Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 21 de noviembre de 2011

1027.- SERAFÍN ESTÉBANEZ CALDERÓN


Serafín Estébanez Calderón
Serafín Estébanez Calderón conocido como "El Solitario" (Málaga, 27 de diciembre de 1799 - Madrid, 15 de febrero de 1867) fue un escritor costumbrista, flamencólogo, poeta crítico taurino, historiador, arabista y político español.
Hijo de Francisco Estébanez y de María Calderón, descendía de familia económicamente modesta pero, al parecer, linajuda. Vivió en Málaga su niñez y juventud pero, al morir sus padres, siendo él de muy escasa edad, fue recogido por unos tíos que le dieron una esmerada educación en el colegio de Antonio Recalde, quien le inclinó seguramente hacia las letras; allí tuvo por condiscípulos a los luego también ilustres Andrés Borrego, que sería después su amigo del alma hasta el fin de sus días, y Antonio de Miguel. Marchó a Granada para estudiar Leyes y Humanidades y, muy joven todavía, en 1819, logró la cátedra de Griego de la misma. El 15 de octubre de 1822 se incorporó como abogado al colegio de Málaga y poco después gana por oposición la cátedra de Retórica del Seminario de la misma ciudad. Identificado con el liberalismo, tuvo que refugiarse en Gibraltar en 1824 cuando invadieron el país los Cien Mil Hijos de San Luis; logró, sin embargo, purificarse, como se decía en la época, es decir, pasar juicio de antecedentes políticos, y volvió en 1825 a España matriculándose como abogado en Granada y abriendo bufete en Málaga. En 1830 marchó a Madrid e inició con el seudónimo de El Solitario en acecho, que luego abreviaría en El Solitario, sus colaboraciones en el Correo Literario y Mercantil; sus posturas liberales ya eran bastante tibias y poco comprometidas, y se fueron desvaneciendo con el tiempo.
Publicó algunas poesías con el seudónimo de E. Sefinaris que recogió en Poesías (1831). En julio de 1831 fundó junto a Ramón Mesonero Romanos la revista literaria Cartas Españolas, donde publicaría numerosos poemas, bocetos costumbristas y reseñas bibliográficas. En febrero de 1833 Estébanez fue nombrado redactor del Boletín que editaba la Junta de Comercio y el 17 de noviembre del mismo año el ministro de Fomento, Francisco Javier de Burgos le nombró redactor principal y director del Diario de la Administración y le encargó traducir los Principios de Administración de Charles Jean Bonnin. En 1834 el general Zarco del Valle le nombró auditor general del Ejército del Norte y participó en varios combates de la Primera Guerra Carlista, formando parte del ejército de Rodil y posteriormente del de Fernández de Córdova, por los cuales se le dieron la Cruz de San Fernando y la cruz especial de Mendigorría. En diciembre de 1835 se le nombró jefe político de Logroño e inició por entonces sus estudios de lengua árabe, según testimonia la correspondencia que intercambió con Pascual Gayangos. En 1837 obtuvo la cátedra de árabe del Ateneo de Madrid, pero tuvo que dejarla para ir al nuevo cargo de jefe político de Cádiz y posteriormente de Sevilla en 1838. Publicó algunos poemas en El Observatorio Pintoresco, revista en la que también colaboraba su amigo Luis de Usoz; editó en una colección de novelas patrocinada por este último su novela Cristianos y moriscos (1838), dentro de la estética del Romanticismo. El mismo año fundó en Sevilla el Museo de Pintura y Escultura y la Biblioteca Provincial. El 23 de enero de 1839 casó con la malagueña Matilde Livermore y Salas, que inspiró su poesía amorosa posterior; de ella tuvo un hijo, Serafín, ese mismo año; este matrimonio impulsó su carrera política, pues a través de su mujer él emparentó con el famoso financiero José de Salamanca, y desde entonces fue diputado de las Cortes en diversas legislaturas y académico de la Historia, ministro, consejero de Estado y senador. Estos cargos le permitieron desarrollar también una importante faceta como coleccionista y bibliófilo. El 21 de agosto de 1856 murió su esposa. Será nombrado Consejero Real en noviembre de 1856 y Consejero de Estado tres años más tarde. Murió el 15 de febrero de 1867. A su muerte su biblioteca particular, una de las más nutridas y valiosas de su época, pasó al Ministerio de Fomento; en 1873 fue trasladada a la Biblioteca Nacional.

Obra
Como escritor es el máximo representante del costumbrismo andaluz. Como periodista le atrajo también la crítica taurina, que ejerció sobre todo en El Correo Nacional y en El Espectador. Contribuyó también con "La feria de Mairena" a La España Artística y Monumental y con "La celestina" a Los españoles pintados por sí mismos. Su estilo es muy elaborado, de largos periodos y léxico muy amplio y escogido, y se muestra permeado por la continua lectura y relectura de los clásicos. Se caracteriza por su riqueza folklórica, su abundancia en voces y giros castizos y por su excesiva verbosidad, que es en parte producto de una observación detallista y prolija de la realidad. Como observador es minucioso y aún prolijo. En su obra maestra, Escenas Andaluzas (1846), defiende las costumbres y tipos de su tierra, que demuestra conocer por su animado pintoresquismo y por su gracia típicamente andaluza, derivada a menudo de chistosas exageraciones. Es importante también por los datos que ofrece sobre los primeros cantaores flamencos de cante jondo, Fillo y Planeta, de forma que puede considerarse a Estébanez también uno de los primeros flamencólogos. También escribió una Historia de la infantería española. De su época de militar durante la Primera Guerra Carlista dejó la poesía "La golondrina", versos que retratan la desolada campaña entre un ejército regular y la guerrilla en las barrancas navarras, entre ellos:..."mientras yo, entre La Ulzama y La Borunda, encontraré triste, olvidada tumba..."
Se poseen muchos datos biográficos de él gracias a la biografía realizada por su sobrino, el ilustre periodista y político Antonio Cánovas del Castillo, primer presidente del Consejo de Ministros del rey Alfonso XII, con el título El Solitario y su tiempo. Biografía de D. Serafín Estebanez Calderón (Madrid, 1883, 2 vols.), biografía revisada y ampliada en 1955 por Jorge Campos con el título Vida y obra de D. Serafín Estébanez Calderón.
Pueden citarse, entre otras, Un baile en Triana, La Feria de Mairena, Las gracias y donaires de Manolito Gázques, Pulpete y Balbeja, etc.






A don Bartolo Gallardete

Caco, cuco, faquín, bibliopirata,
tenaza de los libros, chuzo, púa;
de papeles, aparte lo ganzúa,
hurón, carcoma, polilleja, rata.


Uñilargo, garduño, garrapata,
para sacar los libros cabria, grúa,
Argel de bibliotecas, gran falúa
armada en corso, haciendo cala y cata.


Empapas un archivo en la bragueta,
un Simancas te cabe en el bolsillo,
te pones por corbata una maleta.


Juegas del dos, del cinco y por tresillo;
y al fin te beberás como una sopa,
llenas de libros, África y Europa.










A Filis

¿Quién tu rostro divino, Fili hermosa,
que en esplendor venciera el claro día,
intentó marchitar con mano impía
sembrando gualda en su azucena y rosa?


Tus ojos de paloma cariñosa,
que do quieran llevaban la alegría,
¿quién los pudo eclipsar, di, vida mía,
empañando su gloria luminosa?


Venus fue la que en cólera y fiereza
ajó tu flor con pecho vengativo,
envidiando tu lumbre y gentileza.


Pero Amor, que es tu guarda compasivo
te volvió con un beso tu belleza,
aumentando con otro tu atractivo.









A la ciudad reina de Andalucía

Casas moriscas, patios con jazmines,
naranjos, flores, búcaros y fuentes,
antorchas en girándulas lucientes,
que alumbran por cancelas los jardines.


Damas entre damascos y cojines,
refrescando al ventalle los ambientes
y guardando en las rejas impacientes
citas, lances con nobles paladines.


Músicas por las calles y veladas;
Guadalquivir que, manso, lejos brilla,
la flota y la Giralda iluminadas.


Soldado, abad, buscona, gitanilla;
escalas en balcón, reñir de espadas,
esta es Babel de amor, esta es Sevilla.










A los retratos de Generalife

Mira, español, tus ínclitos abuelo,
que mostrando lo heroico de su cuna
libraron de la altiva media luna
estos palacios y felices suelos:


Estos son los que en bélicos desvelos
no dejaron región ni playa alguna
sin que rindiese el cuello a la fortuna
que a España dieron los piadosos cielos.


Dechados del valor y la hidalguía,
y sin par en lo fiel y lo constante,
su Rey por ellos venerar se hacía.


A virtud tan heroica y triunfante
compara tu menguada bizarría,
y espira de vergüenza en el instante.










Al Alambra

Contempla, pasajero, la morada
que el árabe a su gloria alzó triunfante;
cómo la tiempo se rinde vacilante
su magnífica mole ya cascada.


La altivez de sus torres humillada,
de escombros llenó el pórtico arrogante,
y sin su azul el artesón brillante,
anuncia muerte al ánima angustiada.


Contempla bien cual queda sin colores
el morisco relieve y paramento,
borradas ya sus cifras y sus flores.


Míralo bien, que a paso menos lento,
el tiempo a ti también entre dolores,
traidor te acerca el último momento.










Al propio asunto (Luzbel y Montes) y con diverso son

Un cachidiablo toro, el vil Patillas,
a un alma salva atájale el camino,
tizón en asta, en furia torbellino,
por ojos y narices cuatro hornillas.


El aire troncha en átomos y astillas,
según derrota en fiero desatino,
mas el genio tremola en blanco lino,
con púrpuras orladas las orillas.


Gallea a lo galán de arrastre y vuelo,
y Patillas con él un rudo topo;
lo tronza, lo quebranta y rinde al suelo.


«Cáscaras -dijo el diablo alzando el hopo-,
este es Montes, me cuco y vaya al cielo,
que temo más su capa que un hisopo.»









Contra Gallardo

Traga-infolios, engulle-librerías,
desvalija-papeles, mariscante,
pescador, ratonzuelo, mareante,
Barbarroja y Dragut de nuestros días.


Más vejete que el viejo Matatías,
murcia-murciando va el mundo adelante;
de bibliotecas es el coco andante,
capeador, incansable en correrías.


Harto de hormiguear a troche y moche
y de hundir lo que birla desde mozo
en su cueva, insondable como abismo,


en sueños se levanta a media noche,
coge sus libros y los echa al pozo,
y por garfiar, garfiña hasta sí mismo.










Copia el hombre

Copia el hombre celajes purpurinos,
estatuas hace de la dura piedra,
y en número a las hojas de la hiedra
exceden sus inventos peregrinos.


Arrebata con cánticos divinos,
la «Iliada» escribe, «Don Quijote» y «Fedra»,
y cuanto más el adelanto medra,
más busca del saber nuevos caminos.


A su patria da timbres con su gloria,
liberta y engrandece las naciones,
los secretos descubre de la historia.


Y este ser, que mandando a las naciones
sólo piensa en la muerte o la victoria,
¡es el juguete vil de las pasiones!











El anillo

Ve, pobre anillo, hasta la linda mano
de la hermosa que adora mi fiel pecho.
Ve, ve, cumple y disfruta satisfecho
de galardón tan alto y soberano.


Dile pues que en tu óvalo galano
quisiera yo enlazar con dulce estrecho
mi blando corazón, de cera hecho,
con el suyo, aunque helado y tan tirano.


En tu círculo de oro misterioso,
y en el firme diamante que te adorna,
el más constante eterno amor aprenda:


Mas si me vende, el cerco prodigioso,
tú mismo con estrépito trastorna,
y así esta magia su traición reprenda.










El despecho

Ya que no puedo, por desdicha mía,
llamarte dulce esposa en tierno abrazo,
anudando tu talle con el lazo
que teje amor en su feliz porfía,


quieran los cielos, por oculta vía,
en árbol trasformarme a breve plazo
convirtiendo en corteza mi regazo,
y mi cabello en verde lozanía.


Y múdeme también en yedra amante
que ensortije mi tronco de contino,
confundiendo tus hojas con mi rama:


que así mi amor, por fiel y por constante,
al fin conseguirá contra el destino
templar en ti lo ardiente de su llama.











El propósito desesperado

Si por robarte a mi pasión ardiente
tus deudos, descargando el fiero amago,
te arrebatasen con ardid aciago
de estos ojos que lloran por ti ausente;


aunque en un fuerte alcázar eminente
te encante por las artes de algún mago,
y que entorno te cerquen con un lago
de fuego hirviendo con voraz corriente;


O aunque te oculten en el hondo silo
del monte más oscuro y más distante;
por lograrte lanzárame tranquilo,


y hendiera un mar de lava fulminante,
o bajara en tu busca al negro asilo,
siempre que fueses a mi amor constante.











La ingratitud

La blanca rosa que embalsama el viento,
inclinando su corola divina,
tributo paga al agua cristalina
que fértil le regó su verde asiento.


Trisca en la jaula el colorín contento,
y en armónico son gozoso trina,
si así agradar más fácil imagina
al que le presta pródiga el sustento.


Premia al besar la cándida paloma
el ardor cariñoso de su amante,
y el altivo desdén a su afán doma:


Mas tú a mi amor más dura que diamante
desoyes de mi labio el tierno idioma,
siempre esquivando mi pasión constante.











La soberbia

Yo vi una altiva populosa encina
tender sus ramos orgullosa al viento,
presumiendo tocar el firmamento
y avasallar el prado y la colina.


Yo vi el oro del sol con luz divina
la verde copa coronar contento,
y yo la vi en pomposo movimiento
mecer ufana al ave peregrina:


Mas vi también, cual precursor del llanto,
leve vapor crecer a nube airada,
tendiendo por la esfera el negro manto:


La vi rasgarse en llamas inflamada,
lanzar el rayo y miro con espanto
el árbol convertido en polvo, en nada.











Mi estado

Busco la paz, y en triste lucha espiro;
espero y temo, abrásome y me hielo;
odio la tierra sin amar el cielo;
vehemente anhelo, exánime suspiro:


Pido la libertad, siervo me miro;
me elevo ardiente, caigo yerto al suelo;
ciego confío, suspicaz recelo,
vivo en el ocio y a la gloria aspiro:


El dogal que circunda el cuello mío
ni me acaba ni libra, y vivo ahogado;
hallo el placer y mátame el hastío,


odio mi ser, te adoro despechado;
lloro sin pena y sin contento río...
Por ti, cruel, me miro en tal estado.



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