Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013
jueves, 17 de noviembre de 2011
1017.- JOSÉ LAMARQUE DE NOVOA
JOSÉ LAMARQUE DE NOVOA, nació en Sevilla en 1828.
Hijo de francés y de trianera, es autor de una extensa obra poética de calidad desigual marcada por su admiración al estro poético de Zorrilla, Núñez de Arce y a los poetas clásicos.
Empresario, dueño de un negocio de hierros y maderas, dedicado a la importación y exportación, fue cónsul del Reino de Nápoles, de El Salvador y, hacia 1880, del Imperio Austro-Húngaro. Figura, además, como socio del Ateneo y de la Sociedad de El Folk-Lore Andaluz y perteneció a la Academia de los Áreades de Roma .
Era un católico ferviente y activo, y, en el terreno político, un monárquico convencido, partidario de la restauración borbónica tras la caída de Isabel II, por lo que alcanzó la concesión de la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica en 1876.
En 1861 se casó con la también poeta Antonia Díaz y Fernández .En su casa “La alquería del Pilar”, en Dos Hermanas, mantenían una tertulia literaria muy concurrida por los jóvenes poetas sevillanos del momento. br>
Mecenas y protector de artistas y escritores, Lamarque se cuenta entre los fínanciadores de la primera edición de las “Obras” de Gustavo Adolfo Bécquer, en 1871, de la que se conserva un ejemplar en su biblioteca.
Ya en su vejez y fallecida su mujer, sigue en contacto con algunos poetas jóvenesentre los que destaca Juan Ramón Jiménez, a quien ofrece la composición «La galerna» de “Desde mi retiro” (1900). Éste le correspondió ofrendándole el poema «Nubes», de “Almas de violeta”, y le regaló su libro “Rimas” con la siguiente dedicatoria autógrafa: «A Don José Lamarque de Novoa. Cariñoso recuerdo de su admirador y amigo, J. R. Jiménez. Madrid 1902».
El joven Juan Ramón Jiménez recuerda, en «El modernismo poético en España e Hispanoamérica», su relación en Sevilla hacia finales de la década de 1890 con los escritores de la generación anterior, uno de los cuales era Lamarque, en torno al Ateneo de la ciudad. Juan Ramón, deslumbrado por la poesía de Rubén Darío (a quien había leído en las páginas de La Ilustración Española y Americana), habla a Lamarque del nicaragüense y cuenta que éste, sin conocerle, le pregunta si es «otro cursi», calificativo que, al parecer, merecían para él todos lo modernistas, e intentó desencantarle de imitar a «esos tontos del futraque, como Salvador Rueda». Por lo que escribe Jiménez, Lamarque le escribía casi a diario y le animaba a seguir a los maestros del siglo XIX, y lo cierto es que este influjo primero está en los inicios del moguereño.
José Lamarque de Novoa murió en Dos Hermanas Sevilla en 1904
Venganza de un noble
Balada
- I -
Fuese el conde don Ramiro
al asedio de Granada,
dejando a su esposa amada
en su castillo feudal.
Y al partir: «Guarda, le dijo,
tu honra más que mi tesoro,
que en mucho estimo el decoro,
y en muy poco mi caudal.
»Si aquella una vez se pierde
tarde o nunca se recobra,
mas el vil oro se cobra
por la suerte y el valor.
Y al volver aquí triunfante
de vengar justos agravios,
cual hora encuentro en tus labios
dulce sonrisa de amor.»
Esto diciendo el buen conde
montó a caballo ligero,
y por agreste sendero,
seguido de sus parciales
y de sus deudos leales,
de sus tierras se alejó.
Y la bella castellana
perderse en la selva, perderse le vio;
y al separarse de la ventana
un rayo de gozo, de dicha liviana
su frente inundó.
- II -
Tornó el conde don Ramiro
victorioso de la guerra,
mas al llegar a su tierra
con su mesnada leal,
tristes nuevas de su honra
tuvo, y de su esposa bella,
y juró vengarse de ella
por traidora y desleal.
Que en su ausencia requiriola
de amor un noble extranjero,
a quien llaman don Gualtero,
el duque galanteador.
Y ella obsequiosa aceptando
sus lisonjeros favores,
en más tuvo estos amores,
que de su esposo el honor.
Ardiendo en ira el buen conde
volvió riendas, y ligero,
por ignorado sendero,
seguido de sus parciales
y de sus deudos leales,
de sus estados salió.
Y sin perder una hora
a Francia atrevido, a Francia llegó:
Del duque al castillo se acerca, que honora
blasón coronado, y en él vengadora
su lanza clavó.
- III -
Firme el conde don Ramiro,
confiado en su pujanza,
el día de su venganza
mira tranquilo llegar,
que audaz su rival odioso
retolo a lucha de muerte,
mas él en Dios y en su suerte
confía para lidiar.
Ya en el palenque se miran:
mas el conde a don Gualtero
así le dice altanero65
a punto de acometer:
«Para triunfar de las damas
sagaz fuisteis y arrojado,
probad que sabéis, osado,
a los varones vencer.»
Y lanzándose con brío
contra su contrario aleve,
logró desarmarlo en breve;
y a vista de sus parciales
y de sus deudos leales,
por tierra lo derribó.
Y su cabeza cortando,
de Francia con ella, de Francia partió,
asombro a las huestes del duque inspirando;
y el mismo camino pausado tomando
a España tornó.
- IV -
Llegó el conde don Ramiro
macilento a su morada,
y a su encuentro, apresurada
acudió la esposa infiel,
y sin ver que cauteloso
su dolo está comprendiendo,
dulce sonrisa fingiendo,
los brazos tendió hacia él.
«Aparta, mujer perjura,
dice airado, y la rechaza;
y pues de engañarme traza
te diste, sin fe ni honor;
para que sin tregua goces
de tus viles devaneos,
toma, y sacie tus deseos
esta prenda de tu amor.»
Y a sus pies, del duque arroja
la cabeza ensangrentada;
y ella trémula, turbada,
ante el conde y sus parciales
y ante sus deudos leales,
casi exánime cayó.
Mas sin piedad el esposo
a ocultas prisiones llevarla mandó,
do pase su vida sin paz ni reposo:
Así don Ramiro, de su honra celoso,
su afrenta vengó.
A la memoria de mi buena y querida madre la señora doña María del
Carmen de Novoa y Campos de Lamarque
Poesías líricas
A Dios en el augusto sacramento de la eucaristía
Ego sum panis vivus,
qui de caelo descendi.
(S. Joan. cap. 6. v. 51.)
Mi humilde lira dadme, que en cántico sonoro
de Dios la omnipotencia mi labio ensalzará;
y el pensamiento en bello, feliz sueño de oro
cual vagarosa nube al cielo se alzará.
¡Oh, quien del rey profeta el arpa melodiosa
tuviera, y la fecunda, sublime inspiración!
mi trova fuera entonces más grata y armoniosa
que la que entona el ave, dulcísima canción.
Ya lejos del revuelto, inmenso mar del mundo
embriágase mi alma de místico placer;
y ardiendo en viva llama de santo amor profundo,
de la materia el lazo intenta audaz romper.
¡Jehová, tú eres la vida!... El alto firmamento
y la anchurosa tierra se alzaron a tu voz;
y en el inmenso espacio más rápidos que el viento,
mil mundos se agitaron de tu mirada en pos.
¡Jehová, tú eres la vida!... El puro sol brillante
que alumbra de cien orbes la ignota inmensidad,
es sólo de tu gloria destello rutilante,
sujeto a tu sagrada y eterna voluntad.
Yo admiro, Dios supremo, tu inmenso poderío
en el sulfúreo rayo, del trueno en el fragor;
en los hirvientes mares, en el sonante río,
en el tremendo empuje del noto bramador.
Y en la callada noche, cuando las auras leves
los cedros seculares agitan al pasar,
parece que tu planta en los espacios mueves,
y el eco de tus pasos figúrome escuchar.
Mas ¡ay! que en vano espero que a mí llegues radiante
como bajar te viera Moisés al Sinaí:
Conozco no soy digno de ver tu almo semblante...
Mi pensamiento solo volar puede hacia ti.
¡Oh Dios tres veces santo! Y ¿quién tu omnipotencia
y tu bondad sublime podrá desconocer?
Yo admiro los destellos de tu divina ciencia,
y humildemente adoro tu incomprensible Ser.
Un tiempo fue que el hombre tus leyes olvidando
mil crímenes y horrores terribles cometió;
y audaz, y torpe y ciego, de tu poder dudando,
a impuros, falsos dioses sacrílego adoró.
Mas pronto de tu ira los rayos tremebundos
lanzaste, y convertidos no más que en polvo vil,
se vieron los altares, los ídolos inmundos
que torpe objeto fueran de adoración servil.
Y entonces tu Hijo amado bajó al mísero suelo
para salvar al hombre del yugo de Luzbel;
y diole nueva vida, y diole el pan del cielo
y de salud el cáliz; eterna unión con Él.
¡Oh Dios! Yo reconozco tu gran misericordia
en este sacramento que nos libró del mal:
Él es el lazo fuerte de la feliz concordia
que existe entre el humano y el Ser que es inmortal.
Y aun cuando no soy digno que a mí llegues radiante
como bajar te viera Moisés al Sinaí,
a ti raudo se alza mi espíritu anhelante,
y al ver la sacra Hostia mi fe te adora allí.
¡Señor, por ti fue el mundo!... Mas ¡ay! llegará un día
en que en la nada horrenda a hundirse volverá.
Así la aterradora, sublime profecía
cual de Daniel los sueños cumplida se verá.
¡Señor, todo lo puedes!... En esa hora de espanto,
cuando en los aires ruja la ronca tempestad...
¡Oh! cúbrenos piadoso con tu divino manto,
y sálvese, Dios mío, la triste humanidad.
A la Sma. Virgen María en Montserrat
[Nota]
Repleatur os meum laude, ut
cantem gloriam tuam: tota die
magnitudinem tuam.
(Psalmo LXX. v. 8.)
No en las ardientes alas
de bélico entusiasmo el alma mía
hoy afanosa elevará su vuelo;
ni absorta al ver las deslumbrantes galas
de grandezas y pompas mundanales
las vanas glorias cantará del suelo:
No, que en más puro anhelo
mi enajenado corazón se inflama,
y ante tu altar, inmaculada Virgen,
ardiendo en viva llama
de sacrosanta fe, mi pensamiento
a la etérea región raudo se eleva,
y humilde y venturoso,
férvidos himnos a tus plantas lleva.
Acéptalos, Señora; que mi labio
pueda cantar tu célica hermosura;
pintar el amoroso
semblante, de bondad y gracia lleno,
con que al mundo te muestras, ya humillando
del soberbio Luzbel la altiva frente;
ya apacible calmando
las crespas ondas de la mar hirviente
en desatada tempestad bravía;
o bien cuando a tu influjo en las batallas,
sedientas del laurel de la victoria,
conquistaban, con bélica oadía,
fúlgidos timbres de perpetua gloria
las nobles huestes de la patria mía.
¡Oh España, ilustre, España!...
¿Qué pueblo consiguiera
lauro más bello presentar al mundo
que el digno lauro que tu sien decora?
Esclava de María
orgullosa mostrabas por do quiera
los altos templos que en tu amor profundo
a la Madre del Verbo levantabas,
y con santa piedad, nunca extinguida,
insigne ejemplo a las naciones dabas.
¡Ah! ¿Cómo al recorrer las populosas
ciudades que se admiran en tu seno,
tu campiña feraz de mirto y rosas
y de frutos dulcísimos vestida,
fúlgidas galas que le presta el Cielo,
de la Fe no sentir el puro anhelo
y la esperanza de la eterna vida?
¡Santuarios do quier! ¡Do quier el signo
de nuestra santa Religión sublime!
Parece que su vista
perenne dicha al corazón imprime;
y al contemplar en silencioso templo,
de la Madre de Dios el busto santo,
feliz al Cielo se remonta el alma
bajo la sombra de su níveo manto.
Mas, como perla entre coral luciente,
cual la cándida estrella de la aurora
del grato abril al despuntar el día,
aparece en su trono refulgente
una entre todas peregrina imagen
que célicos encantos atesora.
Contémplase grandiosa su morada
del elevado Montserrat umbrío
en la peña escarpada,
y a la sombra de fértil enramada
corre a sus plantas apacible río.
Allí donde las águilas caudales,
vencedoras del viento,
entre las fuertes rocas desiguales
tienen su firme asiento;
allí en medio de rústica belleza
se alza la mente a la sublime altura,
y, olvidando feliz la tierra impura,
sueña de Dios con la eternal grandeza.
¡Ah! ¿Quién al penetrar en el tranquilo
y solitario albergue,
en otro tiempo venerable asilo
de justos, sapientísimos varones,
no se siente un instante arrebatado
a más dichosa edad?... Nuestra memoria
de aquel templo sagrado
en los gratos recuerdos se enajena,
y de la Imagen la piadosa historia
evoca el alma de entusiasmo llena.
Recordadla, cristianos:
En brazos de un Apóstol conducida
de Barcino en las playas aparece
la multitud, de gozo estremecida,
vítores mil y cánticos le ofrece;
y al contemplar en ella
el fiel traslado de la Virgen bella,
que es del que sufre celestial amparo,
«Llega, le dice, matutina estrella,
ven y serás el luminoso faro
que a las virtudes servirá de guía;
augusto santuario te alzaremos,
y humildes a tus plantas rendiremos
homenajes y ofrendas a María.»
Y alzose el templo, y a los pies del ara
santos, reyes y pueblos se humillaron,
y siete siglos de ventura y gloria
tus hijos, noble Iberia, contemplaron
Empero ya el momento
de la expiación tremenda se acercaba
para el Monarca indigno, que olvidado
de religión y patria, descuidado
a lascivos placeres se entregaba.
Presto las puertas de la fiel Tarifa,
de un vil traidor, por la maldad guiado,
se abrieron a la intriga miserable;
raudas las tribus de Ismael osadas
la Bética invadieron,
y tras ruda batalla formidable
el cetro godo y su poder se hundieron.
¡Ay, que ya el Guadalete enrojecido
ya publicando la victoria cierta
del Árabe temido,
y del triste Cristiano los dolores!...
¡Ay, que ya los sangrientos invasores
de Barcino a las puertas se adelantan,
y al escuchar del pueblo los clamores
su fácil triunfo con orgullo cantan!
¿Será la santa Imagen peregrina
triste despojo de sus torpes manos?...
No, jamás: ya un ilustre
prelado se encamina
al escarpado, silencioso monte
que humilde besa el Llobregat sonoro:
Sobre sus hombros venerable carga
con paso incierto y tembloroso lleva,
y por un noble godo conducido
la deposita en solitaria cueva.
Y al alejarse acaso para siempre
de aquel monte y del Busto sacrosanto,
así exclama, con eco dolorido,
de sus ojos vertiendo acerbo llanto:
«Guarda, guarda en tu seno,
fuerte risco, tan célico tesoro;
no en tus cumbres jamás el Agareno
ose imprimir su destructora huella;
que en ti dejamos, con dolor profundo,
la imagen sacratísima de aquella
que en las penas del mundo
es fuente de esperanza y de consuelo:
Concha serás de perla misteriosa
que por nosotros te confía el Cielo.
Y tú, Madre amorosa,
por las lágrimas tristes que derraman,
por las fervientes súplicas que elevan
los fieles hijos que tu nombre aclaman
y hoy hondo cáliz de amargura prueban,
ahuyenta la ansiedad que les oprime,
tiende, Señora, tu benigna mano,
y a tu pueblo redime
del ominoso yugo mahometano.
Haz que llegue la hora
en que, fúlgido sol de esta montaña,
torne a lucir tu imagen bienhechora;
que de tus hijos el amparo sea,
y, protectora de la madre España,
el orbe todo tu grandeza vea.»
Dijo; y cual si presente
tuviera lo futuro ante sus ojos,
el grato anuncio se miró cumplido.
Tras largos años de sangrienta lucha
del Musulmán los bélicos laureles
trocáronse en abrojos,
y ante el bravo Español gimió vencido.
Barcino se entregaba a la alegría
del bárbaro opresor al fin salvada,
que ya en sus muros tremolar veía
la sacrosanta enseña que debía
brillar más tarde en la oriental Granada.
Empero bien más alto y permanente
quiso otorgarle en su bondad inmensa
el supremo Hacedor omnipotente.
Era una noche plácida y suave
del floreciente Mayo;
tímida luna, en lánguido desmayo,
en el mar de occidente se ocultaba,
y con acento grave
el viento en la floresta murmuraba.
En esplendor bañado
el Monserrat de súbito aparece,
óyese el canto de celeste coro,
y vaga nube de amaranto y oro
en elevada cima resplandece.
A contemplar tan singular prodigio
el pueblo presuroso se adelanta,
y, salvando del monte la aspereza,
oculta cueva mira entre maleza
a do penetra con segura planta.
Empero ¿qué grandiosa maravilla
viene de todos a embargar la mente?
De improviso descúbrense la frente,
doblan enajenados la rodilla...
La imagen de la Virgen sin mancilla,
del antro oscuro en escondida estancia,
con Jesús en los brazos
a sus ojos atónitos se muestra:
Suavísima fragancia
difunde en derredor, vivo destello
de luz fulgente y pura
circunda en torno su semblante bello...
¿Qué más alta hermosura
el fervoroso espíritu cristiano
en éxtasis divino soñaría?
Así, cercado de radiante lumbre,
Jesús a sus discípulos amados
en la elevada cumbre
del sagrado Thabor se mostraría.
Ya eminentes varones, rodeados
de la entusiasta multitud que llena
con vítores el viento,
conduciendo la Imagen sacrosanta
a la ciudad cercana se encaminan:
Mas, ah, ¡nuevo portento!
¿qué poderosa mano
sus plantas a las rocas encadena?
¿Quién del cristiano pueblo de María
la generosa voluntad enfrena?
¡Oh! dejadla, dejadla; es que no quiere
abandonar su albergue misterioso:
Otro templo le alzad en ese monte
do en apacible calma
nueva vida parece.
Del alto Cielo recibir el alma,
y un aire respirar menos impuro...
Ella en su excelso trono
será la blanca nube que se mece
de la esperanza en el oriente puro,
la escala santa de Jacob que ofrece
fácil camino al inmortal seguro.
¡Ah! ¿Quién narrar pudiera los blasones
los altos timbres de su nueva historia?
Subid al Montserrat, y vuestros ojos
atónitos contemplen los despojos
de extranjeras naciones
que príncipes y reyes
a los pies ofrecieron de María...
Contad, contad sus triunfos... Ah, que en vano
la mente con afán lo intentaría
Ved allí las banderas
que en Lepanto se alzaban arrogantes
del potente Selim en las galeras;
ved de Túnez los ínclitos laureles,
digna alfombra a su planta,
de España gloria, encanto de sus fieles.
Y si buscáis de paz dulces ofrendas,
la vista dirigid a la alta cimbria,
de lámparas ornada;
el camarín suntuoso, la estimada
corona de brillante pedrería,
de sacrosanta fe fúlgidas prendas,
un instante admirad, y absorta el alma
en la atmósfera pura y trasparente
de tiempo más dichoso
se agitará con entusiasmo ardiente;
o del órgano grave y sonoroso
al escuchar la grata melodía,
de los antiguos, fieles peregrinos
se fingirá los férvidos cantares,
que el manso Llobregat entre sus olas
raudo llevaba a los tendidos mares.
Mas ¡ay! ¿por qué cercada
de ingrata soledad y honda tristeza
hoy se contempla tu mansión, Señora?
¿Es que la duda y la impiedad ahora
arrogantes se alzan? ¿Extinguida
la fe pudo quedar en nuestro pecho,
y nuestra mente al seductor halago
del mundano placer adormecida?
¡Deplorable verdad!... ¡Época infausta!...
¿Qué importa que en el vago
círculo del saber, de fama ansiosa,
oh desdichada humanidad, despliegues
el mapa de tus triunfos, y orgullosa
a contemplarlo con afán te entregues?
¿Qué importa, sí, que de tu seno broten
mil inventos y mil, si en sed de oro
te abrasas, cual la Roma degradada
del pérfido Nerón y de Vitelio,
y en el falaz tesoro
de tu mezquina ciencia
se mira despreciada
la sublime verdad del Evangelio?
Oro y aplausos prestas al impío
que niega de Jesús la omnipotencia,
en tanto que la Iglesia en hondo duelo
persecuciones llora,
y el Padre de los fieles, sin consuelo,
tu ciego error y tu ambición deplora.
¡Oh inmaculada Virgen!
¿Será que ya en la tierra
no brille la justicia? ¿Tu mirada
del suelo apartas, con desdén profundo,
al ver de lodo inmundo
la miserable humanidad manchada?
¡Piedad, piedad, Señora!
Aún queda un noble pueblo
que extraños cultos de su seno aleja,
y sólo al Dios omnipotente adora.
Contémplalo a tus plantas, oh María,
y concédele pía
la salvación que para el mundo implora.
Que su llanto copioso, del Eterno
pueda alcanzar, por tu benigna mano,
el perdón a los míseros errores
en que se abisma el pensamiento humano,
y llevar dulce alivio al triste anciano,
al sucesor de Pedro en sus dolores.
¡Oh! dame, Madre mía,
que contemple la plácida alborada
de tan risueño y venturoso día...
Que por siempre humillada
se mire la impiedad, hoy arrogante,
y la prole de Adán, por ti salvada,
hosanna eterno a su Hacedor levante.
Sí; logre yo un momento
disfrutar de tan célica ventura,
y a tus plantas después, oh Virgen pura,
tranquilo exhale mi postrer aliento.
A la muerte de Jesús
Aut Deus naturae patitur;
aut machina mundi evertitur.
(Sanct. Dionis. Areopag.)
¿Por qué del almo cielo palidecen
los vivos resplandores?
¿Por qué las sombras crecen
y en triste noche umbría
vese trocado de improviso el día?
¿Por qué brama iracundo
inquieto el mar, y en inflamada nube
el trueno estalla con fragor profundo?
¡Ay! que del alto Gólgota en la cumbre
fatídico se alza
tosco madero, do en cruel suplicio
el Hijo del Eterno
cual víctima se entrega al sacrificio.
Y bárbaros sayones
martirizan al Justo,
e inicua multitud, que horror inspira,
por la injusticia y la maldad guiada
escarnece a su Dios, ardiendo en ira.
¡Ah! nada templa su furor creciente,
ni de Jesús la sangre derramada,
ni de su triste Madre el llanto ardiente:
Llanto amoroso que al correr fecundo
la tierra purifica, presagiando
consuelo y paz y salvación al mundo.
Y tú, pueblo deicida,
¿no eres el mismo que la voz alzando
ante el Verbo divino,
hosanna al hijo de David decías,
y amante en su camino,
oliva y verdes palmas le ofrecías?
¡Y hora le niegas! ¡Ay! ¿Qué infausta mano
te impulsa al crimen, que iracundo y ciego
desconoces su origen soberano,
y sordo estás de la clemencia al ruego?
¿Es que se acerca la terrible hora
¡Oh mísera Sión! en que perdidos
los celestiales dones
que bondadoso te envió el Inmenso,
no sólo te contemplen las naciones
vil juguete de bárbaras legiones,
del Cielo por castigo,
sino que errantes por el ancho mundo
tus hijos vayan, sin tener ni un pueblo,
ni un pueblo solo que les preste abrigo?
¡Oh! si, se acerca: con tu propia mano
en tu seno has abierto la honda herida;
que no Isaías lo anunciara en vano,
ni fuera de Ezequiel la voz perdida.
Si, ya espira Jesús... El eco airado
resuena de Jehová, triste la lumbre
desfallece del sol; tiembla la tierra
del uno al otro polo,
y las cenizas que la tumba encierra
se reaniman, causando al hombre espanto:
Chocan las piedras, y del templo santo
se rasga el sacro velo...
Ruge Satán en su infernal morada,
que el alma fiel, de su poder salvada,
feliz ya puede remontarse al Cielo.
A Jerusalem
Dabo domum istam sicut
Silo, et urbem hanc dabo in malecditionem
cunctis gentibus terrae.
(Jerem., cap. XXVI, v. 6)
Triste Sión, tu manto
rasga en señal de perdurable duelo;
alivio sea a tu dolor el llanto,
que eterno es tu quebranto,
y a la vez lo publican tierra y cielo.
Por la maldad guiados
tus hijos a su Dios desconocieron;
diéronle dura muerte despiadados,
y en su furor, osados,
su nombre y su poder escarnecieron.
¡Ay! llora: el sacrificio
ya consumado está... La turba ciega
huye aterrada del fatal suplicio,
que, de su culpa indicio,
tiembla el orbe y su luz el sol le niega.
Y el trueno ruge airado,
desátase la mar embravecida,
el hirviente volcán brama irritado,
y el mundo ve asombrado
en los sepulcros renacer la vida.
¡Tiembla, Sión!... Llegada
es para ti la hora... Infausta guerra
dejará tu campiña desolada;
tu prole desdichada
amparo no hallará sobre la tierra.
Del Gólgota en la cumbre
aún yace Dios, pendiente del madero:
Cércale en torno misteriosa lumbre;
amor y mansedumbre
muestra la faz del celestial Cordero.
Amor, amor profundo
que eterno bien y salvación ofrece:
La esperanza por él reina en el mundo,
y Luzbel iracundo,
vencido en sus cavernas se estremece.
Mas ¡ah! que designado
el Verbo fue, cual víctima expiatoria,
para lavar la mancha del pecado,
y su sangre ha regado
la palma celestial de esta victoria.
La existencia debía
costar de un Dios, y de su Madre tierna
el ardoroso llanto, que sería
ofrenda dulce y pía
de paz y amor y de ventura eterna.
Ella siguió anhelante
los pasos de Jesús: de pena herida
tinto en sangre miró su albo semblante,
y muda, palpitante,
hora ¡ay triste! en la cruz lo ve sin vida.
¡Oh, Madre! Sin consuelo
vuelves los ojos hacia el Hijo amado:
Él era sólo tu constante anhelo...
¿Quién ya podrá en el suelo
dar alivio a tu pecho acongojado?
El mundo nada encierra
que lenitivo a tu aflicción señale:
De la muerte el silencio tu alma aterra,
sola estás en la tierra...
¡Ay! no hay dolor que a tu dolor iguale.
¿Cómo al ver tu tristura
no se conmueve el pecho del impío?
¡Oh! déjame un momento, Virgen pura,
unir en tu amargura
a tu llanto de amor el llanto mío.
Y tú, ciudad deicida,
si de Jesús la suma omnipotencia
adivinas de horror estremecida,
llega a sus pies rendida,
que es fuente inagotable de clemencia.
Mas ¡ah! que el orbe entero
de tu impiedad, ob pueblo, es ya testigo:
No hay perdón para ti... Grande y severo
se alza el Dios justiciero...
¡Su eterna maldición irá contigo!
A Nuestra Señora de Castellanos en el solemne acto de su traslación
a la iglesia de Chamberi
Estrella celestial, cándida y pura,
bella, dulce María,
que del querub acoges en la altura
la grata melodía;
dame que el alma por la Fe inspirada,
con desusado vuelo,
en tu amor sacratísimo abrasada,
se eleve al almo cielo.
Dame que al son de mi inacorde lira
a ti mi voz levante,
y que al fuego cediendo que me inspira
tu nombre y gloria cante.
¿Quién al Hispano que gimió vencido
del Lete en la ribera,
quién sino tú contra el Muzlim temido
de nuevo enardeciera?
«España y libertad» el gran Pelayo
gritó ante tus altares,
y el santo grito resonó en Moncayo
y se extendió en los mares.
De patria y libertad al noble acento
mil fuertes campeones,
tremolaron, intrépidos, al viento
de guerra los pendones.
¿Quién contrastar pudiera su osadía
si por la Fe lidiaban,
y el nombre sacrosanto de María
en la lucha invocaban?
Tú sufriste, Castilla, el yugo impío
del bárbaro Agareno;
mas te lanzaste al fin con fuerte brío
y corazón sereno.
Y Europa entonces admiró tu arrojo,
en ti los ojos fijos;
¡ay, que se vio tu suelo en sangre rojo
con sangre de tus hijos!
Pero venciste; y do se alzó arrogante
del error la morada,
de la Madre de Dios brilló triunfante
la imagen venerada.
Un templo erige el pueblo do la bella
efigie de María
fúlgida luce, como blanca estrella
tras la tormenta impía.
El ínclito Fernán su gracia implora
doblada la rodilla;
la inmensa muchedumbre, protectora
la aclama de Castilla.
¡Oh sacrosanto amor! ¡Oh eterno día
anuncio de ventura!
Antorcha fue tu sol, de España guía
contra la hueste impura.
Que a la luz de la Fe se alzó esplendente
el ángel de la gloria,
y férvida corrió la hispana gente
de victoria en victoria.
Y al soberano esfuerzo, al poderío
de las armas cristianas,
vencido contemplaron al impío
las costas africanas.
Por ti, oh Virgen, España triunfadora
mirose en su camino:
Fue brillar de dos mundos cual señora
su espléndido destino.
¡Gloria, gloria a tu nombre! Eterna brille
tu protección divina:
A la horrenda impiedad por siempre humille
tu enseña peregrina.
Y hoy que Mantua te aclama, venturosa,
con férvidos loores,
vierta, oh Madre, tu mano poderosa
en ella sus favores.
Viértalos, sí; que vivirá en tus fieles
por siempre su memoria,
y acrecerás con ellos los laureles
que ciñe España para eterna gloria.
En la restauración del templo de Nuestra Señora de la Soledad, en la
villa de Santa María
- I -
En la florida Mallorca
existe una antigua villa,
risueña como sus campos,
su nombre es Santa María.
En ella un templo se alza
donde la imagen bendita
de la Reina de los Cielos
cual astro fulgente brilla.
Allí de los fieles todos
recibe oblación cumplida,
y por contemplarla vienen
desde apartadas orillas.
El pueblo con fe profunda
invócala en sus desdichas,
y al punto la estrella luce
de su esperanza perdida.
Ha siglos dulce consuelo
es de las almas sencillas,
que en ella miran la escala
que segura al Cielo guía.
¡Oh, feliz el que por ella
del mundo la pompa olvida!
¡Feliz el que siente y llora
la soledad de María.
- II -
¿Por qué en los semblantes ho
profunda ansiedad se pinta?
Grata ventura cual antes
¿por qué no reina en la villa?
¿Tal vez bramadores vientos
asolaron sus campiñas,
y perdida su fortuna
los tristes labriegos miran?
¡Ah! no; que florido el campo
propicio siempre les brinda
los tesoros de su seno,
justo premio a sus fatigas.
Todo a la vista sonríe,
tristeza tan sólo inspira
el sacro templo, trocado
en solitarias ruinas.
En él implacable el tiempo
posó su planta atrevida,
y a completar su obra acaso
vinieron manos impías.
Por eso con pena amarga
el pueblo la frente inclina:
Llorar no puede en su templo
la soledad de María.
- III -
Mas ¡oh placer! cesa el duelo
y torna a brillar la dicha,
cual luce cándida aurora
tras lluviosa noche umbría.
Ya el pueblo corre anhelante,
y en sus cantares publica,
el gozo que su alma siente
y el noble afán que lo guía.
Su arruinado santuario
de nuevo alzado se mira,
al impulso generoso
de la reina de Castilla.
Y al ver en su solio antiguo
la santa imagen bendita,
por la piadosa Isabela
votos al Eterno envía.
¡Oh, venturosas mil veces,
almas nobles y sencillas,
que realizada miráis
vuestra esperanza querida!
Llegad al templo, que al Cielo
conduce la Fe divina
a los que en la tierra lloran
la soledad de María.
A Ntro. Sto. Padre el Papa Pío IX, con motivo de su alocución
pronunciada en el consistorio secreto de 30 de setiembre de 1861
Locuti sunt adversum me
lingua dolosa et sermonibus odii circumdederunt me; et
expugnaverunt me gratis.
Pro eo ut me diligerent, detrahebant mihi: ego autem
orabam.
Et posuerunt adversum me mala pro bonis: et odium pro
dilectione mea.
(Psalmo CVIII.)
¿Qué acento poderoso
hoy se levanta y los espacios hiende,
y en misterioso vuelo
desde el sonoro Tíber al undoso
Índico mar se extiende,
y luego sube a la región del cielo?
¿No la oís? Es su voz; la voz divina
del sucesor de Pedro, a quien sañuda
con torvo ceño la maldad combate:
Al resistir el impetuoso embate
de la impiedad, que furibunda brama,
desde el altivo y fuerte Vaticano
noble y severa la verdad proclama.
En vano, en vano la falange impía
que la bandera alzó de injusta guerr
ahogarla intenta en su furor, y en vano
con ronca vocería
quiere imponer sus leyes a la tierra:
Ella vibra sonora como el trueno
en la inmensa extensión del Océano;
ella, venciendo la traición y el dolo,
cruza el mundo veloz de polo a polo
al impulso de un genio soberano.
Mas ¡ay! que al escucharla
se alzan de nuevo, con furor creciente,
los que mintiendo libertad aspiran
la Italia a dominar con sus legiones,
y odio y venganza en su ambición respiran.
Ellos cual fiero, asolador torrente,
que troncos y peñascos arrebata,
van derrocando tronos y extendiendo
su imperio por las míseras naciones,
y la justicia y el poder vendiendo
al hórrido tronar de sus cañones.
¡Vedlos, cristianos! Con rencor profundo
al desigual combate ya se aprestan;
y en libelo infernal, con torpe mano,
viles calumnias sin piedad asestan,
ante la Europa inerte y asombrada,
contra el piadoso, venerable anciano
firme sostén de nuestra Fe sagrada.
Hubo un tiempo en que unida y venturosa
levantábase Italia prepotente,
con noble ardor corriendo presurosa
su independencia a defender y el trono
del sagrado Pastor... Él la guiaba
por la senda del bien: y entusiasmado
y libre el pueblo de traidor encono,
desde los Alpes hasta el mar gritaba:
¡Que viva el sabio, el inmortal Pío Nono!
¡Cuán presto, oh Dios, el tenebroso velo
de lamentable error, la clara estrella
vino a ocultar que pura fulguraba
de la esperanza en el radiante cielo!
Alzose la maldad, y tras la huella
de su temible planta destructora
la discordia siguió; se alzó potente
la funesta impiedad, y triunfadora
su estandarte clavó en el Capitolio,
alentando insolente
del Pontífice augusto al alto solio.
¡Ay! desde entonces en tremenda lucha
se agita el Occidente,
y sólo el grito de ansiedad se escucha
de la madre infeliz, que en duelo insano,
al hijo de su amor mira espirante,
o en la lid derramando, delirante,
tal vez la sangre de su propio hermano.
¡Mísera madre! En su dolor profundo
del mundo en vano protección implora,
que a los tiranos ¡ay! escucha el mundo
no al que agobiado por las penas llora.
¿Y hemos de ver tranquilos, impasibles,
la virtud humillada, perseguida,
y por boca de fieros impostores
la santa Religión escarnecida,
la fe de nuestros ínclitos mayores,
dulce consuelo en nuestra triste vida?
No, no, jamás: alcemos con firmeza
nuestra voz en defensa de la hollada
Religión, oh católicos, y dando
al orbe digno ejemplo de entereza,
cercad, nobles guerreros, la morada
del Padre de los fieles, perseguido
por el inicuo, detestable bando...
Que el mundo todo en su redor os vea
formando un fuerte, inexpugnable muro,
y antes que vil apóstata o perjuro
allí cada cristiano un mártir sea.
Y tú, santo Pontífice, que miras
combatir tu poder; que los errores
lamentas de tu pueblo y los dolores
porque del mundo al bien tan sólo aspiras;
sigue, sigue con firme confianza
defendiendo los fueros sacrosantos
de la Iglesia de Dios; no la esperanza
muera en tu pecho, no; que aún la Fe vive
pura en el noble corazón cristiano,
y nuevo aliento con tu voz recibe.
No tu constante esfuerzo será vano
por alcanzar la palma de victoria:
Triunfarás del Averno,
y el orbe entero al admirar tu gloria
gracias sin fin tributará al Eterno.
A S. .M la Reina D.ª Isabel Segunda, en su llegada a Sevilla
Ven, oh lira, a mis manos, y un momento
al rumor de los ecos de alegría
con que la patria mía
demuestra su lealtad, con firme acento
daré lleno de férvido entusiasmo
un nombre augusto al vagaroso viento.
No al opresor que pueblos avasalla
y en fratricida guerra asoladora
traspasa de la ley la justa valla,
ni al que llevado de ambición innoble
guiando va su hueste triunfadora
por extrañas naciones abatidas,
ensalzaré en mi canto:
Es del poeta la misión más noble.
El mercenario sólo
cantar puede las glorias
del déspota feroz que en cien victorias
lleva do quier desolación y llanto:
Él su deseo ardiente
de esclavizar el mundo
halagará tal vez, que el oro enfrena
su labio, y torpemente
se humilla al peso de su vil cadena.
Mas el que mira con horror profundo
el imperio del mal, y firme adora
la viva luz de la virtud divina,
feliz la altiva frente
ante ella solo con respeto inclina.
¿Y quién, oh Reina amada,
de la santa virtud en tu mirada
no adivina los mágicos destellos?
Al desvalido, al huérfano, al anciano
grato consuelo prestas compasiva;
tu acento les devuelve la esperanza,
y les brinda la dulce bienandanza
de que la suerte con furor los priva.
Entonces venturosos
vuelven a ti la vista enternecidos
y ven tus ojos, que piedad revelan:
Lágrimas hay en ellos,
lágrimas puras que su lumbre velan;
mas, ah, que así velados son más bellos.
Barcino, Augusta, la ciudad que baña
el Turia cristalino
y el pueblo que aún recuerda en Covadonga
la de Pelayo memorable hazaña,
escucharon tu acento peregrino.
Do quiera que tu planta dirigiste,
magnánima Isabel, galanas flores
brotaron llenas de fragancia y vida:
A tu presencia huyeron los dolores,
que a ti fue siempre la esperanza unida.
Y al par que alivio diste a la indigencia
digno sostén el arte y la alta ciencia
en tu mano benéfica encontraron,
y Reina cual ninguna generosa
artistas y poetas te aclamaron.
No de otra suerte tras la noche oscura
brilla en oriente la rosada aurora,
y con su lumbre pura
da vida al campo y los espacios dora.
Los bosques sacudiendo
su agreste cabellera la saludan,
bullen las auras con rumor sonoro,
y a recibirla, en temeroso vuelo,
de mil aves se apresta alado coro
himnos alzando a la región del cielo.
Hora tus pasos bondadosa guías
a la perla del Betis, y anhelante,
sientes la viva, misteriosa llama
del noble y puro ardor en que se inflama
tu corazón benéfico, y amante.
Dar esplendor y vida a las naciones
es de un monarca la mejor victoria,
y así al verter con generosa mano
bienes sin cuento sobre el pueblo hispano,
timbres alcanzas de perpetua gloria.
Do quiera la entusiasta muchedumbre
a contemplarte, oh Reina, se adelanta,
y regando de flores tu camino
tus nobles triunfos, tus virtudes canta.
Ya la ciudad insigne que en su templo
los restos guarda del tercer Fernando,
tu llegada triunfal ansiosa espera.
¡Oh júbilo! ¡Oh ventura! Ya tronando
anuncia el ronco bronce que ligera
se acerca la veloz locomotora,
al viento adelantando en su carrera.
En la elevada torre
aparece la enseña anunciadora
de tan feliz y suspirado instante:
Ya desalada corre
la inquieta multitud, de gozo llena,
y en el profundo afán que la enajena
contempla de su dicha el sol brillante
sin que lo empañe pasajera nube:
Llegas al fin, y al verte
más tu belleza su entusiasmo aviva,
«¡es ella!» exclama, y estruendoso VIVA
del viento en alas al empíreo sube.
¡Oh plácido momento!
¿Quién podría tu magia arrobadora
dignamente cantar?... Llega, Señora,
y que el Príncipe egregio que algún día
ha de regir a la nación hispana,
se goce de su pueblo en la alegría.
Híspalis, siempre fiel a tus mayores,
hoy a sus Reyes con amor profundo
saluda de placer arrebatada,
renovando, con férvidos loores,
sus votos de lealtad acrisolada.
¡Que en tan pura ovación absorto el mundo
el patrio amor de nuestras almas vea,
y su recuerdo, en gloria asaz fecundo,
presagio eterno de ventura sea!
Poesías
José Lamarque de Novoa
http://www.los-poetas.com/o/jldenov.htm
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