Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

sábado, 23 de julio de 2011

JULIO VÉLEZ [617]



Julio Vélez



Nació en Utrera el 6 de mayo de 1946, aunque se crió en Morón a la que siempre estuvo estrechísimamente vinculado, y murió el 23 de diciembre de 1992 en Francia, en el mismo país y a la misma edad que su admirado y querido poeta peruano César Vallejo, al que tantos años de estudio y trabajo le dedicó.
José Julio Vélez Noguera es autor de cuatro libros de poesía. El primero, “La espiga y la fiebre” (1967), quedó finalista de los premios de poesía Carabela 1966, pero Julio siempre consideró el “Laocoonte” (1978) como su verdadero primer libro. En él reescribe los mitos de la antigüedad clásica en versión moderna. Elabora las historias de la resistencia de su pueblo al franquismo, en largos poemas hechos para recitar.
Luego vendría “Los fuegos pronunciados” (1985) un poemario constituido mayormente por textos líricos breves, que versan sobre el amor, el lenguaje y la muerte, y sobre la relación entre éstos. Y por último, “Escrito en la estela de El último Ángel Caído”, que es solo un poema largo en 19 cantos, que fue publicado póstumamente en el mismo año de su muerte. Y, además, dejó dos libros inconclusos que aún están inéditos, aunque esperemos que por poco tiempo: “Por vuelo de herida” y “Dialéctica de la ruina”.
Asimismo, Julio Vélez es autor de una novela “El bosque sumergido” ganadora del Premio Alcorcón de Novela Corta, 1993, en la que narra la persecución que por razones ideológicas ha caracterizado la historia de España, desde la Inquisición hasta nuestros días, centrándose en el franquismo, al que él combatió tan enérgica como decididamente, y por el que sufrió la cárcel en tres ocasiones.
Pero Julio Vélez no sólo escribió poesía y novela, sino que también la estudió y enseñó como profesor titular de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Salamanca, y como Profesor Visitante en la Universidad de Washington en el invierno de 1990, así como en otros programas universitarios para estudiantes norteamericanos.
Además, de poeta, novelista y profesor, llevó a cabo una importante labor en torno a la vida y obra de César Vallejo, del que, como dijo Mario Benedetti, todo lo sabía y todo lo compartía. Los dos tomos (en colaboración con Antonio Merino) de “España en César Vallejo” (1984) y el volumen “Poemas en prosa/Poemas humanos/España, aparta de mi este Cáliz” (1988), muestran bien a las claras la devoción, pero también el rigor y el celo de su buceo indagador. La exposición “Vallejo/cien años de ser/1892-1992”, que Julio organizó en Salamanca con su infatigable equipo juvenil, fue la culminación de ese amor vitalicio.
Y por último destacar, por un lado, su apasionamiento por el flamenco y la figura de Diego del Gastor, del que dejó algunos memorables artículos y un libro titulado “Flamenco, flamenco. Una aproximación crítica” (1976); y por otro, su tarea como crítico literario con la publicación del libro “La poesía española según El País”, y como director de la revista literaria “La Pluma”. (Pedro Luís Vázquez García, 1997).




Aunque acaso vida y muerte

Aunque acaso vida y muerte
sean una misma y plural acogida,
ingentes brazadas,
lumínicas,
ardorosas luchas.

A un nuevo siglo
abiertas las mañanas,
días rasgados
en su mitad más muda.

que la muerte
vendrá a por la vida,
diáfana,

puntual,
firme y segura.

Pero me va a encontrar en rebeldía.

Del libro Los fuegos pronunciados







EL INFIERNO

El infierno está en mi/tu país.
El infierno está en mi/tu cuerpo.
El infierno existe sin duda.
Más también la posibilidad de cielo.

Del libro Dialéctica de la ruina






MIENTRAS LOS DE MIS AÑOS

Mientras los de mis años
escribían (me parece bien), yo
estaba en la clandestinidad
y escribía (me parece mejor).
Alzaban sus palabras impolutas
y hermosas (me parece bien),
sus ritmos largos como un cabello
de mujer al viento (me parece bien),
sus cuerpos acrisolados de exilios
y fragmentos por dentro y por fuera.
(Me parece bien). Sus voces
suaves pronunciando acentos justos
y equilibrados. Quizás algunos laísmos
sin importancia. (Me parece bien.)
Yo vivía. Era mi vero.
(Me parece mejor.)

Del libro Por vuelo de herida






De "Dialéctica de la Ruina"

A veces, cuando estoy muy solo,
me voy hasta la esquina para conversar
con el cajero automático.
Lo primero que me pregunta
es en qué idioma quiere que hablemos.
Yo desearía decirle, por ejemplo, que en suajili
o serbo croata, pero ello
no es posible. Me conformo con el alemán,
lengua que, por supuesto, tampoco conozco,
pero es de lo más divertido
adivinar qué cosa es ésta tan rara
que quiere decir Marque su número personal.
Paso un ratito de lo más entretenido.
Por supuesto engaño a la máquina
pero ella es arregladita y me dice que
me he equivocado. Así hasta dos veces,
porque por anteriores conversaciones, he descubierto que
a la tercera la comunicación se corta y se lleva
mi lengua de plástico al limbo bancario de las comprobaciones.

Después me pide qué deseo y esto es lo más difícil.
Desearía decirle “Salgamos a tomar una cerveza”,
“Vamos al cine” o bien “Cógete de mi mano que
te enseñaré el zoológico”. Pero no. Estas conversaciones
tan simples no le gustan y entonces le
pido el saldo para conversar un poco más con ella
tras esa reja de cristal oscuro. Me lo da. Yo
lo miro como si fuera una foto nuestra de
luna de miel o de luna bancaria que, en este
caso, es lo mismo. Ella está de lo más frívola
entonces y me hace una pregunta fatal. Desea
realizar otra operación. Yo le guiño un ojo como
entendiéndola y a veces digo sí y a veces digo no. Ella es liberal
sobre todo y no le importa demasiado mi respuesta. Está
preparada para todo. Si digo no, la conversación termina
pronto y tengo de nuevo que volver a casa, pero si digo sí
continuamos nuestro idilio. Me pregunta de nuevo
en alemán
qué deseo. Sé bien las respuestas pero no me gustan los
loros chillones y por eso siempre voy con varios diccionarios.
Con lentitud busco las respuestas y voy
traduciendo,
pero, como estoy nervioso, no consigo aprender
de prisa. A estas alturas ya hay una multitud de
enamorados esperando a las puertas. Son de lo más
celoso y ya me faltan dos dientes. Son heridas de guerra.
La verdad es que ni siquiera así consigo aprender
idiomas, y esto, en este mundo da para llegar poco lejos.

De “Los fuegos pronunciados”






III

Estás (estoy) aquí,
al borde mismo de la alegría.
Sintiendo
cómo las ventanas se abren,
se inundan los rincones.

Estoy aquí. Estás con la vida.
Con las manos bebiendo de las lluvias
como libertades
presentidas.

Así te siento. Me sientes en el latido.
como fantasma,
como amor prohibido,
como arco y luz de las esquinas.

Haciendo que a revolución me suene el alma.

De “Por vuelo de herida”








Las primeras muertes.

De golpe, descubrí un día que los poemas
no son más que gotas de lluvia contra
el ataúd de la muerte. Desde entonces
supe que los frutos del árbol sagrado
que desde pequeño habitaban en mi alma,
habían madurado a la vida. El sol
se había injertado en ellos y me descubrí
envejecido con fortuna. La ciudad me mostró
sus resonancias más íntimas y el olor
del azahar impregnó mi mirada.
Abracé en una caricia a mi amigo
y felices nos adentramos en la noche
luminosa y alcohólica. La ciudad
selló sus puertas y me quedé sólo en el pórtico.
Mis flechas las continuaré lanzando aguerridas
contra las columnas y las almenas.


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