Ángel María Dacarrete Hernández (El Puerto de Santa María, provincia de Cádiz, 14 de noviembre de 1827 - Madrid, 13 de octubre de 1904), escritor español del Postromanticismo.
Hijo de José Dacarrete y de María Hernández, estudió en el Colegio San Felipe Neri de Cádiz, donde tuvo por maestro a Alberto Lista, y luego fue a Sevilla para estudiar Derecho, donde obtuvo el grado de bachiller en 1847; allí conoció a Bécquer, espíritu muy afín al suyo; fue propuesto para la Real Academia Española, pero cuando estaba preparando el discurso de entrada falleció el 13 de octubre de 1904.
Obra
Según José Pedro Díaz fue “el más importante precursor de Bécquer”. Tradujo, como Eulogio Florentino Sanz y Augusto Ferrán, a Heinrich Heine, a quien admiró tanto como a Uhland, y experimentó la influencia de este y similar aprecio por la poesía popular andaluza. También, como Bécquer, colaboró en La España Musical y Literaria y en especial en La América (1857-), donde colaboraban además Emilio Castelar, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Eulogio Florentino Sanz, Ventura Ruiz Aguilera y Ramón de Campoamor y otro amigo de Bécquer, Luis García Luna. En esta revista se incluyeron numerosas traducciones de poesía inglesa y de Goethe, Schiller y Heine. Sus versos fueron recogidos en la póstuma Poesías (1906).
Su primera pieza escénica fue Magdalena (1855); siguió la zarzuela Mentir a tiempo con música de Fernández Caballero, la comedia Poderoso caballero con dinero y el drama Una historia del día. Otras obras suyas son Julieta y Romeo: drama tragico en cuatro actos y en verso (1858) y Las dulzuras del poder: comedia en tres actos y un prólogo original y en prosa (1859).
También escribió trabajos históricos; por ejemplo, dentro de las conferencias del Ateneo La España del siglo XIX (1886), escribió Martínez de la Rosa. El triunfo de las instituciones representativas; El Duque de Tetuán. La revolución de 1854 La transacción de los partidos; La Unión Liberal y D. Antonio de los Ríos y Rosas; Las guerras de África y de América; Los antecedentes de la revolución de 1868.
“¿Qué se encierra debajo aquesa losa?
Un cuerpo que abrigaba un alma inquieta;
él era un genio ayer, era un poeta
¡hoy es polvo no más!”
Angel María Dacarrete.
A ti
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Publicado en la Revista de España: Tomo I.
Á TÍ.
Triste, en la noche solitaria y fria
Entre sueños te llamo;
Triste, al brillar el trabajoso dia
Le digo que te amo!
Tu seno implora mi abrasada frente
Que abaten los enojos;
Por tí preguntan con afan doliente
A cuanto ven mis ojos!
Tiendo los brazos al vapor liviano
De la niebla lijera,
Y buscó entre las sombras con mi mano
Tu undosa cabellera!
¿Dónde estás? ¡Ven á mí! ¡Que otra vez suene
Tu palabra en mi oido!
¡Que este vacío de mi pecho llene
De tu pecho el latido!
¡De tu mirada con la luz tranquila
Serena mi alma loca,
Y el llanto que en mis párpados oscila
Enjuga con tu boca!
En Siberia
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Publicado en la Revista de España
EN SIBERIA.
Quanquam inter adversa salva virtutis fama.
TÁCITO.
I.
Solo contigo, y con tu Madre Santa,
Señor y Jesús mio,
Muevo al acaso la insegura planta
Por el páramo frio.
Cárcel mortal entre nevados cerros
Me dieron los tiranos
Porque osé quebrantar los viles hierros
Que arrastran mis hermanos.
A Tí, postrada la rodilla en tierra,
Se alzó mi alma contrita,
Y el grito di de Libertad y Guerra
Que espanta al Moscovita.
Mas cayeron sus bárbaras legiones
Sobre mi patria hermosa,
Como tropel de tigres y leones
A quien el hambre acosa.
Hozes y arados en el yunque ardiente
Troqué en espada y lanza,
Pero en olas de sangre nuevamente [1]
Se ahogó nuestra esperanza!
II
¡Ay Polonia infeliz! Sólo veo ahora
Por tus campos desiertos,
Cruzar la muchedumbre vencedora
Galopando entre muertos.
Mudo ya el bronce, y del feral combate
El vocerío inmenso,
Aun se oye el trueno del fusil que abate
Al mártir indefenso.
Al pié de los altares el Pagano
A tus hijas agarra,
Las azota con látigo villano
Y sus lutos desgarra.
Arrodillado sobre escombros, ora
El anciano doliente,
Y, preguntando por sus padres, llora
El niño balbuciente!
III
¡Ay! que tanto dolor y la aspereza
De mi destierro impío,
No turben de mi alma la entereza,
¡No lo quieras, Dios mio!
Firme en tu Fe y en el amor ardiente
De mi patria querída,
Acabe entre estos hielos tristemente
La miserable vida;
Mas no su amigo el déspota me llame,
Mi cuello unciendo al yugo;
Apriételo más bien con cuerda infame
La mano del verdugo;
Y ántes que manche del perjurio el yerro
Mi lengua que te invoca,
Dura tenaza de encendido hierro
La arranque de mi boca.
La flor seca
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Publicado en la Revista de España: Tomo I.
LA FLOR SECA.
Adorno de la túnica del prado
Fueron ayer tus azuladas hojas,
Te mecieron los besos de las auras,
Lloró en tu cáliz de placer la aurora!
Rayo fecundo de la luz del cielo
Acarició tu púdica corola
Y, al süave calor extremecida,
Bañó tu seno generoso aroma.
¡Hoy en lijera tumba sepultadas
Yacen secas y pálidas tus hojas!
¿Por qué del tallo te arrancó una mano
Cruel contigo, para mí piadosa?
¡Cruel! ¡Ah, no! Si me guardó en su seno,
Si mi olor aspiró su dulce boca,
Si ella misma formó mi sepultura,
¿Qué flor ha sido como yo dichosa?
Recuerdo
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Publicado en la Revista de España: Tomo I.
RECUERDO.
No brillaba la luna; sacudidas
Por el viento las hojas se quejaban,
Chispas de luz vertian las estrellas
En las trémulas aguas.
A su inseguro resplandor veia
Rodar por sus mejillas una lágrima,
Y, temblorosa, entre sus manos yertas.
Mis manos estrechaba!
Mas de repente de sus negros ojos
El vivo rayo penetró en mi alma,
Y, soltando mi mano, de las mias
Separó sus miradas!
Su altiva frente levantó serena;
En sus labios vagó sonrisa amarga....
Y pálidos los dos y silenciosos
Cruzamos la enramada!
En la muerte de Lincoln
No sobre el campo del honor caído,
ni de banderas bélicas cubierto
dejó a ese cuerpo ensangrentado y yerto
su espíritu inmortal nunca rendido.
Del lauro ya del vencedor ceñido
la ambición y el rencor, en vil concierto
con golpe aleve le postraron muerto,
la desgracia infamando del vencido.
Mas la mano del bárbaro homicida,
nuevo triunfo a los triunfos eslabona
con que ilustró su generosa vida.
¡Qué llora el mundo su fatal partida,
y brilla más que la imperial corona
la noble sangre de su frente herida!
Soneto
¿Por qué, menguado corazón, suspende
opresión dolorosa tu latido?
¿Por qué moja mi párpado abatido
lágrima torpe que mi orgullo ofende?
¡Mal la nobleza de tu ser entiende
quien dos veces, esclavo envilecido,
el alma que de Dios ha recibido
de una mirada engañadora prende!
Acabe ¡y para siempre! el ansia fiera
por la que presa fuiste en otros días
de inciertas dichas y pesares vanos.
Que si aun capaz de conmoverte fuera,
del pecho a quien infame afrentarías,
sabré arrancarte con mis propias manos.
Soneto
Muerto está el corazón: ¡ni aun el suspiro
exhala del dolor! Mustio, cansado,
enmudece el laúd, desesperado
fastidio y soledad do quiera miro.
No son sueños poéticos, deliro:
no suspira mi pecho enamorado
¡quisiera descansar! sí, que abrumado
me siento por el aire que respiro.
Ya no puedo cantar, ¡adiós, mi lira!
tú que de mis ensueños y dolores
el eco fuiste, queda abandonada.
Si pronto el plazo de mi ser expira,
tus vibraciones de pesar y amores
repite en torno de mi tumba helada.
Soneto
Atrás te deja el tiempo en su carrera,
del olvido a la tumba te avecinas,
y cargado de muertes y de ruinas
la misteriosa eternidad te espera.
Un año nuevo con sonrisa fiera
alza la frente cuando tú la inclinas,
y cual tú de esperanzas peregrinas
fecundiza del hombre la quimera.
¡Un año más en el que sangre y llanto
verteré persiguiendo a la ventura!
¡Un año más que pasará muy pronto!
Y en el que yo que filosofo tanto
es posible que siga en la locura
de estar enamorado como un tonto.
Soneto
Como la sombra al cuerpo, el sentimiento
a perseguir se inclina tu hermosura,
mas si dicen mis ojos mi ternura
casto respeto sofocó mi acento.
Con tu imagen querida, en su aislamiento
forja el alma quimeras de ventura;
nunca esa dicha alcanzarás -murmura
la despiadada voz del pensamiento-.
Amarga pena al escucharla abrigo,
y luego el corazón, como un tesoro
acoge ese dolor, y te bendigo.
¡Y sin nada esperar, ciego te adoro!
¡Ay, si a mi seno del dolor amigo
volver pudiera al desterrado lloro!
Soneto al público
Por el precio de un palco, de una butaca,
o un asiento de humilde galería;
la veste del pudor la musa mía
rasga y al aire sus encantos saca.
Insolente ramera hoy ya destaca
su voz entre tu vana gritería;
¡ella que cantos de dolor gemía
sin cuidar de tus bravos la alharaca!
¡Ay, virgen fue! mas hora en su locura
solicitando impúdica tu halago
ese engendro te da que triste aborta!
Yo al escribirlo no pensé en tu altura;
sílbalo sin piedad, poco me importa.
Será a su torpe vanidad buen pago.
Un guardapelo
¡Oh, tú tocaste su virgíneo pecho!
¡Tú coronaste su cabeza un día!
¡Comprimiendo latidos de agonía
a mi apenado corazón te estrecho!
Trocada viendo en funerario helecho
la blanca flor de la esperanza mía,
¡recuerdo de mis horas de alegría
cuál te idolatro en lágrimas deshecho!
Casto beso te imprima el labio ardiente
y en ti beba las gotas de su llanto,
bálsamo celestial a mi amargura.
¡Queda divino don siempre pendiente
de mi pecho, morada del quebranto,
de un amor infelice sepultura!
Soneto
Conmigo estás, aunque sin ti me veo;
aunque lejos de ti, por ti respiro;
pienso que el ámbar de tu aliento aspiro
y oír tu voz enamorada creo.
Ver tu alma imagina mi deseo
en tu dulce mirada, en que me miro;
y ofrece a mi pasión, blando suspiro,
tu corazón hermoso por trofeo.
Y de tu mano la opresión querida
juzgo sentir, en mi feliz locura,
y te bendice el alma agradecida.
¡Cuánta fuera a tu lado mi ventura,
si pueden tanto embellecer mi vida
recuerdos de tu amor y tu hermosura!
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