Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

domingo, 13 de noviembre de 2011

927.- ANTONIA MARÍA CARRASCAL



Antonia María Carrascal

Sevilla
Diplomada en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla, imparte clases de Lengua y Literatura española en un instituto local.

En el género Poesía ha merecido el Accésit al Premio Ricardo Molina por su libro “Y ELLOS NACIERON UN POEMA CADA DÍA CON EL QUE FUERON PONIENDO ALAS A LA TIERRA” publicado por el Ayuntamiento de Córdoba y el premio Barro de Sevilla por su libro “EL LATIR DE LA PIEDRA” publicado en la colección Vasija en 1991.
Es autora de la novela juvenil titulada “RUMBO A GAIA”, publicada por la editorial Edimáter en la colección La Vía Láctea (Marzo de 2010).
Poemas suyos han sido publicados en periódicos, revistas literarias y otros medios de difusión o han sido objeto de estudio en Seminarios Literarios de diferentes centros docentes. También ha participado en recitales poéticos, en Ferias del Libro y Centros o Asociaciones públicas, y ha sido finalista de múltiples certámenes literarios tanto nacionales como internacionales.
Antonia María Carrascal es miembro del colectivo de socios del Ateneo de Sevilla; de la Asociación Colegial de Escritores de España (A.C.E.) y de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios “Críticos del Sur” (A.A.E.C.)



Antología poética de "El latir de la piedra"



Me sorprende desnudo la mañana
y me invita a vestirme de su nido.
¿Qué milagro de látigos hambrientos
me empuja a la hogaza de sus manos?

A su cuenco de miel vengo a curarme
las heridas amargas de la noche,
el vuelo de acidez
que no me reconoce en los espejos.

Allí voy.
A esconderme del sol,
a beberme la luz de sus ventanas,
a resucitar la risa que,
mariposa de luz,
rebota entre los muros asombrados.

En fragua circular se funde el día
y yo miro hacia adentro por sus ojos
y ella vuela los abismos
para descubrir al mar
mi mástil destrozado en su voz de cerámica

Y me quedo en sus manos todo entero
y un tigre de escombros y fatiga
le dice adiós desde la calle.

La noche tiene abiertas las navajas
y me vomita
de bruces
sobre aquellos que esperan mi retrato.

Del libro El latir de la piedra.












Es la casa quien más recuerdos tiene
de tu huella.

La casa tiene cuerpo de escalón
y recua en tobogán
de cueva tauromaquia.

Ha llegado al hematíe
y ninguna solución se le aclimata
a la fuga de incógnita
que tu pecho desprende.

La casa tiene hálito
de lágrimas sin párpado
y pregunta qué fue de tus manos insonoras,
qué ha sido de tus manos
que ya no indican a cada pájaro su sitio,
ni disponen los frutos en la rama
ni rocían de silencio los rincones.

Estabas ahí ayer
preguntándome los nombres de las cosas
explicándome tus verbos de galaxia
predispuesta al asombro,
sol naciente,
niña infinita
que no tendrá confín cabe la muerte.

Vacío de aliento y de zapatos
busco en el aire el paladar del lecho,
la dulce anatomía de sábanas pesebre,
semáforos de insomnio
pendentes de un cordel de esquizofrenia.

Y he cerrado la puerta siempre, siempre de ida,
para buscarte en una copa de jazz
que acceda nuevamente nueva
a estos labios cansados de suicidio.

Del libro El latir de la piedra.












Ella era un escabel,
un volcán,
un imperfecto
de sombras y violines,
sonaja repetida y siempre nueva,
pulpa prisionera por la piel
en manos de un chiquillo.

Selva frondosa de lúpulos y adobe,
sorpresiva a los ojos,
inquietante al corazón
…pero no lo sabía.

Era también un ángel en derrumbe,
consecuencia inconsciente
de tanto aldabonazo repetido,
dolientes los hombros
en la arista del tiempo.

Allí estaba.
Escondida en las tecas de su propia semilla
sin saber florecerle
al amplio patio de su pecho.

Yo sólo pude regarla de risas
y sentarme cada tarde
en el columpio amarillo de su casa
—jaula de tristeza—
a morder
despacito
el alpiste en sus labios.

Del libro: El latir de la piedra










Antología poética de
"Y ellos nacieron un poema cada dia con el que fueron
poniendo alas a la tierra"





Traían pedriscales
de vocablos en las manos
y tiraban a dar contra sus hombros;

al maizal que se acunaba
en su frente,

al torrente de su pecho
conducido en caz
por la garganta;

a la voz destilada entre sus labios
como gota de almíbar
que descuelga el cráter:
la raja abierta
de la fruta ya madura.

Le ataron al silencio
y bebieron de su angustia
hasta doblegarle el grito:
hasta tejer con él
cuerdas de mutismo.

Pero olvidaron sus ojos.

Y ellos nacieron un poema cada día
con el que fueron poniendo
alas a la tierra.

Del libro: “Y ellos nacieron un poema cada día con el que
fueron poniendo alas a la tierra”.












Pídeme lo que quieras:
las heridas, los triunfos,
el horario de los sueños,
las sílabas del grito,
los retratos,
el ancla que me retiene la infancia,
el horno vacío de presentes,
el viento que me lleva los veranos
hacia el piélago del tiempo…

¡Todo!
Pero no me pidas una lágrima
que a ellas les reservo el sino
de regar, como la lluvia,
la raíz de cada risa.

Del libro: “Y ellos nacieron un poema cada día con el que
fueron poniendo alas a la tierra”.












¿Qué te queda, bastón,
cuando descansas al fin
como la hoz en invierno?

¿Qué te queda
que te veo interrogante
rizo fosilizado,
tirabuzón distendido?

Perdiste, cuello de cisne,
el calor de sol
de alguna mano
y amenazas desplomarte
bajo el eco de tu canto concluyente.

¿Qué te queda
cuando aligeran tus hombros
de la blanda posesión
que se ahorquilla a tu cabeza?

Te queda lo que a todos:

un rincón inconcluso y semioscuro
donde irte muriendo en el olvido
o una percha —marioneta abandonada—
donde colgar tu cuello
dignamente…

Del libro “Y ellos nacieron un poema cada día con el que
fueron poniendo alas a la tierra”.












Cuando hayáis amarrado a vuestras sirgas
este canto azulado de cuclillo,
cuando hayáis convertido mis algabas
en veriles diminutos
donde no cante la yerba,

cuando tengáis derrumbada
la greda de mis carnes,
disparatados los cembos
de esta orilla
desde la que ahora miro,

comunicaréis contritos
que estaba «loca de atar».

¡Qué estaba loca de atar!,

porque fui la besana de los surcos
y di el pecho a las semillas ateridas,

porque fui badén de esas lluvias
que ahora me lanzáis
en marejada por los ojos,

porque no timé vuestro afecto
poniendo mi dolor como carnada…

Pregonad también que fui poeta,

que os amé

y que no encontré en vuestro cielo
un milagro mayor que mi locura.

Del libro “Y ellos nacieron un poema cada día con el que
fueron poniendo alas a la tierra”.








No hay comentarios:

Publicar un comentario