Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 15 de noviembre de 2011

974.- RODRIGO CARO


Rodrigo Caro (Utrera, Sevilla, 1573 - † Sevilla, 10 de agosto de 1647), poeta, historiador, arqueólogo y abogado español.
Estudió cánones en Osuna, donde se matriculó en 1590, y desde 1594 en Sevilla, donde se graduó en 1596, después de que, a la muerte de su padre, fuera recogido por su tío Juan Díaz Caro, que vivía en Sevilla. Fue abogado eclesiástico entre 1596 y 1620, y no le faltó trabajo, pues atendió en ese periodo siete pleitos al año. Mantuvo a su madre y a ocho hermanos y todavía no recibía la protección de quien habría de ser su mecenas, el Duque de Alcalá. Fue ordenado sacerdote a lo más tardar en 1598 y recibió un beneficio eclesiástico en Santa María de Utrera. Consiguió ser nombrado abogado del Concejo de la ciudad de Utrera y en 1619 empezó a trabajar como censor de libros. Fue visitador general del arzobispado sevillano y en junio de 1627 se trasladó a Sevilla; otras diversas comisiones del arzobispado le acarrearon diversas amarguras y un pequeño destierro a Portugal; fue, además, juez de testamentos. Una enfermedad de estómago se le fue agravando. En 1645 renunció a su capellanía por no poderla atender y murió dos años después a los 74 años de edad, el 10 de agosto de 1647.
Mantuvo relación con numerosos autores: Francisco de Rioja, quien le dio largas constantemente en su petición de una capellanía real y del cargo de cronista de Indias; Francisco de Quevedo, a quien conoció en un viaje que este hizo a Sevilla con el rey en 1624; Pacheco etc. Fue, sobre todo, arqueólogo, anticuario e historiador: tenía una gran biblioteca de clásicos y hasta un pequeño museo y escribió tanto en latín como en castellano.
Obra

Prosa
Sus principales obras en prosa incluyen, entre otras:
Claros varones en letras, naturales de la ciudad de Sevilla
Colección de biografías de ilustres personajes sevillanos, entre ellos Juan de Mal Lara, Fernando de Herrera o Pero Mexía
Tratado de la antigüedad del apellido Caro
Memorial de Utrera
Veterum Hispaniae Deorum Manes sive Reliquiae
Relación de las inscripciones y antigüedad de la Villa de Utrera
El santuario de Nuestra Señora de la Consolación (Osuna, 1622)
Antigüedades y principado de la Ilustrísima ciudad de Sevilla y corografía de su convento jurídico o antigua Chancillería (Sevilla, 1634)
Un especial interés guardan sus Días geniales o lúdicros por la enorme cantidad de materiales folclóricos que contiene, ya que es un tratado sobre los juegos infantiles y adultos en general que incluye también festejos, supersticiones, creencias, fiestas de toros, costumbres y celebraciones populares, todo servido con una profunda erudición. La obra circuló solamente en versión manuscrita y está escrita en una prosa digna de los mejores autores de nuestros Siglos de Oro; estaba definitivamente acabada en 1626. La Sociedad de Bibliófilos Andaluces la publicó de forma deficiente (Sevilla, 1884); Jean Pierre Etienvre publicó una edición más rigurosa (Madrid, 1978) en dos volúmenes.

Poesía
En el campo de la poesía escribió obras sobre la historia y riquezas de las Villas de Carmona, Utrera y la ciudad de Sevilla, sonetos y poemas laudatorios a San Ignacio de Loyola; utilizó motivos propios de la canción de amor erótica para manifestar su entrega a Cristo, y escribió romances burlescos sobre la aventura que le aconteció en 1627 en la torre de la Membrilla junto al Guadaíra. También escribió poemas mitológicos divertidos como Cupido pendulus, epístolas en verso, poemas a Vírgenes de Utrera, etc. Pero, sin duda alguna, su poema más famoso e importantes fue la Canción a las ruinas de Itálica, que ha pasado a todas las antologías. De complicada historia textual (fue retocada por su autor varias veces), posee un gran sabor clásico. Como todos los poetas barrocos de la escuela sevillana, el tema de las ruinas arqueológicas le fascinaba. Podríamos decir que, en este poema, Caro encontró la forma perfecta de expresar sus pensamientos sobre el impacto que le produjeron las ruinas de este emblemático lugar del pasado. El poema está lleno de motivos ilustres y hallazgos expresivos que justifican su fama: la presencia del interlocutor Fabio, que da altura moral al texto; el tópico del ubi sunt? con sus interrogaciones retóricas; el eco del nombre Itálica, hábil recuerdo de Virgilio y Garcilaso; la gravedad del tono y la cuidada estructura de muchos versos hacen de esta poesía una de las mejores de su época. Marcelino Menéndez y Pelayo editó sus Obras en Bibliófilos andaluces, XIV y XV, 1883 y 1884.








Canción a las ruinas de Itálica

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue; por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.
Sólo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo
este llano fue plaza, allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelas cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.
Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago!
¿Cómo en el cerco vago
de su desierta arena
el gran pueblo no suena?
¿Dónde, pues fieras hay, está, el desnudo
luchador? ¿Dónde está el atleta fuerte?
Todo desapareció, cambió la suerte
voces alegres en silencio mudo;
mas aun el tiempo da en estos despojos
espectáculos fieros a los ojos,
y miran tan confusos lo presente,
que voces de dolor el alma siente,
Aquí nació aquel rayo de la guerra,
gran padre de la patria, honor de España,
pío, felice, triunfador Trajano,
ante quien muda se postró la tierra
que ve del sol la cuna y la que baña
el mar, también vencido, gaditano.
Aquí de Elio Adriano,
de Teodosio divino,
de Silo peregrino,
rodaron de marfil y oro las cunas;
aquí, ya de laurel, ya de jazmines,
coronados los vieron los jardines,
que ahora son zarzales y lagunas.
La casa para el César fabricada
¡ay!, yace de lagartos vil morada;
casas, jardines, césares murieron,
y aun las piedras que de ellos se escribieron.

Fabio, si tú no lloras, pon atenta
la vista en luengas calles destruidas;
mira mármoles y arcos destrozados,
mira estatuas soberbias que violenta
Némesis derribó, yacer tendidas,
y ya en alto silencio sepultados
sus dueños celebrados.
Así a Troya figuro,
así a su antiguo muro,
y a ti, Roma, a quien queda el nombre apenas,
¡oh patria de los dioses y los reyes!
Y a ti, a quien no valieron justas leyes,
fábrica de Minerva, sabia Atenas,
emulación ayer de las edades,
hoy cenizas, hoy vastas soledades,
que no os respetó el hado, no la muerte,
¡ay!, ni por sabia a ti, ni a ti por fuerte.
Mas ¿para qué la mente se derrama
en buscar al dolor nuevo argumento?
Basta ejemplo menor, basta el presente,
que aún se ve el humo aquí, se ve la llama,
aun se oyen llantos hoy, hoy ronco acento;
tal genio o religión fuerza la mente
de la vecina gente,
que refiere admirada
que en la noche callada
una voz triste se oye que llorando,
"Cayó Itálica", dice, y lastimosa,
eco reclama "Itálica" en la hojosa
selva que se le opone, resonando
«Itálica», y el claro nombre oído
de Itálica, renuevan el gemido
mil sombras nobles de su gran ruina:
¡tanto aún la plebe a sentimiento inclina!
Esta corta piedad que, agradecido
huésped, a tus sagrados manes debo,
les do y consagro, Itálica famosa.
Tú, si llorosa don han admitido
las ingratas cenizas, de que llevo
dulce noticia asaz, si lastimosa,
permíteme, piadosa
usura a tierno llanto,
que vea el cuerpo santo
de Geroncio, tu mártir y prelado.
Muestra de su sepulcro algunas señas,
y cavaré con lágrimas las peñas
que ocultan su sarcófago sagrado;
pero mal pido el único consuelo
de todo el bien que airado quitó el cielo
Goza en las tuyas sus reliquias bellas
para envidia del mundo y sus estrellas.












El bruto, que en la paz...

El bruto, que en la paz la tierra ofende
con el hierro pendiente de la esteva,
grano os adora, si incapaz no os prueba,
porque os conoce bien, si bien no entiende:

pero el que militar, Señor, enciende
el pecho en ira donde el Julio nieva,
los duros dientes en el grano ceba
que su medula a lo brutal defiende.

Sacramentario hereje, monstruo horrendo,
del caballo y el buey lo peor tomas,
que es no adorar el grano y no proballo:

el buey tu obstinación está arguyendo,
venera a Cristo, aunque jamás le comas,
y antípoda serás de tu caballo.




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