Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

jueves, 5 de abril de 2012

1174.- MIGUEL VEGA BLÁZQUEZ



Miguel Vega Blázquez (Linares, Jaén, 1967) ha obtenido el 13º Premio para Poetas y Escritores Noveles que convoca la Diputación de Jaén. La obra, estructurada en tres partes independientes aunque todas ellas interrelacionadas, gira en torno a tres tiempos históricos y un personaje ficticio, llamado Bernal, que es el hilo conductor que proporciona unidad a las tres narraciones.

Los estilos literarios de la novela galardonada también difieren de una parte a otra. La primera es de corte fantástico, con ciertas pinceladas eróticas. La segunda es pretendidamente histórica, a pesar de que se adentra en la leyenda. Y la tercera es una indisimulada autobiografía, según ha reconocido el propio autor. "Lo que justifica esta novela es la indagación en el mito de Himilce y en el nacimiento de la Cástulo romana, los mitos por excelencia de la ciudad de Linares", asegura Miguel Vega.

El autor premiado es licenciado en Filología Hispánica y ejerce como profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Almería. Su primera incursión en la literatura fue en 1996, cuando se autoeditó el libro titulado Seis variaciones. Desde 1998 ha reunido su poesía en un volumen inédito bajo el epígrafe unitario de Calendario perpetuo. También escribe ensayos taurinos en la revista Tendido 1.

El jurado del premio lo han compuesto los escritores Antonio Carvajal, Antonio Chicharro, Juan Manuel Molina Damiani y Manuel Morales, y lo ha presidido el diputado provincial de Cultura, Marcelino Sánchez. Además de un premio en metálico de 1.803 euros, la Diputación jiennense publica una primera edición de la obra premiada.
Miguel Vega es un novelista de extremada sensibilidad literaria que se manifiesta en el vocabulario impresionista, el ritmo nominal y el certero apunte psicológico. Su novela Tríptico de Cástulo además de tributar un homenaje a su tierra (Jaén) recuerda, salvando las distancias, a la exquisita novela de Flaubert titulada Salambó. Ahora podemos comprobar en esta muestra poética su capacidad de fabulación en lo que podemos denominar, siguiendo a nuestro maestro Juan Carlos Rodríguez, cotidianización de la poesía. Apenas un asunto trivial nos conduce a una realidad primaria y a un motivo de conocimiento del yo lírico en la realidad cotidiana de una tarde cualquiera.

El pirata moderno ya no despliega sus velas ni fuma en pipa ni bebe ron; conduce su coche, fuma un habano y bebe whisky. Es un tipo duro por los desiertos del Cabo de Gata. Su viaje hacia la naturaleza (mar, playa, montañas) y sus signos naturales: el fulgor del faro, el sonido de la corriente, el ladrido de un perro. Belleza y silencio, proclama el poeta, trasfiguración hacia otro ámbito, hacia el mundo de la metamorfosis: un pirata rescatado, un héroe cotidiano que resucita de entre los libros. Toda salida aún es posible, si desembocamos en la naturaleza.

Miguel Galindo






EL PIRATA EN LA NOCHE


Un whisky, un habano,
la presencia deseable de cierta alumna
en el pub local.
En un acto de insensatez
conduzco en las últimas horas de la tarde
-con el concierto para violín en re menor al máximo volumen-
hacia el mar.
Un mar calmado, brillante,
en esa playa solitaria.
La luz azulada y malva
del anochecer de Enero,
el perfil nítido de las montañas de lava
hundiéndose en el espejo casi inmóvil de las aguas.
El fulgor distante y amarillo del faro
expandiéndose a ráfagas
sobre la superficie bruñida de la ensenada.
Atravieso la playa
y me interno entre las rocas blancas
-a esa hora de color ceniza-.
Y miro el agua obscura y transparente
que entra en ellas bajo mis pies.
Y escucho el golpear sereno de la corriente
-y el ladrido dormido de un perro,
y el chillido de una gaviota en sus aislados vuelos-.
La noche se ensombrece;
los charcos brillan metálicos en las plataformas rocosas.
La belleza y el silencio aturden los sentidos.


Al regreso, completamente solo,
por la playa recién anochecida,
no me sentía ya el banal profesor de instituto,
sino uno de los piratas
-tabaco, mar y literatura, combinación infalible-
que pueblan las novelas de Verne o de Stevenson.


Miguel Vega
Rodalquilar, Enero














Ascuas de carbón


A la bailaora linarense Pepa Martínez.


Ritmo de fuego en la bulería,
llama viva la falda encarnada,
los brazos al aire de la madrugada,
esa pincelada de arrebato en el adiós:
una mujer ha bailado al cálido cobijo
de una cueva de Almería.


Agradece la ovación reverberante con idéntica contención
con la que nos ha permitido entrever su arte,
gestos comedidos de correspondencia:
el reconocimiento a sus acompañantes,
besos volátiles a los aficionados,
la humildad al deshacerse el embrujo.


Talle de carbón y blusa de ascua palpitante,
ceñida chaquetilla negra de señorío,
pelo tirante y cola de caballo ondulándose en los giros:
así comenzó a marcar por lo solemne,
buscando la niebla nocturna
a través de los muros de roca primigenia
-la mirada clara se perdía más allá del recinto de la cueva-.


Luego nos dejó
una embelesada sonrisa gaditana en la cantiña,
y un anhelo no colmado
por seguir contemplando sus manos abriéndose en flor
y el afinado compás de sus tacones.








6 Versos 6 para un trofeo conquistado en una tarde de mayo




Primer verso de la tarde:
De nuevo el rito del fulgor y de la sangre, inesperadamente.


Segundo verso, relumbre de alamares:
El saludo a un torero engalanado de un dieciochesco rosa y oro: la emoción y el abrazo.


Tercer verso de faralaes en los tendidos de piedra:
El pie descalzo –de uñas rosadas- bajo el traje flamenco de una joven morena.


Cuarto verso, a la verónica desmayada:
Quiso parar la media, detenerla, y después, cerrarla si cabe más lenta.


Quinto verso, con evocaciones del mar de Almería:
Tres pases naturales fluyen lamiendo la arena como las olas remansadas después de quebrarse
en espuma.


Y el sexto y último, épico como el colosal volapié:
El manotazo enrabietado en el hocico al toro claudicante, herido de muerte.










Evocación en blanco y oro


Con mi agradecimiento a Manuel Mujica Laínez y
a Curro Díaz.


Nada extraordinario sucedió en el ruedo aquella tarde.
El comportamiento descastado de los de Albarrán
apenas concedió unas verónicas templadas al primero
y unos cuantos naturales de lujo al cuarto..
Pero fue, sin duda, una tarde traspasada por lo mágico.




Al cabo ya de algunos años, en este invierno decadente,
acude a mí la luz deslumbrante del verano
y la evoco filtrándose por los ventanales de la cafetería de un hotel
en la ciudad del Renacimiento andaluz.
Sobre la mesa, Bomarzo y un gin-tonic helado
mientras aguardo la hora de la corrida
(he venido solo a esta cita con el rito del fulgor y la sangre):
El azar onírico había querido que, sin consultarnos,
nos ataviáramos idénticamente,
o quizás mi hermano me había mandado espiar
y había copiado el atuendo, leo entre sorbo y sorbo.
Maerbale y el Duque de Orsini vestían ambos
un traje de gala albo, cruzado el pecho
por una cadena de oro,
en el recibimiento fastuoso que toda Florencia ofrecía
a la jovencísima Margarita de Austria.




Una hora más tarde, a la luz del sol,
dos de los toreros de la terna
saltaban a la arena de la plaza
vestidos, cómo no, de blanco y oro.

















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