María Rosa Gálvez de Cabrera
(Málaga, 14 de agosto de 1768 - Madrid, 2 de octubre de 1806), poetisa y dramaturga española de la Ilustración y el Neoclasicismo.
(Málaga, 14 de agosto de 1768 - Madrid, 2 de octubre de 1806), poetisa y dramaturga española de la Ilustración y el Neoclasicismo.
Nació en la misma Málaga, según unos, o en Macharaviaya, un pueblo de la provincia; fue hija adoptiva (natural, opina Díaz de Escovar) de Antonio de Gálvez, coronel del ejército, y de Mariana Ramírez de Velasco, sobrina de José de Gálvez, ministro de Carlos III y 1º Marqués de la Sonora, y prima de Bernardo de Gálvez, Virrey de Nueva España y 1º Conde de Gálvez.
Contrajo matrimonio en Málaga con su primo el capitán José Cabrera Ramírez y el matrimonio se muda a Madrid quizá antes de 1790, pues ese año aparece citado su nombre varias veces en el Diario de Jovellanos. Allí frecuenta los círculos intelectuales ilustrados y amista con Manuel José Quintana y especialmente Manuel Godoy, lo que vuelve celoso a su marido, quien, al poco, es nombrado agregado de la legación de España en Estados Unidos. María Rosa permaneció en Madrid, donde continuó su presunta relación amorosa con el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy, que le valió los desaires del sector profernandino e ironías sobre la protección que éste extendió sobre ella (auspició la edición de los tres volúmenes de sus Obras poéticas (1804) por orden del ministro Ceballos en la Imprenta Real sin los abonos correspondientes), lo que afectó al juicio de su obra tanto como su condición de mujer o de divorciada. El caso es que se entregó a desarrollar una caudalosa vocación como escritora, volcada sobre todo en el teatro, el periodismo y la lírica. Colaboró así en Variedades de Ciencias, Literatura y Artes y en La Minerva o El Revisor General. Con grandes penurias económicas, falleció prematuramente, en Madrid a los 38 años, siendo enterrada en la iglesia de San Sebastián.
Algo había en ella de moderno e independiente que inquietaba vagamente a sus contemporáneos varones y no podían entender; fue atacada por consideraciones ajenas a su mérito literario intrínseco (su feminismo, su independencia, su conducta moral ajena entonces a los valores de la época, su relación con Godoy); la crítica actual ha puesto su obra en su justo, digno y merecido lugar.
Obra
Su producción dramática se halla dentro del Neoclasicismo de los siglos XVIII y XIX, aunque, según Enrique del Pino, ya se ven componentes románticos en su obra: la exaltación trágica, la pugna del yo con el nuevo entorno, la búsqueda de escenarios exóticos y lejanos (Oriente, la Antigüedad), el deseo de libertad y autonomía.
Sus circunstancias personales y sus planteamientos modernos le granjearon muchos enemigos. En la «Advertencia» del segundo volumen de sus Obras poéticas proclamó orgullosamente ser la primera mujer española que se había dedicado al teatro, y defendió el cultivo de la originalidad en el mismo a despecho de quienes imitaban, traducían, adaptaban y refundían constantemente modelos extranjeros o tradicionales. Compuso un total de 17 obras para el teatro: seis tragedias, tres comedias, cuatro obras breves, una zarzuela, y tres traducciones. Ocho de sus obras fueron representadas en Madrid durante los años de 1801-1805, y por lo menos dos volvieron a las tablas después de su muerte. Las obras representadas aparecían en los teatros principales del día, como el Príncipe y los Caños de Peral; los actores más famosos de la época, Isidoro Máiquez, por ejemplo, interpretaban los papeles de Gálvez. Su comedia Familia a la moda comenzó la temporada del teatro de los Caños de Peral en 1805. Las reseñas de sus obras salían publicadas en los periódicos más notables del fin del siglo XVIII en España, como el Memorial literario, instructivo y curioso de la corte de Madrid y Variedades de ciencias, literaturas y artes. Su tema más habitual es la conquista de la libertad, por lo cual se opone a los casamientos estalecidos por los padres, como Moratín, o a la esclavitud, como en Zinda, o al sometimiento a ciegas pasiones, como en La delirante, o a los condicionantes del teatro tradicional como en Los figurones litearios, apoyando la reforma neoclásica.
Su punto de vista es estrictamente femenino y aun feminista: la mujer, con todos sus sueños, deseos y frustraciones en un mundo dominado por el hombre. Un repaso de estos temas comprueba la alta «autoconsciencia femenina» de la dramaturga ilustrada. Destacan los de la violación, la amistad femenina, la vista positiva de una sociedad matriarcal y, en la tragedia La delirante, la locura femenina. Otro tema que se repite en el teatro de Gálvez es el suicidio femenino (Safo, Florinda y Blanca de Rossi) como única salida para una sociedad injusta. Asimismo, las obras de Gálvez abogan por varios derechos específicos de la mujer: la necesidad de ayudar a la viuda (Ali-Bek); la opción para la esposa de separarse del marido que no cumple con sus responsabilidades de familia (El egoísta); el peligro del cortejo (El egoísta); el aspecto positivo del amor libre, fuera el sacramento del matrimonio (Safo); la crítica de la costumbre del serrallo (Ali Bek); el derecho de escoger marido (El egoísta, Los figurones literarios, Safo, Blanca de Rossi, La delirante, Un loco hace cien).
Fue, entre los varios comediógrafos seguidores de Leandro Fernández de Moratín, quien más supo aproximarse a su modelo si exceptuamos a Francisco Martínez de la Rosa o Manuel Eduardo de Gorostiza. De sus cuatro comedias (Un loco hace ciento, que luego llegó a libreto de ópera; Catalina o la bella labradora, El egoísta y Los figurones literarios) esta última es la mejor y más característica; se trata de una imitación de La comedia nueva de Moratín en la que hay personajes muy bien caracterizados y representativos de la época como el erudito don Panuncio, el constructor mecánico don Cilindro, el anticuario don Epifanio y el poeta don Esdrújulo. El personaje principal, el erudito Panuncio, es víctima de los aduladores como en la pieza de Moratín. El personaje mejor tratado es el Barón de la Ventolera, desatentado galicista.
Inferiores son sus tragedias, aunque alguna de ellas, como Amnón, contiene situaciones interesantes. En la titulada Florinda hace que la famosa Cava termine suicidándose mientras recrimina a su padre Don Julián por ser causa de la pérdida de España. De La delirante es protagonista Leonor, hija de María Estuardo y casada con Lord Arlington, quien la mata traidoramente. Tanto estas tragedias como las restantes (Ali Bek, Blanca de Rossi y Zinda -que ataca la esclavitud-) están escritas en el habitual romance heroico o endecasílabo, y son bastante desordenadas. Escribió además un melólogo, Saúl, un drama trágico en un acto, Safo, y Bion, ópera lírica también en un acto. Aparte de estas obras originales tradujo piezas extranjeras.
En cuanto a su poesía lírica, Manuel José Quintana la juzgó de estilo claro y puro y de versificación fácil y fluida. La Oda en elogio de la Marina española y la titulada Viaje al Teyde, al estilo de Quintana, tienen trozos de espontánea y fácil inspiración. Otros destacan sus odas A la campaña de Portugal, A la Beneficencia (que dedicó a la condesa de Castroterreño) y A la campaña de Bonaparte en Italia. También son destacables su Descripción filosófica del Real Sitio de San Ildefonso, la poesía La noche y los versos sáficos A Quintana.
Sus Obras poéticas, que pese a su título incorporan también las dramáticas, aparecieron en tres volúmenes (Madrid, Imprenta Real, 1804) y algunas de sus piezas teatrales se habían incorporado ya al volumen El teatro nuevo español (1801).
Oh tú, que protector del genio hispano
elevas la abatida lira mía,
desde el obscuro seno,
do el velo del olvido la cubría,
hasta el supremo asiento, que previene
la fama a la divina poesía;
a ti consagraré tan dulce empleo;
a ti que amas el arte imitadora,
de la música hermana,
y del alma sensible encantadora.
Seguid mi canto, de placer henchidas,
cítaras de la Iberia;
Amira, alzando el humillado acento,
preconiza la ciencia de Helicona;
y esparce por el viento
los resonantes metros de la Hesperia.
Si de la antigüedad el heroísmo
de los tiempo alcanza el raudo vuelo,
y las puras virtudes celestiales
fueron a par del mundo eternizadas,
por vosotros, Poetas inmortales,
nuestra edad llegaron; de los siglos
las inmensas tinieblas arrostrando,
de anonadar al hombre con su fama
a la huesa arrancáis el triste fuero.
Tal es el arte del divino Homero.
De Homero, que en el templo venturoso
de las musas sentado,
su nombre llevará de gente en gente,
ornada de laurel la heroica frente.
Él enseñó la senda de la gloria
al sublime Virgilio,
y en pos de ellos el Taso
se coronó en la cumbre del Parnaso.
¡Oh! felices vosotros,
genios de imitación, que de su ejemplo
osáis seguir la huella, vencedora;
vuestra lira sonora
ensalza, la virtud, destruye el vicio;
y si cantáis los males, que a la tierra
trajo la horrible guerra,
que adula el corazón del hombre fiero;
detestando las iras del combate,
su mano arroja el homicida acero,
odiando la victoria,
que de sangre manchara su memoria.
De Melpomene augusta los furores
la Grecia nos presenta, embellecidos
por sus sabios autores;
ellos de pompa y majestad vestidos
los héroes de su edad eternizaron;
del ciego fatalismo el duro imperio
a los futuros tiempos demostraron,
y abominando el crimen,
dieron la compasión a la inocencia,
y el sangriento terror a la violencia.
Émulas de su triunfo las naciones
us felices talentos dedicaron
a mover los sensibles corazones.
En vano tantos siglos de ignorancia
opusieron su espacio tenebroso
a tan noble anhelar; al fin hollaron
los genios de la Italia su barbarie,
y los hijos del Támesis undoso,
rivales de la España,
emprendieron también igual hazaña;
Corneille la atrevida mente alzando
al trágico coturno,
de tantos los desvelos superando,
al gran Racine demostró la senda
del trono de la regia Melpomene,
el que Voltaire y Crebillon ornaron,
y en la margen del Sena lo fijaron.
La lírica corona Euterpe ofrece
sin competencia al tierno Metastasio;
a Horacio dio Polimnia las sentencias
de la pura moral filosofía;
y tú, Erato, tus versos amorosos
a Ovidio y a Catulo.
A Propercio y Tibulo,
hasta que Gésner con suave canto
en metros armoniosos,
retrata de natura el rico manto,
y su numen sencillo
presta a los prados nuevo ser y brillo.
El siglo de oro de la España llega,
y las sagradas musas a porfía
a los hijos del Tajo concedieron
su inspiración feliz; ellos volaron
al teatro español, que embellecieron
con sus divinas gracias florecientes,
abriendo la carrera,
que después imitó la Europa entera.
También al bello sexo le fue dado
a la gloria aspirar; celebra Atenas
a la dulce Corina;
y de Safo inmortal el nuevo metro
dejó de su pasión el fin terrible
a la posteridad eternizado;
que el mérito fue siempre desgraciado.
Tú, tierna musa, de la Galia encanto,
sensible Deshoulieres, guiando el coro
de festivas zagalas y pastores,
a Gésner imitando,
de la inocencia cantas los amores;
Apolo el don de ciencia, tan divina;
a ti concede, a Safo y a Corina.
Eterna gloria a sus felices nombres
mi lira cantará; y arrebatada
en noble emulación sus huellas sigo,
admirando sus genios inmortales.
¡Oh feliz elección, grato consuelo
de mis inmensos males!
¡Oh lira bien hadada!
De tu armonía el atrevido vuelo
resuena en la morada,
donde tu protector la mente inclina
a elevar de tu numen las tareas;
y como de la fuente cristalina
los humildes raudales
aspiran a llegar al Océano,
cayendo de los montes despeñada,
girando por el llano,
corriendo entre colinas desiguales,
las rocas evitando apresurada,
hasta que en la cascada
del soberbio torrente impetuoso
sus aguas junta, el curso facilita,
y al ancho mar con él se precipita:
así mis versos por tu sabio amparo
la envidia vencen, y el temor desprecian.
Mi genio aspira a verse colocado
en el glorioso templo de la fama;
tu noble busto en él será adornado
por las virtudes, y en el duro bronce,
que le sirva de basa, el justo elogio
que te consagro, se verá esculpido,
siendo a tu imagen de este modo unida
la memoria de Amira agradecida.
http://poeticas.es/?p=3545
La campaña de Portugal
Oda al Excmo. Señor Príncipe de la Paz
¿A quién aprestas, sanguinario Marte,
el carro del terror? ¿A quién, Belona,
tus armas invencibles destinando,
previenes la corona
de laurel inmortal? ¿Será que hollando
los enemigos del hispano suelo
sus guerreros convoque a la campaña,
y que el clarín belígero sonando,
el héroe de la España,
para domar al Luso belicoso,
marche a su frente impávido y brioso?
¡Ay! Sí será. La patria desolada
su nombre implora, en su valor confía:
Lusitania, Albión, en odio ardiendo
la insultan a porfía;
él vuela a su socorro combatiendo
por su antiguo esplendor; hijos del Tajo,
seguid su curso; sus orillas vean
la afrenta y la venganza compitiendo;
porque testigos sean
de que el héroe español jamás consiente
de su patria el agravio impunemente.
Sonó la trompa, y a su ronco estruendo
la tierra gime, y ruge el océano:
su antorcha horrible la discordia enciende;
y al nombre soberano
del heroico Borbón, que Esperia entiende
apellidar por ti, noble caudillo,
las huestes valerosas sus hogares
dejan en soledad. Ya el campo emprende
hazañas militares;
y al viento los pendones desplegando,
tú vas su marcha y su valor guiando.
A tu ademán guerrero, al ver tu espada
defender los castillos y leones,
Lusitania, temblando estremecida,
teme que los corones
sobre su antiguo trono; enfurecida
invoca de sus hijos los aceros
en vano en su favor; en vano implora
sus soberbios guerreros;
aterrados los ve, y huye oprimida,
encubriendo las quinas con su manto,
a esconder su dolor bañada en llanto.
Ya el español ejército penetra,
los enemigos campos; la victoria
volando en ellos, al valor ofrece
la palma de la gloria.
»Si tan ilustre premio pertenece
»(Dijo el caudillo) al vencedor brioso,
»nuestro será, españoles; peleamos
»por la patria abatida; ella perece;
»a defenderla vamos;
»demos reposo a la afligida tierra,
»y la paz arranquemos a la guerra.»
Cesó; y la paz, que en el Olimpo habita,
de la mísera Europa desterrada,
sus votos oye, y al Eterno implora
en favor de su espada.
De morir o triunfar llega la hora;
llega, y tú marchas, lidias, y vencido
el furor de Olivencia y Portoalegre,
en sola una batalla destructora,
Campomayor rendido,
apenas vio empezarse la campaña,
cuando el triunfo cantó la madre España.
Así, cuando del cielo la hermosura
el hórrido nublado va empañando,
y el rayo anuncia el pavoroso trueno,
al orbe amenazando,
suele romper su ennegrecido seno
del puro norte el soplo impetuoso,
y lanzándolo al sud, brilla sereno
el sol majestuoso,
reflejando su luz los horizontes
del hondo valle a los soberbios montes.
»No más horror ni sangre (la Paz clama
desde la esfera al héroe victorioso)
»yo desciendo a la tierra a coronarte
»con el ramo dichoso 80
»de la oliva pacífica; si Marte
»sus armas te cedió, yo te destino
»recompensa más digna de tu pecho.
»Quien mi nombre te dio, también va a darte,
»de la envidia en despecho,
»el honor de gozar de la victoria,
»y al lado tuyo disfrutar la gloria.»
Dijo; y desciende, y el furor destierra
del campo vencedor; ve los guerreros
aclamar sus augustos Soberanos,
que llegan placenteros
a celebrar la paz, de gozo ufanos.
Salve una y veces mil, paz deseada;
salve una y veces mil, héroe dichoso,
que vuelves el descanso a los humanos;
tú logras animoso
que den fin a la guerra y sus horrores
la paz, y tus Monarcas vencedores.
Y ¿qué, después de tan feliz conquista,
será negado a ti? Por todas partes 100
tu nombre sonará; benigno el cielo
de las divinas artes
vuelve a la España el plácido consuelo.
Paz y salud repiten los ancianos,
los jóvenes, las tímidas doncellas;
paz y salud al oprimido suelo
mi voz canta con ellas
y alborozado el genio que me inspira,
acentos de placer presta a mi lira.
Y ¿a quién mejor que a ti la musa hispana
deberá celebrar, pues generoso
proteges de las artes las tareas;
pues tu influjo piadoso
en su prosperidad benigno empleas?
Yo a tu valor la dulce poesía
reverente consagro; ella te ofrece
la gloria de tu patria, que deseas,
y en su canto aparece
de tu campaña el triunfo, que en la historia
hará inmortal tu nombre y mi memoria.
La beneficencia
Oda a la Excma. Sra. Condesa de Castroterreño, con motivo del discurso que pronunció en la Real Junta de Damas en Elogio de la Reina Nuestra Señora
Virtud consoladora, don del cielo,
pura beneficencia,
si el tierno pecho que tu fuego inspira,
en tu elogio desplega su elocuencia,
no te desdeñes, no, de oír mi lira,
invocar y aplaudir tu nombre santo;
no te desdeñes, no, de oír mi canto.
Tú, que para aliviar a los mortales
del Olimpo desciendes,
buscando el corazón noble y piadoso,
que con tu llama celestial enciendes;
a ti, entonando el himno sonoroso,
naturaleza sus consuelos canta,
y adora el ser que tu bondad levanta.
Amira es el modelo venturoso
que elegiste en la tierra
para animar la humanidad doliente:
su noble pecho la ternura encierra
que necesita el mísero inocente;
y hallan su amparo en él, y su disculpa
los infelices hijos de la culpa.
Oigo su voz de gratitud sublime
hasta el trono elevarse;
del genio y la piedad arrebatada,
contra el prestigio de razón armarse:
por la virtud y compasión llevada,
ella ofrece a la España en su elocuencia,
de su Reina la gloria y la clemencia.
Yo te admiro, y te sigo en las tareas
de tus tiernos cuidados;
los desgraciados niños desgraciados;
allí con la miseria los oprimen
de la orfandad los males horrorosos,
y allí gozan tus dones generosos.
Cual suele el austro del helado polo
en el hórrido invierno
asolar la campiña deliciosa,
que el decreto inmutable del Eterno
deja volar con furia vagarosa,
quedando a su rigor naturaleza
afligida, sin pompa ni belleza;
Que al tornar la brillante primavera
de rosas coronada,
alza del polvo la abatida frente,
de flores y de frutos adornada;
abre su helado seno al sol ardiente,
y por doquier fertilidad mostrando
va al hombre sus tesoros prodigando.
Así tú, Amira, el infeliz albergue
donde reinaba el llanto,
recuperas también de inmensos males;
tanta es tu compasión, tu celo tanto,
que imitas a los seres celestiales;
todo siente tu vista la terneza
que te inspira la fiel naturaleza.
Si a ti fue dado de la Real Luisa
elogiar las virtudes,
también fue dado con benigna mano
practicarlas por ti; gozosa acudes
al socorro que anhela el ser humano;
por sus alivios velas y te afanas,
y en su conservación el lauro ganas.
Yo vuelo a par del tiempo, viendo el curso
de las generaciones;
en mi mente su giro retratando
oigo a tu nombre dar las bendiciones,
que el egoísmo en vano fue buscando:
la patria te celebra, te engrandece,
y tus hechuras a mi vista ofrece.
¡Cuántos brazos la diste, que propagan
la abundancia en su seno!
¡Cuántos son de su gloria defensores,
que perdiera sin ti! Su imperio lleno
de artesanos está, de labradores,
que la industria fomentan, y natura
ve aumentarse por ti la agricultura.
Y vosotros, viciados corazones,
con el lujo engreídos,
de la beneficencia ved el fruto;
y cuando no podáis enternecidos
pagar a sus bondades el tributo
de la santa virtud, volved los ojos
del tiempo de impiedad a los despojos.
Mirad como era entonces el asilo
de tantos inocentes,
asilo del dolor, y la fiereza;
ved los desnudos niños, que impacientes
claman por el sustento; y la dureza
con que una vil nodriza los castiga,
y los deja expirar de hambre y fatiga.
¡Ay!, ellos perecieron; su memoria
me horroriza, me aterra;
No más correr mis lágrimas en vano;
yo vuelvo a la mansión, donde se encierra
de Luisa el amparo soberano;
allí suena su nombre; allí está Amira,
la piedad publicando que ella inspira.
Allí triunfa mi sexo; la nobleza
de la corte española
a su Reina benéfica imitando,
la gloria de hacer bien disfruta sola;
la inocencia a su vista está implorando
en su favor la bendición del cielo
por su prosperidad y su consuelo.
Las madres de estos niños desgraciados
ante el Criador postradas,
a ellos unen sus votos fervorosos
en tierno llanto de placer bañadas:
y yo también, o seres virtuosos,
celebro de vosotras la clemencia,
y admiro y cauto a la beneficencia.
Oda a don Manuel de Quintana
Gracias una y mil veces doy al cielo
de hallarme en soledad; aquí, alma mía,
respira libremente:
¿en tan odioso suelo,
quién puede apetecer la compañía?
que corre diligente,
llena de orgullo, de ambición henchida,
de vil adulación acompañada,
y de negro interés prostituida,
es de mí detestada.
¡Oh Quintana! Tú sabes que abomino
estas falaces pompas del destino.
Sabia, fecunda y fiel naturaleza
gime en estos jardines suntuosos
por el arte oprimida;
destruye su belleza
en formas y dibujos monstruosos;
al vano gusto del capricho unida,
imagen abatida
de la virtud sagrada, llora en vano.
¡Con cuánto más placer en las orillas
del claro Gualmedina, el verde llano
vi poblar de ovejillas,
en giros mil acá, y allá saltando
con sus tiernos hijuelos retozando!
Por blanco mármol y dorados bronces
las cristalinas aguas arrojadas
suspendieron mis ojos;
miré en torno, y entonces
las gratas ilusiones disipadas
doblaron el pesar y los enojos.
Vi los tristes despojos
del hombre en sus grandezas engreído;
vi aquellos poderosos altaneros
el obsequio gozar, no merecido
de corazones fieros;
y pretender que logre el egoísmo
el premio que se debe al heroísmo.
Si por el lado opuesto descendiendo
busco del prado la naciente grama,
oh elevada colina,
que el gusto complaciendo,
sirva a mis miembros de mullida cama;
luego en tropel confuso se avecina
la gente, que destina
este lugar sencillo a su recreo.
Vienen con aparato bullicioso
a gozar la hermosura del paseo;
y con desvelo ansioso
mujeres bellas en orgullo iguales,
principios ciertos de perpetuos males.
Ni aun el sagrado templo está seguro
de abrigar la maldad en su recinto;
allí el lujo brillante
no es homenaje puro,
no es tributo de un Dios; a fin distinto
la vanidad del hombre penetrante,
en su orgullo constante,
hizo servir la pompa y la grandeza:
el Ser supremo olvida temerario
al tiempo, que le ofrece su riqueza;
pero el destino vario
doblega al triste cual ligera caña,
y en el soberbio corta su guadaña.
Yo vi desde mi albergue al alto monte
coronar el nublado ennegrecido;
vi, que el celeste fuego
alumbra el horizonte:
lejano el trueno penetro mi oído;
los ecos resonaron con el ruego;
mas luego, amigo, luego
que convertida en lluvia la tormenta,
el huracán en doble remolino
arrebató el peligro, que lamenta
el mísero vecino,
todo volvió a su ser, que la malicia
pronto del cielo olvida la justicia.
Quintana, vuela; sólo tú pudieras
animar mis ideas confundidas,
llenarme de contento;
las horas placenteras
de tu agradable genio ya perdidas
a mi vida prestaran nuevo aliento:
tú, con sublime acento
volvieras el verdor al mustio prado;
sensible y sabio, de amistad movido
mi placer renovaras con tu agrado;
mi ser fortalecido
con tu amistoso trato viviría;
y mi voz contra el vicio elevaría.
Oda
Almas sensibles, escuchad mi canto.
Para vosotras mi olvidada lira
vuelve a sonar no más; bañada en llanto,
en llanto de ternura,
la mágica pintura
del Delirio os presenta; oíd mi acento,
que a vosotras no más dará contento.
Si de la admiración arrebatada
de Marte asolador canté el estruendo,
y los héroes siguiendo,
vi de su carro el giro pavoroso
con sangre señalado,
y de funestas lágrimas regado;
hoy, que del vicio el vergonzoso fruto
movió mi corazón con sus horrores,
responderá mi voz a sus clamores.
Amaneció de luz y gloria lleno
el venturoso día,
que ansió mi corazón; las bellas artes
combaten la maldad; naturaleza
para su triunfo el genio les ofrezco
de un actor singular; por todas partes
la compasión con el terror volaron,
cuando el Delirio en él representaron.
Mirad su frenesí: ¿cuál es la causa
de ese horrible furor, con que se agita?
El juego que os incita,
el juego que su mente ha trastornado,
y al hombre virtuoso ha degradado.
¡Ay! Yo gemí con él; y mis suspiros
y los de un pueblo con los suyos fueron:
¡Ay! Yo lloré con él; pero mi llanto
las lágrimas de todos confundieron:
¡ah!, malvados, temblad llenos de espanto,
oyendo sus lamentos doloridos;
temblad, cuando lo veis romper la tierra
por pagar el engaño; ella algún día
os negará el sustento; y si cavando
osáis buscarle en su abundoso seno,
del corvo hierro el golpe rechazando,
lanzará de su centro horribles gritos,
que dirán: no mantengo los delitos.
Lejos de este espectáculo, vosotras
gentes endurecidas;
lejos de aquí el tumulto en que engreídas
corréis tras los placeres bulliciosas,
entre el vano aparato sin sentido.
El rostro ni el vestido
de este sublime actor, ni la armonía,
que arrebata pintando sus pasiones,
moverá vuestra helada fantasía;
Él habla a los sensibles corazones.
Los que con él en su aflicción gimieron,
también en sus consuelos se gozaron,
cuando al Delirio vieron
la calma suceder. Vuelve piadosa
la cándida virtud: ved el semblante
de esa esposa constante,
que con voz angustiada y melodiosa,
extendiendo sus brazos;
la razón le devuelve en dulces lazos.
La amistad, que la sigue,
con la tierna piedad de un aldeano,
y el alborozo ufano
de la sencilla gente
forman, poniendo fin a su martirio,
el patético cuadro del Delirio.
Música y poesía encantadoras,
genios de imitación, abrid el templo
de la inmortalidad, y en su recinto
coronad al actor, que despreciando
el negro vicio, y la ignorancia hollando,
logró la admiración de nuestra España:
porque tan bello ejemplo
quede a los siglos en el sacro templo.
allí con la miseria los oprimen
de la orfandad los males horrorosos,
y allí gozan tus dones generosos.
Cual suele el austro del helado polo
en el hórrido invierno
asolar la campiña deliciosa,
que el decreto inmutable del Eterno
deja volar con furia vagarosa,
quedando a su rigor naturaleza
afligida, sin pompa ni belleza;
Que al tornar la brillante primavera
de rosas coronada,
alza del polvo la abatida frente,
de flores y de frutos adornada;
abre su helado seno al sol ardiente,
y por doquier fertilidad mostrando
va al hombre sus tesoros prodigando.
Así tú, Amira, el infeliz albergue
donde reinaba el llanto,
recuperas también de inmensos males;
tanta es tu compasión, tu celo tanto,
que imitas a los seres celestiales;
todo siente tu vista la terneza
que te inspira la fiel naturaleza.
Si a ti fue dado de la Real Luisa
elogiar las virtudes,
también fue dado con benigna mano
practicarlas por ti; gozosa acudes
al socorro que anhela el ser humano;
por sus alivios velas y te afanas,
y en su conservación el lauro ganas.
Yo vuelo a par del tiempo, viendo el curso
de las generaciones;
en mi mente su giro retratando
oigo a tu nombre dar las bendiciones,
que el egoísmo en vano fue buscando:
la patria te celebra, te engrandece,
y tus hechuras a mi vista ofrece.
¡Cuántos brazos la diste, que propagan
la abundancia en su seno!
¡Cuántos son de su gloria defensores,
que perdiera sin ti! Su imperio lleno
de artesanos está, de labradores,
que la industria fomentan, y natura
ve aumentarse por ti la agricultura.
Y vosotros, viciados corazones,
con el lujo engreídos,
de la beneficencia ved el fruto;
y cuando no podáis enternecidos
pagar a sus bondades el tributo
de la santa virtud, volved los ojos
del tiempo de impiedad a los despojos.
Mirad como era entonces el asilo
de tantos inocentes,
asilo del dolor, y la fiereza;
ved los desnudos niños, que impacientes
claman por el sustento; y la dureza
con que una vil nodriza los castiga,
y los deja expirar de hambre y fatiga.
¡Ay!, ellos perecieron; su memoria
me horroriza, me aterra;
No más correr mis lágrimas en vano;
yo vuelvo a la mansión, donde se encierra
de Luisa el amparo soberano;
allí suena su nombre; allí está Amira,
la piedad publicando que ella inspira.
Allí triunfa mi sexo; la nobleza
de la corte española
a su Reina benéfica imitando,
la gloria de hacer bien disfruta sola;
la inocencia a su vista está implorando
en su favor la bendición del cielo
por su prosperidad y su consuelo.
Las madres de estos niños desgraciados
ante el Criador postradas,
a ellos unen sus votos fervorosos
en tierno llanto de placer bañadas:
y yo también, o seres virtuosos,
celebro de vosotras la clemencia,
y admiro y cauto a la beneficencia.
Las campañas de Buonaparte en Italia
Oda
Ven, genio imitador, y de tu fuego
enciende nuevamente el alma mía;
mi espíritu te invoca;
ven a mi humilde ruego.
Cantar deseo; pero nada inspira
acordes ecos a mi amada lira.
Mas ¡ay!, ¿desciendes de laurel ceñido,
y cubierto de acero refulgente,
al Dios de las batallas parecido?
¿Será que vueles en su negro carro
cuando los pueblos llena
de llanto y luto? Mas tu acento suena.
«Cantora de la Iberia, en vano quieres
»que las sonoras cuerdas de tu lira
»resuenen en el Pindo,
»si no cantas el héroe que te brindo.
»De Buonaparte el hombre victorioso
»llevando por la anchurosa tierra
»el clarín de la fama belicoso;
»el genio de la guerra
»te inspira cantes al que fue en la cuna
»hijo de la victoria y la fortuna.»
Dijo; y deshecho, cual vapor ligero
a los rayos del sol, desaparece:
dijo; y el fuego del airado Marte
mis ideas inflama;
y la sonora trompa de la fama,
que te celebra, Buonaparte, tanto
en pos de ti celebrará mi canto.
Seguiré tus hazañas por do quiera,
defensor de tu patria; por ti solo
vivirá engrandecida eternamente:
sus contrarios del uno al otro polo
quieren impunemente
extender sus conquistas ambiciosas;
mas en vano será; que tú, igualando
el valor de Alejandro, y su ventura,
si él peleaba por domar el orbe,
conquistador funesto, aunque dichoso,
tú por tu patria, por la paz amada,
y porque viva el hombre venturoso.
Por ella, cual Aníbal, de los Alpes
hollar te veo la elevada cima,
donde yacen cansados los guerreros;
sus corazones fieros
marcial ardor con tu presencia anima
suena tu voz, y sienten en su pecho
renacer el coraje y el despecho.
¡Oh!, ciudadanos, dice, ¿así desnudos,
»hambrientos, indefensos,
»la dura muerte sufriréis en vano?
»Mirad el enemigo; en sus inmensos
»batallones habita la abundancia.
»Para salir de males tan atroces
»pelear y vencer manda el destino;
»si os faltan armas, mutilad los troncos
»del alto fresno y la robusta encina:
»ved la Italia vecina,
»que en su seno abundoso
»despojos mil ofrece al valeroso.»
Cesó; y al punto el himno de la guerra
de unas en otras filas va sonando:
quién la nudosa rama desgajando,
suplir la falta del fusil procura;
quién busca en la llanura
piedras enormes que arrojar previene,
cuando se trabe la feroz pelea:
ya llaman al combate pavoroso
el sonoro clarín y el ronco parche;
y Buonaparte impávido y valiente
manda el ataque de la tropa al frente.
Ved a Minerva, que del alto cielo
desciende presurosa,
y cubre con su egide impenetrable
al héroe cuya espada valerosa
combate, porque un día
las ciencias y las artes a porfía
puedan en libertad brillar serenas;
ved que a su brazo para mayor gloria
liga por siempre la fugaz victoria.
Cual suele embravecido el Océano
batir soberbio el escarpado muro,
que el hombre mal seguro
a su inquieto poder opuso en vano;
que al choque repetido
de unas olas suceden otras olas
con ligereza suma,
saltan, se rompen en rabiosa espuma,
hasta que el austro con atroz silbido
agita el seno de su inmensa mole,
y ensanchando la espalda cristalina
se precipita, llega, y lo arruina:
así por todas partes en el choque,
a uno que muere, suceder se mira
otro que, ardiendo en ira,
busca el negro placer de la venganza,
y al enemigo intrépido se lanza.
Oigo precipitar de las alturas
las rocas arrancadas de su asiento;
y en medio del horrendo torbellino
del humo denso que el cañón despide,
la desesperación rugiendo gira:
todo es fuego y horror, y sangre y muerte.
En vano el Alemán, en polvo envuelto,
lidia contra la suerte:
él huye derrotado,
de ardiente rabia y de sudor bañado.
Ya, Buonaparte, logran tus guerreros
víveres, ropas, armas abundantes;
ya el paso de los Alpes te promete
mil lauros venideros;
ya la fértil Italia en sus campañas
presenta nuevo objeto a tus hazañas.
¿Cómo podré de triunfos tan heroicos
el torrente seguir por las riberas
¿Cómo pintar las huestes altaneras
del soberbio Alemán aniquiladas;
sus águilas antiguas sepultadas
en los profundos cauces,
que, henchidos de cadáveres, sus ondas
llevan, tintas de sangre por el llano,
la horrible destrucción del ser humano?
¿Cómo decir, cuán sabio y generoso
del sublime Virgilio
la feliz patria y la ceniza fría
supiste respetar? ¿Cómo podría
celebrar este rasgo de tu genio,
que de Cienfuegos el sublime canto
eligió para asunto de su ingenio?
Vuelas de un triunfo en otro, y victorioso
llegas a Lodi, cuyo estrecho paso
el Alemán te impide, y de la Galia
los valientes guerreros
intimidan sus huestes numerosas,
parando el raudo curso a sus aceros.
Tú, semejante al rayo desprendido
del hórrido nublado,
fuerzas el puente solo;
y el pabellón francés enarbolado
en la ribera opuesta por tu brío
decidió en este día
a pesar de las balas y la muerte,
de la victoria la dudosa suerte.
En vano Mantua bajo sus murallas
te opone cinco ejércitos soberbios;
en vano de tu gloria
impedir quiere el vuelo venturoso;
rendidos sus altivos Generales
sufren la dura suerte de la guerra:
Milán se goza, y sobre su ruina
la República eleva Cisalpina.
Así por todas partes va cantando
tus hazañas la fama voladora;
así va recobrando
la Galia su esplendor y sus derechos,
que los hijos del Sena
fijarán en los muros de Viena.
Ella también despojo hubiera sido
del héroe valeroso,
si en Campo-Formio el ramo de la oliva
no la diera su brazo generoso,
el verde ramo que la paz anuncia,
objeto de los hombres suspirado.
El labrador cansado,
alzando al cielo la abatida frente,
estrecha entre sus brazos cariñoso
la amada esposa y a sus tiernos hijos,
bendiciendo la paz, que en dulce calma
a su antiguo afanar torna el reposo;
y los bueyes unciendo,
de sudor baña la fecunda tierra,
que dejó estéril la sangrienta guerra.
Vive feliz en la mansión antigua,
hombre de probidad; y la concordia
pueda por siempre tu sencillo albergue
de frutos coronar; pueda el guerrero
olvidar la fatiga en los hogares
de su tranquila patria venturosa;
cuando yo en la arenosa
margen del Nilo esparciré mi canto,
y a Buonaparte seguiré entre tanto.
Oda
Ven, genio imitador, y de tu fuego
enciende nuevamente el alma mía;
mi espíritu te invoca;
ven a mi humilde ruego.
Cantar deseo; pero nada inspira
acordes ecos a mi amada lira.
Mas ¡ay!, ¿desciendes de laurel ceñido,
y cubierto de acero refulgente,
al Dios de las batallas parecido?
¿Será que vueles en su negro carro
cuando los pueblos llena
de llanto y luto? Mas tu acento suena.
«Cantora de la Iberia, en vano quieres
»que las sonoras cuerdas de tu lira
»resuenen en el Pindo,
»si no cantas el héroe que te brindo.
»De Buonaparte el hombre victorioso
»llevando por la anchurosa tierra
»el clarín de la fama belicoso;
»el genio de la guerra
»te inspira cantes al que fue en la cuna
»hijo de la victoria y la fortuna.»
Dijo; y deshecho, cual vapor ligero
a los rayos del sol, desaparece:
dijo; y el fuego del airado Marte
mis ideas inflama;
y la sonora trompa de la fama,
que te celebra, Buonaparte, tanto
en pos de ti celebrará mi canto.
Seguiré tus hazañas por do quiera,
defensor de tu patria; por ti solo
vivirá engrandecida eternamente:
sus contrarios del uno al otro polo
quieren impunemente
extender sus conquistas ambiciosas;
mas en vano será; que tú, igualando
el valor de Alejandro, y su ventura,
si él peleaba por domar el orbe,
conquistador funesto, aunque dichoso,
tú por tu patria, por la paz amada,
y porque viva el hombre venturoso.
Por ella, cual Aníbal, de los Alpes
hollar te veo la elevada cima,
donde yacen cansados los guerreros;
sus corazones fieros
marcial ardor con tu presencia anima
suena tu voz, y sienten en su pecho
renacer el coraje y el despecho.
¡Oh!, ciudadanos, dice, ¿así desnudos,
»hambrientos, indefensos,
»la dura muerte sufriréis en vano?
»Mirad el enemigo; en sus inmensos
»batallones habita la abundancia.
»Para salir de males tan atroces
»pelear y vencer manda el destino;
»si os faltan armas, mutilad los troncos
»del alto fresno y la robusta encina:
»ved la Italia vecina,
»que en su seno abundoso
»despojos mil ofrece al valeroso.»
Cesó; y al punto el himno de la guerra
de unas en otras filas va sonando:
quién la nudosa rama desgajando,
suplir la falta del fusil procura;
quién busca en la llanura
piedras enormes que arrojar previene,
cuando se trabe la feroz pelea:
ya llaman al combate pavoroso
el sonoro clarín y el ronco parche;
y Buonaparte impávido y valiente
manda el ataque de la tropa al frente.
Ved a Minerva, que del alto cielo
desciende presurosa,
y cubre con su egide impenetrable
al héroe cuya espada valerosa
combate, porque un día
las ciencias y las artes a porfía
puedan en libertad brillar serenas;
ved que a su brazo para mayor gloria
liga por siempre la fugaz victoria.
Cual suele embravecido el Océano
batir soberbio el escarpado muro,
que el hombre mal seguro
a su inquieto poder opuso en vano;
que al choque repetido
de unas olas suceden otras olas
con ligereza suma,
saltan, se rompen en rabiosa espuma,
hasta que el austro con atroz silbido
agita el seno de su inmensa mole,
y ensanchando la espalda cristalina
se precipita, llega, y lo arruina:
así por todas partes en el choque,
a uno que muere, suceder se mira
otro que, ardiendo en ira,
busca el negro placer de la venganza,
y al enemigo intrépido se lanza.
Oigo precipitar de las alturas
las rocas arrancadas de su asiento;
y en medio del horrendo torbellino
del humo denso que el cañón despide,
la desesperación rugiendo gira:
todo es fuego y horror, y sangre y muerte.
En vano el Alemán, en polvo envuelto,
lidia contra la suerte:
él huye derrotado,
de ardiente rabia y de sudor bañado.
Ya, Buonaparte, logran tus guerreros
víveres, ropas, armas abundantes;
ya el paso de los Alpes te promete
mil lauros venideros;
ya la fértil Italia en sus campañas
presenta nuevo objeto a tus hazañas.
¿Cómo podré de triunfos tan heroicos
el torrente seguir por las riberas
¿Cómo pintar las huestes altaneras
del soberbio Alemán aniquiladas;
sus águilas antiguas sepultadas
en los profundos cauces,
que, henchidos de cadáveres, sus ondas
llevan, tintas de sangre por el llano,
la horrible destrucción del ser humano?
¿Cómo decir, cuán sabio y generoso
del sublime Virgilio
la feliz patria y la ceniza fría
supiste respetar? ¿Cómo podría
celebrar este rasgo de tu genio,
que de Cienfuegos el sublime canto
eligió para asunto de su ingenio?
Vuelas de un triunfo en otro, y victorioso
llegas a Lodi, cuyo estrecho paso
el Alemán te impide, y de la Galia
los valientes guerreros
intimidan sus huestes numerosas,
parando el raudo curso a sus aceros.
Tú, semejante al rayo desprendido
del hórrido nublado,
fuerzas el puente solo;
y el pabellón francés enarbolado
en la ribera opuesta por tu brío
decidió en este día
a pesar de las balas y la muerte,
de la victoria la dudosa suerte.
En vano Mantua bajo sus murallas
te opone cinco ejércitos soberbios;
en vano de tu gloria
impedir quiere el vuelo venturoso;
rendidos sus altivos Generales
sufren la dura suerte de la guerra:
Milán se goza, y sobre su ruina
la República eleva Cisalpina.
Así por todas partes va cantando
tus hazañas la fama voladora;
así va recobrando
la Galia su esplendor y sus derechos,
que los hijos del Sena
fijarán en los muros de Viena.
Ella también despojo hubiera sido
del héroe valeroso,
si en Campo-Formio el ramo de la oliva
no la diera su brazo generoso,
el verde ramo que la paz anuncia,
objeto de los hombres suspirado.
El labrador cansado,
alzando al cielo la abatida frente,
estrecha entre sus brazos cariñoso
la amada esposa y a sus tiernos hijos,
bendiciendo la paz, que en dulce calma
a su antiguo afanar torna el reposo;
y los bueyes unciendo,
de sudor baña la fecunda tierra,
que dejó estéril la sangrienta guerra.
Vive feliz en la mansión antigua,
hombre de probidad; y la concordia
pueda por siempre tu sencillo albergue
de frutos coronar; pueda el guerrero
olvidar la fatiga en los hogares
de su tranquila patria venturosa;
cuando yo en la arenosa
margen del Nilo esparciré mi canto,
y a Buonaparte seguiré entre tanto.
La poesía
Oda a un amante de las artes de imitación
Oh tú, que protector del genio hispano
elevas la abatida lira mía,
desde el obscuro seno,
do el velo del olvido la cubría,
hasta el supremo asiento, que previene
la fama a la divina poesía;
a ti consagraré tan dulce empleo;
a ti que amas el arte imitadora,
de la música hermana,
y del alma sensible encantadora.
Seguid mi canto, de placer henchidas,
cítaras de la Iberia;
Amira, alzando el humillado acento,
preconiza la ciencia de Helicona;
y esparce por el viento
los resonantes metros de la Hesperia.
Si de la antigüedad el heroísmo
de los tiempo alcanza el raudo vuelo,
y las puras virtudes celestiales
fueron a par del mundo eternizadas,
por vosotros, Poetas inmortales,
nuestra edad llegaron; de los siglos
las inmensas tinieblas arrostrando,
de anonadar al hombre con su fama
a la huesa arrancáis el triste fuero.
Tal es el arte del divino Homero.
De Homero, que en el templo venturoso
de las musas sentado,
su nombre llevará de gente en gente,
ornada de laurel la heroica frente.
Él enseñó la senda de la gloria
al sublime Virgilio,
y en pos de ellos el Taso
se coronó en la cumbre del Parnaso.
¡Oh! felices vosotros,
genios de imitación, que de su ejemplo
osáis seguir la huella, vencedora;
vuestra lira sonora
ensalza, la virtud, destruye el vicio;
y si cantáis los males, que a la tierra
trajo la horrible guerra,
que adula el corazón del hombre fiero;
detestando las iras del combate,
su mano arroja el homicida acero,
odiando la victoria,
que de sangre manchara su memoria.
De Melpomene augusta los furores
la Grecia nos presenta, embellecidos
por sus sabios autores;
ellos de pompa y majestad vestidos
los héroes de su edad eternizaron;
del ciego fatalismo el duro imperio
a los futuros tiempos demostraron,
y abominando el crimen,
dieron la compasión a la inocencia,
y el sangriento terror a la violencia.
Émulas de su triunfo las naciones
sus felices talentos dedicaron
a mover los sensibles corazones.
En vano tantos siglos de ignorancia
opusieron su espacio tenebroso
a tan noble anhelar; al fin hollaron
los genios de la Italia su barbarie,
y los hijos del Támesis undoso,
rivales de la España,
emprendieron también igual hazaña;
Corneille la atrevida mente alzando
al trágico coturno,
de tantos los desvelos superando,
al gran Racine demostró la senda
del trono de la regia Melpomene,
el que Voltaire y Crebillon ornaron,
y en la margen del Sena lo fijaron.
La lírica corona Euterpe ofrece
sin competencia al tierno Metastasio;
a Horacio dio Polimnia las sentencias
de la pura moral filosofía;
y tú, Erato, tus versos amorosos
a Ovidio y a Catulo.
A Propercio y Tibulo,
hasta que Gésner con suave canto
en metros armoniosos,
retrata de natura el rico manto,
y su numen sencillo
presta a los prados nuevo ser y brillo.
El siglo de oro de la España llega,
y las sagradas musas a porfía
a los hijos del Tajo concedieron
su inspiración feliz; ellos volaron
al teatro español, que embellecieron
con sus divinas gracias florecientes,
abriendo la carrera,
que después imitó la Europa entera.
También al bello sexo le fue dado
a la gloria aspirar; celebra Atenas
a la dulce Corina;
y de Safo inmortal el nuevo metro
dejó de su pasión el fin terrible
a la posteridad eternizado;
que el mérito fue siempre desgraciado.
Tú, tierna musa, de la Galia encanto,
sensible Deshoulieres, guiando el coro
de festivas zagalas y pastores,
a Gésner imitando,
de la inocencia cantas los amores;
Apolo el don de ciencia, tan divina;
a ti concede, a Safo y a Corina.
Eterna gloria a sus felices nombres
mi lira cantará; y arrebatada
en noble emulación sus huellas sigo,
admirando sus genios inmortales.
¡Oh feliz elección, grato consuelo
de mis inmensos males!
¡Oh lira bien hadada!
De tu armonía el atrevido vuelo
resuena en la morada,
donde tu protector la mente inclina
a elevar de tu numen las tareas;
y como de la fuente cristalina
los humildes raudales
aspiran a llegar al Océano,
cayendo de los montes despeñada,
girando por el llano,
corriendo entre colinas desiguales,
las rocas evitando apresurada,
hasta que en la cascada
del soberbio torrente impetuoso
sus aguas junta, el curso facilita,
y al ancho mar con él se precipita:
así mis versos por tu sabio amparo
la envidia vencen, y el temor desprecian.
Mi genio aspira a verse colocado
en el glorioso templo de la fama;
tu noble busto en él será adornado
por las virtudes, y en el duro bronce,
que le sirva de basa, el justo elogio
que te consagro, se verá esculpido,
siendo a tu imagen de este modo unida
la memoria de Amira agradecida.
Oda a un amante de las artes de imitación
Oh tú, que protector del genio hispano
elevas la abatida lira mía,
desde el obscuro seno,
do el velo del olvido la cubría,
hasta el supremo asiento, que previene
la fama a la divina poesía;
a ti consagraré tan dulce empleo;
a ti que amas el arte imitadora,
de la música hermana,
y del alma sensible encantadora.
Seguid mi canto, de placer henchidas,
cítaras de la Iberia;
Amira, alzando el humillado acento,
preconiza la ciencia de Helicona;
y esparce por el viento
los resonantes metros de la Hesperia.
Si de la antigüedad el heroísmo
de los tiempo alcanza el raudo vuelo,
y las puras virtudes celestiales
fueron a par del mundo eternizadas,
por vosotros, Poetas inmortales,
nuestra edad llegaron; de los siglos
las inmensas tinieblas arrostrando,
de anonadar al hombre con su fama
a la huesa arrancáis el triste fuero.
Tal es el arte del divino Homero.
De Homero, que en el templo venturoso
de las musas sentado,
su nombre llevará de gente en gente,
ornada de laurel la heroica frente.
Él enseñó la senda de la gloria
al sublime Virgilio,
y en pos de ellos el Taso
se coronó en la cumbre del Parnaso.
¡Oh! felices vosotros,
genios de imitación, que de su ejemplo
osáis seguir la huella, vencedora;
vuestra lira sonora
ensalza, la virtud, destruye el vicio;
y si cantáis los males, que a la tierra
trajo la horrible guerra,
que adula el corazón del hombre fiero;
detestando las iras del combate,
su mano arroja el homicida acero,
odiando la victoria,
que de sangre manchara su memoria.
De Melpomene augusta los furores
la Grecia nos presenta, embellecidos
por sus sabios autores;
ellos de pompa y majestad vestidos
los héroes de su edad eternizaron;
del ciego fatalismo el duro imperio
a los futuros tiempos demostraron,
y abominando el crimen,
dieron la compasión a la inocencia,
y el sangriento terror a la violencia.
Émulas de su triunfo las naciones
sus felices talentos dedicaron
a mover los sensibles corazones.
En vano tantos siglos de ignorancia
opusieron su espacio tenebroso
a tan noble anhelar; al fin hollaron
los genios de la Italia su barbarie,
y los hijos del Támesis undoso,
rivales de la España,
emprendieron también igual hazaña;
Corneille la atrevida mente alzando
al trágico coturno,
de tantos los desvelos superando,
al gran Racine demostró la senda
del trono de la regia Melpomene,
el que Voltaire y Crebillon ornaron,
y en la margen del Sena lo fijaron.
La lírica corona Euterpe ofrece
sin competencia al tierno Metastasio;
a Horacio dio Polimnia las sentencias
de la pura moral filosofía;
y tú, Erato, tus versos amorosos
a Ovidio y a Catulo.
A Propercio y Tibulo,
hasta que Gésner con suave canto
en metros armoniosos,
retrata de natura el rico manto,
y su numen sencillo
presta a los prados nuevo ser y brillo.
El siglo de oro de la España llega,
y las sagradas musas a porfía
a los hijos del Tajo concedieron
su inspiración feliz; ellos volaron
al teatro español, que embellecieron
con sus divinas gracias florecientes,
abriendo la carrera,
que después imitó la Europa entera.
También al bello sexo le fue dado
a la gloria aspirar; celebra Atenas
a la dulce Corina;
y de Safo inmortal el nuevo metro
dejó de su pasión el fin terrible
a la posteridad eternizado;
que el mérito fue siempre desgraciado.
Tú, tierna musa, de la Galia encanto,
sensible Deshoulieres, guiando el coro
de festivas zagalas y pastores,
a Gésner imitando,
de la inocencia cantas los amores;
Apolo el don de ciencia, tan divina;
a ti concede, a Safo y a Corina.
Eterna gloria a sus felices nombres
mi lira cantará; y arrebatada
en noble emulación sus huellas sigo,
admirando sus genios inmortales.
¡Oh feliz elección, grato consuelo
de mis inmensos males!
¡Oh lira bien hadada!
De tu armonía el atrevido vuelo
resuena en la morada,
donde tu protector la mente inclina
a elevar de tu numen las tareas;
y como de la fuente cristalina
los humildes raudales
aspiran a llegar al Océano,
cayendo de los montes despeñada,
girando por el llano,
corriendo entre colinas desiguales,
las rocas evitando apresurada,
hasta que en la cascada
del soberbio torrente impetuoso
sus aguas junta, el curso facilita,
y al ancho mar con él se precipita:
así mis versos por tu sabio amparo
la envidia vencen, y el temor desprecian.
Mi genio aspira a verse colocado
en el glorioso templo de la fama;
tu noble busto en él será adornado
por las virtudes, y en el duro bronce,
que le sirva de basa, el justo elogio
que te consagro, se verá esculpido,
siendo a tu imagen de este modo unida
la memoria de Amira agradecida.
Oda a don Manuel de Quintana
Gracias una y mil veces doy al cielo
de hallarme en soledad; aquí, alma mía,
respira libremente:
¿en tan odioso suelo,
quién puede apetecer la compañía?
que corre diligente,
llena de orgullo, de ambición henchida,
de vil adulación acompañada,
y de negro interés prostituida,
es de mí detestada.
¡Oh Quintana! Tú sabes que abomino
estas falaces pompas del destino.
Sabia, fecunda y fiel naturaleza
gime en estos jardines suntuosos
por el arte oprimida;
destruye su belleza
en formas y dibujos monstruosos;
al vano gusto del capricho unida,
imagen abatida
de la virtud sagrada, llora en vano.
¡Con cuánto más placer en las orillas
del claro Gualmedina, el verde llano
vi poblar de ovejillas,
en giros mil acá, y allá saltando
con sus tiernos hijuelos retozando!
Por blanco mármol y dorados bronces
las cristalinas aguas arrojadas
suspendieron mis ojos;
miré en torno, y entonces
las gratas ilusiones disipadas
doblaron el pesar y los enojos.
Vi los tristes despojos
del hombre en sus grandezas engreído;
vi aquellos poderosos altaneros
el obsequio gozar, no merecido
de corazones fieros;
y pretender que logre el egoísmo
el premio que se debe al heroísmo.
Si por el lado opuesto descendiendo
busco del prado la naciente grama,
oh elevada colina,
que el gusto complaciendo,
sirva a mis miembros de mullida cama;
luego en tropel confuso se avecina
la gente, que destina
este lugar sencillo a su recreo.
Vienen con aparato bullicioso
a gozar la hermosura del paseo;
y con desvelo ansioso
mujeres bellas en orgullo iguales,
principios ciertos de perpetuos males.
Ni aun el sagrado templo está seguro
de abrigar la maldad en su recinto;
allí el lujo brillante
no es homenaje puro,
no es tributo de un Dios; a fin distinto
la vanidad del hombre penetrante,
en su orgullo constante,
hizo servir la pompa y la grandeza:
el Ser supremo olvida temerario
al tiempo, que le ofrece su riqueza;
pero el destino vario
doblega al triste cual ligera caña,
y en el soberbio corta su guadaña.
Yo vi desde mi albergue al alto monte
coronar el nublado ennegrecido;
vi, que el celeste fuego
alumbra el horizonte:
lejano el trueno penetro mi oído;
los ecos resonaron con el ruego;
mas luego, amigo, luego
que convertida en lluvia la tormenta,
el huracán en doble remolino
arrebató el peligro, que lamenta
el mísero vecino,
todo volvió a su ser, que la malicia
pronto del cielo olvida la justicia.
Quintana, vuela; sólo tú pudieras
animar mis ideas confundidas,
llenarme de contento;
las horas placenteras
de tu agradable genio ya perdidas
a mi vida prestaran nuevo aliento:
tú, con sublime acento
volvieras el verdor al mustio prado;
sensible y sabio, de amistad movido
mi placer renovaras con tu agrado;
mi ser fortalecido
con tu amistoso trato viviría;
y mi voz contra el vicio elevaría.
La vanidad de los placeres
Oda
Oigo del mundo el eco lisonjero
sonar gozoso en torno de mi mente,
y la insensata gente
veo correr en vano
sin poder halagar ningún sentido:
¿será, que la fortuna a los mortales
jamás otorgue algún placer cumplido;
o que el fastidio siga a las pasiones,
que no pueden saciar sus corazones?
Genio, que inspiras sin cesar mi canto,
yo me abandono a ti; guía mi acento;
vuela en pos del contento
que el hombre te presenta en su grandeza,
cuando engañado su vivir fatiga,
y sus tesoros por gozar prodiga.
Jamás el espectáculo pomposo
vio del sol al nacer, ni sus oídos
el canto de las aves melodioso
gozaron, cuando el orbe se ilumina;
sumido en ocio, de velar cansado,
la noche se avecina
cuando el lecho dejando lentamente,
torna de los placeres al bullicio,
con que el mundo le encubre el precipicio.
Piensa que puede amar, y ser amado;
y los deleites del amor siguiendo,
un instante engañado
vivió de su ilusión encantadora;
pero nunca gozó: desconfianzas,
ingratitud, traiciones le atormentan;
celos devoradores
le acosan sin cesar con sus furores;
y si en la variedad busca delicias,
el interés le vende sus caricias.
El lujo le previene los banquetes
que la gula inventó; soberbio en ellos
adula su deseo caprichoso
con viandas exquisitas:
naturaleza de su seno hermoso,
los dones le presenta, que cultiva
bañado de sudor el desvalido,
allí desvanecido,
de falaces amigos rodeado,
con extraños licores lisonjea
su apetito estragado,
hasta que en el desorden ya beodo
pierde con la razón el placer todo.
Envilecido entonces, degradado
del nombre racional corre aturdido
del circo al espectáculo sangriento,
en él, igual a las sañudas fieras,
del hombre perseguidas,
tranquilo goza el bárbaro contento
de ver los inocentes animales
rabiando de perecer; y si la suerte
no protege los diestros lidiadores
también sin susto ve llegar su muerte.
Si asiste del teatro a las delicias,
sólo es por vanidad; su entendimiento
desconoce del arte los encantos:
el vano lucimiento
ocupa su atención; no las pasiones
que ve representar; no las desgracias,
ni el castigo, que alcanza el vicio impío,
su corazón movieron,
de sentimientos y virtud vacío.
Alguna vez de estruendo venatorio
seguido al campo sale;
y en el placer de muerte embebecido
las libres aves su rigor destruye;
que el privilegio de volar no vale
contra el ronco estallido
de la pólvora atroz; ni el manso ciervo,
ni la tímida liebre,
ni el veloz gamo su vivir libraron;
todos perecen: ¡ay!, cuando se aleja,
rastros de sangre por el valle deja.
Corre luego al festín; el atractivo
de la danza le ofrece sus deleites;
allí en tropel festivo
los mortales alegres se abandonan:
quien, en vueltas acá y allá girando,
en sus brazos conduce la doncella;
quien, rápido saltando,
del bello sexo la pasión excita;
quien, por danzar se agita,
y a los espectadores atropella:
los ojos se deleitan, los oídos;
y el tacto encanta los demás sentidos.
En vano este delirio pasajero
su languidez desvela,
mas poderoso objeto necesita,
para gozar placer; al juego vuela,
al juego destructor; en él consume
su tiempo y su riqueza:
en sus falaces suertes pierde el oro,
que socorrer pudiera cien familias,
y deja entre las manos de un malvado,
lo que aliviar debiera al desdichado.
Si honoríficos puestos solicita,
¡cuánto a su orgullo que sufrir le espera!
La brillante carrera
de los premios emprende,
sin merecer ninguno; en ella ansioso
teme desaires, humillado ruega,
lisonjea, importuna,
y si acaso concede la fortuna
a su anhelar la injusta recompensa,
llega la senectud, y en pos la muerte
se presenta, seguida
del atormentador remordimiento,
de dolencia y terror; en vano entonces
remedios busca, por alivio clama;
el sepulcro lo llama;
baja a su seno, y su memoria en tanto
de nadie logra compasión ni llanto.
¿Y qué placer gozó? Todos huyeron
fugaces, del destino a la inconstancia;
todos en aflicción se convirtieron
cuando llegó su fin. ¿Acaso existe
algún placer durable cual la vida?
¿Acaso el mundo los consuelos niega
de recordar la dicha, aunque perdida?
No, débiles mortales;
la sagrada virtud en nuestros males
brilla, como la luz en las tinieblas;
ella conforta el corazón humano
contra la adversidad; y el poderoso,
que al triste socorrió con larga mano,
consigue venturoso
el supremo placer de hacer felices:
este es solo el deleite duradero
hasta el instante de vivir postrero.
En los días de un amigo de la autora
Oda
Por llegar a la cumbre
del Parnaso eminente,
dejaba alegre mi apacible choza,
antes que por las puertas del oriente
la brillante carroza
de la rosada aurora
fuese de la de Febo precursora.
A celebrar los días
felices de Sabino
al templo de las musas me acercaba,
cuando escuché sonar eco divino,
que el Pindo alborozaba,
y en confusa armonía
el nombre de Sabino repetía.
Apresuro mis pasos,
y, donde Apolo estaba,
vi el coro de los dioses congregado,
que a mi feliz amigo festejaba
con el himno sagrado,
que él mismo componía,
por aumentar la gloria de su día.
Neptuno sin tridente,
Minerva sin la egide,
sin su lanza Belona, y Marte, fiero
sin la sangrienta espada, con que mide
la suerte del guerrero,
cantaban el destino,
que inspiraba la lira de Sabino:
Júpiter sin el rayo,
que aterra a los mortales,
al lado de Mercurio y de Diana
dejaba las moradas celestiales;
mientras Venus ufana
de ser la más hermosa
hizo a Juno quedar más envidiosa.
En tanto vi a las musas
brillantes y festivas,
que a los alegres genios repartieron
sacros ramos de palmas y de olivas.
En pos de esto pusieron
en la cima del monte
verde asiento, que admira el horizonte.
Sabino conducido
por la fama y la gloria:
Sin orgullo sentose. Arrebatada
yo entonces de su dicha, hice memoria
de mi lira olvidada,
y esperé que algún día
su silla se igualase con la mía.
«Anima, caro amigo,
»(le dije) con tu ejemplo
»los versos de mi numen atrevido;
»porque la fama en su glorioso templo
»librarlos pueda del obscuro olvido;
»y a pesar de los hados
»siempre serán tus días celebrados.»
Risueño se levanta,
y antes de responderme,
por aliviar mis infinitos males,
quiso de gracia algún presente hacerme;
y los puros cristales
de la castalia fuente
amistoso señala y complaciente.
Amira, dijo, llega;
bebe el agua que inspira
el amor celestial de las virtudes;
si alguna vez tu corazón suspira,
en seguirlas no dudes;
si su fuego lo inflama,
tu canto gozará de inmortal fama.
Yo bebí, y en mi seno
sentí, que poseído
mi dócil corazón de ardores puros,
los afanes de amor daba al olvido;
y en los tiempos futuros
de la sabia natura
señalara este día mi ventura.
Ya había de las horas
el celo cuidadoso
en el délfico carro los caballos
uncido para el curso vagaroso
El dios a sujetallos
subió sobre su asiento
y luego hollaron la región del viento.
Yo volví con Sabino
gozosa a mi morada,
y del licor de Baco prevenida,
rebosando la taza colorada,
le dije enternecida:
»el resto de este día
»a tu amistad consagre mi alegría.»
En elogio de la representación de la opereta intitulada El Delirio, ejecutada en el Coliseo del Príncipe
Oda
Oigo del mundo el eco lisonjero
sonar gozoso en torno de mi mente,
y la insensata gente
veo correr en vano
sin poder halagar ningún sentido:
¿será, que la fortuna a los mortales
jamás otorgue algún placer cumplido;
o que el fastidio siga a las pasiones,
que no pueden saciar sus corazones?
Genio, que inspiras sin cesar mi canto,
yo me abandono a ti; guía mi acento;
vuela en pos del contento
que el hombre te presenta en su grandeza,
cuando engañado su vivir fatiga,
y sus tesoros por gozar prodiga.
Jamás el espectáculo pomposo
vio del sol al nacer, ni sus oídos
el canto de las aves melodioso
gozaron, cuando el orbe se ilumina;
sumido en ocio, de velar cansado,
la noche se avecina
cuando el lecho dejando lentamente,
torna de los placeres al bullicio,
con que el mundo le encubre el precipicio.
Piensa que puede amar, y ser amado;
y los deleites del amor siguiendo,
un instante engañado
vivió de su ilusión encantadora;
pero nunca gozó: desconfianzas,
ingratitud, traiciones le atormentan;
celos devoradores
le acosan sin cesar con sus furores;
y si en la variedad busca delicias,
el interés le vende sus caricias.
El lujo le previene los banquetes
que la gula inventó; soberbio en ellos
adula su deseo caprichoso
con viandas exquisitas:
naturaleza de su seno hermoso,
los dones le presenta, que cultiva
bañado de sudor el desvalido,
allí desvanecido,
de falaces amigos rodeado,
con extraños licores lisonjea
su apetito estragado,
hasta que en el desorden ya beodo
pierde con la razón el placer todo.
Envilecido entonces, degradado
del nombre racional corre aturdido
del circo al espectáculo sangriento,
en él, igual a las sañudas fieras,
del hombre perseguidas,
tranquilo goza el bárbaro contento
de ver los inocentes animales
rabiando de perecer; y si la suerte
no protege los diestros lidiadores
también sin susto ve llegar su muerte.
Si asiste del teatro a las delicias,
sólo es por vanidad; su entendimiento
desconoce del arte los encantos:
el vano lucimiento
ocupa su atención; no las pasiones
que ve representar; no las desgracias,
ni el castigo, que alcanza el vicio impío,
su corazón movieron,
de sentimientos y virtud vacío.
Alguna vez de estruendo venatorio
seguido al campo sale;
y en el placer de muerte embebecido
las libres aves su rigor destruye;
que el privilegio de volar no vale
contra el ronco estallido
de la pólvora atroz; ni el manso ciervo,
ni la tímida liebre,
ni el veloz gamo su vivir libraron;
todos perecen: ¡ay!, cuando se aleja,
rastros de sangre por el valle deja.
Corre luego al festín; el atractivo
de la danza le ofrece sus deleites;
allí en tropel festivo
los mortales alegres se abandonan:
quien, en vueltas acá y allá girando,
en sus brazos conduce la doncella;
quien, rápido saltando,
del bello sexo la pasión excita;
quien, por danzar se agita,
y a los espectadores atropella:
los ojos se deleitan, los oídos;
y el tacto encanta los demás sentidos.
En vano este delirio pasajero
su languidez desvela,
mas poderoso objeto necesita,
para gozar placer; al juego vuela,
al juego destructor; en él consume
su tiempo y su riqueza:
en sus falaces suertes pierde el oro,
que socorrer pudiera cien familias,
y deja entre las manos de un malvado,
lo que aliviar debiera al desdichado.
Si honoríficos puestos solicita,
¡cuánto a su orgullo que sufrir le espera!
La brillante carrera
de los premios emprende,
sin merecer ninguno; en ella ansioso
teme desaires, humillado ruega,
lisonjea, importuna,
y si acaso concede la fortuna
a su anhelar la injusta recompensa,
llega la senectud, y en pos la muerte
se presenta, seguida
del atormentador remordimiento,
de dolencia y terror; en vano entonces
remedios busca, por alivio clama;
el sepulcro lo llama;
baja a su seno, y su memoria en tanto
de nadie logra compasión ni llanto.
¿Y qué placer gozó? Todos huyeron
fugaces, del destino a la inconstancia;
todos en aflicción se convirtieron
cuando llegó su fin. ¿Acaso existe
algún placer durable cual la vida?
¿Acaso el mundo los consuelos niega
de recordar la dicha, aunque perdida?
No, débiles mortales;
la sagrada virtud en nuestros males
brilla, como la luz en las tinieblas;
ella conforta el corazón humano
contra la adversidad; y el poderoso,
que al triste socorrió con larga mano,
consigue venturoso
el supremo placer de hacer felices:
este es solo el deleite duradero
hasta el instante de vivir postrero.
En los días de un amigo de la autora
Oda
Por llegar a la cumbre
del Parnaso eminente,
dejaba alegre mi apacible choza,
antes que por las puertas del oriente
la brillante carroza
de la rosada aurora
fuese de la de Febo precursora.
A celebrar los días
felices de Sabino
al templo de las musas me acercaba,
cuando escuché sonar eco divino,
que el Pindo alborozaba,
y en confusa armonía
el nombre de Sabino repetía.
Apresuro mis pasos,
y, donde Apolo estaba,
vi el coro de los dioses congregado,
que a mi feliz amigo festejaba
con el himno sagrado,
que él mismo componía,
por aumentar la gloria de su día.
Neptuno sin tridente,
Minerva sin la egide,
sin su lanza Belona, y Marte, fiero
sin la sangrienta espada, con que mide
la suerte del guerrero,
cantaban el destino,
que inspiraba la lira de Sabino:
Júpiter sin el rayo,
que aterra a los mortales,
al lado de Mercurio y de Diana
dejaba las moradas celestiales;
mientras Venus ufana
de ser la más hermosa
hizo a Juno quedar más envidiosa.
En tanto vi a las musas
brillantes y festivas,
que a los alegres genios repartieron
sacros ramos de palmas y de olivas.
En pos de esto pusieron
en la cima del monte
verde asiento, que admira el horizonte.
Sabino conducido
por la fama y la gloria:
Sin orgullo sentose. Arrebatada
yo entonces de su dicha, hice memoria
de mi lira olvidada,
y esperé que algún día
su silla se igualase con la mía.
«Anima, caro amigo,
»(le dije) con tu ejemplo
»los versos de mi numen atrevido;
»porque la fama en su glorioso templo
»librarlos pueda del obscuro olvido;
»y a pesar de los hados
»siempre serán tus días celebrados.»
Risueño se levanta,
y antes de responderme,
por aliviar mis infinitos males,
quiso de gracia algún presente hacerme;
y los puros cristales
de la castalia fuente
amistoso señala y complaciente.
Amira, dijo, llega;
bebe el agua que inspira
el amor celestial de las virtudes;
si alguna vez tu corazón suspira,
en seguirlas no dudes;
si su fuego lo inflama,
tu canto gozará de inmortal fama.
Yo bebí, y en mi seno
sentí, que poseído
mi dócil corazón de ardores puros,
los afanes de amor daba al olvido;
y en los tiempos futuros
de la sabia natura
señalara este día mi ventura.
Ya había de las horas
el celo cuidadoso
en el délfico carro los caballos
uncido para el curso vagaroso
El dios a sujetallos
subió sobre su asiento
y luego hollaron la región del viento.
Yo volví con Sabino
gozosa a mi morada,
y del licor de Baco prevenida,
rebosando la taza colorada,
le dije enternecida:
»el resto de este día
»a tu amistad consagre mi alegría.»
En elogio de la representación de la opereta intitulada El Delirio, ejecutada en el Coliseo del Príncipe
Oda
Almas sensibles, escuchad mi canto.
Para vosotras mi olvidada lira
vuelve a sonar no más; bañada en llanto,
en llanto de ternura,
la mágica pintura
del Delirio os presenta; oíd mi acento,
que a vosotras no más dará contento.
Si de la admiración arrebatada
de Marte asolador canté el estruendo,
y los héroes siguiendo,
vi de su carro el giro pavoroso
con sangre señalado,
y de funestas lágrimas regado;
hoy, que del vicio el vergonzoso fruto
movió mi corazón con sus horrores,
responderá mi voz a sus clamores.
Amaneció de luz y gloria lleno
el venturoso día,
que ansió mi corazón; las bellas artes
combaten la maldad; naturaleza
para su triunfo el genio les ofrezco
de un actor singular; por todas partes
la compasión con el terror volaron,
cuando el Delirio en él representaron.
Mirad su frenesí: ¿cuál es la causa
de ese horrible furor, con que se agita?
El juego que os incita,
el juego que su mente ha trastornado,
y al hombre virtuoso ha degradado.
¡Ay! Yo gemí con él; y mis suspiros
y los de un pueblo con los suyos fueron:
¡Ay! Yo lloré con él; pero mi llanto
las lágrimas de todos confundieron:
¡ah!, malvados, temblad llenos de espanto,
oyendo sus lamentos doloridos;
temblad, cuando lo veis romper la tierra
por pagar el engaño; ella algún día
os negará el sustento; y si cavando
osáis buscarle en su abundoso seno,
del corvo hierro el golpe rechazando,
lanzará de su centro horribles gritos,
que dirán: no mantengo los delitos.
Lejos de este espectáculo, vosotras
gentes endurecidas;
lejos de aquí el tumulto en que engreídas
corréis tras los placeres bulliciosas,
entre el vano aparato sin sentido.
El rostro ni el vestido
de este sublime actor, ni la armonía,
que arrebata pintando sus pasiones,
moverá vuestra helada fantasía;
Él habla a los sensibles corazones.
Los que con él en su aflicción gimieron,
también en sus consuelos se gozaron,
cuando al Delirio vieron
la calma suceder. Vuelve piadosa
la cándida virtud: ved el semblante
de esa esposa constante,
que con voz angustiada y melodiosa,
extendiendo sus brazos;
la razón le devuelve en dulces lazos.
La amistad, que la sigue,
con la tierna piedad de un aldeano,
y el alborozo ufano
de la sencilla gente
forman, poniendo fin a su martirio,
el patético cuadro del Delirio.
Música y poesía encantadoras,
genios de imitación, abrid el templo
de la inmortalidad, y en su recinto
coronad al actor, que despreciando
el negro vicio, y la ignorancia hollando,
logró la admiración de nuestra España:
porque tan bello ejemplo
quede a los siglos en el sacro templo.
El Parnaso neoclásico fue visitado por otra escritora de gran personalidad como fue María Rosa Gálvez de Cabrera, aunque ejerciera más de dramaturga que de poetisa. Vino al mundo en Málaga el año de 1768, de ascendencia desconocida pero «de ilustres de distinguida nobleza», por lo que estuvo un tiempo acogida en la casa de expósitos de Ronda. Fue adoptada y educada por Antonio de Gálvez, de quien se sospechaba que era el padre verdadero, y Mariana Ramírez de Velasco, los cuales, como carecían de descendencia, la trataron como si fuera hija. Emparentaba de este modo con los famosos Gálvez, ya que don Antonio era hermano de José de Gálvez, marqués de Sonora y futuro ministro de Indias. En julio de 1789 casó en su ciudad natal con José Cabrera y Ramírez, teniente de infantería y primo suyo. En 1793 nació una hija que debió morir a temprana edad, según confiesa en una carta en la que ella reconocía «una angustiosa y contradictoria existencia de hija sin madre y madre sin hija». El fallecimiento de sus padres adoptivos le procuraron en herencia la mitad de sus posesiones en Málaga, Vélez y Puerto Real, con cláusula de sustitución a favor de su prima María Teresa, hija del citado marqués. El legado dio lugar a varios pleitos entre el matrimonio Cabrera y sus primos que concluyeron con la venta y embargo de parte de los inmuebles y la prisión, a finales de 1794, de su marido José Cabrera por amenazar a una persona «con armas prohibidas». La situación familiar se deterioró gravemente, según ha estudiado Bordiga Grinstein, obligada la joven esposa a pleitear y casi arruinada por los gastos del juicio y las deudas del marido quien, por otra parte, no retornó al hogar una vez liberado de la cárcel. Con suma valentía solicitó la disolución del vínculo matrimonial, separación legal que no era factible ya que no existía una ley de divorcio, por lo que tales situaciones sólo admitían dos soluciones: o se reconciliaban los esposos o ingresaba la mujer en un convento. Se arregló el problema con la reconciliación «como es conducente a todo buen matrimonio» y, quizá aconsejados por la autoridad para evitar mayores escándalos en la ciudad, el 2 de diciembre de 1796 fijaron su residencia familiar en Cádiz.
En 1800 pasó María Rosa Gálvez a vivir a Madrid, donde residía en la calle Francos. Basándose en fuentes poco fidedignas y a la postre erróneas, Serrano y Sanz popularizó la imagen de una mujer a quien hizo salir de Málaga a causa de su mala conducta moral, y ahora mantener relación íntima con Manuel Godoy, si bien se veía obligado a matizar «que en este punto la maledicencia ha exagerado notablemente los hechos, hasta afirmar que la poetisa recreaba al Ministro, no sólo con sus caricias, sino que, prostituyendo la poesía, le distraía de graves ocupaciones con la lectura de versos en extremo lozanos y verdes». No parece razonable que, estando relacionada la joven con familia tan bien considerada socialmente como los Gálvez, pudiera estar su conducta en boca de todos. También es posible como mantiene R. Andioc, que su personalidad se haya confundido con la de otra mujer que llevaba el mismo apellido. R. Foulché-Delbosc editó un manuscrito coetáneo intitulado Los vicios de Madrid (1807), escrito como otros muchos que se publicaron en la época en descrédito del Príncipe de la Paz, en el que de forma dialogada se hacía referencia a personajes del mundo cortesano de la época: así menciona a María Rosa, de la que no dice nada despectivo, junto a una tal Matilde Gálvez. Esta debió de ser dama de vida alegre según se refiere en el mismo escrito: «Es una de las mujeres más bonitas que se han conocido en España. No hay uno que no la cobre amor apenas la ve. De suerte que le han dado el nombre de la divina Matilde».Y uno de los interlocutores matiza sin reservas más adelante: que «era doncella, y el Príncipe de la Paz determinó por buena providencia que no lo fuese. No sólo hizo ese favor, sino que la dejó embarazada y, por ocultarlo, la casó con un tal Minutulo, a quien hicieron coronel de Farnesio». Otros muchos personajes de la corte gozaron de los favores de la coronela, cuyo marido era en realidad el brigadier Raymundo Capeche de Minutolo. Andioc identifica a la divina Matilde con una hija de Bernardo de Gálvez, conque de Gálvez, gobernador en Luisiana y Cuba y luego virrey de México, al parecer aficionada a las letras, cómica ocasional en funciones privadas, y que acabaría desterrada en Badajoz. Entre las amigas de la joven se menciona a la duquesa de Aliaga, que se entendía con Diego Godoy, hermano del primer ministro.
Pasado un tiempo, vino a Madrid José Cabrera sin que llegara a convivir con su esposa ya que moraba en otro domicilio. Aprovechó su conocimiento de idiomas para solicitar (1803) un puesto en una embajada. Por recomendación de Godoy consiguió un destino en «un ministerio de Estados Unidos», en realidad ayudante de embajada con un sueldo de 12.000 reales anuales, mientras se le ascendía a capitán graduado. Su marcha a Estados Unidos le apartó para siempre de la compañía de su todavía esposa, pero no de las dificultades pues llevó una vida desarreglada, cometió varios delitos económicos por los que fue enjuiciado y condenado a diez años de «trabajos públicos». Por este motivo en 1804 perdió su puesto en la embajada, consiguió salir de ese país y fue encerrado en el castillo del Morro de La Habana, para retornar a su patria en agosto de 1806.
La relación de la escritora con Manuel Godoy, sin necesidad ya de que hiciera competencia a la reina María Luisa de quien también se le suponía amante, debió de situar a la poetisa malagueña en el entorno de las intrigas palaciegas que, en su intento de moderar la Ilustración para reducir el impacto de las ideas revolucionarias, arrastró a la cárcel o al destierro a conocidos prohombres de las letras (Jovellanos, Meléndez Valdés...), que después oscurecieron el poder del Príncipe de la Paz. Cuando su estrella política decayó, tal vez quedó en entredicho la corte cultural que le rodeaba y la Gálvez debió de sufrir las consecuencias de esta política. Algún estudioso la supone Bachiller en filosofía; los más, creen que fue escritora de formación autodidacta, aunque estaba bien informada y al tanto de las modas literarias europeas y españolas.
No parece probable que José Cabrera volviera a encontrase de nuevo con su mujer quien, «enferma en cama», había hecho testamento el 30 de septiembre de 1806, con el ritual propio de estas piezas legales. Por el mismo sabemos que vivía en su casa al cuidado de una criada llamada Francisca de Casas, a la que deja un sueldo vitalicio de seis reales, muebles, ropa y menaje «excepto las alhajas de plata, oro y pedrería, y los libros y papeles». Falleció el 2 de octubre siguiente, se le «enterró de secreto», y sólo llegó su óbito al conocimiento público cuando un poeta anónimo cantaba con la redondilla titulada «A la muerte de doña Rosa Gálvez, insigne y sola española poetisa del tiempo presente» aparecida en el Diario de Madrid del 14 de octubre:
A llanto y dolor nos mueve
la muerte de aquella sola
discreta Musa española,
que valía por las nueve.
La mayor parte de su producción literaria quedó recogida en los tres volúmenes de Obras poéticas (1804), que publicó en la Imprenta Real a instancias de Godoy, después de solicitar la pertinente ayuda ya que «se halla imposibilitada de dar a luz dichas obras, por no tener con qué costear los gastos de impresión, y defraudada por consecuencia de la compensación a que no deja de ser acreedora su aplicación. A esto puede agregarse el deseo de hacer público un trabajo que ninguna otra mujer, ni en nación alguna tiene ejemplar, puesto que las más celebradas francesas se han limitado a traducir o cuanto más han dado a luz una composición dramática». No es de extrañar que remitiera un ejemplar de la obra en agradecimiento al Príncipe de la Paz, junto a otros dos para la reina, «que tales como son carecen de ejemplares en su sexo, no sólo en España sino en toda Europa». Tampoco había puesto ningún inconveniente la censura de don Santos Díez González que «son fruto no despreciable del ingenio de una mujer». Manuel José Quintana las recibió de manera positiva en una reseña que hizo de la edición:
Lo que más luce en ella es un estilo claro y puro y una versificación fácil y fluida. Estas dotes unidas a imágenes agradables y a pensamientos, si no siempre fuertes y escogidos, por lo menos generalmente dulces, recomiendan las poesías líricas de esta colección.
Sólo una tercera parte del primer tomo recoge composiciones poéticas, incluyendo a continuación la ópera lírica Bion y las comedias El egoísta y Los figurones literarios, aunque estén redactadas las tres en verso. En una «Advertencia» que las precede aclara la autora las circunstancias de su escritura:
Las poesías líricas impresas en este tomo son por la mayor parte hijas de las circunstancias; y sólo las presento como una prueba de lo que he podido adelantar en este género. Tales cuales sean unas y otras, confieso ingenuamente que no es mi ánimo entrar en competencias literarias con los que corren como poetas entre nosotros. Conozco la diferencia que hay entre unos talentos mejorados por el estudio, y una imaginación guiada sólo por la naturaleza. Por tanto, espero que, leídas estas obras sin prevención, logren la indulgencia del público.
La reflexión de la escritora resulta pertinente para aclarar que como autora no quiere entrar en competencia con nadie, que su creación nace de la estética neoclásica, y que el contenido de sus poemas son «temas de circunstancias». Los versos han nacido en el espacio cortesano en el que vive la poetisa, escritos en este ambiente, leídos en las tertulias de la corte, y están marcados por circunstancias políticas concretas. «La campaña de Portugal», compuesta en silvas, debe referirse a los episodios bélicos librados con el país vecino en la denominada Guerra de las Naranjas (1801), que terminó en junio del mismo año con el Tratado de Badajoz. Más que la descripción de los episodios bélicos importa especificar la situación política de manera general manejando los tópicos oportunos: valentía de los soldados, los datos fundamentales de la guerra, la paz que cierra el episodio militar. Y concluye el poema con el recuerdo del Príncipe de la Paz a quien va dirigido:
Y ¿a quién mejor que a ti la musa hispana
deberá celebrar, pues generoso
proteges de las artes las tareas;
pues tu influjo piadoso
en su prosperidad benigno empleas?
Yo a tu valor la dulce poesía
reverente consagro, ella te ofrece
la gloria de tu patria, que deseas,
y en tu canto aparece
de tu campaña el triunfo, que en la historia
hará inmortal tu nombre y mi memoria.
Referencias históricas hallamos igualmente en la oda titulada «Las campañas de Bonaparte en Italia», que refleja a las claras las componendas políticas del gobierno español con el francés: «seguiré tus hazañas por doquiera, / defensor de tu patria». La poetisa áulica encuentra otras veces su inspiración en el retrato de los lugares por los que pasea la corte en las distintas estaciones: «La descripción de la fuente de la Espina en el Real Sitio de Aranjuez», romance endecasílabo agrupado en cuartetas que hace una pintura de algunos jardines y fuentes de palacio sumamente vistosa; la «Despedida del Real Sitio de Aranjuez», en octavas, de resonancias garcilasianas. Mayores valores literarios hallamos en la «Descripción filosófica del Real Sitio de San Ildefonso», que dedica a su amigo el joven poeta Manuel J. Quintana, con recuerdos de la reflexión moral de fray Luis que aborrece del orgullo de la ambición, para buscar la soledad, la intimidad, la reflexión («aquí, alma mía, / respira libremente»), como en esta estrofa en la que se pintan las fuentes del Real Sitio:
Por blanco mármol y dorados bronces
las cristalinas aguas arrojadas
suspendieron mis ojos;
miré en torno, y entonces
las gratas ilusiones disipadas
doblaron el pesar y los enojos.
Vi los tristes despojos
del hombre en sus grandezas engreído;
vi aquellos poderosos altaneros
el obsequio gozar, no merecido,
de corazones fieros;
y pretender que logre el egoísmo
el premio que se debe al heroísmo.
Esta composición nos desvela una personalidad diferente a la cortesana en la que la poetisa desnuda su alma oculta y reflexiva, como se manifiesta en algunas composiciones de tono filosófico y moral. «La vanidad de los placeres», casa mal con las celebraciones festivas de la corte, pero trae a la superficie la realidad de sus problemas personales: el lujo, los placeres, el amor, sin olvidar «ingratitud, traiciones», los celos, la caza, los bailes, los puestos políticos, todo son placeres pasajeros, sometidos a la voluble fortuna, sólo la virtud es perdurable. En «A Licio. Silva moral» aconseja a un anciano fortaleza espiritual para combatir contra la maledicencia, el rencor, la envidia. Mayor calado ideológico hallamos en la oda «La beneficencia», dedicada a la condesa de Castro Terreno, en realidad su prima María Teresa de Gálvez, para conmemorar el discurso que pronunció en la Real Junta de Damas de la Económica Matritense en elogio de la reina. Presenta a la Beneficencia, uno de los temas más apreciados de la política de la Ilustración, como una diosa que desciende del Olimpo «para aliviar a los mortales». Busca en la tierra al corazón «noble y piadoso» que sea capaz de aliviar con su bondad natural las necesidades de los pobres, que agradecen estas generosas ayudas. Amira, nombre poético de la autora, desea recibir este don para que pueda ayudar a los necesitados, a los humildes artesanos, a los agricultores, a los hospicianos, a los asilados:
Y vosotros, viciados corazones,
con el lujo engreídos,
de la beneficencia ver el fruto.
Y cuando no podáis enternecidos
pagar a sus bondades el tributo
de la santa virtud, volved los ojos
del tiempo de impiedad a los despojos.
De asuntos de circunstancias, en este caso de tema literario, versan los titulados «En los días de un amigo de la autora», que con el nombre poético de Sabino parece tratarse de un escritor; los versos sáficos «A don Manuel Quintana en elogio de su Oda al Océano», sincero amigo de la autora que le ayudaba a superar las dificultades («sensible y sabio, de amistad movido»); «En elogio de la representación de la opereta intitulada El delirio», versión realizada por Dionisio Solís de una opereta de Révéroni Saint-Cyr, puesta en escena en el coliseo del Príncipe el 9 de diciembre de 1801 con música de B. Gil, en el que valora la capacidad de enajenación del teatro que te introduce en la fábula, sus valores sociales y morales («las bellas artes combaten la maldad»), la habilidad escénica del cómico que la representó:
Música y poesía encantadoras,
genios de imitación, abrid el templo
de la inmortalidad, y en su recinto
coronad al actor que, despreciando
el negro vicio y la ignorancia hollando,
logró la admiración de nuestra España:
Porque tan bello ejemplo
quede a los siglos en el sacro templo.
Me ha interesado de manera particular el poema metaliterario «La poesía, oda a un amante de las artes de imitación», en el que desgrana sus opiniones sobre el arte poética. Amira, «anagrama del nombre de la autora» se lee en una nota a pie de página, solicita a las musas inspiración para practicar «el arte imitadora». Repasa las materias que pueden ser motivo de inspiración, ligadas a los modelos que aportaba la tradición clásica, con indicación de las enseñanzas que de ellas devienen: El saber de la musa Helicona que canta el heroísmo siguiendo «el arte del divino Homero», «el sublime Virgilio», Tasso; el de Melpómene, el drama trágico, con recuerdo de los autores griegos (contra los que se alzaron «los genios de la Italia su barbarie, / y los hijos del Támesis undoso, / rivales de la España, / emprendieron también igual hazaña»), y de los renombrados autores modernos como Corneille, Racine, Voltaire, Crébillon; el de Euterpe, la lírica, con la mención de los maestros clásicos (Horacio, Ovidio, Catulo, Propercio Tibulo) y entre los modernos «el tierno Metastasio», al suave y armonioso Gessner, poeta, pintor y grabador suizo autor de los Idilios (1756 y 1772) que alcanzó un gran predicamento entre nosotros. No podía olvidar en este recuento histórico a las escritoras que habían accedido al Parnaso clásico:
También al bello sexo le fue dado
a la gloria aspirar. Celebra Atenas
a la dulce Corina,
y de Safo inmortal el nuevo metro
dejó de su pasión el fin terrible
a la posteridad eternizado,
que el mérito fue siempre desgraciado.
Aproxima luego su memoria a escritoras más recientes mentando a la «sensible» Deshoulières, imitadora de Gessner en Francia, en realidad la lírica francesa Antonieta Teresa Deshoulières (1662-1718), editora de las obras de su madre Antonieta de Ligier de la Garde, la «décima musa», autora de un importante legado literario de sabor neoclásico de tragedias, comedias, composiciones poéticas (elegías, églogas, madrigales, odas) publicadas en 1695 y reeditadas en París en 1747. Todas ellas han sido su ejemplo y su modelo de inspiración, por lo cual las ensalza sin límite:
Eterna gloria a sus felices nombres
mi lira cantará y, arrebatada,
en noble emulación sus huellas sigo,
admirando sus genios inmortales.
Espera ascender con ellas a la cumbre del Parnaso, a pesar de las envidias de los contrarios a la creación femenina:
Así mis versos por tu sabio amparo
la envidia vencen y el temor desprecian.
Mi genio aspira a verse colocado
en el glorioso templo de la fama.
Tu noble busto en él será adornado
por las virtudes, y en el duro bronce
que le sirve de basa, el justo elogio
que te consagro se verá esculpido,
siendo a tu imagen de este modo unida
la memoria de Amira agradecida.
Concluyo el repaso del apartado lírico de las Obras poéticas de María Rosa Gálvez con la mención de la composición «La noche», que subtitula «canto en verso suelto a la memoria de la señora condesa del Carpio». Se trata de un poema elegíaco en recuerdo del fallecimiento de esta amiga, con lenguaje muy bien sostenido, y que comienza así:
Tinieblas gratas de la oscura noche,
a un corazón sensible, que desea
vivir para pensar vuestro silencio,
la calma anuncia; las veloces sombras,
cayendo de los montes a los valles,
cubren la tierra; el pardo jilguerillo
los últimos cantares repitiendo
al nido vuela, y el pastor conduce
al redil su rebaño numeroso.
Silencio, «dulce melancolía», para ensimismarse en el dolor, en la constatación de la ausencia, en un escenario nocturno, mientras reflejan en las aguas del Tajo «su incierta luz las sombras de los bosques». La noche, que es un fenómeno astral, pero también significa soledad y sentimiento, espacio de reflexión donde la escritora siente que «todo, todo nace para morir».
La lectura de estos poemas me permiten reinterpretar de manera distinta a esta poetisa que había tenido hasta el presente muy mala prensa. Ni es tan frívola como se suponía, ni sus versos tratan todos asuntos políticos o de circunstancias. Se trata de una autora con dos caras distintas y aun contrarias: en una brilla la escritora cortesana, en la otra se explaya la persona que ha sufrido amargamente los hachazos de la vida, que tiene motivos para la reflexión desengañada, incluso para el dolor y el llanto. Por otra parte, estamos ante una autora con conciencia de su condición femenina, por más que ella lo tuviera más fácil al pertenecer al ámbito cortesano. Practica un estilo neoclásico: los subgéneros pertenecen a esta estética; su lenguaje poético modera la adjetivación, utiliza las usuales referencias mitológicas; la métrica emplea las estrofas habituales entre los modernos (silva octava, versos sáficos, romance endecasílabo).
Apenas si publicó la escritora malagueña, olvidado el teatro que Se estudiará más adelante, algún otro trabajo al margen de sus Obras poéticas. En la revista quincenal Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, fundada en 1803 y dirigida por su amigo M. J. Quintana encontramos un «Viaje al Teide», firmada por MRG. Y una oda de tono ilustrado «En elogio a las fumigaciones de Morvo», vio la luz en Minerva o el Revisor General, periódico creado por Pedro María Olivé. Lo último que publicó fue un folleto poético intitulado Oda en elogio de la marina española, composición patriótica en línea con otros poemas de circunstancias que había recogido en su colección de Obras poéticas, elogiosamente recibido por el autor de una reseña aparecida en la Minerva:
No es poco lauro para las armas españolas el que entre tantos ilustres poetas como han cantado su honor y gloria, se halle una poetisa conocida ya en el Parnaso español por otras muchas composiciones en los géneros más sublimes de la poesía.
Sea cual fuese el lugar que esta ilustre dama debe ocupar entre los demás poetas de la nación, no se la podrá privar del mérito de dar a su sexo un grande ejemplo, cultivando las nobles artes, y de ser, si no la única poetisa española, a lo menos la principal y más fecunda; todos convendrán también, a lo menos así nos parece, en que reúne a un talento naturalmente poético, fuego, facilidad, gracia y a veces armonía.
Hermosos poemas
ResponderEliminar