AL-YAZÎRÎ
Abû Marwân ‘Abd al-Mâlik ibn IDrîs al-Jawlânî al-Yazîri. Poeta ‘âmirî. Nació en Algeciras (Cádiz), aproximadamente sobre los años 950-960. Murió asesinado en la cárcel subterránea de Madînat al-Zâhyra en 1003. Los datos que conservamos acerca de su vida y que nos proporcionan las fuentes conocidas son realmente escasos. Ya hemos indicado la probable fecha de nacimiento, basándonos en que una de sus primeras actuaciones públicas, al menos la más antigua que puede fecharse, es el duelo poético que por orden de Al-Mansûr mantuvo con Al-Mushafî, estando ya éste en prisión (978-983), momento en el que Al-Yazîrî no podría tener más de veinticinco años.
La vida del poeta debió transcurrir al servicio de Al-Mansûr, siendo uno de sus asiduos contertulios al que su innata facilidad para improvisar versos encomiásticos le proporcionaría sustanciosos regalos e incluso la obtención de altos cargos públicos. Así habría de alcanzar el puesto perfecto de policía (sahib-al-surta), gracias a uno de sus versos oportunistas. También durante un cierto tiempo estuvo al frente de la cancillería (dîwân al-insâ), si bien por ciertas irregularidades o negligencias en el desempeño de su cargo fue desposeído en él temporalmente, pues a la muerte de Al-Mansûr y ya bajo la autoridad de Al-Muzaffar, volverá a encargarse de ella hasta su muerte.
No estuvo su vida exenta de graves desgracias personales, ya que han llegado hasta nosotros noticias de que bajo el mandato del hâyib estuvo en prisión en dos ocasiones, una en la cárcel subterránea de Al-Zâhyra, y otra en Tortosa; aunque la duración de sus encarcelamientos no debió ser muy larga, pues parece ser que Al-Mansûr era bastante condescendiente con él, al menos, eso parece apreciarse viendo la actitud con que acoge sus súplicas de perdón y arrepentimiento. Mas esta benignidad no se mantuvo al resultar complicado en la conspiración dirigida a acabar con el influyente visir de Al-Muzaffar, ‘Isâ ibn al-Kattâ, e incluso con el propio Al-Muzaffar.
Esta conspiración puede ayudarnos a aclarar el trágico fin del poeta: al suceder Al-Muzaffar a su padre, confirió a ‘Isâ ibn al-Kattâ la dirección de la dirección de la Administración y le confirmó con el título de visir; pero Al-Kattâ no gozaba de las simpatías de los poderosos esclavos ‘âmiríes, quienes no cesaban de incitar a su jefe, Tarafa, a que se enrentara al odiado visir. El asunto no pareció desagradar a Tarafa, quien, excesivamente cauto, no se decidió a actuar solo y, pensando que otros enemigos de Ibn al-Kattâ no tardarían en unírsele, se puso en relación con alguno de ellos. De este modo, se le añadieron al pretendido golpe de fuerza, entre otros, Abû-l-‘Abbâs ibn Dakwân, gran câdî de Córdoba, y Al-Tazîr, secretario de corte.
Estaba próximo el verano del año 1003, cuando Al-Muzaffar deseó que se realizara una expedición contra Cataluña, cosa que alegró mucho a Tarafa que, sin dudarlo, se apresuró a equiparse con la magnificencia de los reyes para salir lo antes posible, pidiendo encarecidamente a Al-Muzaffar que saliera con él su visir Ibn al-Kattâ. Pero su torpeza y precipitación indujo al visir a presentir sospechas de lo que se le avecinaba; éste, observando que era de todo punto imposible avisar a su señor de la conjura que se estaba forjando, escribió al Sâhib de Al-Zâhyra, Mufarry, amigo suyo, explicándole cómo se encontraban las cosas con respecto a Tarafa.
Al enterarse Al-Muzaffar de la situación, después de haber mantenido una conversación secreta con su visir, le dispensa, en primer lugar, de salir en la expedición con el fatà ‘amirí, dejando, a su vez, a éste en total libertad para que nada sospechase. De este modo Al-Muzaffar con Ibn al-Yazîrî y otros magnates sale tras Tarafa que debía esperarle en Zaragoza. No obstante, antes de llegar y en un lugar del camino hacía esta ciudad que no se determina, Al-Muzaffar ordena a A-Yazîrî regresar a Córdoba, con la excusa de recoger dinero para la expedición, proveniente de los tributos. A-Yazîrî no se percató de lo que se tramaba, y al mismo tiempo Al-Muzaffar ordenaba secretamente que al llegar a córdoba fuera encarcelado en Al-Zâhyra. Tarafa muerte en su destierro de las Baleares; Ibn Dakwân perdió por un año su cargo de câdî; Al-Yazîrî, por mandato de ‘Isâ (quien no contento con su sola reclusión, envió un mensaje a sus amigos Mufarry y ‘Abd Allâh ibn Maslama, prefecto de policía, ambos enemigos encarnizados del poeta, en el que se pedía su muerte) fue asesinado por mano de un esclavo negro que penetró en la cárcel y le estranguló un día incierto de du-l-qa’da o quizás de sawwaâl del año 1003. Fue enterrado pocos días después, cuando se hizo pública la noticia de su muerte.
Su producción poética se halla vinculada íntimamente a las circunstancias vitales que le tocaron en suerte, y de ahí que podamos distinguir en ella con bastante claridad aquellos poemas que compuso en su época de secretario de corte, cuando era contertulio de Al-Mansûr y llevaba una vida sosegada e influyente, de aquellos otros que nacieron de sus reflexiones de hombre encarcelado y abandonado de todos, y en los que se nota un ámbito existencial muy distinto del anterior, sólo animado por la amargura y la desesperanza.
Las composiciones de sus tiempos felices nos muestran a un Al-Yazîrî satisfecho, gozoso de vivir, anhelante de obtener el favor del omnipotente hâyîb. Pero el género en el que auténticamente destaca Al-Yazîrî y del que fue uno de los principales cultivadores en Al-Andalus, es el que podríamos llamar panegírico floral, esto es, el típico poema floral, Nuria, yuxtapuesto al panegírico, en perfecta agrupación simbiótica. Veamos una composición, a modo de adivinanza, sobre la rosa:
Di al visir dotado de notables cualidades:
Explícanos a quién nos referimos:
Viene en un adiós, a toda prisa, vestida
Con velos verdes y túnicas rojas.
Con su llegada te entrega gran alegría, más rápidamente
Te despides de ella, pues con presura se alejan sus cabalgaduras.
Y no vuelves a gozar de su visita
Hasta pasado un año en que de nuevo vuelve.
O sobre la azucena:
Lóbulos deshilachados de un blanco purísimo que al cogerlos
se colorean de amarillo intenso.
El número de sus estambres si los cuentas son seis,
sin olvidar al espía que es el séptimo.
Todos ellos se resguardan amorosamente en su regazo
cual si ella fuera una madre que velara con celo
por un niño aún lactante.
La límpida piel de su piel de su pecho se impregna
del perfume profundo
azafranado que exhalan sus cabecitas
Su tibio olor y su maravilloso y bello aspecto
invitan al amor y a la pasión.
Son composiciones de gran belleza y en ellas se ven armonizadas con gran ingenio los tópicos en los que cae la poesía floral con harta frecuencia, y en las que se pretende el equilibrio con el forzado panegírico imbricado en ellas.
Dentro de la temática encomiástica podemos citar toda la producción existente de Al-Yazîrî, puesto que son famosos aquellos versos en los que rivalizan en belleza Al-Mansûr y la luna:
Veo a la luna llena aparecer un momento
y mostrarse completamente
envolviéndose al poco en el velo de las nubes.
Ella se comporta así porque habiendo aparecido
Percibió tu rostro y sintiendo vergüenza se ocultó.
Si estas palabras que pronuncio pudieran llegar a ella
Seguramente me respondería dándome la razón.
El carácter un tanto oportunista de Al-Yazîrî queda reflejado fidedignamente en una graciosa anécdota en la que interviene el famoso Sa’îd de Bagdad: cierto día de lluvia, se dirigía éste, llevando unos vestidos completamente nuevos, a presentarse ante Al-Mansûr, cuando he aquí que pasó muy deprisa junto a uno de los estanques del palacio, con tan mala suerte, que resbaló cayendo al agua. Siendo Al-Mansûr testigo del suceso, prorrumpió en estruendosas carcajadas y ordenó que fuera sacado inmediatamente del estanque. Una vez que le fueron quitados los vestidos, le dijo en tono burlón: Oh, Abû-l-Alâ, ¿por qué no improvisas algún verso sobre tu caída? Sa’îd al oírle, bajando la cabeza, recitó:
Dos cosas han llamado la atención en este tiempo:
la ventosidad de Ibn Wahb y el resbalón de Sa’îd.
Al-Yazîrî, que había presenciado la escena, le apostrofó, diciéndole:
Oh Abû-l-Alâ, ¿por qué no recitas estos versos?:
Ciertamente debo toda mi alegría a la luminosa luz que tú viertes,
y a la lluvia de regalos que copiosamente caen de tus manos.
Hasta el punto me quedé aturdido al verte,
que, inconsciente, caí en el agua de la profunda alberca.
Ten la seguridad de que si tu siervo hubiera permanecido sumergido
se hubiera debido a que tu generosidad le habría
ahogado previamente.
Asombrado Al-Mansûr al escuchar estos versos le elogió a su vez, diciéndole: Oh Abû Marwân, te hemos comparado con los iraquíes y ciertamente los has vencido con tu excelente arte, ¿quién se podrá comparar contigo? A continuación le otorgó el cargo de prefecto de policía.
El tema báquico tampoco le fue ajeno a Al-Yazîrî, quien debió destacar notablemente en él, pues el antólogo ‘Al-Kattânî incluye uno de sus poemas, al tratar de este tema.
Pero la producción de nuestro poeta no solo nos muestra el rostro placentero y feliz de quien es agraciado por los dones de la diosa Fortuna. Vemos también a un hombre atormentado por su estancia en prisión, cargado de temores y con débiles esperanzas de recuperar el favor del hâyîb .Pero, sobre todo, es digna de elogio su famosa qasîdah, de carácter ético-pedagógico que, desde la misma prisión, dirige a su hijo ‘Abd al-‘Azîz, y que casi en su totalidad nos ha conservado Ta’âlibî en su Yatîma, II, pp. 101-3, y que comenzaba así:
El alejamiento de los seres amados y el
continuo ir y venir de mis recuerdos
me han dejado totalmente huérfano de
paciencia y resignación.
El lugar en que me encuentro está demasiado
lejos para ser visitado
y aún ni siquiera cuando mis ojos consiguen dormitar
se me aparece se súbito ningún fantasma…
http://www.islamyal-andalus.es/index.php?option=com_content&view=article&id=6930:al-yazr&catid=56:andalusies&Itemid=144
A finales del siglo X se pone de moda entre los poetas de la corte de Almanzor utilizar nawriyyat o poemas florales como panegírico, forma poética que Blachère considera le grand art del fin de una época y que cultiva uno de los poetas favoritos de Almanzor, Grafíaā‘id de Bagdad, un singular personaje que volverá a salir en estas páginas. Pero no sólo él. Abū Marwān al-Yazīrī, también poeta de la corte amirí de Almanzor y de su hijo al-MuHaffar, hace este tipo de poemas:
En el centro del salón se encuentra un pilón de agua verdosa
en el que las tortugas no dejan de emitir sonidos.
El agua surge por entre las mandíbulas de un león cuya boca
solamente podría resultar más horrible si hablara.
Es de ámbar negro y en torno a su cuello
puede contemplarse un bello collar de perlas.
El jazmín, entretanto, mira desde su trono, cual si se tratara de un rey,
al que un súbito resplandor de luz hubiese hecho bajar la cabeza.
Y narcisos, alhelíes, violetas y rosas, dejando exhalar su perfume,
miran lánguidamente, y de alegría apenas pueden contener
el deseo de hablarte, pese a no tener lengua.
A tu lado tienes azucenas que hacen brotar de sí mismas
la luminosidad de la primavera, tal es la belleza que irradian.
Todas ellas, en su abundante diversidad, te recuerdan
las banderas victoriosas tremolando el día del combate.
En este salón, sin duda, un rey, cuyas riquezas son incontables,
ha reunido para su gente todas las alegrías.
Y gracias a él, Occidente ha alcanzado tal poder
que el propio Oriente siente envidia por su causa.
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