Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 17 de noviembre de 2011

1012.-FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA


Francisco Martínez de la Rosa
Francisco de Paula Martínez de la Rosa Berdejo Gómez y Arroyo (Granada, 10 de marzo de 1787 – Madrid, 7 de febrero de 1862) fue un poeta, dramaturgo, político y diplomático español.
Este catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Granada (1808) se sumó a las filas de los revolucionarios liberales durante la Guerra de la Independencia (1808–1814) y fue diputado en las Cortes de Cádiz que aprobaron la Constitución de 1812. Por ello, fue encarcelado tras el regreso de Fernando VII y el restablecimiento del absolutismo.
Recuperó la libertad durante el Trienio Liberal (1820–1823), en el cual asumió el liderazgo de la rama más moderada de los liberales (los «doceañistas») frente a la mayoría de «exaltados», e incluso encabezó el gobierno como ministro de Estado en 1822.
Su gabinete estuvo compuesto por José María Moscoso de Altamira Quiroga (Gobierno), Diego Clemencín (Ultramar), Nicolás María Garelly Battifora (Justicia), Felipe de Sierra Pampley (Hacienda), Luis María Balanzat de Orvay y Briones (Guerra) y Jacinto de Romarate en el de Marina.1
Tras la Sublevación de la Guardia Real en julio de 1822, presentó su dimisión, la que le fue aceptada finalmente en agosto. Tras su caída, la situación se radicalizó. Por un lado asumía el gobierno el sector de los exaltados mientras que por otro Fernando VII veía fracasar sus intentos de recuperar el poder absoluto y decidía recurrir a la intervención extranjera, la que se haría efectiva con la intervención del ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis, bajo los auspicios de la Santa Alianza, restableciendo la monarquía absoluta en España en octubre de 1823.

La consiguiente reacción absolutista durante la Década Ominosa (1823–1833), lo obligó a exiliarse en Francia y acabó de conducirlo a una postura ideológica ecléctica, inspirada en el liberalismo doctrinario de Guizot: en lo sucesivo defendería un liberalismo muy moderado que sirviera para una transacción con la monarquía y con los partidarios del absolutismo. Fue esa postura centrista la que llevó a la regente María Cristina a llamarlo para formar gobierno en 1834–1835.
En aquel periodo crucial, Martínez de la Rosa puso en pie un régimen de monarquía limitada con el primer Parlamento bicameral de la historia de España, reflejado en el Estatuto Real (1834). Buscando el apoyo de la opinión liberal a la causa de Isabel II contra las pretensiones al Trono de don Carlos, Martínez de la Rosa decretó la amnistía para los liberales encarcelados durante el periodo absolutista; pero, siempre en posiciones centristas, intentó también humanizar la guerra declarada contra los carlistas.
Su moderación fue sobrepasada enseguida por las aspiraciones radicales de las masas populares, que llevaron al gobierno a líderes progresistas como Mendizábal e impusieron modelos constitucionales más abiertamente liberales (1836). En lo sucesivo, Martínez de la Rosa sería uno de los inspiradores de la formación del Partido Moderado, que había de presidir largos periodos de la vida política española, representando el ala conservadora del liberalismo, sobre la que descansó el reinado de Isabel II. Él mismo fue diputado, embajador en París y en Roma, presidente del Consejo de Estado, ministro de Estado (1844–1846 y 1857–1858) y presidente del Congreso (1851, 1857 y 1860).
Como escritor se inscribió en la línea del romanticismo; destacó sobre todo en el terreno dramático (La conjuración de Venecia, 1834), aunque también practicó la poesía y el ensayo (El espíritu del siglo, 1851). Su prestigio intelectual le llevó a formar parte de las Reales Academias de la Lengua (que presidió de 1839 a 1862), de la Historia, de Bellas Artes y de Jurisprudencia, así como a ser presidente del Ateneo de Madrid.






Canción del cautivo

Crura sonant ferro, red canit inter opus.
TIBULO

Así el cautivo entre cadenas canta.
LOPE DE VEGA


Mientras miraba
Como peinaba
La mar serena
La leve arena
De África altiva,
Triscar festiva
Vi una doncella
Donosa y bella,
El pie liviano,
Breve la mano,
Nevado el cuello,
Rubio el cabello...
Y olvidando mi pena,
El peso no sentí de la cadena
Tierno la miro,
Triste suspiro
Y susurrando
Céfiro blando,
El sordo ruido
Lleva a su oído:
Torna asustada
La faz rosada;
Mírame altiva;
Húyeme esquiva;
Seguirla intento,
Fáltame aliento...
Y al pie veloz enfrena
El grave peso de la atroz cadena.
¡Oh ilusión fiera!
La imagen era
De mi querido
Dueño perdido,
Que me fingía
La fantasía;
Y Amor me dice:
«Sigue, infelice,
Sigue su huella,
Lograrás vella...
Y Eco retumba:
«Ni aun en la tumba;
Que el hado te condena
A morir con la bárbara cadena.»
Canción, advierte
Mi humilde suerte,
Y al duro cielo
No alces el vuelo:
Tu ala rastrera
Cruce ligera
La mar salada;
Busca a mi amada,
Dile que vivo
Triste y cautivo;
Que el dulce canto
Trocóse en llanto...
Mas su nombre resuena
Al ronco son de la fatal cadena.







Canción guerrera con motivo del levantamiento de los griegos

Nobles hijos de Esparta y de Atenas,
De la Patria la voz escuchad;
Y rompiendo las viles cadenas,
Del combate las armas forjad..

CORO

De acero el pecho fuerte la época represiva.
De acero el brazo armad:
Independencia o muerte, supremo.
¡Muerte!
O muerte o libertad, seguida de un coro, repetida siete veces.
¡O libertad!
¿No miráis a esos fieros tíranos
Al nacer vuestros hijos sellar,
Aherrojar vuestros padres y hermanos,
Vuestro lecho y amor profanar?

CORO

De acero el pecho fuerte,
De acero el brazo armad:
Independencia o muerte,
¡Muerte!
Omuerte o libertad,
¡O libertad!
Vuestro campo a otro dueño da fruto;
A otro dueño labráis vuestro hogar;
Y pagáis vergonzoso tributo
Porque el aire podáis respirar.

CORO

De acero el pecho fuerte,
De acero el brazo armad:
Independencia o muerte,
¡Muerte!
Omuerte o libertad,
¡O libertad!
El infiel prorrumpió en su venganza:
«De mis siervos el Dios dónde está?...
Con blandir en el aire mi lanza,
Al amago en el polvo caerá.»

CORO

De acero el pecho fuerte,
De acero el brazo armad:
Independencia o muerte,
¡Muerte!
Omuerte o libertad,
¡O libertad!
Sangre inunda las aras divinas
Sangre miro los campos regar;
Sangre empapan las tumbas y ruinas;
Sangre corre en la tierra y el mar.

CORO

De acero el pecho fuerte,
De acero el brazo armad:
Independencia o muerte,
¡Muerte!
Omuerte o libertad,
¡O libertad!
¿Qué tardáis?... ¡Al combate, a la gloria!
No hay ya medio; o morid o triunfad:
Si os negare el laurel la victoria,
Del martirio la palma alcanzad.

CORO

De acero el pecho fuerte,
De acero el brazo armad:
Independencia o muerte,
¡Muerte!
O muerte o libertad,
¡ O libertad!
¡Oh portento! En los cielos ya brilla
Del Señor la gloriosa señal:
Del infiel se tronchó la cuchilla;
Y ceñís la corona inmortal.


CORO
De acero el pecho fuerte,
De acero el brazo armad:
Independencia o muerte,
¡Muerte!
O muerte o libertad,
¡O libertad!








El cementerio de Momo: Epitafios

Yace aquí un mal matrimonio,
Dos cuñadas, suegra y yerno...
No falta sino el demonio
Para estar junto el infierno.
pareados con rima consonante,
¡En sepulcro de escribano
Una estátua de la Fe!...
No la pusieron en vano;
Que afirma lo que no ve.
¿Ya hay pleito sobre el sepulcro,
Y aún no está el hombre enterrado?
¡Éste sí que era letrado!
Yace aquí Blas...y se alegra
Por no vivir con su suegra.

Agua destilada la piedra,
Agua está brotando el suelo...
¿Yace aquí algún aguador?-
No, señor: un tabernero.
Un delator aquí yace...
¡Chito! que el muerto se hace...
Aquí yace una doncella...
Y han borrado de labor...
Siempre es bueno hacer favor.
Yace en esta estrecha caja
El sastre más afamado;
Y dicen que no ha robado...
Al menos en la mortaja.
¡Cuñados en paz y juntos!...
No hay duda que están difuntos.
Aquí yace una beata
Que no habló mal de ninguna...
Perdió la lengua en la cuna.
Aquí un médico reposa,
Y al lado han puesto a la Muerte...
Iban siempre de esta suerte.
¡Al pie del sepulcro un cuerno! ...
¿No admite dos el infierno?
Aquí un hablador se halla ...
Y por vez primera calla.
Aquí yace una viüda
Que murió de pena aguda,
Apenas hubo perdido
A su séptimo marido.
Aquí se enterró un suizo ...
Por el dinero lo hizo.
Un borrego han esculpido
En esta tumba modesta ...
¿Tuvo el difunto el toison?...
Fue escribano de la Mesta.
Aquí a una bruja enterraron,
Chamuscada a fuego lento ...
Nunca es malo un escarmiento.
Aquí yace un cobrador
Del voto del Rey Ramiro ...
¿No era mejor dar mujeres;
Y quedarnos con el trigo?
Aquí yace un mayorazgo
Junto a su hermano mellizo:
Éste se murió de hambre;
Y aquél se murió de ahíto.
Aquí yace un proyectista,
Que quiso dar por asiento
Agua, tierra, fuego y viento.
Aquí yace un egoísta
Que no hizo mal ni hizo bien ...
Requiescat in pace, Amén.
Aquí yace Don Matías,
Acusado de tacaño;
Y daba gratis al año...
Pésames, pascuas y días.
El general que aquí yace,
Hizo lo mismo que el Cíd ...
Entraba muerto en la lid.
Aquí yace un alquimista,
Que en oro trocaba el cobre ...
Y murió de puro pobre.
Aquí yacen dos maestrantes ...
Ocupados como antes.










El huérfano

Mientras el crudo diciembre
Arroja nieve y granizo,
Y de palacio las puertas
Conmueve el ábrego impío,
A su amparo en noche oscura
Se acoge a un mísero niño,
Que abandonaron sus padres
Y no hallan en el mundo asilo:
Ambas manos junto al pecho,
Tiembla de susto y de frío;
Y hasta el aliento le falta
Para demandar auxilio...
¡Jamás tuvo el inocente
Quien oyera sus suspiros,
Quien le llamara su hijo!
En el hueco de unas rocas
Le hallaron recién nacido,
Sin más protector que el cielo,
Ni más padre que Dios mismo;
Sólo Dios, que abre su mano
Para el tierno pajarillo,
Y hasta en el aura derrama
Las semillas y el rocío.

Huérfano desventurado,
No llores tan afligido;
Y llama a la misma puerta,
Que hora te sirve de arrimo:
Llama otra vez, que su dueño
En blando lecho a dormido,
En sueños ve los tesoros
Que conducen sus navíos;
Y no ha de ser tan cruel,
Que al escuchar tus gemidos,
Te niegue un pobre sustento,
Te niegue un mísero abrigo.

“¡Amparad piadoso
A un niño infeliz;
Y Dios os lo premie
Mil veces y mil!
Solo y desvalido
¡Ay triste! nací;
Que mi propia madre
Me alejó de sí...
Si madre tuvisteis,
A Dios bendecir;
¡Y en memoria suya
Doleos de mi!
Nunca una palabra
Cariñosa oí;
Llanto de mis ojos
Por leche bebí...

Por Dios y su Madre
Piadosos abrid;
Si no, a vuestra puerta,
Me veréis morir

Apenas estas palabras
Sollozaba el huerfanito,
Cuando dentro del palacio
Sonó de un can el ladrido;
Cien esclavos acudieron;
Y amenazaron al niño,
Si en mal hora el dueño adusto
Despertaba a sus gemidos.









El recuerdo de la patria

Vi en el Támesis umbrío
Cien y cien naves cargadas
De riqueza;
Vi su inmenso poderío,
Sus artes tan celebradas,
Su grandeza;
Mas el ánima afligida
Mil suspiros exhalaba
Y ayes mil;
Y ver la orilla florida
Del manso Dauro anhelaba
Y del Genil.
Vi de la soberbia corte
Las damas engalanadas,
Muy vistosas;
Vi las bellezas del norte,
De blanca nieve formadas
Y de rosas:
Sus ojos de azul del cielo;
De oro puro parecía
Su cabello;
Bajo transparente velo
Turgente el seno se vía,
Blanco y bello.
¿Mas qué valen los brocados,
Las sedas y pedrería
De la ciudad?
¿Qué los rostros sonrosados,
La blancura y gallardía,
Ni la beldad?
Con mostrarse mi zagala,
De blanco lino vestida,
Fresca y pura,
Condena la inútil gala,
Y se esconde confundida
La hermosura.
¿Dó hallar en climas helados
Sus negros ojos graciosos,
Que son fuego,
Ora me miren airados,
Ora roben cariñosos
Mi sosiego.
¿Dó la negra cabellera
Que al ébano se aventaja?
¿Y el pie leve,
Que al triscar por la pradera,
Ni las tiernas flores aja,
Ni aun las mueve?...
Doncellas las del Genil,
Vuestra tez escurecida
No trocara
Por los rostros de marfil
Que Albïon envanecida
Me mostrara.
Padre Dauro, manso río
De las arenas doradas,
Dígnate oír
Los votos del pecho mío;
Y en tus márgenes sagradas
Logre morir.









El reloj de arena

¡Cuán rápida desciende
La arena ante mi vista;
Y cada leve grano
Lleva un mísero instante de mi vida! ...
Tardos los juzga el Tiempo,
Y el curso precipita,
Y el frágil vidrio estalla
Entre las manos de la Muerte impía:
Al viento arroja el polvo
Con bárbara sonrisa;
Y amor, gloria, ilusiones
Al borde de la tumba se disipan...
¿Dónde voló mi infancia,
Mi juventud florida,
Mis años más dichosos,
Mis gustos, mis encantos, mis delicias?
Todo pas6 cual sueño;
Todo finó en un día,
Cual flor que al alba nace,
Y al trasmontar del sol yace marchita.
Mi corazón sensible
A la piedad divina,
A la amistad sincera,
Del amor a las plácidas caricias,
Abrió su incauto seno,
Exento de perfidia;
Y la maldad proterva
Clavó con sangre en él duras espinas...
¿Por qué, decid, crueles,
Desgarráis tan aprisa
La venda de mis ojos,
Que el fementido mundo me encubría?
Amar es mi destino,
Amar mi bien, mi dicha,;
El cielo bondadoso
Para amar me dio un alma compasiva.
Si aborrecer es fuerza,
Trocad el alma mía;
Que el odio y la venganza
En mi pecho jamás tendrán cabida...
¡Así, Dios de clemencia,
Mis súplicas recibas
Con tu piedad, y enjugues
Las lágrimas que riegan mis mejillas!









El árbol de la esperanza

Al pie nace de una cuna
El árbol de la esperanza;
Y al son del viento se mece,
Frágil cual trémula caña:
Sólo un instante por dicha
Manso el céfiro le halaga,
Que el cierzo helado lo seca,
Y el austro ardiente lo abrasa.
Crece, da vistosas flores,
Y el fruto rara vez cuaja:
Cual tierna flor del almendro,
Muere por nacer temprana.
Cuanto más alto se encumbra,
Más peligros le amenazan;
Como el cedro que descuella,
Los rayos del cielo llama.
Reposa el águila altiva
En su copa soberana;
Mientras insectos traidores
Están royendo su planta:
Hondas echa las raíces;
Lejos extiende sus ramas;
Y apenas da escasa sombra,
La Muerte su tronco tala.









La perdiz

Cesa un instante siquiera,
Cesa, avecilla, en el canto,
Y no atraigas a los tuyos
Con tu pérfido reclamo:
El mismo dueño a quien sirves,
Te arrancó del nido amado,
Te robó la libertad,
Te desterró de los campos;
Y por complacerle ahora,
De tanta crueldad en pago
a tu esposo y a tus hijos
Tú misma tiendes el lazo.
La voz del amor empleas,
Brindas con dulces halagos,
Cuando la tierra y el cielo
A amar están convidando;
Pero entre tanto escondida
La muerte acecha a tu lado,
Pronta a salpicar con sangre
Las bellas flores del prado...
¡Ay!deja al hombre cruel
Valerse de esos engaños;
Llamar con la voz alevosa
y vender a sus hermanos.









La soledad (Martínez)

Único asilo en mis eternos males,
Augusta soledad, aquí en tu seno,
Lejos del hombre y su importuna vista,
Déjame libre suspirar al menos:
Aquí, a la sombra de tu horror sublime,
Daré al aire mis lúgubres lamentos,
sin que mi duelo y mi penar insulten
Con sacrílega risa los perversos,
Ni la falsa piedad tienda su mano,
Mi llanto enjuque y me traspasa el pecho.
Todo convida a meditar: la noche
El mundo envuelve en tenebroso velo;
Y aumentando el pavor, quiebran las nubes
De la luna los pálidos reflejos:
El informe peñasco, el mar profundo
Hirviendo en torno con medroso estruendo,
el viento que bramando sordamente
Turba apenas el lúgubre silencio,
Todo inspira terror, y todo adula
Mi triste afán y mi dolor acerbo.
La horrible majestad que me rodea
Lentamente descarga el grave peso
que mi pecho oprimió: por vez primera
Se mezclan mis sollozos a mis ecos,
Y apiadado el destino da a mis ojos
De una mísera lágrima el consuelo..
¡Llanto feliz! Cual bienhechor rocío
templa la sed del abrasado suelo,
Calma la angustia, la mortal congoja
Con que batalla mi cansado esfuerzo;
Y en plácida tristeza absorta el alma,
No envidiará la dicha ni el contento.
Solo en el mundo, de ilusiones libre,
de vil temor y esperanza ajeno,
Encontraré la paz que vanamente
me ofreció con su magia el universo.
¿Qué importa que a mi planta mal segura
Aún falte tierra que estampar su sello,
Y al carcomido escollo amenazando,
Me estreche el mar en angustioso cerco?
¿No me basto a mi mismo? ¿No me es dado
Alzar mis ojos sin pavor al cielo,
Sentir mi corazón que quieto late,
Y el mundo contemplar con menosprecio?
Yo vi en mi aurora de mi edad florida
Sus encantos brindarse a mis deseos:
Gloria, riquezas, cuantos falsos bienes
Anhela el hombre en su delirio ciego,
En torno me cercaron: oficiosa
La amistad redoblada mi contento;
La pérfida ambición me sonreía;
Me brindaba le amor su dulce seno...
Temí, temblé, me apercibí al combate,
Demandé a mi razón su flaco esfuerzo;
Y apenas pude en afanosa lucha
Rechazar tanto hechizo lisonjero.
¡Qué fuera, Dios, si al rápido torrente
Yo propio me arrojara! En presto vuelo
Pasaron cinco lustros de mi vida,
Y el cuadro encantador huyó con ellos ;
Huyó, volví la vista, lance un grito....
Y en vez de flores encontré un desierto.








La vuelta a la patria

Amada patria mía,
¡Al fin te vuelvo a ver! ... Tu hermoso suelo,
Tus campos de abundancia y de alegría, tierra amada:
Tu claro sol y tu apacible cielo! ...
Sí: ya miro magnífica extenderse
De una y otra colina a la llanura
La famosa ciudad; descollar torres
Entre jardines de eternas verdura;
Besar sus muros cristalinos ríos;
Su vega circundar erguidos montes;
Y la Nevada Sierra
Coronar los lejanos horizontes.
No en vano tu memoria
Do quiera me seguía;
Turbaba mi placer, mi paz, mi gloria;
El corazón y el alma me oprimía!
Del Támesis y el Sena
En la aterida margen recordaba
Del Dauro y del Genil la orilla amena;
Y triste suspiraba;
Y al ensayar tal vez alegre canto,
Doblábase mi pena,
Mi voz ahogaba el reprimido llanto.
El arno delicioso
Me ofreció en balde su feraz recinto,
Esmaltado de flores,
Asilo de la paz y los amores:
«Más florida es la vega
Que el manso Genil riega;
Más grata la morada
De la hermosa Granada ... »
Y tan sentidas voces
Murmuraba con triste desconsuelo;
Y el hogar de mis padres recordando,
Los mustios ojos levantaba al cielo.
Tal vez en mi dolor más me aplacía
De agreste sitio el solitario aspecto;
De las ciudades azorado huía,
Y ansioso, palpitante,
Los escabrosos Ales recorría;
Mas su nevada cumbre
No tan viva y tan pura reflejaba
Del sol la clara lumbre
Cual la Nevada Sierra,
Cuando el astro del día
Un torrente de luz vierte en la tierra.
De Pompeya las ruinas pavorosas,
Sus calles silenciosas,
Sus pórticos desiertos,
De yerba ya cubiertos,
Mi profundo pesar lisonjeaban;
Y graves reflexiones
En mi agitada mente despertaban:
¿Qué vale el poder vano
Del miserable humano?
En abatir su orgullo y su renombre
La suerte se complace;
Y las obras que eternas juzga el hombre,
Con un soplo deshace...
Por el rastro de escombros junto al Tíber
Hoy busca el caminante
Del sumo Jove la ciudad triunfante;
Rompe el arado la fecunda tierra,
Que cual lóbrega tumba
Los sacros restos de Hércules encierra;
Y si Pompeya en pie mira sus muros,
Los siglos carcomieron su cimiento;
Y al respirar el viento,
Tiembla sobre su planta mal seguros.
Así en mi juventud yo vi las torres
de la soberbia Alhambra quebrantadas
Amenazar del Dauro la corriente
Con su ruina inminente;
Cada rápido instante de mi vida
El plazo apresuró de su caída;
Y del antiguo Alcázar soberano,
En que el moro poder vinculó ufano
Su gloria a las edades,
Tal vez un día ni hallarán mis ojos
Los míseros despojos...
A tan funesta imagen, en el pecho
Mi corazón se ahogaba;
Y en lágrimas deshecho,
Al pie de los sepulcros me postraba...
¿Cuál es tu magia, tu inefable encanto,
Oh patria, oh dulce nombre,
Tan grato siempre al hombre?
El tostado africano,
Lejos tal vez de su nativa arena,
Con pesar y desdén los prados mira,
Y por ella suspira:
Hasta el rudo lapón, si en hora infausta
Se vio arrancado del materno suelo,
Envidia y ansía las eternas noches,
Los yertos campos y el perpetuo hielo;
Y yo, a quien diera la benigna suerte
Nacer, Granada, en tu feliz regazo,
Y crecer en tu seno,
De tantos bienes lleno;
Yo triste, ausente de la patria mía,
De ti me olvidaría!
En las ásperas costas africanas,
Al náufrago inhumanas,
Yo tu sagrado nombre repetía;
Y las inquietas olas
Llevábanlo a las costas españolas
En el polo apartado
Oyólo de mi labio el mar furioso,
Por el tesón del batávo enfrenado;
Oyóle el Rhin, el Ródano espumoso,
El alto Pirineo, el Apenino;
Y del Vesubio ardiente
En el cóncavo hueco
Por vez primera repitiólo el eco.

''(Granada, 27 de octubre de 1831) ''




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