Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 26 de abril de 2012

1250.- FRANCISCO AQUINO CABRERA



Francisco Aquino Cabrera, más conocido como Paco Aquino, fue un poeta español nacido en la ciudad de Almería (provincia de Almería, Comunidad Autónoma de Andalucía) en 1868.
Murió el 4 de Diciembre de 1910.

Perteneció a una generación de escritores y poetas almerienses de gran éxito a nivel nacional, a la que pertenecieron también Francisco Villaespesa, Antonio Ledesma o José Durbán Orozco, de los que fue amigo. Con este último y Miguel Jiménez Aquino publicó en 1890 una colección de cincuenta sonetos, Flores de la Alcazaba'.
En 1893 participa en la lectura de poemas celebrada en homenaje a José Zorrilla y Moral, fallecido en febrero de ese año. En 1896 participa en la tertulia de La Trastienda que reúne a los principales literatos almerienses. En 1899 participa en la velada que celebra la inauguración del ferrocarril Linares-Almería que por fin conecta la capital almeriense con Madrid, de la que se hace eco en la capital Francisco Fernández Villegas, Zeda, en las publicaciones Vida Nueva y La Época. En 1899 publica el libro de versos Tinta en balde, y el año siguiente, 1900, el libro de poemas Sensaciones, editada por la librería de Fernando fe de la capital española, prologada por José Jesús García y comentada por Leopoldo Alas, Clarín, desde Madrid Cómico. De la mano de Villaespesa, conocerá las tertulias literarias de Madrid.
En 1904 participa en otra velada poética, organizada por la Federación Local de Sociedad Obreras, de la que da cuenta Carmen de Burgos, Colombine, en sus memorias.1
En 1912 aparecerá Al vuelo, libro póstumo prologado por David Estevan.




LA JORNADA DEL ARRABAL

I

Madre mia, madre mía,
otro beso y otro abrazo
y venga el fusil que padre
llevó siempre y honró tanto,
porque al decir de la gente
-y la gente no habla en vano-
el Rabal está en peligro
y al Rabal hay que salvarlo.
Diz que dicen que Mortier
prepara un tremendo asalto
para apoderarse al fin
de aquel indomable barrio;
y diz que dicen que allá
lo está esperando Velazco
con sus veintidós cañones
de doce y de veinticuatro
y sus fieles rabaleros
entre los que, madre, falto.

No llores, madre del alma,
pronto vengo, y vendré sano,
que la Virgen del Pilar
no te ha de dar más quebrantos.
Ya fué bastante el que aquel
se fuera de nuestro lado.
¡Madre, por aquel te juro
que el Rabal hay que salvarlo!

No, no vengas. ¿Para qué?
No he de tenerte a mi lado
ni aun verte si atrás te quedas,
porque los zaragozanos
ya sabes que nunca atrás
en el combate miramos.
Tú a cumplir con tu deber
aquí en casa, deshilando
lienzos de eternal blancura,
que por pasar por tus manos
quizá curen ellos solos
mejor que todos los bálsamos,
Yo, entre tanto, allí, al Rabal,
que el Rabal hay que salvarlo.

Adiós, madre, hasta después;
vendré pronto, y vendré salvo;
y si muero ¿qué es la vida
para lo que está pasando?
¡Allá, si muriera, libre;
vivo aquí, quizás esclavo!
Mira qué triste está todo.
¿No ves qué mortal cansancio,
preside desde hace días
allá arriba y aquí abajo?
La tierra yerma, baldía;
el cielo gris, aplomado;
el Ebro, mudo y tristón;
el Huerva, silente y manso;
el Gallego, descendiendo
perezoso de sus altos;
las nieves, las tercas nieves,
cubriendo como un sudario
desde la cumbre a la falda
las vertientes de Moncayo...
¡Conque, madre, hasta después,
que el Rabal hay que salvarlo!


II

¿Cómo fué? No sé decirlo.
¿Qué pasó? No sé contarlo.
Mucha gente, mucho humo,
mucha sangre y mucho estrago.
¡Qué jornada, madre mía,
la jornada del asalto!
¡Y cómo el fusil de padre
ha respondido a mi enfado!

Eran bastantes los nuestros
y eran legión los contrarios,
muchos miles, muchos miles,
imposible de sumarlos.
En correcta formación
dan el frente, denodados
se acercan cada vez más
entre disparó y disparo,
y al ver en la batería
que era inminente el asalto
los rabaleros pretenden
emprenderla a cañonazos,
cuando así, con voz de trueno,
grita don Manuel Vclazco:
«¡Quieto todo el mundo, quiéto»!
«¡Alto, rabaleros, alto!
«Quien intente a los cañones
«tocar sin previo mandato,
«antes que a manos francesas
«ha de morir a mis manos.

«¡Quieto todo el mundo, quieto!
«Yo lo ordeno, yo lo mando.»
Y su espada refulgía
ígnea y fiera como un rayo.
Hubo un instante de asombro,
de asombro, sí, no de pasmo,
y allí quietos, a pie firme,
al invasor esperamos.
Ya se acerca, ya nos toca,
ya la lucha es brazo a brazo;
pero, en el mismo momento
en que se inicia el asalto,
«¡Fuego!» con voz estentórea
grita el coronel Velazco...
y los veintidós cañones
hasta la boca cargados
rompieron súbitamente
en un solo cañonazo.
¡Y, al barrer de la metralla,
todo limpio, todo raso!
Después, la fusilería
y la bayoneta al cabo
inclementes y furiosos
pusieron fin al estrago.
Y allá fueron, allá fueron,
los invasores odiados,
rotos, deshechos, barridos,
Dios sabe dónde a contarlo.

¡Qué gozo a un tiempo y que pena!
¡Qué mezcla de risa y llanto!
¡Qué pródigo y qué cruel
suele ser el amor patrio!
¡Pobres madres, pobres madres
las de esos pobres soldados!
¡Pero era el Rabal primero,
y era forzoso salvarlo!
¿Sangre dices? No, no es sangre,
déjala correr, es bálsamo,
que la herida de la patria
poco a poco va curando.
Observa qué cambio en todo
después del triunfo alcanzado.
La tierra parece otra;
el cielo, de azul y claro;
El Ebro corre hacia el mar
locas victorias cantando;
el Huerva, otra vez riente,
besa sus valles amados;
el Gallego a grandes brincos
desciende de sus picachos.
Mira más blanca la nieve;
mira más alto el Moncayo ..
¡Ve tornarse en rojo y oro
todo cuanto estás mirando!

¿Más sangre? Sí, mana más;
las fuerzas me van faltando
-Guarda ese fusil que padre
llevó siempre y honró tanto-
Ven más cerca, junto a mí...
Otro beso y otro abrazo...
Adiós, madre; yo me muero...
¡Pero el Rabal se ha salvado!

(Del libro Al vuelo)




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