Antonio Adelardo
Antonio Adelardo (Olvera, Cádiz 5 de marzo de 1910, Sevilla, 27 de febrero de 1985).
Nació en Olvera 1910, de familia trabajadora murió en Sevilla 1985. Pintor, dibujante, poeta, medico y ateneísta. Desde muy joven se fue a vivir a Morón de la Frontera, donde llevo a cabo sus estudios primarios, y empezó a cultivar su faceta artística a través del dibujo y la pintura, junto al modesto artista plástico José Higuero García.
A los 19 años se traslado con su familia a Sevilla, donde el paso del tiempo lo forjo como un hombre polifacético, culto y sensible, liberal y audaz. Durante la década de los 60 ya era muy conocido en Sevilla, tal era así que medios informativos como el Correo de Andalucía dedicaba algunas publicaciones sobre él.
Hoy día, una gran parte de sus obras figuran en los museos de Basilea (Suiza) y Santa Fe (Argentina). La otra gran parte figura en colecciones particulares de diversas ciudades, las mas destacadas Londres, París, Buenos Aires, Madrid o Sevilla.
Como dibujante, lo dedicó a la ilustración de libros originales de diversos autores, Valle Inclán, Marañón, Fernando Villalón, José María Osuna Montero Galvache, Juan Pareja Obregón, Rodríguez Buzón, etc.
Un Olvereño que como muchos otros tuvo que salir del pueblo, y que como pocos otros paseo el nombre de Olvera allá donde iba, como así constata sus mas allegados, " En las conversaciones de Antonio Adelardo siempre aparecía su devoción por su pueblo de origen, Olvera".
Entre sus grandes logros como pintor se encuentran:
7 Exposiciones individuales en Sevilla
1 Exposición individual en Lisboa
Exposiciones colectivas en Bilbao, Barcelona, Sevilla, Burdeos, Buenos Aires y Londres.
Participación en la Bienal Hispanoamericana de Arte
Exposición Taurina de Córdoba
Salón de otoño Madrid
Dos primeros premios del cartel del Concurso Fiestas Primaverales de Sevilla 1964
Primera medalla en la Exposición de Primavera de Sevilla (1969)
Premiado en la Exposición de Carteles de Ateneo de Sevilla y otras ciudades
Con este pequeño articulo Olvera Temática hace un básico homenaje, y lo incluye entre las personalidades Olvereñas mas relevante de la historia local.
Este hermoso libro sobre la Giralda es una antología de autores y poetas sevillanos, o vinculados a la ciudad, que dejaron su impronta sobre esta torre universal, símbolo de Sevilla desde hace varios siglos.
Desde la década de los cincuenta, Antonio Adelardo inicia gradualmente aunque con altibajos su producción literaria, consustancial y alternativa a la pictórica, y en línea estilística con esta. Una de sus primeras composiciones poéticas es la dedicada a la Giralda, en la que puede observarse la simbiosis poesía-pintura y la sensibilidad para captar matices de luz y color expresados literariamente:
Antigua, siempre nueva palpitante,
En cada sol y luna tan distinta:
Para Triana, luciéndote esquelética,
Allí en la Cruz del Campo, pensativa,
Galga con alamares por Oriente,
Y al subir Castilleja, prisma hiriente
Incrustado en estuche de cal viva.
Siempre en la Maestranza curiosona
Que nunca ve del otro la salida,
Donde la sombra tuya se adivina
Jugando a ser reloj de sol, acacia,
Canción de la rueda entre las niñas.
Savia de las sorpresas en Placentines,
más estirada y bella cada día,
y aquí en el Patio de los Naranjos, eres
estética lujosa de armonía.
Que fue el Greco tu novio, ¿Quién lo duda?
Por ti soñó en Toledo con Sevilla.
Por este acero azul que te rodea
Y sobre ti, templándote, se afi la.
Alba de Macarena por tu cielo,
te pone gracia verde amanecida;
y negro el Silencio, el Gran Poder, saetas,
y blanca el Corpus con temblor de espigas.
Empinado latido, envidia de las torres
que suspiran tener en las esquinas
tus cuatro ramos en hierro de azucenas
collar de vértigo, palomas, golondrinas…
Acuérdate de mí cada Noviembre,
¡torre como ninguna, amiga mía!
También desde entonces, como un entreverado pintura-poesía, realizaría series de ilustraciones de libros.
Uno de los primeros, al que también prologó, fue el titulado Senda rociera, del renombrado poeta Antonio Rodríguez Buzón, del que en 1956 llegó a ilustrar la obra titulada Ayer en el recuerdo. Después, haría lo propio con la novela de Juan Delgado Alba Sevilla es tuya, Señora. También ilustraría el libro de Juan de Dios Pareja Obregón titulado Al compás de mi guitarra. Entre sus últimas ilustraciones para libros, cabe citar la efectuada en los años setenta de la obra de Daniel Pineda Novo El mar, en la que vertió una extraordinaria intuición creativa para abordar un tema ajeno a un hombre de tierra adentro. La original portada, en tonalidad “verde Adelardo”, hacía juego cromático con las ilustraciones en blanco y negro.
En el mes de mayo de 1956 presentó en el Ateneo sevillano una exposición individual de veintitrés cuadros de temática variada, abundando las alegorías románticas a su modo y los retratos. La crítica ponderó la calidad de las obras. Decía, entre otras cosas, el profesor sanluqueño Enrique Sánchez Pedrote:
Para el pintor de Olvera no existe otra norma que la dictada por un íntimo impulso creador… Y hemos dicho “pintor de Olvera” porque debemos insistir en las apreciaciones ya manifestadas en otras ocasiones.
El “no donde nace, sino con quien paces” del personaje cervantino, no tiene gran valor en este caso. Antonio Adelardo ha nacido en el hermoso pueblo de la sierra gaditana y su vida y formación ha transcurrido fundamentalmente en Sevilla. Sin embargo, los temas, y sobre todo, la realización de estos motivos, no tienen mucho que ver con la pintura sevillana clásica y moderna.
Olvera, su patria chica, fue con frecuencia la inspiración del pintor-poeta; así se evidencia en su libro De los recuerdos, algunas de cuyas composiciones fueron publicadas en 1957:
Sobre mar de recios hombros
Va navegando hacia Olvera
La Virgen de los Remedios
(Patrona de las cien sierras)
Arquitectura de gracia
Y una cadena de salves
Que un sol “orfebre” cincela
De ilusión y terno nuevo,
se vuelca el campo de Olvera.
Con motivo de la coronación canónica de la Virgen de los Remedios, patrona de su ciudad natal, celebrada el 15 de agosto de 1966, Antonio Adelardo hizo los honores para la ocasión como pintor y como escritor-poeta. Con el pincel creó un hermoso cartel, verdadera alegoría mariana, en el que empleó una sencilla iconografía: sitúa en la parte central la imagen de la Virgen con el Niño, y sobre la cabeza de María un ángel silueteado con trazos blancos coloca la corona, mientras bajo su regazo y entre el manto abierto aparece la vista del pueblo.
Ya estás en el mirador, donde el repique traspone leguas y leguas de ecos, ¡María, Remediadora, llena de gracia! ¡ Quien fuera tu compañero! Por fondo luce la parroquia, que es columpio-incensario sujeto en el abismo, en donde la PAZ de tu escudo, mi pueblo, son tres rosas de los vientos y tres clavos, PAZ sobre tu azul distinto.
Ya te está ciñendo la corona el ángel que esperaba dar para TI el primer vuelo con un mensaje gozoso de palmas y de olés de la Feria de los Cielos:
Salves a nuestra Patrona
La Virgen de los Remedios,
De los Remedios de Olvera,
Vivo milagro, y desvelo
Florecida de promesas
En todo el orbe latiendo.
Podemos resumir diciendo que Antonio Adelardo supo llevar a cabo su obra plástica y literaria con grandes dotes técnicas. Renovó, actualizó y sintetizó admirablemente la tradición pictórica hispana de los expresionismos simbolistas, tanto de la maniera hispánica del Greco, pintor al que tanto admiraba, como de la veta brava goyesca; ambas, fundidas en un personal e inconfundible cromatismo (el verde Adelardo) modulado en agradables y armónicas gamas. También podemos evocar, en cuanto a su pintura, a los últimos estertores de la tradición romántica madrileña y sevillana.
Por último, hay que valorar en el conjunto de su obra una poderosa imaginación para crear nuevos tipos iconográficos salidos de una verdadera mitología andaluza, que este ilustre olvereño supo robustecer con geniales aportaciones.
COMENTARIO A UN POEMA
DE ANTONIO ADELARDO
Por PILAR LEÓN-CASTRO ALONSO
A mis hermanos Pepe y Concha
Para quien no tiene el don de la poesía, pero lo compensa con sensibilidad admirativa para gozar con lo poético, toda manifestación o expresión capaz de mutar la realidad en poesía respira trascendencia, por lo que tiene de revelación. A partir de esta premisa voy a desarrollar un comentario breve en torno a un poema, cuyo autor es un poeta y pintor sevillano, además de médico, dotado de un peculiar sentido lírico y estético, Antonio Adelardo García Fernández (1910-1985). Gerardo Pérez Calero ha dedicado una monografía al estudio de la vida y de la obra pictórica y literaria de Antonio Adelardo, recientemente editada por el Ateneo de Sevilla1, obra en la que con toda justicia rescata del olvido el perfil biográfico y la labor creativa de un personaje mal conocido, pero pleno de interés por su dimensión humana, profesional y artística. Por haber tenido la fortuna de conocerlo y de tratarlo, puedo decir, que Antonio Adelardo fue uno de esos creadores dotados de una fuerte personalidad y de un natural exuberante, que lo impelían a vivir la vida a borbotones. Pero como estoy persuadida de que un poeta sólo puede ser comprendido por otro poeta, me valgo del testimonio de uno que conoció bien a Antonio Adelardo y que fue su amigo, Alberto García Ulecia.
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1. Gerardo Pérez Calero, Antonio Adelardo. Pintor-poeta, médico y ateneísta, Sevilla,.2009.
Para un grupo atípico de poetas andaluces, en el que incluía a Antonio Adelardo, creó Alberto García Ulecia la especie de los poetas silenciosos, venero lírico hondo y oculto, que aflorará algún día, sin dejar de ser por ello poesía libre y callada. A ella se refiere Alberto García Ulecia en la necrológica titulada “Carta y adiós a Antonio Adelardo”, en la que nos ofrece la radiografía de la personalidad y de la persona del amigo con estas palabras:
“Cuántas frases manidas circularon para definirte. Neorromántico, lorquiano, médico que pinta, poeta pintor, pintor poeta. Todo era verdad e inexacto.
Tu imaginación alegórica no siempre podía contenerse en cánones estrictamente pictóricos; la ácida y rotunda plasticidad de tus imágenes y metáforas distorsionaba cualquier molde literario. Tu mismo temperamento era difícilmente clasificable, aparentemente contradictorio: racionalista e intuitivo, justo y apasionado, desbordado y riguroso, tradicional y progresista, optimista y elegíaco. Goethe y Hölderlin don Francisco de Goya y Antonio Mairena, de esa misma madera fueron; y lo fue Federico García Lorca”2.
A explicar en parte esta realidad viene el hecho de que en la Sevilla de su tiempo tanto el poeta como el pintor cobijados bajo la personalidad artística de Antonio Adelardo anduvieron a su aire, sin pleitesía a escuelas ni estilos. Su arte tropezó con una crítica cicatera, que le reprochaba la carga de localismo folklorista y de estereotipos tópicos, que sin lugar a dudas hay en su obra; pero como señala Pérez Calero y es justo reconocer, también hay en ella una originalidad y un hondo sentido de lo popular, que significaron una aportación vivificante para la creatividad
artística andaluza y sevillana de los años 30-70 del siglo pasado.3
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2. Alberto García Ulecia, “Carta y adiós a Antonio Adelardo”, ABC, 8-3-85, p. 14
3. Pérez Calero, op. cit. 15 ss
A mi modo de ver, el universo artístico de Antonio Adelardo está regido por un canon artístico personalísimo, poblado por unas imágenes peculiares y llevado por una tónica ciertamente popular, que sin embargo no carecía de proyección universalista, de la que es prueba la admiración denodada por El Greco y por Federico García Lorca, así como lo es también el haber sido llamado para exponer en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.4
En cuanto a obra literaria, poesía sobre todo, hay que decir, en primer lugar, que más que de obra poética propiamente dicha, se trata de poemas sueltos, deslavazados, compuestos ocasionalmente sin temática ni planteamiento predeterminados; en segundo lugar, que precisamente ese carácter, digamos, improvisado y disperso ha sido causa de que se hayan perdido muchas de las poesías de Antonio Adelardo, que habrían podido aportar luz a la hora de enjuiciar su creación literaria.
De ese mundo tan personal emana el poema titulado “Giralda”, publicado en la revista Primavera Sevillana el año 1951,5 en el que me voy a centrar. Previamente diré, que mi intención con los comentarios que siguen, no pasa de ser una aproximación sencilla basada en la percepción del hecho poético en sí mismo, pospuesta para otra ocasión la posibilidad de llevar a cabo un análisis crítico, más detenido, de estilo, referencias e influencias.
Asimismo diré, que el motivo, que me incitó a atreverme por estos derroteros, fue la intervención magistral de Rogelio Reyes sobre Juan Ramón Jiménez en sesión del pasado 19 de Febrero de 2010. Al glosar en ella los pormenores de una visita a Sevilla, recordaba Rogelio Reyes las palabras que, se dice, pronunciara Juan Ramón, al divisar la Giralda:
“Miradla. No tiene más que carne rosa”. Me impresionó esa exclamación extasiada por su plasticidad y su cromatismo, me hizo pensar y me suscitó preguntas, tal vez sin valor ni sentido para el poeta o para su estudioso, pero inquietantes para mí. Así, por ejemplo, por qué esa elección de colorido; por qué esa materialidad carnosa; en qué momento del día se cifra la imagen, a plena luz o al crepúsculo.
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4. Ibíd. 30 ss. 45 ss. 72, 93 y 101.
5. Ibíd. 59 ss.
Y aún más me sorprendió la transmutación de la realidad, es decir, de lo que la Giralda es -estructura arquitectónica rígida, dureza, aristas-, en lo que precisamente no es: blandura carnosa. Me pareció, como si, desnudada de la evidencia real, al poeta se le revelara el desnudo de la Giralda convertido en corporeidad femenina, en “carne rosa”. Tal vez el desgaire rosáceo de nubes, que a veces la corona, sugiriera esa imagen y esa tonalidad cromática rompedora y suave; no es posible saberlo. Posible me parece, en cambio, advertir la fuerza sugestiva, plástica y real de lo poético, plasmada en esa carne rosa tan rubensiana, tan Dánae del Tiziano, tan Venus del Espejo. La estilización etérea de la imagen de cuño simbolista en manos de Juan Ramón Jiménez tiñe el aura de la Giralda y le
presta fondo y aire de figura picassiana.
La imagen descriptiva por él creada con su brevedad de aforismo me pareció la antítesis del enjambre de imágenes pululantes en el poema de Antonio Adelardo, por cuanto la belleza sensorial atomizada en una sola metáfora allí, se desparrama en un racimo de imágenes aquí. Volví sobre éstas y pensé, que merecían más atención, de la que se les ha prestado, opinión que puede resultar subjetiva, pero que me atrevo a exponer y a fundamentar a partir del poema mismo, que dice así:
GIRALDA
“Antigua, siempre nueva, palpitante,
en cada sol y luna tan distinta.
Para Triana luciéndote esquelética,
allí en la Cruz del Campo pensativa.
Galga con alamares por Oriente,
y desde Castilleja prisma hiriente
incrustado en estuche de cal viva.
Siempre en la Maestranza curiosona
que nunca ve del toro la salida,
y desde Santa Marta picassiana
donde la sombra tuya se adivina;
jugando a ser reloj, acacia
y canción de rueda entre las niñas.
Sabia de la sorpresa en Placentines,
más estirada y bella cada día,
y aquí en el Patio de los Naranjos eres
estética lujosa de armonía.
¿Que fue el Greco tu novio, quién lo duda?,
Por ti soñó en Toledo con Sevilla,
por ese acero azul que te rodea
y sobre ti, templándote, se afila.
Por tu columna vertebral de nombres,
más justos cada vez que más arriba,
sube un vaho de muertas ilusiones
queriendo ser en piedra siempreviva.
A tus tobillos la historia va ciñendo
un cordón transparente de alegrías
y otro triste de Dios en el Calvario
doliéndote de luz en tus aristas.
Alba de Macarena por tu cielo
te pone gracia verde amanecida,
y negror el Silencio. El Gran Poder saetas,
y blanca el Corpus con temblor de espigas.
Empinado latido. Envidia de las torres
que suspiran tener en sus esquinas
tus cuatro ramos en hierro de azucenas,
collar de vértigo, palomas, golondrinas.
¡Acuérdate de mí cada noviembre,
torre como ninguna, amiga mía!”.
Con léxico sencillo el poeta eleva su voz en un canto, que es una letanía de imágenes sevillanísimas, hasta el punto de resultar casi ininteligibles, para quien no conozca Sevilla ni los escenarios recorridos en busca de esa especie de caleidoscopio de la Giralda. La lectura pausada del poema me lleva a pensar, que éste se puede considerar estructurado en cuatro pasos desiguales, pero iguales dos a dos, simétricos, de donde el ritmo armonioso que lo anima. Los designo definición, itinerario, soliloquio y súplica. El primero es la definición de la Giralda, para lo que bastan dos versos. En ellos se condensa lo esencial, que es, que como toda creación imperecedera la Giralda es atemporal, antigua y nueva; palpita llena de vida y tiene el poder de cambiar o de parecer distinta cada vez que se la mira, lo que implica la invitación a no dejar de contemplarla de día y de noche, porque siempre será otra.
Tras estos dos primeros versos definitorios el poeta inicia el itinerario por lugares archiconocidos de Sevilla, un catálogo de rincones para iniciados en esta curiosa geografía, a cual más sugerente y exacto para obtener la visión de la Giralda, que se nos confía. De esta forma la capta esquelética, o sea, adelgazada y esbelta en medio del friso que Sevilla compone para Triana, mientras que en la Cruz del Campo la observa pensativa, lo que da a entender la idea de cerrada en sí misma impuesta por la lejanía y la distancia. Precisamente allí se abre la pista o corredor de la calle Oriente, por la que la imagen de la Giralda se hace veloz y ágil, al tiempo que se enfunda en una tonalidad indescriptible, cuando las luces del sol primero cuelgan brillo y resplandor en su perfil zigzagueante de “galga con alamares”. Seguidamente, para crear una de las más bellas imágenes de toda la secuencia, el poeta nos transporta a las alturas de Castilleja, a ese único punto en el que Sevilla cede su protagonismo y se hace continente,
“estuche de cal viva”, para un maravilloso contenido, el “prisma hiriente” de fulgor afilado por la intensidad radiante de la luz. De vuelta al entorno inmediato de la Giralda el poema concatena dos imágenes curiosas; primero nos lleva a la Maestranza y acierta al fijarse en cómo aparece la torre por detrás del chiquero, de donde la curiosidad por la salida del toro, que no alcanza a ver; luego nos sitúa en la plaza de Santa Marta, donde es a la Giralda a la que no se ve, distorsionada o descompuesta la imagen de su parte más alta entre el ramaje de los naranjos; picassiana, pues, forma intuida que sólo cabe adivinar, sin más certeza que la del son del reloj.
Cuando ya todo parece dicho, el canto del itinerario visual sube de tono y se hace más contemplativo, reflexivo y filosófico. Afecta este matiz a las dos últimas imágenes, en las que el poeta se muestra absorto ante ese maravilloso impromptu, repentino e instantáneo, que es la aparición de la Giralda a la bajada de la calle Placentines, la única que ofrece la posibilidad de verla de cuerpo entero, junto con la de la calle Mateos Gago, curiosamente ausente en el poema. Creo que no hay expresión más profunda ni acertada que “sabia de la sorpresa”, para resumir en pocas palabras, sin soltar la brújula de la verdad y de la belleza, lo que allí acontece, cuando la Giralda activa todos los resortes capaces de fascinar y de sobrecoger al viandante. Tras lo cual sólo cabe esperar una explosión de júbilo al modo de la que experimenta el poeta en el Patio de los Naranjos, donde la Giralda sobrevuela el bosque de formas góticas de la Catedral, henchida en su “estética lujosa de armonía”.
En adelante la voz del poeta se remansa, se interioriza y se oye así misma en soliloquio de preguntas y respuestas reales o imaginadas. El idilio de la Giralda con El Greco, alter ego de un poeta que es pintor, recoge la admiración compartida de ambos por el color y más concretamente por el color irreal del cielo de Sevilla, el “acero azul” forjador de la nitidez de las formas de la torre. Por su parte la “columna vertebral de nombres” es una imagen conmovedora, que parece fundir nostalgias y que resulta profundamente humana, por lo que tiene de recuerdo para la multitud de desconocidos y olvidados, que en su ascenso por el interior de la Giralda quisieron grabar en sus paredes nombres, fechas, signos, algo de ellos mismos destinado a desvanecerse como un “vaho de muertas ilusiones”, que se eleva hasta el cuerpo de campanas con un toque de repique triste.
De nuevo a ras del suelo, la Semana Santa y el Corpus imprimen a la Giralda sus colores y sones en un juego de gran fuerza plástica y cromática, traducido a palabras de exactitud fotográfica: la gracia verde al amanecer de la Macarena, la negrura del Silencio, las saetas del Gran Poder, la blancura del Corpus. Por fin el soliloquio alcanza su cenit y es entonces cuando el poeta musita dos palabras -“empinado latido”-, sortilegio portentoso a cuyo conjuro la Giralda se transforma en suspiro exhalado hacia lo alto por el corazón de Sevilla. Tras la liberación del suspiro el poeta acaba por romper el dique de su admiración y coloca a la Giralda sobre el pedestal levantado a costa de todas las demás torres, que
la envidian por lo que es su adorno, por la belleza de joyas como las azucenas de hierro enhiestas en las cuatro esquinas y el collar vertiginoso engarzado en el revoloteo de palomas y golondrinas.
El final llega en forma de súplica y en simetría con la definición del principio, esto es, en dos versos comprimidos pero capaces de segregar un suave murmullo de trascendencia; pues, en efecto, lo único que el poeta solicita y aspira a alcanzar de la Giralda es que lo recuerde cada mes de noviembre, el tramo del calendario más identificado con el más allá.
Los comentarios precedentes han tenido por objeto mostrar lo lejos que, a mi entender, puede llegar la expresión poética, cuando sólo tiene afán de ser verdad, de ser auténtica, de volcar al exterior la carga de emociones, sensaciones y percepciones, que bullen y se agitan en el interior del poeta. Notable y digno de ser valorado en una dimensión estrictamente literaria me parece el hecho de conseguirlo con tan pocos mimbres y tan sencillos como los utilizados aquí, es decir, un léxico al alcance de cualquiera, metro y rima sueltos, ritmo fácil. Por encima de todo, considero que se debe destacar la facultad del poeta para crear imágenes, así como la justeza y el acierto de éstas, en el sentido de que el
componente real que las sostiene, parece hecho expresamente para ser elevado a la potencia irreal de la fantasía. El mejor argumento para probarlo es el protagonismo concedido al color, a las imágenes creadas en color y a base de colores, aspecto en el que aflora con toda su fuerza la simbiosis del poeta-pintor, señalada por Gerardo Pérez Calero,6 lo que equivale a decir la asociación de pintura y poesía, equiparadas ya por la preceptiva literaria clásica y contenida en el muy célebre ut pictura poesis. Aún así, me parece que la imagen más sutil del poema es una inconcreta,
velada, apenas sugerida por alusiones como las de la columna vertebral o los tobillos e incluso por la del latido, que evoca el corazón, y la del collar, que hace pensar en el cuello. En esas alusiones se cifra la humanización de la Giralda, el rango de ser vivo y la especificidad femenina, que le otorga el poeta y de la que el lector se percata, mientras comprende, que en realidad el poema es un retrato, en el que se sabe que el pintor había empezado a trabajar y que quedó inacabado.
La poesía, en cuanto obra de arte, tiene por fin primero conmover, emocionar, enseñar a conocerse a sí mismo, al otro y al objeto poético.
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6. Ibíd. 59.
Dentro de su sencillez el poema de Antonio Adelardo cumple ese fin, además de lo cual demuestra, que la inspiración es gracia y que expresarla no requiere artificio. Los poemas inspirados en la Giralda son muchos, de gran altura algunos; entre éstos merece ocupar un sitio digno el de Antonio Adelardo por lo que tiene de originalidad, de autenticidad y de belleza poética.
Acabado mi comentario, me pregunto, como siempre que interpreto o analizo el pensamiento creativo ajeno, si la visión que ofrezco sería la del artífice, si obtendría su aquiescencia. Esta es una duda, que supongo asalta a menudo al crítico o al intérprete y sobre la que la crítica artística y la literaria han dictado normas aclaratorias, que sirven de poco, cuando se mira con recato y humildad al interior de otro ser humano. En el caso del poema de Antonio Adelardo creo que se puede decir sin vanidad, que esa
es la interpretación que cabe dar a sus versos, porque su sencillez y claridad no admiten mucha más exégesis.
Mucho me ha servido releer esos versos, repensarlos; les debo el agradecimiento de deleitarme con ellos en el recuerdo vivo y querido de tiempos pasados. Mi modesto comentario es homenaje de una niña, a la que hace ya tiempo, el poeta retrató de memoria.
RECORDANDO A ANTONIO ADELARDO
Por Guillermo Álvarez de Toledo Pineda
Me levanté achantado por la depresión. Quizá la caída de mi madre ( se aproxima a los 85 Abriles porque nació el 26 de Abril del lejano 1924 ) y la rotura de su cotilo, sea el motivo. Sin embargo, me sobrepuse a la considerable bajada de ánimo porque tenía un objetivo propuesto : Escribir, nada más y nada menos, sobre Antonio Adelardo García Fernández ( Olvera, 1910. Sevilla, 1985).
Pintor, poeta, dibujante, ilustrador de obras literarias, sempiterno creador, médico, Rey y Mago, tal vez naciera en Olvera( Cádiz) y muriera en Sevilla porque supiese que el Mundo, según Villalón-Daoiz, ganadero y marqués que intentó que las vacas bravas parieran a los bravos becerros con los ojos azules, se dividía en dos partes : Sevilla y Cádiz.
Homo Universalis por la amplitud de sus miras y su filosofía vital (rechazaba todo localismo mostrenco) su medio preferido para vivirlo y expresarlo fue el andaluz.
Si cada hombre es un mundo, cada región también lo es; pero no un mundo pequeño y cerrado, sino un mundo que engloba y refleja a todos los mundos existentes en el Planeta, en cuanto que es el mismo hombre quien los habita Los medios y las culturas difieren; el hombre, ontológicamente, no.
Pasiones,sentimientos, ambiciones y deseos son los mismos, aunque los escenarios y las realidades no.
Las primeras referencias que recuerdo de tan singular persona fueron, sin ser yo siquiera jovenzuelo, sino creyente en las cigüeñas que traen a los niños de París,alusiones a sus hechos y dichos en voz de dos buenos amigos suyos. Uno, mi tío abuelo Antonio Pedro Rodriguez-Buzón Pineda. Otro, mi tio carnal Eutimio Pineda Rodriguez-Buzón( no hay error en los apellidos , sino consanguinidad).
Compañero de carrera( medicina) de Antonio Adelardo, " Adelardé" lo llamaba mi padre quien tenía habilidad sin fondo para apodar a familiares y allegados, fue también mi tío político, Ramón Dalebrook Mahón, al que, cuando volvía de Larache donde ejercía de especialista de pulmón y corazón, deben mis oídos primicias sobre Antonio.
El círculo de amistades de Adelardo, más adelante lo sabría, traspasaba el ámbito familiar y se desparramaba como caudal inagotable por todos los campos y tierras andaluzas, allende el Río y Sierra Morena. Su humanidad acogía , de igual forma, a indigentes que iban a su consulta y a los que no cobraba, como a miembros de la élite intelectual y artística de la ciudad donde estudió, vivió, pintó y murió. Entre éstos, Antonio Altube, Francisco Maireles, Francisco Morales Padrón, Miguel Ballesta, Ramón Charlo, Juan de Dios Pareja Obregón, cuyas obras ilustró al igual que las de Antonio Pedro; y asimismo Joaquín Romero Murube. José María Del Rey Caballero...
Acompañado de estos últimos sería Rey Baltasar( mago lo era de nacimiento) en la cabalgata sevillana de Reyes del año 1937.José María Osuna, Manolo Román, Federico... y tantos otros amigos.
Simpatía especial sintió por mi tía Amparo Álvarez de Toledo Rojas, a la que bien quise.
Recuerdo cuando, por entonces ya era yo jovenzuelo, vino a casa para tratarme unas quemaduras por insolación. Fue la primera vez que venía a mi casa. Yo fui , por primera vez . a la suya, en la Plaza de San Martín, donde vivía con su madre y una criada antigua, de la que sobra decir que tenía consideración de miembro de la familia, acompañado por mi madre para que me tratase una alergia a fibras textiles. En la placa de la puerta de entrada leí:Especialista en enfermedades de la piel y venéreas. No se me fue por alto, ya era yo mozalbete, la cercanía de la Alameda de Hércules. Desde el zaguán empecé a ver cuadros por todas partes. Cuadros impactantes, cuyas composiciones, figuras y colores expresaban miles de sensaciones y sugerencias extrañas. Pinturas de gran fuerza lírica que unian poesía y música en un concierto a veces surrealista y a veces hiperrealista. Cuadros cuyo estilo único cuelgan de las paredes de mi casa( y de otras muchas). En casa destaco, junto al Payaso y al Hombre de rasgos agitanados, un reloj de pared, decorado por Antonio, que tío Eutimio regaló a Carmen, mi mujer, porque la encandiló. El reloj, una alegoría sobre el paso inexorable del tiempo, necesitaría una eternidad para describirlo y explicarlo; y quizá el tiempo se acabara. En mi opinión, ni docta ni lerda, la pintura del Maestro Adelardo es , en parte, plasmación plástica de la poética de García-Lorca, y, en otra parte, un himno a la sensualidad y a los mitos del hombre.
De Antonio Adelardo se podría escribir y escribir ; y nunca terminar o empezar( como nunca empezó el retrato que de niño quiso hacerme), o estudiarlo( Genaro Pérez Calero publicó:Antonio Adelardo : Pintor. Poeta. Médico y Ateneísta) y estudiarlo. Su riqueza como pintor y como hombre es un filón sin explotar.
Gran artista y persona excepcional, no supo, o no quiso, vender bien su obra; lo cual es muestra más de su filantropía.
Como punto final de este pequeño recuerdo, transcribo, parcialmente, la poesía de Rafael Cabrera Madrid, titulada: " Al Viejo Nogal", dedicada, en Agosto de 1972, a su gran amigo Antonio Adelardo:
¡ Viejo nogal centenario!
a solas contigo
en íntima charla
como quiere Adelardo mi amigo
Te cuento " mis cosas"
Sencillas e ingenuas
Como si fuera un niño
y tú las escuchas
a través
de tu añosa corteza
de siglos
Y sacudes con gozo
tus ramas
expresando que me has comprendido
http://itoledo.blogspot.com.es/2009/01/recordando-antonio-adelardo.html
Encomiable tu labor, Fernando. Es un placer estar el día de lo que uno tiene tan cerca y no conoce. Aprovecho para desearte unas felices fiestas.- Un abrazo
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