Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 9 de abril de 2012

IBN SHUHAYD [1.198]

Poema de Ibn Shuhayd



Ibn Shuhayd

Abū 'Āmir ibn Šuhayd (CÓRDOBA, 992-1035), poeta hispanoárabe de linaje aristocrático árabe vinculado a la dinastía omeya, e hijo de un ministro de Almanzor, es autor de poesía áulica, al servicio de los distintos califas y gobernantes de Córdoba que siguieron a la crisis del Califato de Córdoba, y cultivó también otros géneros, como la elegía, la sátira, el poema báquico o el descriptivo.
La obra de Ibn Šuhayd se conserva en antologías y en su libro de teoría y crítica literaria Risālat al-tawābi' wa-l-zawābi (Epístola de los genios, c. 1013-1017), que a su vez es una antología de los poetas árabes anteriores a él y de sus propios poemas.
La Epístola de los genios es una de las obras maestras de la literatura andalusí, tanto por su contenido como por su forma y por su particular originalidad. La anécdota argumental parte de un viaje al país imaginario donde habitan los genios que inspiran a los grandes escritores de la literatura árabe. Sobre este cañamazo, Ibn Šuhayd hace un repaso a las teorías literarias y a sus gustos personales, de gran originalidad para su época. Fue compuesta hacia 1025, en plena crisis política en al-Ándalus, y muestra un espíritu crítico, inconformista, que cuestiona muchas de las ideas recibidas y transmitidas por la filología de su tiempo. Así los filólogos son los peor parados, frente al criterio de los grandes poetas que, según él, conocen mejor los secretos de la escritura poética al haber tenido que resolver las grandes dificultades que exige la composición de poemas en la literatura árabe. Y todo ello a causa de que la escritura de la poesía árabe requiere resolver multitud de problemas técnicos: desde necesidades de estructura, servidumbres de la rima, rigor en la medida de los pies debido a la métrica cuantitativa y reiteración de lugares comunes sin caer en el plagio, lo que hacían de la poesía una disciplina extremadamente exigente y muy apreciada por la sociedad islámica.
Tuvo fama de hombre disoluto, aunque dotado de extraordinario talento. Sus biógrafos nos transmiten su interés por lo burlesco y su facilidad para la comicidad satírica. Muestra de ello es un opúsculo suyo que desvela los trucos empleados por timadores, truhanes, adivinos profesionales y otros mendigos marginales que se aprovechaban de la credulidad de la gente. Este librito titulado Kitāb al-nāranchiyyāt es un recetario de química recreativa para ilusionistas, donde explica cómo introducir huevos en botellas, encender una lámpara en el agua o arrojar un recipiente de cristal sin que se rompa. También se encuentran allí remedios populares contra la embriaguez o las plagas de animales domésticos. Parece que esta obra estaba incluida dentro de un proyecto más amplio en el que desmontaba la existencia de demonios con capacidad para actuar en el mundo de los hombres, lo que llevaría a la obra a un contenido filosófico, según los criterios de esta época. Es la primera muestra de picaresca en un autor andalusí, y sería imitada por autores posteriores como las maqamas de Al-Hamadani y Al-Hariri y en obras en prosa como el Kašf al-asrār de Al-Chaubari, que trazaban retratos de los bajos fondos cuyos rasgos serían utilizados en las obras de teatro de sombras de Ibn Daniyal en los siglos XIII y XIV.
La genialidad de carácter de Ibn Šuhayd y sus originales opiniones sobre crítica literaria, junto con su indudable magisterio poético le hicieron ser considerado en su época como uno de los más grandes líricos y filólogos de al-Ándalus, siendo un modelo para todas las generaciones posteriores. Su dominio de las aliteraciones y de los cambios de ritmo sorprendentes, que potencia el contenido extraordinariamente, le permiten lograr una perfecta adecuación armónica entre la forma y el fondo capaz de transformar en poesía el tema más trivial. Además, en su obra poética, se aprecia siempre ese soplo de vida característico de esta etapa, que podríamos considerar barroca, de la poesía árabe, e inició con ello un camino que seguirán autores posteriores como Ibn Zaydún. Este aliento de vida se observa en la pasión con que arremete contra sus críticos y enemigos o en la elegía por la ruina de la capital del califato, Córdoba.
Quizá su temprana muerte a los cuarenta y tres años impidió que desarrollara toda su capacidad como poeta. Él mismo lo intuyó, cuando hace decir al genio del gran Al-Mutanabbi en su Epístola de los genios tras escuchar los poemas del propio Ibn Šuhayd las siguientes palabras: «Si se prolongaran las etapas de su vida, no hay duda de que llegaría a echar por la boca perlas; pero estoy seguro de que morirá pronto, porque tiene una inteligencia como un ascua, y una voluntad que colocará sus pies sobre la frente de la luna.»






Cuando, llena de su embriaguez, se durmió,
y se durmieron los ojos de la ronda,
me acerqué a ella tímidamente,
como el amigo que busca el contacto furtivo con disimulo.
Me arrastré hacia ella insensiblemente como el sueño;
me elevé hacia ella dulcemente como el aliento.
Besé el blanco brillante de su cuello;
apuré el rojo vivo de su boca.
Y pasé con ella deliciosamente,
hasta que sonrieron las tinieblas,
mostrando los blancos dientes de la aurora.




Multiplicidad de lecturas

Cuando vi que llegaba la noche fría y oscura, que los vientos se arremolinaban,
y que las manos del cierzo gélido cubrían rápidamente a las calvas colinas con un turbante de nieve,
yo alcé dos fuegos para el caminante de la noche, quien vio dos rayos de luz converger bajo las estrellas,
y avanzó con el estómago helado y sin manos para defenderse de los infortunios.
Le dije: “¿cómo vienes a la humareda?” -Contestó: “¿acaso existe algún fuego que no tenga humo?”
Lo conduje hacia las brasas que despedían para el huésped un fulgor relampagueante, distinto del yemení.
Mientras él bebía, yo le daba bocaditos de pollo y de cordero.
No cesó de comer ni de beber alternativamente, hasta que, saciado su apetito, deseó dejarlo.
Le di una manta y se tendió en su litera; sus mejillas echaban llamas por el vino.
Continuó enamorado de la estancia, mientras nosotros le atendíamos con alegría, con afabilidad y agradables palabras.
Sobre él ascendían sahumerios de áloe verde como un viento cargado de nubes.
Hasta que él mismo quiso marcharse porque añoraba reunirse con su familia.
Yo le proporcioné remedio a su situación necesitada, y él me proporcionó fama por todas partes.




“No hay entre las ruinas quien me hable de los amigos.
¿A quién pediremos noticias de Córdoba?
No preguntes a nadie que no sea la Dispersión:
Ella sola te dirá dónde fueron sus habitantes…”


(“Elegía a las ruinas de la Córdoba omeya”, Ibn Shuhayd.
Traducción de Emilio García Gómez)








Ibn Šhuhayd es un extraordinario poeta y según sus propias teorías, por talento natural y no por erudición, aunque su poco bagaje erudito no fuese sino una de las puestas en escena del personaje que él mismo se creó, como haría Lord Byron, con el que tiene ciertos paralelismos y no sólo porque adoptase un talante cínico y libertino. Como poeta  cultiva los géneros modernistas porque son los que reflejan su forma de vivir, con una evidente actividad bisexual y báquica, tal vez exagerada para épater le bourgois. Un ejemplo podría ser uno de sus poemas en los que mezcla, con extraordinaria habilidad, los géneros modernistas:



La lluvia, insomne en el jardín,
cayó mientras las flores dormían;
al despertarse eran como las bellas
que nadan entre las olas;
dueñas a las que no importaba
mostrar brazos y mejillas;
doncellitas que se quejaban ruborosas
y se escondían entre sus cálices;
había rosas que eran como mejillas ruborizadas
por la mirada del atrevido;
amapolas que se quejaban
de su rostro abofeteado;
ramas de árboles que parecían bailar
una danza lujuriosa e incitante;
todos revivían con la lluvia
y reían mientras el cielo estaba taciturno;
todas las flores tenían collares de perlas
fundidas por mano de artífice;
reían unas, llorando lágrimas de rocío,
otras lloraban, sonriendo;
unas hermosas doncellas corrieron hacia ellas
aquella mañana, también sonriendo;
reían fatuamente y se encontraron
sonrisas con sonrisas;
reían cuando brilló un relámpago
y yo vi los dos tipos de relámpago.



Tras la descripción de la tormenta primaveral con las flores mujeres y las mujeres en flor, una rawaiyya, humanizada exquisitamente, esboza un fragmento erótico cinegético:



Se erguían y se encorvaban las cinturas
de aquellas gacelitas sedientas;
miraban con embeleso y pronto, el jacinto
se quejó de ser ciego a las palomas;
intenté cazarlas con un grupo de jóvenes
aguerridos en una guerra pacífica
y entre ellos yo parecía Laqit
cuando iba al frente del pueblo de Darim.



Tras esta alusión a las batallas de los árabes pre-islámicos que desmiente su autopretendida falta de erudición, Ibn Šhuhayd inicia una escena báquica, pues las víctimas de la cacería resultan ser las jarras de vino:



Las jarras de vino cayeron y fueron degolladas
como si fueran gacelas heridas
que manasen sangre de sus hocicos;
el aura del céfiro sopló en el aire
y las ramas se besaron,
mientras nosotros parecíamos demonios
y las copas las piedras que nos lanzaban.
Nuestra borrachera era tan grande
que nos empeñábamos en hacer lo prohibido;
arrojamos al suelo nuestros bonetes
y arrastramos los cabos de nuestros turbantes;
cantaban las cantoras y les contestaban
los gañidos de las gacelas;
nos levantamos dando palmas
y danzando con las cabezas.




Como si no fuese suficiente la bella descripción de la orgía, hace su aparición un efebo adolescente y afeminado:



Cantó un joven, de los pajes reales,
vástago de los reyes sudarábigos;
se quejaba suavemente del peso de sus zarcillos
y protestaba por la carga de sus amuletos,
no sentía vergüenza de que las jóvenes le besasen
los labios y las mejillas;
ni de que le ofreciesen los frutos de sus pechos,
ni de que le apretasen a sus ceñidores
fingiendo ignorar el deseo despertado
faque conocían perfectamente.
Yo le seguí hasta la puerta de su casa,
porque hay que seguir a la pieza hasta alcanzarla,
le até con mis riendas
y fue dócil a mi bocado.
Fui a beber a los pozos del deseo
y pasé por encima de la vileza del pecado...



Ibn Šhuhayd sufre una hemiplejia a los cuarenta y dos años que convierte su vida en un infierno. Entonces compone algunos de los versos más intensos de la poesía hispano-árabe, como su famosa despedida a Ibn  azm de Córdoba:



Cuando veo que la vida me vuelve la espalda
y que la muerte inexorable me alcanza,
sólo aspiro a vivir escondido allí, en el lugar más alto,
donde sopla el viento, en la cumbre de la montaña,
alimentándome, lo que reste de vida, de granos caídos,
solitario, bebiendo agua de las grietas de las peñas.
¡Amigos míos, se prueba el sabor de la muerte una vez,
mas yo la he probado cincuenta veces!
Siento ahora, a punto de partir,
como si no hubiera obtenido de la vida
sino un instante tan fugaz como el resplandor de un relámpago.
¿Qué te voy a decir sobre mí, a ti, Ibn  Grafíaazm,
amigo en mis cuitas y desventuras?
¡La paz sea contigo! Yo me voy.
Este saludo te bastará como viático del amigo que se va;
no olvides rezar por mí cuando me hayas perdido
y recordar mis hechos y virtudes.
¡Conmueve, cada vez que me menciones,
cuando me entierren, a los jóvenes nobles!
Quizá mi cuerpo en la tumba escuche algo de ello,
al ser repetido o cantado por el paseante nocturno;
será un alivio para mí que me recuerden después de muerto;
no me lo neguéis como el capricho de un agonizante.
Espero que Dios perdone mis pecados pasados
ya que Él conoce cómo realmente soy.



Murió en la primavera del año 1035.








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