Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

martes, 15 de noviembre de 2011

988.- PEDRO DE PADILLA



Pedro de Padilla (Linares, 1540 - Madrid, después de 1599), poeta español del Renacimiento.

Nacido en Linares, según declara Lope de Vega en su Laurel de Apolo, hizo gran amistad con Miguel de Cervantes, quien aportó tres poemas a su Jardín espiritual y otros diversos a otras obras suyas y le elogió en el Don Quijote y en el Canto de Calíope. Hay quien opina que fue caballero de Santiago. Fue alumno de la Universidad de Granada, donde sintió una gran vocación poética, y concurrió a la tertulia de Alonso de Granada Venegas con otros destacados poetas andaluces como Luis Barahona de Soto; en sus poesías usó el sobrenombre de Liranio. Ingresó el 6 de agosto de 1585 en el convento de los carmelitas calzados de Madrid, donde permaneció hasta su muerte; desde esa fecha se dedicó a la predicación. Escribió Jardín espiritual (1585), Thesoro de varia poesía (1580) y Segunda parte de las poesías de Pedro de Padilla en églogas pastoriles con algunos sonetos al cabo (1582), que contiene trece églogas que pueden leerse como una secuencia narrativa. Compuso además un nutrido Romancero (1583) donde hay poemas sobre la guerra de Flandes y otros de inspiración ariostesca, con otras historias y poesías que dirigió al marqués de Mondéjar. Expidió el Rey la licencia para imprimir esta obra por 15 años en los reinos de Castilla, con fecha en Lisboa a 22 de septiembre de 1582, refrendada por Antonio de Eraso, después de estar aprobada de orden del consejo por el M. Juan López de Hoyos, y posee un soneto laudatorio de Cervantes.
Su poesía es temáticamente variada y de forma y sabor antiguo. Tenía fama de excesivamente fecundo: de sus composiciones decía el cura del Quijote, refiriéndose a las novecientas páginas de su Thesoro de varia poesía, que "serían buenas si fueran menos". Su obra parecía mediocre a Baltasar del Alcázar, quien escribió contra ella alguna sátira, y tampoco agradaba demasiado a Fernando de Herrera. Sus églogas fueron muy apreciadas en el siglo XVIII, centuria favorable a los clásicos renacentistas, por Luis José Velázquez (Orígenes de las poesía castellana, Málaga, 1744), Juan Bautista Conti (Colección de poesías castellanas traducidas en verso toscano, Madrid, 1790) y Juan José López de Sedano (Parnaso español, Madrid, 1770). Dedicado a la censura de libros, todavía vivía en 1599, pues no sólo en 20 de agosto de 1597 censuró uno sobre curación de la peste compuesto por Miguel Martínez de Leyva, sino que también en 9 de diciembre censuró La Dragontea y el 6 de agosto de 1598 La Arcadia, obras ambas de Lope de Vega, y aprobó el poema El Isidro del mismo autor en su convento del Carmen de Madrid a 22 de enero de 1599.

Obras
Thesoro de varias poesías (1580). Reimpreso modernamente en 2008.
Segunda parte de las poesías de Pedro de Padilla en églogas pastoriles con algunos sonetos al cabo (1582)
Romancero, (1583, reimpreso en 2010)
Jardín espiritual (1585)
Grandezas y excelencias de la Virgen nuestra Señora (1587).
Cancionero autógrafo de Pedro de Padilla, Manuscrito 1579 de la Biblioteca Real de Madrid (2007)
Cancionero de Pedro de Padilla, con algunas obras de sus amigos, Manuscrito 1587 de la Biblioteca Real de Madrid (2009).












- I -


Decir que son de oro, estos cabellos,
que esta frente, es obra soberana,
y que son las mejillas, nieve, y grana,
y dos luceros, estos ojos bellos.

Y decir, que dos arcos hay sobre ellos
del cielo el uno, y otro con que gana,
amor de los despojos de Diana,
lo más, y lo mejor, de todos ellos.

Y decir que estos labios de su boca,
son dos rubís, y perlas esto dientes,
y que estas manos, son alabastrinas.

Es, de paso tocar los accidentes,
que la humana alabanza, toda es poca,
para celebrar bien cosas divinas.




- II -


Del tiempo, el movimiento acelerado,
ni la más dura y enemiga, estrella,
no me podrá quitar del alma aquella
que tan al vivo, amor me ha dibujado.

Y teniendo este bien, asegurado
sin miedo y sobresalto de perdella,
podré ser, por el bien que gozo en vella,
de los más venturosos envidiado.

En el alma la miro, estando ausente,
porque jamás lo está su hermosura;
de mí, ni lo estará hasta que muera.

Y si fuera posible, eternamente,
gozar tan rica suerte de ventura,
eternamente el alma la quisiera.




- III -


Soneto a una señora que se puso un día delante de un su servidor,

un almilla de acero


Si estando desarmada habéis podido,
vencer con el mirar al más osado,
de que sirve mostrar el cuerpo armado,
a los humildes ojos de un rendido.

Al cautivo que está de vos vencido,
mostraros con semblante tan airado,
viéndole a vuestros pies arrodillado,
a moro muerto, gran lanzada ha sido.

Si fue pensar que quiero revelarme,
nunca tal me pasó por pensamiento,
después que supo el alma conoceros.

Y si fue con temor asegurarme
no es posible que haga mudamiento,
un corazón tocado de quereros.




- IV -


No me tires Amor flechas en vano,
que tengo el cuerpo de ellas tan cubierto
que no es posible dar en descubierto,
ninguna que saliere de tu mano.

Ya no hay adonde herirme lugar sano,
y puesto que hasta ahora no soy muerto,
mientras viva tendré seguro cierto,
que no me ofenderás crudo tirano.

Bien te puedes tener por satisfecho
de que mi libertad en tu tesoro,
tienes, contra razón, y a mi despecho.

Y aunque por ello eternamente lloro,
me alegro en ver que el daño que me has hecho,
te cuesta ingrato amor, mil flechas de oro.




- V -


Con tanto aviso, tanta hermosura,
con tanta gala, tanta lozanía,
con tanta gracia, tanta gallardía,
con tal recato, tal desenvoltura.

Con extremos tan raros, tal cordura,
y con tanto valor, tal cortesía,
sólo caben en vos señora mía,
que sois principio, y fin de mi ventura.

No tengo yo, otro bien, si no miraros,
ni me queda que ver después de veros,
ni halla en que se ocupe mi cuidado.

Y si todo mi bien es contemplaros,
y con ser ocasión para quereros,
muere amor, envidioso de mi estado.




- VI -


Soneto de un caballero a quien había una señora
imposibilitado el verla


Pues han cortado el paso a mi esperanza,
corte la parca el hilo de mi vida,
que para mí no hay cosa más perdida,
si he de vivir con tal desconfianza.

En mi fe no es posible haber mudanza,
porque no tiene tasa ni medida,
y con ser tal, está tan desvalida,
que de nada me ofrece confianza.

Faltando el esperar, la fe no puede
de ninguna manera sustentarse,
que esta vive en virtud de lo que espera.

Y faltando las dos, no es bien que quede
la vida que pudiera desearse
para que con amar, se entretuviera.




- VII -


Dejo de suspirar porque recelo
que siendo mis suspiros esparcidos,
como del pecho, salen encendidos,
abrasarán la tierra, mar, y cielo.

Con llorar solamente me consuelo,
y enternezco las piedras con gemidos,
y están de esta manera, mis sentidos,
sujetos a perpetuo desconsuelo.

De la rabiosa muerte, tengo queja,
que al Amor, agradezco la herida,
con que penetró el alma de mi pecho.

Lucida, sin razón morir me deja,
y pues quiere que yo no tenga vida,
moriré por su gusto, y mi provecho.




- VIII -


Lucida, que sirvió quererme tanto
si la gloria de verte, y el contento
ha convertido tu desabrimiento
en lástima, dolor, y eterno llanto.

De ver como no muero, tengo espanto
y el crudo amor, por darme más tormento
quiere dar nueva vida, al pensamiento,
para darme más pena, y más quebranto.

Pues tú tienes poder para matarme,
como lo tiene amor para ofenderme,
tu mano de acabarme, no se extrañe.

Yo moriré pues quieres olvidarme,
y a ti no te da pena deshacerme,
que si no espero bien, no hay mal que dañe.




- IX -


Ojos, que no sois ojos, si no estrellas,
que alumbran más que el Sol, y resplandecen,
luces, que cien mil almas enriquecen,
y abrasa el corazón amor con ellas.

Del fuego soberano sois centellas,
que humanos ojos veros no merecen,
bellísimos luceros, que aparecen,
eclipsando las luces menos bellas.

La libertad troqué sólo por veros,
porque conozco que tenéis la cumbre
de la belleza, y de la gallardía.

Y estoy en tal estado por quereros,
que ya soy Fénix, que con vuestra lumbre
me consumo y renuevo cada día.




- X -


Ya no me espanta amor tu bizarría,
ni temo en verte en cólera metido,
yo de Lucida sólo fui rendido,
que tu fuerza sin ella no podría.

Dejarme libre como estar solía,
y de arco y flechas, ven apercibido,
y si acaso de ti fuere vencido,
castiga en pena eterna el alma mía.

No vales nada tú si no es por ella,
pues con armas, mi pecho desarmado
no osaste acometer amor sin ella.

Y si yo te he servido, y regalado
no fue por ti, si no por causa de ella,
que el tierno por su amor es bien matado.




- XI -


Diosa mortal, divina hermosura,
obra que el cielo hizo sin enmienda,
no es posible que nadie oh comprenda
al justo el bien que el veros asegura.

Sola mi alma tiene por ventura
aunque de vuestro ser tan poco entienda
no tener parte así, que no la encienda
con vuestros ojos, dulce llama pura.

Humanizar un poco bella Diosa,
al ver en mis entrañas el estrago
(bien digno de mirar, que el fuego ha hecho).

En las cuales de nuevo otra Cartago
llegando a ver es fuerza ser piadosa
aún siendo de diamante vuestro pecho.




- XII -


Ya conozco que en vano me fatigo,
y que a sordos publico mi tormento,
veo que escribo en agua, en polvo, en viento,
cuando lo que padezco a Silvia digo.

Hacer quiero el cordero, el lobo amigo,
y el mar cerrar en chico vaso intento,
asegurar procuro el pensamiento,
que tantas variedades trae consigo.

Procuro sacra lumbre de lo oscuro,
y en el junco ver nudo, y en el suelo,
florido el prado, en medio del invierno.

En hielo busco llama, en llama hielo,
y espero ver amor en mármol duro,
y un dulce paraíso en el infierno.




- XIII -


Con sólo el resplandor de vuestro gesto
y el son de las dulcísimas razones,
ablandáis los más duros corazones,
y el Sol hacéis para en sólo un puesto.

Y no para la fuerza suya en esto,
si no que al mismo amor ponéis prisiones,
haciéndole quinientas sinrazones
sin poderle mudar de presupuesto.

En mí, extrañezas tales habéis hecho,
que yo a mí mismo ya no me conozco,
viéndome del que he sido tan trocado.

El yo, que fui primero, está deshecho,
al parece, por que otro reconozco,
de sola vuestra mano fabricado.




- XIV -


Mira que negro amor, o qué no nada,
que sin porqué se hace de los Godos,
sabiendo que en la tierra saben todos,
que es hijo de una dama muy taimada.

Llamadle Dios, es cosa que me enfada,
porque se el trato ya que hace a todos
aunque de amantes por diversos modos,
siempre ha sido su fama celebrada.

Lo que él puede hacer es dar enojos
en cambio de placer, y de contento,
porque sin vista parte sus despojos.

Y no vale con el merecimiento,
que como trae vendados ambos ojos,
los bienes, y los males da sin tiento.




- XV -


Si no estuviera tan certificado
que no ha de haber ninguno que no muera,
por inmortal, señora, me tuviera,
pues tanto mal con vida me ha dejado.

Vuestra memoria en mí sólo ha quedado,
que es mi descanso, y vida verdadera,
que si esta me faltara, ya estuviera
de volveros a ver desconfiado.

Nuevas del corazón que os di, no tengo,
y el vuestro temo que me habéis quitado,
que a cada paso se me representa.

Con la fe que me diste me sostengo,
aunque no estoy de nada asegurado,
que nunca se asegura, quien se ausenta.




- XVI -


Cuando venga mil muertes a matarme
y amor fortuna, y cielos a ofenderme,
cuando falte quien pueda defenderme
y no quede ocasión de remediarme.

Cuando quiera el vivir desampararme,
que la vida no pueda sostenerme,
cuando ya gustéis vos de aborrecerme,
que este es el mayor mal que puede darme.

Cuando venga sin flores el verano,
y se ponga en efecto lo imposible,
y deje de moverme el alto cielo.

Entonces dejará vuestro Silvano
de amaros mucho más de lo posible,
pues no tiene otro bien, ni otro consuelo.




- XVII -


Soneto a la pobreza


Quien dice que pobreza no es vileza,
no precia mucho el título de honrado
ni sabe a lo que un hombre está obligado
que no piensa hacer jamás bajeza.

Sepultura es de buenos la pobreza,
y ocasión de hacer lo no pensado,
mar, donde es muchas veces anegado,
el valor, el aviso, y la nobleza.

En el pobre no luce entendimiento,
ni se le echa de ver cosa que haga,
y es odioso a los ojos de la gente.

La pobreza de espíritu, es contento,
mas la de cuerpo, cuerpo y alma estraga,
y el que vive con ella, ese lo siente.




- XVIII -


Habéis dado en hacerme disfavores,
Leonor hermana, y yo también he dado,
en no ser ya más necio, y porfiado
pretendiendo de vos caros favores.

No halláis miedo que os diga más amores,
porque estoy de sufriros muy cansado,
que no valen con vos fe ni cuidado,
ni padecer angustias y dolores.

Quiero dejar al tiempo que os allane,
porque ahora voláis muy altanera,
y entiendo que os preciáis de ser ingrata.

Y no puede ser que esto no se humane,
y que allá al declinar la Primavera
no ser coma la fruta más barata.




- XIX -


Bendita sea la hora y el momento,
el fértil año, el mes, el punto, y día,
en que yo pude ver el alma mía,
renovada con nuevo mudamiento.

Bendito, y venturoso aquel tormento,
que el amor reservado me tenía,
el arco y el aljaba do traía,
la flecha con que causa el bien que siento.

Benditas sean las voces que derramo,
tan dulcísima pena publicando
mis lágrimas, suspiros, y deseo.

La llama sea bendita en que me inflamo,
y las horas que paso suspirando,
y el venturoso estado que poseo.




- XX -


Es del risco terrible la dureza,
duro el hierro, y el mármol duro helado,
son duras las encinas del collado,
y de las peñas grandes la aspereza.

Duro el diamante, la naturaleza,
con admirable suerte ha fabricado,
es duro el hielo en nieve congelado,
(y de estos cada cual tiene extrañeza).

Mas Lucida que Amor, y la ventura,
y del cielo la más dichosa estrella,
y la más peregrina hermosura.

De acuerdo me rindieron a querella,
es más que el risco, el hierro, el mármol dura,
y no hay diamante, o hielo como ella.




- XXI -


Cuando no es el amor tan confirmado
que tenga ya en el alma firme asiento,
para no dar lugar al pensamiento,
que pueda caminar desenfrenado.

Cualquiera no sé qué, cualquiera enfado,
deshace aquella torre que es de viento,
y suélese olvidar en un momento,
lo que fue al parecer muy delicado.

Y así yo nunca pude asegurarme,
que en vuestro amor hubiese la fineza,
que un poco tiempo distes en mostrarme.

Para conmigo no hacéis bajeza,
ni novedad ninguna en olvidarme,
que en mujer, y en fortuna no hay firmeza.




- XXII -


Soneto pastoril


Domingo Gil el nieto del gaitero,
andando de Benita resquebrado,
una noche se fue por un tejado,
a hablarle por encima del humero.

Díjole hijo de puta, lo primero,
y cual me traes Benita endemoniado,
y respondió la niña, habéis mirado,
habiendo más de una hora que te espero.

Pues yo le doy mi fe si se engordara
y no pasó de allí porque sintieron,
los perros de Llorente alborotados.

Y llena del hollín ambos la cara,
cuantos aquella noche se dijeron,
fueron todos requiebros ahumados.




- XXIII -


En espera de Cosme se juntaron
en Nava el puerco todos los que había,
cofrades de la antigua cofradía,
que Juan de Artona y Pero Gil dotaron.

De visitar la ermita concertaron
con la danza de espadas aquel día,
y el pendón colorado que ofrecía,
Toribio y los hermanos que ayudaron.

De anteanoche quedó la vaca muerta,
y Ginebra ofreció las berenjenas,
y la de Juan Cornejo salsa a fondo.

Y uno entre los cofrades gran reyerta
sobre quien llevará las azucenas,
que dio para el altar, Sancho Redondo.




- XXIV -


Después que consintió mi dura suerte,
que yo fuese del ciego amor herido,
la muerte a largo paso me ha huido,
como si viera en mí otra nueva muerte.

Si la llamo a mi voz, jamás advierte,
y con tapar el uno y otro oído,
gasto en llamarla tiempo mal perdido,
y en mi nunca se gasta el dolor fuerte.

Por ninguna ocasión pienso que huye
con paso presuroso mi presencia,
y a mi ruego jamás no se convierte.

Sino porque del mal que me destruye,
teme que si le da la pestilencia,
ella se ha de morir, y yo ser muerte.




- XXV -


Si Celia duerme, amor lo mismo hace,
y si los claros, bellos, dulces ojos,
abre, para quitar cien mil despojos,
aquello es lo que a Amor le satisface.

Para Celia, y amor la contra hace,
porque es imitador de sus antojos,
y así de su placer, o sus enojos,
se agrada siempre amor, o se desplace.

Adonde Celia parte, va con ella,
y adonde Celia para, está parado,
que un momento no vive amor sin ella.

Y en esto sólo se ha diferenciado,
que es áspera, cruel, ingrata, ella,
y amor, humilde, manso, y regalado.




- XXVI -


Ingenio fértil rico Peregrino
nunca visto mayor de los mortales,
extremos de belleza celestiales,
singular muestra del poder divino.

Donaire que al pesar cierra el camino,
entredicho sabroso de los males,
milagro entre las obras naturales,
honra, ser, y valor, de lo más fino.

Nadie piense atinar a celebrarte,
jamás de la manera que mereces,
aunque estuviese Apolo de su parte.

Remontándose al cielo algunas veces,
a caso, con el bien de contemplarte,
celebrara, lo menos que le ofreces.




- XXVII -


Si don Alonso el Casto le viviera
a mi abuelo don Juan de Bobadilla,
y en las comunidades de Sevilla,
el Conde mi pariente no muriera.

Si doña Inés mi madre no perdiera
la hacienda que tuvo en esta villa,
tuviera en vuestra casa siempre silla,
el que ahora tratáis de esta manera.

Quererlo yo parece que bastara
si en vos hubiera algún conocimiento
para pagar en parte lo que os quiero.

Mostrad a mis pasiones mejor cara,
que si amándoos me dais desabrimiento
me enojaréis a fe de caballero.




- XXVIII -


Aunque vuestro linaje tanto fuera
como es el de don Luis de Bobadilla,
y lo que de las Indias a Sevilla,
cada año a vuestra casa se trajera.

Y aunque Inés de Medina no perdiera
el poco bien que tuvo en esta villa
diera yo a mi criada con la silla,
que para que os sentarais bien pusiera.

Conoceros parece que bastara
si en vos hubiera algún conocimiento
para ver lo que sois, y lo que os quiero.

Porque sois un pelón de mala cara
galgo flaco cansado, y muy hambriento,
con seso triste, y muy gran majadero.




- XXIX -


Enojose Pascual con Catalina,
y para hacerle algún desabrimiento,
acordó de pedir en casamiento,
a la hija de Brasco su vecina.

Y al barbero Ginés de Magandina,
el disanto contó su pensamiento,
para que con su buen entendimiento,
concluyese el negocio más aina.

Aquella tarde hizo la escritura,
el escribano Juan Martín del Grajo,
estando allí el alcalde Juan Rentero.

Y Pascual viendo cierta su ventura,
a Magandina dio por su trabajo,
una arroba de arrope, y un cordero.




- XXX -


A componer la novia se subieron,
la de Maroto, y la de Juan Segado,
y después que la hubieron barnizado,
su camisa labrada le vistieron.

De la prima del cura le trajeron,
una cofia de pinos, y un tocado
y basquiña y corpiño gandujado
que a la de Juan Verdura le pidieron.

Sacáronla después de muy compuesta,
y dieron en loar a su hermosura,
diciendo no haber cosa que la iguale.

Dijo Blas, no hay zagala como esta,
y al novio se llegó, y le dijo el cura,
así sea mi salud como ella sale.




- XXXI -


De su casa a la iglesia le llevaron,
Ginés de Pascual Mingo y Gil Manzano
porque le dio su vez el escribano
a quien para este fausto señalaron.

La cruz nueva de plata aderezaron,
que Pablo el sacristán sacó en la mano,
y un hisopo de cerdas muy galano,
con que el agua bendita rociaron.

Estuvo al decir sí, la novia muda,
y dijo el sacristán, que se mesura,
que no hay domine que a hablar la venza.

Un cuarto de hora tuvo el pueblo en duda,
hasta que Sancha Téllez dijo al cura,
en verdad no era cosa de vergüenza.




- XXXII -


Prosigue la boda pastoril


Después que los hubieron desposado,
café Pascual al novio los volvieron
donde todas las mozas les tuvieron
lo que habían de comer aderezado.

Y mientras que comían el adobado,
y los demás guisados que les dieron,
las que habían de bailar se compusieron
para salir al corro señalado.

Y cuando la comida fue acabada
rogó Pero Barranco a Juan Piostre,
el que hiciesen cantar a la madrina.

Y ella lo comenzó muy repulgada
ayudando con palmas a la postre,
la de Juan Tinajero su vecina.




- XXXIII -


Toribio y Inés Domínguez de Escobosa
y el hijo de Tenorio el mesonero,
le dieron en redoma lo primero,
una zamarra blanca muy graciosa.

Y Pero Nieto y Blas de Hinojosa,
y Mingo Gil el nieto del gaitero,
presentaron al novio un gran cordero,
y a la novia una chiva, muy hermosa.

Antón de Juan Alonso, dio un cayado
al novio, y un zurrón le dio Vicente,
hecho de dos pellejos remendados.

Y un barreño de palo muy pintado
a los dos ofreció Pascual Clemente
y el cura un Dios los haga bien casados.




- XXXIV -


Boda pastoral segunda


Antón de Pero Crespo el de Cornejo,
a Marina teniendo amor abondo
la esperó en el pilar del pozo hondo,
que hizo de sus propios el concejo.

Dejó pasar a Gil Carrasco el viejo,
que hablando viene con el Juan Redondo,
y después como erguido y sabihondo
le dijo levantando el sobrecejo.

Marina ya sabes que no pergeña,
ninguno como yo vuestro amorío
en todos los zagales más chapados.

Si quieres que Antón Sánchez de la Greña,
hable con vuestro padre y vuestro tío,
luego podemos ser matrimoniados.




- XXXV -


El día santo en la tarde salió al prado
lo bueno del lugar, porque se había,
para cumplir la fiesta de aquel día,
un corro muy galán aderezado.

Salió Toribio, Antón, y Gil Manchado
de Menga, Antonia, Olalla, y fue María
la que tañó el pandero con Lucía,
porque estaba el gaitero aficionado.

Fue de otro bando Juana la Herrera,
Mengua, Gileta, Bras, Crespo, y Clemente,
y tañoles, Teresa su vecina.

Alabó a Mengua el regidor Pesquera,
y respondió el alcalde Juan Llorente,
bien pueden callar todas con Marina.




- XXXVI -


Acabada la música otro día
se fue Antón a la iglesia de mañana,
y a la torre subió con mucha gana,
a mirar si Marina aparecía.

De su corral la vio cuando salía
remesando las greñas a su hermana,
y él hizo un repiquete a la campana,
porque volviese a ver al que tañía.

Marina volvió el gesto, y vio que estaba
pidiéndole por señas que le diga
si fue buena la música pasada.

Y ella para decir que le agradaba,
le dio una zapateta., y una higa,
y él hizo desde acá una rebellada.




- XXXVII -


Aquella tarde habló con el barbero
diciéndole el negocio que procura,
y entrambos fueron para hablar al cura,
que a rezar le salió al humilladero.

Antón llegó quitándose el sombrero,
y le hizo en llegando gran mesura,
y después humilló la catadura,
para dejar hablar al compañero.

Quedó que al padre de esta se le hablase,
y que Alonso Millón de Pero Tiesto,
se fuese con los dos y los terciase.

Y que era necesario para esto
que Antón se confesase, y se sangrase,
para que en todo hubiese buenos de esto.




- XXXVIII -


Soneto con que se acaba la boda


Todos tres de consumo le hablaron,
y en efecto el negocio concluyeron,
y el Domingo siguiente ya se hicieron
las bodas de los deudos se juntaron.

Dos ovejas machorras se mataron,
y de agua pie una cuba se bebieron,
y después al ejido se salieron
adonde se bailó, y zapatearon.

Y viendo que la noche ya venía,
trajeron a la novia un posadero,
adonde se sentó muy mejorada.

Y cada cual llegaba y ofrecía,
y Herrán Crespo el viejo en un esquero
llevaba la redoma presentada.




- XXXIX -


Parió Antonia la hija de Morcillo,
con grandes pesadumbres aquel día
porque era primeriza, y la ofendía
bravamente cualquiera dolorcillo.

Llegose su marido Juan Tomillo,
por aliviarla el mal que padecía,
y ella muy enfadada le decía,
(comenzando primero a maldecillo).

Jesús no vean mis ojos tan mal hombre,
que no es marido sino mi enemigo,
échemelo de aquí señor compadre.

Este con un disgusto que le asombre,
que no se verá una hora más conmigo,
a solas por los huesos de mi madre.




- XL -


El consejo, justicia, y regimiento,
después que ya el bateo fue acabado,
al casa la partida se ha tornado
a darle el parabién de aquel contento.

Hallaron allí moscas más de ciento,
y el portal de la calle muy regado,
para bailar después de haberles dado
la colación con horma al cumplimiento.

Confites de rastrojo les sacaron
y con heces de arrope unos tostones,
que de su desparpajo les sobraron.

Al cura, y sacristán dieron turrones,
y a bailar con aquello comenzaron
siendo a porfía nuevas invenciones.




- XLI -


Pasado el mar Leandro el animoso
en amoroso fuego todo ardiendo,
esforzó el viento, y fuese embraveciendo
el agua con un ímpetu furioso.

Vencido del trabajo y presuroso
contrastando a las ondas no pudiendo,
y más del bien que allí perdía muriendo,
que de su propia vida congojoso.

Como pudo esforzó su voz cansada,
y a las ondas habló de esta manera,
mas nunca fue su voz de ellas oída.

Ondas pues no se excusa que yo muera,
dejarme allá llegar, y a la tornada,
vuestro furor ejecuta en mi vida.




- XLII -


Yo fundo en el arena, abrazo el viento,
escribo en agua y de la luz del cielo
privar procuro de ordinario del suelo,
siempre que aliviar pienso mi tormento.

En medio del invierno helado intento
cubrir los campos de un florido velo,
y trocar en regalo el desconsuelo
y del sol detener el movimiento.

Labrar en un diamante fino quiero
varias figuras con la blanda cera,
y hacer gloria el reino del espanto.

Y enternecer con ruegos una fiera,
cuando de Silvia el corazón de acero
procuro que se ablande con mi llanto.




- XLIII -


«De ti muerto, Jesús, nace la vida
que muriendo a la muerte diste muerte,
y de tu amor nos vino aquella muerte
que nos levanta a nueva y mejor vida.

Muerte más venturosa que la vida,
pues libra al hombre de la eterna muerte,
y así mayor trazo que tu muerte
nunca lo tuvo ni tendrá la vida

del sentido, la vida de la muerte,
porque su muerte puede darte vida
que no tema las fuerzas de la muerte.

Muriendo vivo y muero estando en vida,
y estoy tan deseoso de esta muerte
que por poder morir amo la vida.»



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