Abel Guerola
Nací el doce de Junio del año 1985 en Sevilla. Desde el principio fue sumamente fácil para mí el acercarme a la cultura escrita, ya que mis padres son dos grandes bibliófilos, y eso provocó que siempre haya vivido rodeado de miles de libros. Sin embargo, de esta amplia biblioteca sólo una docena larga de ejemplares eran libros de poesía. Tal vez nunca me hubiera fijado en ellos si no hubiera sido por las clases de literatura del instituto.
Aquellos profesores hicieron que me empezara a interesar por poetas como Miguel Hernández, Federico García Lorca, Gustavo Adolfo Bécquer, Rubén Darío o Pablo Neruda. Gracias a esos autores, y a algunos más, descubrí la poesía y aprendí a amarla. Con esos precedentes, que comenzara a escribir mis primeros versos sólo era cuestión de tiempo.
Si tuviera que escoger a los poetas que más me han influido en mi forma de escribir, me quedaría con Charles Baudelaire, Federico García Lorca, Leopoldo María Panero y Luis Cernuda, aunque esta lista está siempre abierta a cambios.
Ahora mismo llevo una larga temporada sin escribir ni un verso, tal vez por que me he volcado más en otras facetas como el relato o la música. Sin embargo, se que tarde o temprano la poesía siempre acaba volviendo.
VIII
El Retrato
Llegará el día en que no pueda verte,
en que no pueda mirarte a los ojos.
Tal vez no será ni hoy ni mañana
mas se que llegará.
Tú, tu siempre primavera y quietud,
yo, yo cada vez más grave y pesado.
Si sólo eres mentira, espacio falso,
luz y sombra fingida...
¿Por qué hieres, por qué son tus colores
la sangre que me huye en el suspiro?
¿Y por qué son tus quiméricas formas
huesos enarbolados?
Te miro y aparto la vista, caigo;
te miro, rotos los hombros del mundo;
te miro, crece un milenio sin música
porque siempre me vences.
Llegará el día en que yo sólo sea
un recuerdo de mi mismo
te veré y veré la ruina
en la que me he convertido.
No habrá rosas en mi cuerpo,
habrá pasado el estío,
a lo mejor para entonces
ya no queden frutos por recoger.
Y tú serás lo que quede de mi
cuando de mi nada exista.
Tú serás mi sombra muda
cuando de mi no queden ni gusanos
y el festival de la carne podrida
haya por fin terminado.
IX
Detrás de la senda oscura,
detrás de las aguas quietas,
detrás de la ebria sombra,
detrás de palomas muertas
cuerpos hay que florecen,
cuerpos hay que me acechan.
Como un cuchillo de nieve,
como un aullido de arena.
El temblor de sus gargantas,
los rosales de sus venas
tan llenos siempre de espinas,
tan llenos de hojas ya secas
rotas al beber el agua
podrida de la quimera;
al beber el agua roja
oxidada en su cadena.
La tierra que me quedaba
quebrada, relampaguea.
Caen bruñidas montañas
sin sangre de primavera,
cae el fulgor de su pira
poblada de entrañas viejas.
Huelo las patrias efímeras
danzando como posesas,
huelo templos apagados
abrazados por la tierra;
el hedor de los gusanos
y de los huesos de piedra,
de los peces de sus tripas,
de sus sucias calaveras.
Hay una mano que crece
verdosa entre la maleza,
el crepúsculo lo indica
como una pesada huella.
Hay un azul insurcable
como un presagio de cera,
hay una raíz que grita
prisionera en la marea.
Detrás de la senda oscura,
detrás de las aguas quietas,
detrás de la ebria sombra,
detrás de palomas muertas
cuerpos hay que florecen,
cuerpos hay que me acechan.
El Retrato
Llegará el día en que no pueda verte,
en que no pueda mirarte a los ojos.
Tal vez no será ni hoy ni mañana
mas se que llegará.
Tú, tu siempre primavera y quietud,
yo, yo cada vez más grave y pesado.
Si sólo eres mentira, espacio falso,
luz y sombra fingida...
¿Por qué hieres, por qué son tus colores
la sangre que me huye en el suspiro?
¿Y por qué son tus quiméricas formas
huesos enarbolados?
Te miro y aparto la vista, caigo;
te miro, rotos los hombros del mundo;
te miro, crece un milenio sin música
porque siempre me vences.
Llegará el día en que yo sólo sea
un recuerdo de mi mismo
te veré y veré la ruina
en la que me he convertido.
No habrá rosas en mi cuerpo,
habrá pasado el estío,
a lo mejor para entonces
ya no queden frutos por recoger.
Y tú serás lo que quede de mi
cuando de mi nada exista.
Tú serás mi sombra muda
cuando de mi no queden ni gusanos
y el festival de la carne podrida
haya por fin terminado.
IX
Detrás de la senda oscura,
detrás de las aguas quietas,
detrás de la ebria sombra,
detrás de palomas muertas
cuerpos hay que florecen,
cuerpos hay que me acechan.
Como un cuchillo de nieve,
como un aullido de arena.
El temblor de sus gargantas,
los rosales de sus venas
tan llenos siempre de espinas,
tan llenos de hojas ya secas
rotas al beber el agua
podrida de la quimera;
al beber el agua roja
oxidada en su cadena.
La tierra que me quedaba
quebrada, relampaguea.
Caen bruñidas montañas
sin sangre de primavera,
cae el fulgor de su pira
poblada de entrañas viejas.
Huelo las patrias efímeras
danzando como posesas,
huelo templos apagados
abrazados por la tierra;
el hedor de los gusanos
y de los huesos de piedra,
de los peces de sus tripas,
de sus sucias calaveras.
Hay una mano que crece
verdosa entre la maleza,
el crepúsculo lo indica
como una pesada huella.
Hay un azul insurcable
como un presagio de cera,
hay una raíz que grita
prisionera en la marea.
Detrás de la senda oscura,
detrás de las aguas quietas,
detrás de la ebria sombra,
detrás de palomas muertas
cuerpos hay que florecen,
cuerpos hay que me acechan.
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