que no hacía caso de la sensatez del consejo
y seguía los errores de los alocados;
condené al insomnio a los párpados somnolientos
y recogí el tormento de las tiernas ramas.
¡Cuántas noches pasamos en el Azud, entre los meandros del río,
que se deslizaba con la sinuosidad de una serpiente!
Escogimos el jardín como vecino y nos visitaba con sus regalos
que traían las manos de las suaves brisas;
nos enviaba su aliento y se lo devolvíamos aún más perfumado,
y con más suave brisa;
la brisa, en su ir y venir, parecía una chismosa,
que llevase y trajese maledicencia;
el sol nos daba de beber.
¿Quién ha visto el sol en mitad de la negra noche, sino nosotros?





Al-Mutamid se inclinó inicialmente por el perdón, pero más adelante se indignó tras leer una carta interceptada que Abenamar había enviado desde su celda, y lo mató con sus propias manos.2
Ibn Ammar destacó sobre todo en el cultivo de la gacela o gazal homoerótico. Su poesía supone una de las cimas del cultivo de la poesía amorosa en Al-Ándalus, en la que Abenamar es uno de sus representantes más destacados, pues se dedicó a la lírica culta amorosa árabe por pasión, y no por oficio como era común entre los poetas cortesanos andalusíes.

Referencias
↑ a b c Afif Turk, loc. cit., 1978.
↑ Louis Crompton, Homosexuality and Civilization, p.167
[editar]Bibliografía
HITTI, Philip K., History of the Arabs: From the Earliest Times to the Present, Londres, Macmillan, 1956.
RUBIERA MATA, María Jesús, Literatura hispanoárabe, Madrid, Mapfre, 1992. Edición digital Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001. Véase el capítulo «Sevilla», con información y poemas de Abenámar.
SORDO, Enrique, Moorish Spain: Cordoba, Seville, Granada., Londres, Elek Books, 1963.
TURK, Afif, El Reino de Zaragoza en el siglo XI de Cristo (V de la Hégira), Madrid, Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 1978, págs. 132-137. ISBN 978-84-600-1064-7
WATT, W. Montgomery, Historia de la España Islámica, Edimburgo, Edinburgh University Press, 1965. Ed. een español en Alianza Editorial, 1988. ISBN 84-206-1244-8






Pocos años mayor que Mutamid, Ben Ammar, llamado de Silves por el señorío que le otorgó Mutamid, lo introdujo en todos los placeres de la carne, pero también del espíritu. Con toda probabilidad lo sedujo y a él se refería Mutamid cuando escribía: «Nuestro compañero amado combatió con ojos, espada y lanza/ A veces caza mujeres, bellas gacelas; a veces hombres, valientes leones». Pero se trataba de una dependencia afectiva y psicológica más que propiamente sexual.


 AL REY AL-MUTAMID

                                     POR BEN AMMAR DE SILVES

Te abrazaba la cintura tierna,
bebía de la boca agua clara.
Yo me contentaba con lo permitido,
pero tú querías aquello que no lo es.
Expondré aquello que ocultas:
¡Oh gloria de la caballería!,
defendiste las aldeas,
pero violaste a las personas…

** Al-Mutamid y Ben Ammar (Ibn Ammar), su visir, fueron amantes.





En Silves, el príncipe Muammad conoce a Ibn ‘Ammār, nacido en una aldea de esta población lusitana, con el que le unirá una amistad equívoca y apasionada. El rey al-Mu‘tamid destierra a Ibn ‘Ammār por considerarle una influencia perniciosa para su hijo y este hecho nos permite comprobar la calidad poética de Ibn ‘Ammār, tan excelente poeta como político. Desde Zaragoza se dirige a al-Mu‘tamid para intentar lograr que le levantase el destierro, con una casida elegíaca, al estilo de Ibn Zaydūn, pero con una solemnidad de treno:


No es sino por mí, por quien zurean tristemente las palomas,
no es sino por mí, por quien lloran las nubes;
no es sino por mí, por quien el trueno ha lanzado su grito vengador
y por quien el relámpago ha hecho vibrar su filo cortante;
no es sino por mí, por quien las brillantes estrellas se han vestido
de duelo, y por quien han marchado en cortejo fúnebre;
no es sino por mí, por quien el huracán ha rasgado sus vestiduras
y gime con los gañidos de las tiernas gacelas;
¡Acogedme!, si habéis logrado tranquilizar a los que
engolfados en el céfiro, muestran tras él, su cólera;
negros y adustos rostros, a los que no distraen
más que unos labios sonrientes,
me ocultaron de la amenaza de la muerte, muerte sobre postes
en los que imagino que están clavadas cabezas,
y me metieron en las tinieblas, en las que creo que tienen
un aprisco entre las estrellas ocultas;
¡Mal haya de unos caballos que me alejaron de la tierra
de la grandeza y de las obras generosas!



Tras el fúnebre comienzo, el poema se endulza con el nostálgico recuerdo de los días pasados en Silves:



¿Acaso Silves no ha llorado por el que sufre
y Sevilla no ha suspirado por un arrepentido?
La lluvia cubrió el manto de nuestra juventud
en un país donde los jóvenes rompían los amuletos de la infancia.
Al recordar el tiempo de mi juventud, es como si se encendiese
el fuego del amor en el pecho.
Aquellas noches en que no hacía caso de la sensatez del consejo
y seguía los errores de los alocados;
condené al insomnio a los párpados somnolientos
y recogí el tormento de las tiernas ramas.
¡Cuántas noches pasamos en el Azud, entre los meandros del río,
que se deslizaba con la sinuosidad de una serpiente!
Escogimos el jardín como vecino y nos visitaba con sus regalos
que traían las manos de las suaves brisas;
nos enviaba su aliento y se lo devolvíamos aún más perfumado,
y con más suave brisa;
la brisa, en su ir y venir, parecía una chismosa,
que llevase y trajese maledicencia;
el sol nos daba de beber.
¿Quién ha visto el sol en mitad de la negra noche, sino nosotros?
Pasábamos la noche sin que el delator apareciese,
como si estuviéramos escondidos en el pecho de un hombre discreto.
Aquello era vida y no lo que sufro hoy,
recorriendo las pobladas fronteras que parecen desiertos,
en compañía de gentes cuyo carácter no ha sido educado
por el contacto con el literato, ni con la familiaridad del sabio;
forajidos que vagan por el desierto y visten pieles de serpiente;
compartimos una mesa, donde las flores son las espadas
y las vainas son sus cálices.








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