Josela Maturana (Melilla, 1959). Residente en San Fernando (Cádiz). Es una poeta de la generación del ochenta cuya voz ha ido madurando lentamente desde La vida inédita (San Fernando, Cádiz, 1997, Premio Feria del Libro de San Fernando), Oficio del regreso (1999, Premio Carmen Conde), La soledad y el mundo (2001, finalista del prestigioso «Ciudad de Melilla» en 2000) y, ahora, No podrá suceder (2007, Premio Bahía 2005). Eso, sin contar una plaquete, «Deriva de la interpretación», incluida en el libro colectivo El placer de la escritura o Nuevo retablo de Maese Pedro (2005).
La escritura de Maturana le debe su quintaesencia, su posición vital, al hecho de que haya nacido y se haya criado en Melilla, una ciudad que parece siempre un destino temporal con tres culturas (la española, la marroquí y la judía) cuyos gestos y palabras son también fronteras interiores. Reproduzco una parte de su texto en El placer de la escritura porque toda Josela está en él: «Yo nací en tierras de regreso. En el reino del olvido. Un lugar en el mundo donde los pájaros rozan las fronteras de otro país y donde la escritura invisible de lo cotidiano imprime sus páginas con nombres extranjeros que jamás pude pronunciar correctamente. [...] Iba al muelle a despedir a nadie y luego regresaba a casa, adolescente y perdida, absorta en la maravilla de mi reino adjudicado, ansiando retener para siempre la belleza inmarcesible y rota de aquella ciudad cercada por la historia y por la geografía. Subía a mi barrio oliendo los aromas de la menta y el cuero, adivinando que algo distinto me había tocado presenciar, que mi biografía estaría inevitablemente hecha de diversos retazos, fragmentos de dioses distintos, de lenguas y culturas diferentes, y ya en aquel entonces presentía que el nacer y vivir en aquel lugar de olvido, se surcos que se cruzan sin poder encontrarse, de adioses permanentes, de reencuentros que no certifican si seremos los mismos al regresar».
El tiempo, el extrañamiento, la pérdida, la soledad y el olvido son temas capitales de una poeta que ha ido madurando de la mano de Cernuda, aunque no sólo (también están ahí Benedetti, Hierro, Machado, Zambrano, Ángela Figuera...). Junto a estos temas de tipo más existencial y universal, la autora añade una dimensión histórica donde cabe la degradación del medio ambiente natural, la deshumanización de la sociedad de consumo, la incultura de masas... Al fondo de bastantes poemas se advierte esa desolada sensación de que la verdadera vida está ausente: sólo existe un vacío que se llama vagamente deseo. Para eso está la palabra: para perseguir la vida («Derivas de la interpretación»), para horadar el silencio en busca del significado, para convocar el amor, la calidez, la compasión, la solidaridad, la ternura.
Tiene Maturana dos tipos extremos de escritura: el poema largo de carácter reflexivo y conceptual que mana del sujeto poético, y el poema de alguna menor extensión más centrado en una vivencia concreta (real o ficticia, lo mismo da), y puesto en boca de un yo ficcional. Son dos modos que se interpenetran: las imágenes en la reflexión, la reflexión en la imagen. El primer tipo encaja en una mezcla de neorromanticismo y poesía del conocimiento, y el segundo, en una mezcla de poesía del conocimiento y de la experiencia. A mí me gusta más esta segunda fórmula.
No podrá suceder contiene un poema maestro. Conviene saber que Josela Maturana, maestra y licenciada en Filosofía y Letras, es profesora en el Centro de Adultos «María Zambrano» de San Fernando (Cádiz).
El Verano
Tendrán que venir los ojos del estío,
ojos perfilados al horizonte como lunas
o albercas turbias de espejos más recientes.
Tendrán que venir con los vivos y los desconocidos,
con los abandonados por la brasa de agosto
y el metálico juicio de un cuerpo al que yo amé
al calor que hoy le impide brotar sobre esta noche,
como un hueso botánico del sur oliendo a tierra
dejada, clausurada al verde desarrollo,
apenas arrancada del sol de los preludios,
de los arcos y fustes que sujetan al hambre,
al afán de vivirnos rebasando paisajes.
Tendrán hoy que venir los ojos de los ojos
palpando tiernamente mi frente desolada,
la fiebre de mi barrio, su sudario de grillo,
al ver que no he devuelto las flautas melancólicas
ni he cerrado ventanas calladas ni portales,
ni he vuelto por el alma quemada del estío
a retomar las voces gritando en el silencio,
el recuerdo que funde la voz y el territorio
y advierte que el verano resume las visiones
del amor cuando pudo desear e incendiarse.
Tendrán hoy que venir los ojos de mi estío,
negando los glaciares, las lágrimas sin tiempo,
los rastros de la ciencia fugados a los cielos,
la fragua sepultada en veranos de infancia,
incinerados salmos de hebreos renacidos
o arábigos encuentros en playas de sus iris,
volviendo, regresando, por ojos de sus ojos.
Sagrada Materia
Mientras la condición humana nos inquiete,
mientras capacitados para la conmoción y el trance,
este avance difuso, esta maraña de barrio ignorado
donde ahora vivimos sin hallarnos siquiera
mitad de lo que fuimos en aquel paraíso.
Mientras acuciados y convulsos, y aún doliendo la tarde,
ese sol que se hunde en la dulce pestaña,
y en la pierna crecida por la fresca vereda,
y en los valles perdidos, y en las calles desiertas,
y este mundo presente nos ponga en cada parte
la suma que obtuvimos con el amor y el lastre.
Entonces hablaremos del futuro impreciso con toda la esperanza,
aceptando el recuerdo su volcán apagado,
asumiendo que somos un fruto de alianzas
buscando la sagrada materia que nos dieron.
MARÍA ZAMBRANO ANTE EL RÍO ARNO
FLORENCIA. 1959
No escribas sobre mí este triste poema,
he de encontrar primero los faros apagados,
los limoneros anchos del patio de mi infancia
y a los lisiados gatos de mis sombras prohibidas.
He de encontrar aún el poema de España
y el aviso difuso de todos los caminos,
espera a que el exilio se confirme en mi patria
y que a mis ojos lleguen los claros de otro bosque.
Mira este río docente que muestra aquel poema,
mira mis ojos grandes entre el sueño y el agua,
no escribas este engaño de espejo solitario,
llama al amor lejano y arrebata el aliento,
arrebata las lindes del paisaje dejado,
busca el dictado lúcido de lo que no recuerdo,
dile al amor que encuentra que sigo apuntalando
la distancia infinita de mi eterno viaje,
y si escribes olvida y si vives recuerda.
Cuánto evoqué, amor mío, lo nunca sucedido
DE: "Principio de desolación"
Pag. 53.- Intimidad de la tristeza
Los tiempos son plurales
mas la tristeza es íntima.
El muro alberga siempre la luz de su fisura,
las bandadas y el hábito de una honda utopía,
y en él la densidad compone la tristeza
de los puzzles difíciles y las maquetas rotas.
... en que mitad ha quedado lo que aún no sé de mi,
la indagación constante que no prescribirá,
y sostendrá la vida indivisible y sola,
lo que ha crecido en mí y ya es intransferible
de una iniquidad o una cierta esperanza, ...
Pag. 60.- Aceptación del abandono
Cuando envejeció probó la lentitud
que envuelve la distancia,
litinizó el origen de su melancolía
en una taxidermia de hoteles y pancartas
que explicaban las noches de su desolación,
aproximó la ofrenda que da la lucidez
a las turbias visiones y me miró de frente.
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