José Velarde Yusti, (Conil de la Frontera, 10 de noviembre de 1848 en (Cádiz, Andalucía) - Madrid, 1892), en donde falleció a los 44 años, fue un poeta español. Estudió Medicina. Su poesía está muy influenciada por contemporáneos suyos como Gaspar Núñez de Arce y José Zorrilla, especialmente este último, ya que, como él, Velarde escribió leyendas en verso.
El poeta español del siglo XX Gabriel Celaya lo cita en un poema con irónía para hacer referencia a su poesía caduca: "Recuerdo a Núñez de Arce y a don José Velarde,/ tan retóricos, sabios,/ tan poéticos, falsos,/ cuando vivía Bécquer, tan inteligente,/ tan pobre de adornos,/ tan directo, vivo.[...]".
Renunció al ejercicio de su profesión para trasladarse a Madrid, con su entrañable amigo José Antonio Cavestany, con ánimo de dedicarse al periodismo y a la literatura. Publicó sus primeros versos y artículos en la Ilustración Española y Americana.
Escribió en el Imparcial, La Iberia diario progresista, el Heraldo de Madrid, La Época diario moderado, La Correspondencia de España diario noticiero… Concurrió con asiduidad a la célebre Cacharrería del Ateneo, donde hizo gran amistad con Zorrilla, Valera, Echegaray, Campoamor, Balart, Grilo y Ruiz Aguilera. Gracias a la protección económica del rey don Alfonso XII, Velarde pudo evitar una existencia bohemia y azarosa. Velarde fue uno de los poetas más combatidos por la crítica. Entre sus detractores figuró en primer término “Clarín”. En 1888 dio a conocer en el Ateneo de Madrid su poema Alegría, del que Melchor de Paláu emitió el juicio siguiente:
Velarde describe con precisión; es un fotógrafo literario, mejor dicho, un daguerreotipista, pues el color está presente en sus obras; Velarde tiene en sus composiciones fragmentos acertadísimos, versos esculturales modelo de corrección y de armonía, brillantez fulgurosa en muchas imágenes, y, lo que es innegable, descripciones exactas que parecen echas con paleta y pincel. Puede decirse, en fin, que sus obras son superiores al poeta, que la factura predomina la esencia, y lo gráfico a lo ético.
El valor principal de Velarde es el de ser uno de los precursores del modernismo en España, juntamente con Reina, Ricardo Gil y Fernández-Shaw.
Obras
Poesía (1872)
Nuevas poesías (1878)
Alegría introducción y cuatro partes (La marcha, el alojado, el holgadero, la fuga, habladurías)
Teodomiro o La cueva del Cristo (1879), obra dedicada a su pueblo natal (Conil de la Fra.)
La niña de Gómez Arias(1880)
A orillas del mar (1882)
Voces del alma (1884)
El último beso(1884)
Ante el crucifijo
Mis amores
Fruto de sus escritos se recopilaron unas cartas a Navarrete, las cuales se editaron en un libro titulado Toros y Chimborazos.
También fue autor con su amigo Juan Antonio Cavestany de una obra de teatro que se estrenó en Madrid con gran éxito y que tituló: Pedro el bastardo. Sus obras se conservan en el ateneo de Madrid, donde ingresó en el año 1879 con el número de socio 4.267 y en su museo de poetas ilustres, junto a los más grandes de todos los tiempos, cuelga un cuadro de Velarde pintado por Manuel Fernández Carpio. En la biblioteca de las universidades de Córdoba, Jaén, Málaga, Baleares, Burgos, Palencia, Sevilla, Segovia, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Toledo, Cáceres, Pontevedra y Madrid, se pueden estudiar sus poemas y leyendas. También en la biblioteca Real se conservan dos tomos de sus obras completas autografiadas con dedicatorias de Velarde: A S. M. la Reina Regente Dña. María Cristina testimonio de respeto y gratitud, el primer volumen y el segundo: A S. A. R. Dña. Isabel de Borbón Infanta de España en testimonio de adhesión.
WEB DEDICADA AL POETA: http://josevelarde.blogspot.com/
Fray Juan
Canto Primero
I
Noche horrible! El noto zumba,
Rompe la nube en granizos
Y en relámpagos rojizos,
Y sordo el trueno retumba:
El torrente se derrumba
Convertido en catarata;
Troncha el viento y arrebata
El roble añoso en la sierra,
Y se estremece la tierra
Y el rayo fulgura mata.
II
Al batir la choza el viento
Teme el pastor por su vida;
Aúlla el lobo en su guarida
Al par medroso y hambriento;
La campana del convento
Conjura la tempestad,
Y alza la comunidad
Arrodillada en el coro
El canto ó más bien el lloro
Que mueve el cielo a piedad.
Canto Primero
I
Noche horrible! El noto zumba,
Rompe la nube en granizos
Y en relámpagos rojizos,
Y sordo el trueno retumba:
El torrente se derrumba
Convertido en catarata;
Troncha el viento y arrebata
El roble añoso en la sierra,
Y se estremece la tierra
Y el rayo fulgura mata.
II
Al batir la choza el viento
Teme el pastor por su vida;
Aúlla el lobo en su guarida
Al par medroso y hambriento;
La campana del convento
Conjura la tempestad,
Y alza la comunidad
Arrodillada en el coro
El canto ó más bien el lloro
Que mueve el cielo a piedad.
El Capitan Garcia
Al centro militar de Madrid
Lentamente de los valles
La noche subiendo va,
Y al quedarse todo en sombras,
Y silencio y soledad,
-¡Centinela alerta!- se oye
A lo lejos exclamar,
Y otra voz más a lo lejos
Responder: -¡Alerta está!-
Entra la noche tan fría,
Que en las fuentes del lugar
El agua, muda, se para
Y se convierte en cristal,
Al centro militar de Madrid
Lentamente de los valles
La noche subiendo va,
Y al quedarse todo en sombras,
Y silencio y soledad,
-¡Centinela alerta!- se oye
A lo lejos exclamar,
Y otra voz más a lo lejos
Responder: -¡Alerta está!-
Entra la noche tan fría,
Que en las fuentes del lugar
El agua, muda, se para
Y se convierte en cristal,
A ORILLAS DEL MAR
A ORTEGA MUNILLA
I
Siempre que me hallo en la tierra
Hermosa donde nací
Que aun á los moros aterra,
Alzada frente a la sierra
Del imperio marroquí,
Me suele el sol encontrar,
Cuando declina y desmaya,
Absorto viendo llegar
Á la arena de la playa
Las roncas olas del mar.
Ya sigo la blanca estela
De la bien ceñida nave
Que al dar al viento la vela,
Sobre las espumas vuela
Rozándolas como un ave;
Ya á algún pájaro marino
Que va tras el pez sin tino,
Zambulléndose en las olas,
E imitando con su trino
Dulcisimas barcarolas.
Ávido aún de belleza
Escalo el coronamiento
De una antigua fortaleza,
Que hunde en el mar el cimiento
Y en las nubes la cabeza;
Y á medida que adelanta
Mi ascensión, se me figura
Que la atlántica llanura
Lentamente se levanta
Suspendida de la altura.
Bien me pongo a contemplar
Los árboles de un pinar
Que parecen, inclinados
Ejércitos derrotados
Que van huyendo del mar
Estático de placer
Miro en las aguas caer,
Como en hirviente crisol,
El rojo disco del sol
Que se ensancha al descender,
Y al disiparse sus huellas
De amaranto y de carmín,
Aparecer las estrellas
Temblorosas, blancas, bellas,
Como flores de jazmín.
Llama en esto a la oración
El destemplado esquilón
De la ermita donde mora
La Virgen, dominadora
Del furibundo aquilón,
Y al escuchar el sonido,
El adusto marinero,
Que quizás juraba fiero,
Calla y se quita, vencido,
De la cabeza el sombrero;
Pues no existe en derredor
Marinero ó pescador,
Que al desamarrar la lona,
No le rece con fervor,
Una salve a su patrona;
Virgen santa, que presume
De no usar otra presea
Que de corales no sea,
Ni otro incienso que el perfume
Embriagador de la brea.
Y que por ricos ex-votos
Y por galas en su altar,
Quiere los vestidos rotos
De los náufragos devotos
Á quienes salva del mar.
II
En las tardes de verano,
No ha mucho tiempo, solía
Encontrar allí un anciano
Que, como yo, se aplacía
Contemplando el océano.
El imperio de su faz,
Su nerviosa contextura
Y su voz áspera y dura
Contrastaban con la paz
De su vida y su dulzura;
Y supliendo la alta ciencia
Y el estudio de los sabios
Con el genio y la experiencia,
Cada frase era en sus labios
Una profunda sentencia.
A pesar de nuestra edad,
Nos puso en intimidad
El mismo amor de los dos
A la hirviente inmensidad
Que sirve de espejo a Dios:
Y aunque muy niño, al olvido
Dando amor, juegos y enojos,
Le escuchaba embebesido,
Con el alma en el oído
Y abierto, sin ver, los ojos.
Una tarde en que la historia
Del valiente pueblo ibero
Trajimos a la memoria,
Jurando culto a su gloria
Y rencor al extranjero,
Con el habla estremecida
De quien tiene el alma herida
Por la pena o por el odio
-Oye -dijo- el episodio
Y temblando, absorto, mudo
Y con el rostro ceñudo
Permaneció largo rato,
Hasta que vencerle pudo
Y comenzar su relato.
III
-Hasta el vengativo anhelo,
Encuentra dulce consuelo
O se convierte en amor
Cuando el alma mira al cielo;
Más allí los ojos guío,
Y el odio en el pecho mío
Se resuelve sin cesar,
Ya templado, ya bravío,
Siempre grande como el mar.
En vano vencerlo quiero;
Pues hallo dulzura en él,
Como las abejas miel
En las flores del romero,
Más amargas que la hiel.
Y es que esclava de ley dura
Desde el pecado de Adán,
En toda humana criatura
Fermenta la levadura
Maldecida de Satán,
Y hay heces en lo más hondo
Del alma del ser más bueno,
Como hay pestilente cieno
Depositado en el fondo
Del arroyo más sereno
La Velada
A MI QUERIDO MAESTRO EL EMINENTE POETA
DON RAMON DE CAMPOAMOR
Allá del Norte en la región sombría,
Perennes en los valles son las nieblas,
En los montes altísimos la nieve
Y en el fondo del alma la tristeza.
Pálido el sol se duerme sobre el lago,
O las nubes preñadas de tormentas,
Y es el día crepúsculo medroso
Que da en la noche cuando nace apenas.
Levántase la gótica abadía
Del río caudaloso en la ribera,
Y cual nido de halcón inaccesible,
El castillo feudal en la alta peña
A ORTEGA MUNILLA
I
Siempre que me hallo en la tierra
Hermosa donde nací
Que aun á los moros aterra,
Alzada frente a la sierra
Del imperio marroquí,
Me suele el sol encontrar,
Cuando declina y desmaya,
Absorto viendo llegar
Á la arena de la playa
Las roncas olas del mar.
Ya sigo la blanca estela
De la bien ceñida nave
Que al dar al viento la vela,
Sobre las espumas vuela
Rozándolas como un ave;
Ya á algún pájaro marino
Que va tras el pez sin tino,
Zambulléndose en las olas,
E imitando con su trino
Dulcisimas barcarolas.
Ávido aún de belleza
Escalo el coronamiento
De una antigua fortaleza,
Que hunde en el mar el cimiento
Y en las nubes la cabeza;
Y á medida que adelanta
Mi ascensión, se me figura
Que la atlántica llanura
Lentamente se levanta
Suspendida de la altura.
Bien me pongo a contemplar
Los árboles de un pinar
Que parecen, inclinados
Ejércitos derrotados
Que van huyendo del mar
Estático de placer
Miro en las aguas caer,
Como en hirviente crisol,
El rojo disco del sol
Que se ensancha al descender,
Y al disiparse sus huellas
De amaranto y de carmín,
Aparecer las estrellas
Temblorosas, blancas, bellas,
Como flores de jazmín.
Llama en esto a la oración
El destemplado esquilón
De la ermita donde mora
La Virgen, dominadora
Del furibundo aquilón,
Y al escuchar el sonido,
El adusto marinero,
Que quizás juraba fiero,
Calla y se quita, vencido,
De la cabeza el sombrero;
Pues no existe en derredor
Marinero ó pescador,
Que al desamarrar la lona,
No le rece con fervor,
Una salve a su patrona;
Virgen santa, que presume
De no usar otra presea
Que de corales no sea,
Ni otro incienso que el perfume
Embriagador de la brea.
Y que por ricos ex-votos
Y por galas en su altar,
Quiere los vestidos rotos
De los náufragos devotos
Á quienes salva del mar.
II
En las tardes de verano,
No ha mucho tiempo, solía
Encontrar allí un anciano
Que, como yo, se aplacía
Contemplando el océano.
El imperio de su faz,
Su nerviosa contextura
Y su voz áspera y dura
Contrastaban con la paz
De su vida y su dulzura;
Y supliendo la alta ciencia
Y el estudio de los sabios
Con el genio y la experiencia,
Cada frase era en sus labios
Una profunda sentencia.
A pesar de nuestra edad,
Nos puso en intimidad
El mismo amor de los dos
A la hirviente inmensidad
Que sirve de espejo a Dios:
Y aunque muy niño, al olvido
Dando amor, juegos y enojos,
Le escuchaba embebesido,
Con el alma en el oído
Y abierto, sin ver, los ojos.
Una tarde en que la historia
Del valiente pueblo ibero
Trajimos a la memoria,
Jurando culto a su gloria
Y rencor al extranjero,
Con el habla estremecida
De quien tiene el alma herida
Por la pena o por el odio
-Oye -dijo- el episodio
Y temblando, absorto, mudo
Y con el rostro ceñudo
Permaneció largo rato,
Hasta que vencerle pudo
Y comenzar su relato.
III
-Hasta el vengativo anhelo,
Encuentra dulce consuelo
O se convierte en amor
Cuando el alma mira al cielo;
Más allí los ojos guío,
Y el odio en el pecho mío
Se resuelve sin cesar,
Ya templado, ya bravío,
Siempre grande como el mar.
En vano vencerlo quiero;
Pues hallo dulzura en él,
Como las abejas miel
En las flores del romero,
Más amargas que la hiel.
Y es que esclava de ley dura
Desde el pecado de Adán,
En toda humana criatura
Fermenta la levadura
Maldecida de Satán,
Y hay heces en lo más hondo
Del alma del ser más bueno,
Como hay pestilente cieno
Depositado en el fondo
Del arroyo más sereno
La Velada
A MI QUERIDO MAESTRO EL EMINENTE POETA
DON RAMON DE CAMPOAMOR
Allá del Norte en la región sombría,
Perennes en los valles son las nieblas,
En los montes altísimos la nieve
Y en el fondo del alma la tristeza.
Pálido el sol se duerme sobre el lago,
O las nubes preñadas de tormentas,
Y es el día crepúsculo medroso
Que da en la noche cuando nace apenas.
Levántase la gótica abadía
Del río caudaloso en la ribera,
Y cual nido de halcón inaccesible,
El castillo feudal en la alta peña
Para ser feliz – decía
A sus nietos una anciana. —
Es preciso que el invierno
Jamás penetre en la casa;
Que el verano esté en los trojes,
El otoño en las tinajas,
Y la alegre primavera
En el interior del alma
Raices Conileñas
De un grandísimo edificio
En una sala muy grande,
Desvelados en sus lechos
Están doscientos rapaces.
¡Cuánto dieran por unirse
Á los que van por la calle
Entonando villancicos
Y haciendo sonar el parche!
Mas ¡ay! Que de aquella casa,
Cuartel, hospital y cárcel,
Salir no pueden, so pena
De ser victimas del hambre.
Un niño de pocos años,
Cuyas mejillas de ángel
Á voces está pidiendo
Las caricias de una madre,
Incorpórase en el lecho
Para escuchar los cantares,
Pero un celador que llega
Le reprende con coraje.
Y el niño tiembla de miedo
Al ver tan duro semblante,
Y llora y dice: -¡Dios mío,
Por qué no tenemos padres?
Desde mi ventana
¿Por qué mientras todos brindan
Cantando y riendo al par,
Aquella mujer hermosa
Tan triste y callada está?
Es ¡ay! que la Noche-Buena
Es noche de tempestad,
Y el hijo de sus entrañas
Los mares cruzando va
Desde Sta. Catalina
La noche es oscura y fría:
Baja el lobo de la sierra
Cauteloso olfateando
Y al viento dada la oreja.
Cual fuegos fatuos relucen
Sus ojos en las tinieblas,
Y con paso no sentido
Al callado redil llega.
Descuidados los pastores
La Natividad celebran,
Y el perro deja la guarda
Atraído por la cena.
De pronto tristes balidos
A los pastores despiertan.
Que ¡al lobo! gritan y azuzan
Los perros contra la fiera.
Pero tarde: llega el lobo
A su cubil con la presa,
Y tiéndese ijadeante
Clavando la zarpa en ella.
En una casa mezquina
De entrada oscura y estrecha,
Sobre un mostrador echado
Está un hombre de faz seca.
Ojo avizor, oído atento,
Como el lobo cuando acecha,
Todos los sentidos pone
De su tugurio en la puerta.
Ábrese, al fin, lentamente,
Y una pobre mujer entra,
Que la manta de su lecho
En manos del hombre deja.
-Esta noche tendré frío
- Dice al bajar la escalera, -
Mas los hijos de mi alma
Cenarán, que es Noche-Buena.-
Aun más desgraciado el pobre
Que las tímidas ovejas,
No tiene contra los lobos
Ni perros que le defiendan.
Fosil
Tendido en el duro suelo
De un húmedo calabozo,
Duerme un criminal, tan malo
Como feroz es su rostro.
De guitarras y zambombas
Despiértale al alboroto,
Y - <<¡ Madrecita del alma! >> -
Dice, rompiendo en sollozos.
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