Julia Bellido Bello (Jerez de la Frontera, 1969) se pone en la piel de Penélope y le dice a Ulises que la hizo arder "entre los pétalos heridos de tus manos".
Vierte la historia de un amor apasionado reducido al olvido en textos turbulentamente sensuales
donde relata las sensaciones de un alma aferrada al asombro de su deseo. Versos que describen
el ascenso de esa pasión que estallará en ruptura:
Tu nombre se ha quebrado en mis labios.
Poemas que, con frescura indócil, se dirían escritos desde el corazón directamente, en los que
prioriza la autenticidad de su sentida belleza sobre otras consideraciones de estilo. Ricos de imágenes, su oleaje rítmico va dándonos las claves de una particular génesis juliana:
Mi boca se llena de sal
esa sal inacabable y prodigiosa
que rompe de luz los duros esteros
y estalla en palabras y versos
blancos, anaranjados, de ámbar y sin color
y se clavan como dardos diminutos
en las yemas vírgenes de mis dedos.
Los personajes de Homero son arquetipos que nunca han caído en desuso, aún menos desde que James Joyce transformara, con su Ulises, la concepción de la novela. En La decisión de Penélope, título distinguido con el XI Premio de Poesía Victoria Kent y publicado en la colección homónima
de cuadernos al cuidado de Paloma Fernández Gomá, Penélope y Ulises discurren por un ámbito
que tiene mucho de edénico, tal si fueran la primera mujer y el primer hombre. Curiosamente, la cita que encabeza el poemario no está sacada de ningún pasaje de la Odisea, sino del bíblico Cantar de los Cantares. Erotismo y épica confluyen en los textos,asociados por un simbolismo que se sirve de
En la piel de Penélope universales para expresar la propia subjetividad de la autora. Abundan las alusiones a la naturaleza y, sobre todo, relacionadas con el mar. Las metáforas y los ritmos propagan un efectismo sinestésico, traspasado por cierto neorromanticismo vibrante que delata la culpabilidad de Ulises:
donde has huido siempre y a escondidas/
soslayando oblicuamente tu pecado".
La conclusión es drástica:
"un día fuiste arcángel./ Ahora ya no existes".
"Desde la libertad escribo versos", dice Julia Bellido en éste su primer poemario publicado, breveM aunque de lírica intensidad. Una libertad seducida -y su luz se precipita profusa sobre tu sexo descubierto-, pero reafirmada: "mis versos se levantan en cenizas". La libertad del amor, pero también la libertad del olvido. La libertad de escribir y aun la de transgredir: "y hago de tu risa mi desorden/ mi caos y mi pecado". Veinticuatro poemas, veinticuatro capítulos que transcurren con exultantes crescendos hasta su desasosegado final y que muestran la delicada sensibilidad de una poeta con recursos y una gran capacidad comunicativa. Julia Bellido Bello había publicado antes una biografía novelada sobre Pablo de Tarso (1995) y otra sobre Juan Grande (1996), además de dos libros en italiano: La grandezza di farsi piccolo e Il santo peccatore, ambos editados por Città Nuova Editrice en 1996. Con La decisión de Penélope, Bellido novela en verso su deambular por las afueras de sí misma en busca de su "amado navegante". Cada poema es la secuencia de un dramático monólogo dirigido a Ulises, a quien contempla como "faro poderoso" y herida que desangra. El conjunto constituye la primera entrega poética de una escritora con probadas posibilidades en el género
MAURICIO GIL CANO
Ulises, tu ciudad me mostraste.
Aquella noche azul e incandescente
la isla era una concha dibujada en un estero.
Reverberaba la sal
perfectamente blanca e inasible,
tan transparente y leve
como el sol ambarino de tus ojos.
Huía de ellos como se huye del mar
negando de tu nombre y de tu patria
el dolor de un dolor ya conocido.
Caminábamos a solas, a solas con la luz.
Ondulantes, serpenteando aceras,
sin calcular exactamente nuestros pasos.
Tus manos en el aire dibujaban mi nombre.
Presentíamos el mar, nos invadió sin saberlo
su límite tumultuoso, su negrura de tierra
su espuma estremecida, su raíz sin entraña.
La sal de su llanto secó nuestras heridas,
enjugó nuestra sangre convulsa y densa,
cosió sus bordes agitados
y penetró en nuestra piel
con un grito sordo, dulce y áspero.
Palpamos el salitre en nuestras bocas,
cuando la madrugada latía triste a nuestro lado,
abrasada y limpia.
Tú me volcabas palabras y besos
en ese lugar ignoto para todos los labios,
suave en el olor, palpitante en el tacto,
esa cruz señalada en el mapa de mi cuello
de la que sólo tú tienes constancia.
Y mientras el mar, la mar, el mar…
Soñé que amanecía
y tomaba el color inigualable de tus ojos.
No dejaba de mirarte en aquel contraluz.
La tarde iba rodando tibia,
evanescente.
Tu boca era una barca mecida por las olas.
Serpenteaba la brisa entre tus dientes de sal.
El horizonte a tus espaldas
levantaba llamaradas azules
velámenes de fuego enfurecido
que se batían con dolor de duelo
entre hilachas de nubes muertas.
Tu boca blanquísima era el centro exacto de la luz.
En torno a ella giraba mi sombra.
Rodaba, rodaba, rodaba yo misma
como un eco vago de mi cuerpo vencido por tus órdenes
hacia aquel universo intacto,
incandescente.
Reías o cantabas
y resbalaban notas violáceas
como mariposas de agua
dejándose caer desde tu garganta
hacia tus pies descalzos
como dos remos
enredados en los míos.
La lisura de tu voz fue calcinándome
y devastada revertí mi soledad entre tus brazos.
Perdió su peso el tiempo,
soltaste las amarras
y zarpamos enlazados mar adentro
con rumbo a las tormentas.
Fue tiempo de romper distancias y las rompimos,
de cubrir uno a uno nuestros huecos,
de abatir las fronteras,
de abarcar con nuestra piel valles y ríos,
de atravesar mares y océanos
desnudando una sed que anudaba nuestros cuerpos.
Fue tiempo de batalla y combatimos
cuerpo a cuerpo enredados en la tarde.
Mi espalda en tu pecho contra el fuego
de una lucha sin cuartel por amarrarnos
herida con herida
hasta dejarnos vencer sin devastarnos.
Desde la libertad escribo versos
ligeros como plumas
que se van volando libres hasta tu boca.
Allí, en la comisura de tus labios,
donde mueren de amor todos mis besos
mis versos se confunden con tu risa
y habitan los espacios y las sombras
y no hay dolor que se resista
ni espina que se clave
ni duda que confunda.
No me malinterpretes.
Esta noche de palmeras azules
he mirado a tus ojos fijamente,
y he sentido leve su tacto en mis labios
como arterias sinuosas y abiertas
que han emergido sedientas hasta tu luz.
Se ha puesto el sol.
Soy un copo de avena girando en el aire
-ingrávida-
mecida por tu voz inmisericorde
que recorre mi vientre entre dos vértigos.
Nado despierta en esta bóveda gris
y tus manos apresan mis muñecas.
Muerdo de este pan amargo que me ofreces
y bebo ingenua de tu boca de arcángel
un vino afrutado y cargado de especias.
Tu presencia es un faro poderoso.
Volverá la oscuridad
y tendré que olvidarte
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