Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

viernes, 6 de abril de 2012

1178.- JOSÉ VIÑALS

José Viñals (Corralito, Córdoba, Argentina, 1930). De padres españoles, posee la doble nacionalidad hispano-argentina. Reside en España desde 1979. Vive en Torredonjimeno, Jaén. Algunas de sus obras publicadas: Poesía: Entrevista con el Pájaro (Losada, Buenos Aires, 1968); Cortada para Dios (Losada, Buenos Aires, 1970); Poesías reunidas (Tres tomos. Contiene en versión íntegra, los poemarios Entrevista con el Pájaro, Coartada para Dios, Jaula para Juan, 72 Lecciones de ignorancia, Telón de boca, Doble concierto de laúd y fémur, Alcoholes y otras substancias; (Ayuntamiento de Jaén, 1986); Animales, amores, parajes y blasfemias (7 i mig, Valencia, 1998); El cielo (Ediciones imperdonables, Málaga, 1999); Milagro a milagro (Hiperión, Madrid 2000); Fondo de ojo (Calle del Agua, León, 2000); Transmutaciones (Visor, Madrid, 2000); Animales, amores, parajes y blasfemias seguido de El cielo (Germanía, Valencia, 2000). Narrativa: Nicolasa verde o nada (Novela. Juárez Editores, Buenos Aires, 1969); Miel de avispa (Relatos. Universidad de Belgrano, Buenos Aires, 1982); Ojo alegre y viejísimo (Diputación de Jaén, 1991); Padreoscuro (Novela. Montesinos, Barcelona, 1998); Miel de avispa (Germanía, Valencia, 2000).
Entre sus últimos libros de poesía publicados destacan Transmutaciones (2001), Elogio de la miniatura (2002), El amor (2002), El túnel de las metáforas (2003), Señor Ruiseñor (2003) y este mismo año 2006, He amado, donde reúne buena parte de su más reciente creación poética, en un ciclo que ahora se ve completado con El silencio y las grietas.



Él degüella…

Él degüella los ojos del potrillito nuevo de la tarde. Su gran cuchillo de matarife vendimia la uva rubia, temprana y agria en los
racimos estelares.

Con mano oscura pliega el heliotropo de su turbia sombrilla y, con
un peso de tropel de elefantes, la quilla ahumada embiste el
cadáver flotante de la gaviota más blanda que un pañuelo.

Cae el ave fosfórica atravesada por la espadaña de los astros y
muge como un toro recién castrado en los vapores de la orina
y el lodazal amarillento de las voces bestiales acorraladas por
el sueño.

Mi cabeza, pervertida por los deseos, se humilla sin escándalo y
mi lengua, prolija como una alfombra de palacio, viene a servir
de estercolero celebratorio, de crónica asquerosa para el pájaro-rey defenestrado de su imperial, futuro y dulce sino sobre las
frentes de diamante, cuando el día en penumbras, lleno de edades y de ruinas,
se coma lentamente su mano de langosta.

(de Entrevista con el pájaro)




Carruaje en el umbral

El hombre del tilbury se detuvo a mi puerta y desenganchó el caballo.
Venía rapado y creo que descalzo.

Tilbury, tilbury –le dije– ¿cómo es posible que posea usted un
carruaje tan antiguo?

Usted no se asombra –me contestó–; a usted solamente le molesta que mi coche
sea designado con una palabra inglesa.

Unció nuevamente el animal a las varas y se marchó dando un latigazo en el umbral.
Tilbury, tilbury. A veces no descubre uno la identidad de sus visitantes.

(de Coartada para Dios)





Diluvio y batracio

Viscosidad del sueño.
Mareas antiguas barren los umbrales.
Un lago maloliente de petróleo y resaca
se ha encharcado en los patios.
Y no cesa la lluvia.

Flotan zapato blanco de mujer,
muñeco y palangana;
flotan maderas y maromas;
flotan rama de sauce
y botella con vela;
flota caballo muerto;
flota misal sobre atril de madera rojiza;
flota silla con gorrión aterido en el respaldo;
flota caja partida de guitarra;
flota ropero con espejo ovalado;
flota oso de peluche ocreamarillo;
flota cielo invertido,
sin pájaros;
flota azul frío,
azul roto,
azul muerto.

En el fondo del fondo,
batiendo la inmundicia y el légamo,
con su ya cuerpo de renacuajo adulto
a punto de emerger por las cloacas,
bucea el poeta rebuscando la luna.

Si lo que halle brilla,
será feliz;
si opaco,
será triste.

(de Telón de boca)





Dinastías

Los nervios pesan y Artaud, el desmesurado, lo sabía.

Hay cabellos de dios en el prostíbulo y Leautréamont lo sabe.

Hubo berlinas detenidas en lo secreto de la noche, y Milosz, ya en
su tiempo, lo contaba.

Hubo gallinas en los cementerios, cuervos en los trigales, minotauros, leprosos,
parturientas, ahorcados en la Torre de Nesle,
enanos góticos como Scarbó, y un misógino loco en el castillo
de Braganza. Hubo, al menos, tres estupendos alucinados; uno
era un Rey; otro, Alonso Quijano y, el tercero, un marqués sifilí-
tico que estudió los rebrotes de la crueldad.

Y luego vengo yo, que como gallina en pepitoria y eructo sin piedad contra
el rostro pulido de la luna.

(de Alcoholes y otras substancias)




A caballo

Tenía el niño las rodillas duras, huesudas sus piernas con vello
prematuro. Miraba el campo, las perdices. Buscaba un zorro,
un jaguar, tal vez un lobo o quizás un leopardo de otras inexpugnables zoologías. Hallaba una culebra, una vizcacha escurridiza, alguna comadreja del color alarmado de la caoba derretida. Sólo el cielo diurno y nocturno, las prodigiosas nubes, el
dibujo secreto de las constelaciones, imantaban sus sueños; y
alguna vez los charcos, tras el escándalo desmesurado de la
tormenta de verano; los charcos, espejos peligrosos del abismo. Montaba su infinito caballo, su caballo infinito, su caballo,
su emblema, su sangre transfundida, su corazón robusto y
reventón, su tambor, su redoble, su ansiedad, su estampida,
sus furias incipientes, su signo genital, su música. Su música.
El embrión de la música, el rito, lo sagrado. Lo sagrado sin dioses, lo sagrado sin templos, el cielo inapelable, las distancias.
Las distancias, las leguas, la circularidad del horizonte, la
repentina flor violeta del cardo, el clamor de la estrella, la hipnosis de la estrella, el fulgor, el vacío, la estatura del padre,
columna de la noche, lámpara oscura fría, mudo gigante de las
perturbaciones, indicio de la muerte. Del padre, de la muerte.
Del vaciamiento de los ojos, del límite y la sombra, de lo secreto, de lo inexorable, del golpe contra el suelo, de la caída breve
y dura, dura como rodilla, como hueso que se quiebra, como
visión de lo invisible, como súbito hallazgo invalorable, el
grumo acre, el sabor hechicero de los corpúsculos de muerte,
el himno sin orillas, el encuentro imposible y la tropilla de caballos con uno que fulgura, la flor sonámbula y su corola viscosa
sin errores, el cuchillo mellado, las pepas de durazno, la osamenta del toro, el techo de cien metros desarraigado por el
huracán, su brillo abstracto en el centeno, las repentinas turbulencias del sexo. El sexo, la rosa urgida de pétalos negros, su
delicada antropofagia, la luz abrupta del conocimiento, el labio
del poema. El poema, he allí el poema, el absurdo exultante, el
mortal resplandor de la belleza, el pavor, la boca desdentada
del enigma, el caníbal del ojo, los delicados dulces inicios delamor, las primicias, la barba, las enumeraciones. Vaivén, zigzag, idas y vueltas, ritornellos, los ratones de piel anaranjada
enloquecidos por los relámpagos, la prueba de cianuro, las pinzas del ciempiés, el rito funerario, el escandido de los versos
largos, la síncopa, el secreto. El secreto por fin, la sed intraducible, la miseria, las guerras, la fila enmugrecida de los huérfanos, el cura pederasta, la saliva, la desolada saliva seca de las
masturbaciones, los campos de la estrella, la muerte en un abrir
y cerrar de ojos, los cerdos hocicando en el lodo podrido, la
mariposa negra, la sarna de la oveja, y los amarillentos gusanos gordos en la gangrena de la cruz del caballo, la vida. La
vida que no se extingue aún, que organiza la huestes de la
lepra y el cáncer, el cochinillo al horno, la pasión de los frutos.
Los frutos, el silencio.

Amor, a tus orillas se desvanece el brío de la tarde, y el caballo
musita con la terrible dignidad del jardín; pía el pájaro demente, sucia la garganta de risas alfabéticas, posiblemente tristes.

Amor, mustia la estrella, brilla tu escasa luz de terciopelo incandescente, la luminaria de tu alma que se enciende y apaga, que
parpadea, que no cesa, que no nos deja dormir, que no consiente las declinaciones, que abrirá finalmente las ventanas del
día.

Y tu caballo tendrá peso y sombra, para el cauto apretón de tus
rodillas, para tu espuela de plata gris, inexistente.

(de Prueba de artista)




Trashumante

Te han amado un buhonero, un marino, un militar, un sacerdote, un
tabernero lisiado, un maestro de escuela de ojos grises, y te he
amado yo que he sido el último, aquel año en que el circo pasó por
estas tierras.

Pero tú eres la que más amaste pues nos amaste a todos, a mí el
que más. Yo era tu favorito, no por el desarrollo de mis genitales
—nada del otro mundo— sino por mi sombrero con su empinada
y extraordinaria pluma roja.

Yo era gracioso entonces, yo hacía reír a media España pues la
otra media estaba muerta.

(de El amor)




Lentas las piedras
y más lentos los pájaros.
Comienza el mundo
a detenerse.




El sencillo
argumento
de la vida:
libando
ha muerto
el colibrí.




Son estorbo
las vísceras.
Es estorbo
la orina.
Y la sangre.
Y el alma.




Yo también vi
los cuervos.
No en el trigal,
en el absurdo.




Voy a partir.
Hazme sitio,
caballo,
en tu grupa excelente.





Melocotón,
también llamado
durazno.
Albaricoque,
también llamado
damasco.
También llamada
agonía.




Para cruzar la noche,
el gallo inventa magias.
No puede con su insomnio:
ha visto ya la luz.

(de El túnel de las metáforas)




No hay comentarios:

Publicar un comentario