MARIANO RIVERA CROSS (Jerez de la Frontera 1945). Licenciado en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Estudios de doctorado sobre la filosofía hindú de los Upanishad en la poesía última de Juan Ramón Jiménez. Adjunto al Departamento de Literatura contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, dirigido por Francisco Yndurain. Colaborador de la tertulia poética “Amigos de la UNESCO”. Cursa estudia de dirección teatral en la RESAD de Madrid, dirigiendo desde entonces a numerosos grupos de teatro independientes. Profesor de Lengua y Literatura Española en el I.E.S. “Juan de Herrera” de San Lorenzo de El Escorial y Catedrático en el I.E.S. “Padre Luis Coloma” de Jerez de la Frontera desde 1980. Fundador de la tertulia literaria jerezana “La Parra Vieja”, más tarde tertulia portuense “El Ermitaño”, decana de nuestro país. Ha publicado las novelas DULCE VIRUS DE LA TRANSICIÓN (2004), LA PARRILLA INVERTIDA (2007) y SOFONISBA ANGUISSOLA: UNA PINTORA ITALIANA EN LA CORTE DE FELIPE II (2010), los libros de teatro OFFMOVIL I, II Y III (1998-2005), y los libros de poemas SILUETAS VERTICALES (1996), DIOSES Y HÉROES EN RETIRADA (2007), EL CIELO QUE NUNCA HABLÓ (2009), EL SOFTWARE DE LA INMORTALIDAD (2010), ENTRE SOMBRAS (2011) CÉLULA POLEN (2011 y ACUARIO BLUE (prólogo de Leopoldo María Panero) (2011).
ANTOLOGÍA POESÍA DE MARIANO RIVERA CROSS
Hoy llueve en Madrid de forma alocada.
Lo mismo golpea el agua en los cristales
que reafirma la verticalidad de los arces,
las palomas se resguardan en las cornisas
y una anciana se empapa mirando el cielo.
Cosas que ocurren cuando el verano pasa
y camina con botas de leguas hacia el sur.
Cuando el cielo se abre en fruto carnoso
y la meseta se enreda en los bulevares.
Esta noche me siento tan solo
que te pediría compartieras mi lecho.
Que observando tus labios dormidos,
me sería suficiente para soportar
esta soledad de almendra amarga
que escala sin tregua hacia mi boca.
Que hasta consentiría que el sexo
no fuera la droga que necesitan
nuestros dos cuerpos cansados.
Que tu respiración sería lo bastante
cálida para salvarme de esta locura
desierta, e incluso podría renunciar
a ser tu amante, ese personaje extraño
que se empeña en habitar tu otoño.
Tan falto de ternura cuando, vencido,
ha cumplido con el inevitable amor.
Luna, espuela de plata
Cuando asciende desde el asfalto
esa niebla manchada, escalando
farolas anémicas de ámbar,
y se hace azufre por entre las desnudas
piernas de las meretrices callejeras,
y neones de corriente alterna
embriagan los instintos agazapados,
y el brillo de unos labios aturde
al negro más hondo de la noche,
entonces es cuando te maquillas
con tu sonrisa más blanca de metal,
y, por un instante, desde el cielo,
la ciudad se convierte en un plató fantasma
donde sólo se escuchan corazones de búhos
y espuelas de plata en tu lento galopar.
La noche dividida
Te asomas a la terraza del ático,
te alisas el pelo con la mano cansada,
y, donde sopla el viento, adelantas
el rostro para serenar la angustia.
Puesto que tantas luces y estrellas
encendidas están distantes -parpadean
en la noche- y no te llega
el calor de sus filamentos candentes,
el cielo -engañosa altura-
intentas cogerlo con los deseos
mientras cruzas las manos en el pecho
para resguardarte del frío y la tristeza.
Suspiras, a pesar de todo, porque
sigues enamorada de la libertad,
y lloras, porque la soledad
-esa alcahueta de tu cuerpo-
es enemiga del amor que tanto
necesitas parar aguardar, sin sobresaltos,
la llegada tímida de la aurora.
Cita de invierno
Te sientes fantasma
entre tanta densa niebla
o carne de hampa
silueteada por farolas anémicas.
Te alzas el cuello del chubasquero
para resguardarte de la penetrante soledad,
y, dado que todo es humo,
fumas pitillos de niebla en la noche.
Inmóvil, ante una cabina telefónica,
aguardas la llamada de tu corazón,
el secreto de las ilusiones secuestradas
o la voz del aliento para caminar
hacia un fondo gris sin distancias.
Soledad de abril
Consulta a las sombras
si sus transparencias
permiten la penetración.
No obtiene respuesta. Duda.
Ya casi al filo de la última luz,
renuncia a la aventura del dolor,
arroja la memoria y las llaves
en los bolsillos cálidos de los bulevares,
y decide entrar en el acompasado
ritmo vertiginoso del murmullo,
y a la espera de un dardo envenenado,
pasea por entre las insinuantes
caderas de la juventud en flor.
Así fragua su soledad en llama.
Y vive. Y muere sin renunciar a la dicha.
Flores de la ciudad
Porque las palomas ríen,
los árboles vuelven
a crecer hacia los áticos,
las muchachas se sueltan
los cabellos, la circulación
la anulan tantos coros de piares,
tú me llamas a medianoche
cuando el corazón golpea los deseos,
los diálogos al aire embriagan los pasos,
ya no son cadáveres de hielo
los transeúntes subterráneos de la ciudad,
el censo se densa de amor
y las noches con maullidos de gatos,
me vuelven las ganas de vivir,
ganarle al tiempo, sin consideración,
su guiño arrogante y descarado.
BULEVARES DE CEREZA (1997)
¿Abstracciones?
No. Contactos
de un hombre con su planeta.
………………………..
¿Quién soy yo?
Me importa poco.
El mundo importa.
Jorge Guillén, “Al margen de un Cántico”
PIEDRA
¿Acaso la piedra existe sin corazón,
sin médula
y sin laberintos de conductos
por donde fluye la angustia de los desplazamientos?
Acércate a ellas, no importa su tamaño, la irregularidad y el arco
de su volumen, acarícialas y deja que se acostumbren a tu tibieza,
y cuando las huestes de tu sangre se hayan paralizado
ante la ingrave temporalidad de sus destinos,
acerca primero el oído a sus planicies
y luego el pecho con el regocijo de un extraño enamorado,
y ábrete paso por sus túneles hasta llegar al centro abisal
por donde llegaron,
en un tiempo pasado,
a hundirse en los vastos océanos de la creación,
o a estar muy cerca del aire que no se respira,
donde todo es silencio.
¿Qué egoísmo es el de un gen que, pudiendo tener el 100% se conforma con sólo el 50%?
Richard Dawkins, “El gen egoísta” (1976)
VARIOS
No importa
que ya no tengamos dioses que nos representen,
ni porten el estandarte de nuestras múltiples condiciones,
porque es fácil reconocerse en un membrillo
sin son ácidas nuestras palabras,
o en un hongo blanquecino del bosque
si nos aprovechamos de aquellos investidos de dignidad,
como el caso de una babosa que se arrastra por las cloacas
para alcanzar la luz,
el dadivoso delfín que guía a los perdidos,
o la grácil curvatura del cuello del cisne en su arrogancia,
o el paroxismo placentero de la mantis religiosa devorando
al macho, exhausto y sin fuerza para echarle un pulso
a la breve sucesión temporal,
una vez arrojó la semilla de la vida.
Cómo la cultura nos permite luchar contra nuestra biología.
Richard Dawkins, “El gen egoísta” (1976)
GALÁPAGO
Sin prisas para la muerte y sin prisas para el gozo carnal.
Tal el destino de los galápagos para la vida y la desaparición.
Y disiento del verso solitario del poeta D.H. Lawrence
“Nobody has listened to your complaints”
porque cuando era niño,
entre las macetas verdes del patinillo de mi casa del sur,
cuando el olor de la albahaca y el clavo de los claveles
inundaban los pozos secretos de la inmadura pubertad,
escuché el tono agudo de sus quejas como un canto de sirena.
Tal vez porque habían roto el pacto establecido
con la soledad
y se afanaban forzados a cumplir con la perpetuación,
o porque, en su acorazado instinto,
venciendo a la pasión irracional,
sabían que en la entrega amorosa, el orgulloso ser,
por muy pétreo que a través de los siglos se haya conformado,
jamás se multiplica, sino que se divide
y poco
a poco
desaparece.
El meme (gen cultural), para una fe ciega, asegura su propia perpetuación por el simple e inconsciente recurso de desalentar una investigación racional.
Richard Dawkins, “El gen egoísta”. (1976)
CAMALEÓN
Y si de una época prehistórica hasta nuestros días de progreso
nos llegó mágicamente el invertebrado y escurridizo camaleón,
se trata de la firme voluntad del destino
a que no nos engañemos,
y más allá de nuestras creencias admitamos
que si Clarín es el único personaje
que muere en el fragor de la batalla,
pese a su conciencia nítida de que la vida es un simple sueño,
no fue porque se refugió tras unas jaras espesas del monte
y no quiso ser un soldado dispuesto a cambiar el mundo,
sino que fue el único guerrero que sobrevivió
a la diabólica revolución de las especies por perpetuarse,
ocultándose de rojo entre la sangre de los vencidos
o de verde prado
cuando la hipocresía
se fue apoderando de la naturaleza creada.
LAS HOJAS MUERTAS
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
tu vois, je n’ai pas oublié...
Y no es un árbol, ni el robusto tronco
que queda poco antes de la desaparición.
Es una parte del todo que ya no posee vida,
y sin embargo nuestras bellas palabras,
nuestros sentimientos melódicos
logran el milagro de resucitarlas.
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
les souvenirs et les regrets aussi.
Porque existen canciones que nos reúne,
cantaba con su voz de puente Yves Montand,
y con la suya de gorrión y golondrina
Edith Piaf se alió con la escoba del otoño
antes que el invierno quebrara su destino,
dejando en la retina de los enamorados
la ilusión de que es posible la eternidad.
Y desde entonces caminamos de otro modo,
como si la sinécdoque se hubiera un día
ofrecido al poeta para cubrir el planeta de luz.
Mas la vida separa a los amantes,
dulcemente, despacio, sin hacer ruido.
CÉLULA POLEN (2006)
Mensajera tú existía. Y lo sabía yo.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, La estación total.
Mensajera desnuda de sombras
No vino, tal los vaticinios, con ojos encendidos de diamante
ni cabalgando a lomos de nubes encintas y viajeras,
aunque ya los astros anunciaron su misterioso vuelo
en la estela que depositan los tejidos del sueño al alba.
Y toda una corte de olorosos pájaros
entregaron sus trinos a los racimos de aire.
Y un sol triunfante afinó los añafiles del cielo
mientras las palmípedas aves danzaban ebrias de luz.
Llegó desnuda de sombras, dejando levemente
su timbre por cuantos huecos ocultaban su transparencia,
por cuantas huellas olvidadas de hojas caídas,
por cuantos ímpetus de olas por entregar su eterno canto.
Por un momento llevaba larga cabellera celeste
o más bien eran candelabros de bronce sus rizos,
mas su boca cubría el horizonte de dulzura y cada pálpito
del viento le acariciaba los hombros como un acorde.
Y sin mediar palabras ofreció su tiempo de vida en un vaivén,
y depositó su rumbo en la rosada rama timonera sin contornos.
De tal manera fueron estallando los aterciopelados pecíolos,
sin apenas tomar conciencia del gozo y de la herida.
Pessoa dice que el poeta es un fingidor
¿Qué finge un poeta, Pessoa?
¿Ser poeta cuando no escribe? Ya declaró
en televisión su apego a la gastronomía
y a cualquier apretado trasero que se le insinuara.
¿No ser o parecer poeta cuando escribe?
Es cierto que intenta engañar a los lectores
cuando inicia el primer verso, y se recrea
con la sorpresa del segundo y del tercero.
Mas a partir del cuarto, ya en el abismo,
lo escribe el viento, un ángel o Satán.
¿Engañarse a sí mismo creyéndose alado?
En el destello, en el flash, en la entrevista.
¿Qué finge un poeta, Pessoa,
cuando el tiempo quita memoria
y los ojos pintados ya no le miran?
¿Hablar con sus voces interiores
sabiendo que jamás le ayudarán?
¿Hablar con Dios, cuando ni le escucha
ni le ha visto jamás sus ojos de almendra?
¿Qué finge un poeta, Pessoa?
Tal vez finja, que está fingiendo
cuando no puede fingir. Tal vez.
Naranjos de una noche de Sevilla
Este olor a azahar no tiene ribetes de orillas,
es tierra y se confunde con nuestros huesos de tierra.
De riberas sí que presumen sus blancos pétalos.
Naranjos atravesando el ancho del río como
barcos fosforescentes en la niebla de la noche
y el aroma a sexo de muerte en sus mástiles.
Este olor a azahar no es de este mundo.
Traspasa los sentidos como la misma locura.
Esticomitia de una noche de verano
He aquí que cae la tarde en las estrellas.
El mismo cielo recibiendo nubes de sangre.
La despedida de plata hacia el horizonte.
Algazara de picos en las enramadas.
Frenesí de vuelos por la alta claridad.
El canto acompasado de los insectos.
Por detrás del murmullo el largo silencio.
Ábrase la posibilidad a lo desconocido.
Ya asoma tan melancólica su cara la luna.
Flores que ocultan y ofrecen sus encantos.
Y el pecho templa sus cuerdas de humo.
El lejano olor a salitre de todos los mares.
Justo cae de la higuera el fruto morado.
El sueño profundo de todos los vientos.
Tan cercana ya la melodía del corazón.
Existe sólo una distancia para el recuerdo.
Un perfume de tierra ofrecido a la noche.
Porque el amor y la muerte acallan al tiempo.
Es una máxima belleza que no avanza.
Y los mismos párpados y las mismas horas.
No se aprecia luz en los otros confines.
Y el mismo sol abrirá los ojos a los sueños.
Y el mismo cielo, el mismo alba, a la vida.
De los personajes poéticos
Supongamos que tú no eres tú.
Sino digamos que eres Fernando Pessoa
paseando taciturno por los muelles de Lisboa.
O digamos que eres Lesbia tratando
de comprar los mejores esclavos de Sudán,
los más resistentes al amor. O digamos
que eres aquel hombre o mujer que sin ser tú
tampoco existe, ni porque aparezca
en un poema posee categoría de personaje.
O digamos que eres una muchacha soñadora.
O Eugenio Montale rodeado de huesos de sepias.
O que eres tú pero distinto, más osado,
capaz de vencer a la muerte en un duelo.
O que te cambias por él y te haces lector.
O que se te han borrado los nombres
y el que aparece en los versos tal vez
sea un ángel, Satán, o un niño perdido.
Perfume a brasa de encina
A lo dispuesto por esta tarde tan fría y lluviosa de otoño,
con el ocaso totalmente cubierto con una capota gruesa y gris
y los últimos pájaros en retirada, cansinos y silenciosos,
me acojo leyendo poemas de autores nórdicos,
salpicados de abedules de ramas ennegrecidas, cipreses
de vidrio, campos de hielo y garzas dibujando el horizonte.
Por si no le fuera a ver, con nitidez, el rostro a Dios en las nubes,
en el vaho de los cristales o en el perfume a brasa de encina.
Cuando más se manifiesta la soledad de su omnipotencia divina:
en la escarcha gélida del sendero o en el peso de todo el vasto cielo.
Espejo de estaciones
(La Granja de San Ildefonso)
¡Qué soledad de escenario helado
anega los estanques, ninfas, dragones
y dioses ateridos en su colombina quietud!
Quema el sol en los claros del bosque.
Mas no puede robar el verde a los pinos,
ni la majestad a los cedros ni a los mirtos
su perfume ni al cielo su terco prusia.
¡A los palacios de invierno! cantan los mirlos.
No al estío con sus llamas lujuriosas.
A la herida del corzo de fuente en fuente.
A los invisibles pasos de sendero en sendero,
así como al crujir de las hojas aún por caer.
¡Despertad al violinista de los rizos de plata!
chillan con picos y alas las aves del invierno.
Que afinen el vértigo de tanta verticalidad.
Mientras las mariposas disfrazan sus colores
y las secas fuentes claman tormentas de hielo.
Todo llega a ser espejos de estaciones. Donde
el sol cambia de ceño como de fantasía el viajero.
Bronce. Parterres. Lluvia de polen. Mármol.
Como cisnes. Adolescentes. Nubias. Pájaros.
Y ser carámbano en un tridente, en un orondo sapo,
o, cual la propia nieve, en el blanco seno de Diana.
Parque de María Luisa. Sevilla
No siempre agita el viento las hojas de los árboles.
Y si esperas la calma verás arces deshojándose en el silencio
o palmeras que crecieron un palmo y no se han quejado
o palomas que cambian de cornisas y planean felices.
Más recatadas, las mariposas que surgen de las sombras,
los almendros que se visten de blanco como una novia
y el arrugado algarrobo que en la tarde ofrece su añejo aroma.
O de los arriates de los estanques surgir tulipanes rojos.
O pensamientos lilas que compiten con los nenúfares.
Y, por doquier, gorriones celebrando el abrir de las nubes,
hojas de ficus a la deriva por los estanques de colores,
alondras surcando a baja altura los cielos emborregados,
pavos reales coronando su esfuerzo con abanicos de amor,
o enamorados grabando en silencio sus corazones en el ocaso.
Mas aún quedan jazmines enredados en la hiedra de las pérgolas
y en el aire húmedo de la historia se precipita la noche.
Una bandada de papagayos cruza raudo los espacios abiertos
y siempre una rosa encarnada nace en la glorieta de Bécquer.
Del Guadalquivir llegan, aún tímidos, los primeros brotes del azahar,
en el horizonte se dibuja el rectilíneo vuelo de los patos de marisma,
y una niña, hecha estatua, da de comer cañamones a las palomas.
Las sombras van cayendo mientras suena un alto trino de pájaros.
Sólo el hombre está solo.
BLAS DE OTERO, Redoble de conciencia.
Saberse rodeado de paredes blancas, mudas
Ese hombre que se quedó irremisiblemente atrás, sin posibilidad
de adaptar la conciencia al frenético ritmo de un aire envenenado,
está tan solo y vacío en cada uno de los segundos de ese tiempo
que se le resbala entre las manos y desaparece, que toda su vida
es miedo.
Pero no a la carne devorada, ni al polvo ciego, barro o enamorado.
Ni tan siquiera al hueco de ese cielo prometido que sabe nunca hallará.
Aquello que le atraviesa con velocidad sus ansias hasta la locura,
es saberse un día buscando desesperado un sol sin manos
que le protejan del frío, sin susurros ni palabras aliviando la entrada
a la noche con ficciones, o, cuando el mayor dolor, saberse rodeado
de paredes blancas, mudas.
Ese hombre cuya vista se le niebla ante el pavor, la voz le balbucea,
la nuca pierde el fiel de la armonía y la columna ósea se le quiebra
en millones de partículas, aunque continúe en pie y no tenga raíces,
ese hombre, imparable, se acerca, siempre se está acercando,
a una soledad futura que le será imposible describir por agazaparse
tras sus sombras.
ENTRE SOMBRAS (2003)
La joven había ingresado una noche de diciembre en medio de una crisis de delirio, convulsiones y vómitos. Recibió los primeros cuidados médicos y, en principio, pareció que respondía favorablemente al tratamiento. Pero los profesionales que la atendieron le suministraron sedantes inadecuados, presuntamente porque desconocían que padecía porfiria, y Paula cayó entonces en un profundo estado de coma. Nunca salió de él y vivió postrada en estado vegetativo casi un año más hasta fallecer en casa de su madre, en California".
Isabel Allende, Paula
Porfiria
Porque el orden misteriosamente se desordena
Y deforma sin misericordia el rostro y el cuerpo
De las dulces criaturas que vinieron a este mundo
Para deleitarse de tanta hermosura,
O porque el canon de la belleza
lo establece sin remedio el alma,
He volado hasta sus bocas, sus dientes,
Sus abiertas fosas nasales,
A sus amontonadas ampollas,
A sus huesos corroídos, a sus encías
Descarnadas, a la piel de barro
Blanco de sus caras rientes al mundo,
Y me he enamorado de tanta ilusión frustrada,
metamorfoseada en candor y en dicha,
Cuando descubrieron que existe un ángel
Que a un tiempo
es un niño,
una niña,
una mujer,
un homosexual,
un anciano
o una anciana
que palpa sus materias y se deleita en ellas,
y juegan, y ríen,
o corren por el cielo
o hacen el amor a la luz blanca
de las noches cargadas de estrellas
y emprenden juntos la existencia.
Generación hombres-bomba
Desde Occidente afirmamos que no tienen
Más salidas de sus barrios marginales,
De sus callejones estrechos,
Malolientes y viciados desde la cuna,
Que el Muslim Paradise,
Con setenta y dos huríes,
Vírgenes de ojos negros,
Y todos los placeres terrenales a su alcance
mientras dure la inmortalidad
sin áreas ni límites determinados.
Mas no por ello, tras observar la fotografía de un joven marroquí un segundo antes de saltar hecho pedazos por los aires, no me hubiera apretado contra su oliváceo vientre pétreo, clavándome el perfil de su cinturón explosivo por cada uno de mis poros, porque en el amor de hermano no existen diferencias ni rechazos a tanta fe desbordada, sin malicias en el blanco de sus ojos y de sus dientes.
La estrellas anoréxicas
No importa que tus pómulos salientes
Te marquen junto a las mandíbulas
El signo prominente de la calavera,
Ni que tus manos abiertas se asemejen
A sarmientos del invierno
Ni que tus labios pintados,
Seductores y rojos,
O que tu larga y sedosa cabellera,
Tan sumamente cuidada,
Contrasten con la materia ósea de tus muslos
O de tu espalda o de tus hombros,
Marcados como una gráfica lección de anatomía.
Y no importa porque en mi humano amor
Luce el faro del éxtasis venciendo a la muerte.
Nagasaki
Absurdo es cargarse de responsabilidades,
Y, creyéndose que se contribuye al orden
del universo,
En nombre de Dios arrojar
Bombas sobre los prados de Nagasaki,
Sin que exista el sonrojo ni el estupor
Ante los informes del extermino de las flores,
De las sonrisas de los niños y del abrazo
de los amantes,
Obligados a completarse para no herir sus cuerpos,
Desde la distancia de las miradas silenciosas
y de los deseos reprimidos,
Porque mientras sus materias carbonizadas
Lucharon por respirar vida,
Y tanto horror y tanto amor fue inundando
Por igual todos los espacios ofrecidos,
Las ulceradas epidermis,
Rindiendo culto
al perdón y a la misericordia,
Evidenciaron el terrible e infame dolor
de alcanzar el poder.
El horror de una madre ante una guerra televisada
Imposible separar el día y la noche insomne,
Entre nubes de azufre que ocultan los astros
Que les marcaron el rumbo para cruzar la vida,
Y pesadillas donde el tiempo es gota agónica
De una maternidad biológica a punto de callar
los gritos de sus cerebros,
Extendiendo las palmas de sus manos
hacia un cielo grisáceo y borroso
que sigue sin dignarse a ofrecer
un signo de amor.
Alcaraván sumido en petróleo
Jamás vi un ojo más desconcertado,
Como interrogando a la naturaleza,
Por dónde era posible llegar al mar
Sin este pesado y viscoso manto negro
Que trajo un día de otoño la marea.
Cuando volar a ras del oleaje teñido
de aurora,
Suponía la dicha de poseer alas,
Más nunca el inesperado espejo
De sangre
donde no se puede reconocer.
Jade Good. La muerte televisada
El intrépido acto de quitarle el antifaz
a la seductora dama que,
A su pesar,
Y sin que existan cuerpos destrozados
por los llanuras heladas
Ni por las calles polvorientas
de Oriente Medio,
Se deja ver en las asépticas y
blancas habitaciones
de los hospitales del progreso,
Donde no llegan los virus pero sí,
lentamente,
Los invisibles fantasmas de la destrucción,
No ha de servir para que la indiferencia
Sea el neutral pulso de un gran espectáculo,
Sino para que se nos encoja el corazón
Hasta sepamos ganarnos la inmortalidad.
Dado que el dolor
también puede ser fastuoso.
Homoxesuales islámicos
Son tantos los colores lúdicos
y la imaginación derrochada
en los cuadros del Bosco que,
difícilmente puede existir un Infierno
Donde se castiguen los deleites del placer,
Cuando al fin, son dones misteriosamente
legados antes del nacimiento.
Bien para elevarnos
por encima de los cielos
Bien para sufrir
la racionalización de la carne.
Cuando ser mujer es un regalo del cielo
¡Cómo no hemos podido encontrar
Aún
En nuestros corazones
El antídoto al veneno de nacer varón,
Y mientras palada tras palada enterrábamos a Asha
No éramos capaces de sentir el útero de nuestras madres,
Ni las miradas más bellas de los enamorados bajo la luna!
Que las piedras más grandes que un huevo
Y más pequeñas que el puño de un hombre adulto,
Lanzadas por la locura, se tornen rosas
y jazmines en el otro paraíso prometido.
LA TRANSPARENTE REALIDAD (2006)
No importa que hayas burlado
el veredicto de los jueces.
Bien sabes que el amor se te esfumó
por entre las entrepiernas,
cuando tu falo comenzó a ser un látigo
para mi sexo sediento de dulces
y delicadas caricias.
Y desde esta otra dimensión, donde no ceso
de derramar toda la sangre
de mi espíritu,
te maldigo,
y con los poderes que concede
el Hado malogrado,
te auguro la impotencia de tus deseos,
de tu sexo
envejecido por el peso de la conciencia,
y una muerte a manos de tu futura amante,
despechada por tus mentiras
de concederle la luna,
cuando no eres capaz de ofrecer el placer
de la carne.
Tú, mi querida niña, me dices, en un intento
de arrepentirte, cuando en la soledad
de la noche escuchas el galopar
de la desesperación.
¡Mi querida niña!
¡Se puede tolerar tal desprecio
a los tesoros que como mujer guardaba
para el amor!
Mas el tiempo no se acaba en unos cuantos siglos,
y con el veneno de la paciencia
llegará mi venganza, la de todas las Olga
del mundo
que siempre mueren con un cuchillo
de cortar carne
clavado en el corazón.
Abuelita, qué corazón más grande tienes.
Cuando poco antes de la alborada coge el tren de cercanía y llegas a la puerta de la vivienda de tu hija, justo cuando ella y su marido se van al trabajo, les da de desayunar a los nietos y los lleva después al colegio.
Abuelita, qué arrugas más bellas tienes.
Cuando con el dinero de la pensión de tu marido, que en paz esté, haces la compra del día, lava, limpia la casa, plancha, y para que no encarezca el colegio recoge a los nietos a las dos de la tarde, les da de comer, y cabecea un poco la siesta mientras los peques de ocho y seis años montan la suya.
Abuelita, qué paciencia tan grande tienes.
Cuando los saca al parque o los lleva a las fiestas de cumpleaños de sus compañeros, y, cuando en invierno la tarde cayendo está, espera que se duchen tu yerno y tu hija y se toquen los sexos, vigila las tareas de tus nietos queridos, y coge de vuelta el tren de cercanías para llegar al pisito del pueblo cercano a la gran capital, recién terminado de pagar la hipoteca, donde se criaron tus dos hijos, el mayor en Barcelona como monitor de un parque de atracciones, y tu hija, la pequeña Irene, como la abuela, cajera de unos grandes almacenes en la otra esquina de Madrid.
Abuelita, qué resistencia más grande tienes.
Cuando te preparas un sándwich de jamón de York, levantas los pies hinchados por el cansancio mientras te duermes viendo el programa televisivo del corazón, y espera el fin de semana para estar sola y descansar en paz.
Abuelita, qué sueño más bello tienes.
Cuando hablas solas y te dices nunca debiste dejar el pueblo y marcharte a la mole de la ciudad.
Cuando te nace una nueva variz en las piernas y en el espejo te ve más encorvada y los domingos te preparas una paella con conejo y caracoles para ti sola, aunque para recordar tus años felices hayas echado arroz para cinco o más raciones.
Abuelita, qué recuerdos más bellos tienes.
.
Cuando el tren se para sin explicaciones en medio de un túnel y te late el corazón porque temes llegar tarde a tu inevitable y amoroso trabajo, y con una docena de huevos de granjas enjauladas en el bolso, te acuerdas de tus gallinas y cacareas bajito para aguantar el llanto.
Abuelita, qué lágrimas más limpias tienes.
Cuando en las navidades, tu hija se va a pasar unos días a la nieve, y escuchando los villancicos de la tele te sientes mujer lavando las ropas en las riberas del río, mientras tú te quedas más helada que el manto blanco de las montañas, y para superar la memoria y el olvido te bebes una copita de Anís del Mono.
Abuelita, qué sonrisa más linda tienes.
Cuando te encuentras fantasmas por los ascensores.
Cuando, como te temías, te tiemblan las manos.
Cuando huele al sexo de tu marido entre las sábanas.
Cuando resiste como los robles la fuerza del viento hasta que tus nietos se hagan hombre y mujer.
Abuelita, que corazón más bello tienes.
Y no sólo me mientes y me traicionas
en las esquinas de los pubs y en los prados,
bajo las sombras de los gigantes robles.
Ya te transformaste en víbora hermosa
y deseada del paraíso terrenal,
aunque entonces no llegaba nuestro viaje
a ninguna parte que no fuera al dolor.
¡Si supieras lo hermosa e inocente
que eras en el proyecto de Dios,
cuando amasaba el barro del costado del hombre,
y aún no había creado la enfermedad
y la muerte!
Pero nunca más jugará con mis deseos.
Me transformaré en mujer y amaré a otros hombres,
y nunca, lo juró ante los inescrutables cielos,
me echaré a llorar después de cubrir
el amor estéril de la forzosa homosexualidad.
Si la vida es un sueño fingido,
con la conciencia
de mis actos,
te hablaré a los ojos, de mujer a mujer
Qué nos importan los discursos
de los parlamentarios,
las conclusiones arbitrarias
de los países de la G-20
o la guerra de las divisas
entre los países emergentes.
Como tampoco nos importa el acecho
de los ejecutivos
para restituir el fondo monetario,
el gaseoducto que atraviesa la ruta de la seda,
los hombres-bombas que se inmolan por causas
perdidas,
o los millones de relojes de arena
que se perdieron en el tiempo,
o el olor a cuerpos sudados
de los suburbanos.
Hoy es viernes por la tarde,
y nos perderemos
por la noche
entre el alcohol y el sexo sin compromisos,
y el domingo, ante los televisores,
hipnotizados,
relajaremos nuestra agnosticismo con un gol de Messi,
una canasta de Paul Gassol
o la imparable velocidad
de los coches de carrera
que le echan un pulso al progreso.
No cojamos el coche, cariño,
y junto a otro miles de conductores angustiados,
no intentemos llegar a las montañas
que se divisan en la lejanía,
cubiertas de la nieve blanca como
las alas de las
palomas.
Quedémonos en las calles solitarias de la ciudad,
tomemos paella y cuencos de vinos,
y paseemos
a la caída de la tarde a orillas de los ríos,
aún lejos de sus desembocaduras,
de su desaparición.
ACUARIO BLUE I y II (2011)
ANTOLOGÍA POESÍA DE MARIANO RIVERA CROSS
Hoy llueve en Madrid de forma alocada.
Lo mismo golpea el agua en los cristales
que reafirma la verticalidad de los arces,
las palomas se resguardan en las cornisas
y una anciana se empapa mirando el cielo.
Cosas que ocurren cuando el verano pasa
y camina con botas de leguas hacia el sur.
Cuando el cielo se abre en fruto carnoso
y la meseta se enreda en los bulevares.
Esta noche me siento tan solo
que te pediría compartieras mi lecho.
Que observando tus labios dormidos,
me sería suficiente para soportar
esta soledad de almendra amarga
que escala sin tregua hacia mi boca.
Que hasta consentiría que el sexo
no fuera la droga que necesitan
nuestros dos cuerpos cansados.
Que tu respiración sería lo bastante
cálida para salvarme de esta locura
desierta, e incluso podría renunciar
a ser tu amante, ese personaje extraño
que se empeña en habitar tu otoño.
Tan falto de ternura cuando, vencido,
ha cumplido con el inevitable amor.
Luna, espuela de plata
Cuando asciende desde el asfalto
esa niebla manchada, escalando
farolas anémicas de ámbar,
y se hace azufre por entre las desnudas
piernas de las meretrices callejeras,
y neones de corriente alterna
embriagan los instintos agazapados,
y el brillo de unos labios aturde
al negro más hondo de la noche,
entonces es cuando te maquillas
con tu sonrisa más blanca de metal,
y, por un instante, desde el cielo,
la ciudad se convierte en un plató fantasma
donde sólo se escuchan corazones de búhos
y espuelas de plata en tu lento galopar.
La noche dividida
Te asomas a la terraza del ático,
te alisas el pelo con la mano cansada,
y, donde sopla el viento, adelantas
el rostro para serenar la angustia.
Puesto que tantas luces y estrellas
encendidas están distantes -parpadean
en la noche- y no te llega
el calor de sus filamentos candentes,
el cielo -engañosa altura-
intentas cogerlo con los deseos
mientras cruzas las manos en el pecho
para resguardarte del frío y la tristeza.
Suspiras, a pesar de todo, porque
sigues enamorada de la libertad,
y lloras, porque la soledad
-esa alcahueta de tu cuerpo-
es enemiga del amor que tanto
necesitas parar aguardar, sin sobresaltos,
la llegada tímida de la aurora.
Cita de invierno
Te sientes fantasma
entre tanta densa niebla
o carne de hampa
silueteada por farolas anémicas.
Te alzas el cuello del chubasquero
para resguardarte de la penetrante soledad,
y, dado que todo es humo,
fumas pitillos de niebla en la noche.
Inmóvil, ante una cabina telefónica,
aguardas la llamada de tu corazón,
el secreto de las ilusiones secuestradas
o la voz del aliento para caminar
hacia un fondo gris sin distancias.
Soledad de abril
Consulta a las sombras
si sus transparencias
permiten la penetración.
No obtiene respuesta. Duda.
Ya casi al filo de la última luz,
renuncia a la aventura del dolor,
arroja la memoria y las llaves
en los bolsillos cálidos de los bulevares,
y decide entrar en el acompasado
ritmo vertiginoso del murmullo,
y a la espera de un dardo envenenado,
pasea por entre las insinuantes
caderas de la juventud en flor.
Así fragua su soledad en llama.
Y vive. Y muere sin renunciar a la dicha.
Flores de la ciudad
Porque las palomas ríen,
los árboles vuelven
a crecer hacia los áticos,
las muchachas se sueltan
los cabellos, la circulación
la anulan tantos coros de piares,
tú me llamas a medianoche
cuando el corazón golpea los deseos,
los diálogos al aire embriagan los pasos,
ya no son cadáveres de hielo
los transeúntes subterráneos de la ciudad,
el censo se densa de amor
y las noches con maullidos de gatos,
me vuelven las ganas de vivir,
ganarle al tiempo, sin consideración,
su guiño arrogante y descarado.
BULEVARES DE CEREZA (1997)
¿Abstracciones?
No. Contactos
de un hombre con su planeta.
………………………..
¿Quién soy yo?
Me importa poco.
El mundo importa.
Jorge Guillén, “Al margen de un Cántico”
PIEDRA
¿Acaso la piedra existe sin corazón,
sin médula
y sin laberintos de conductos
por donde fluye la angustia de los desplazamientos?
Acércate a ellas, no importa su tamaño, la irregularidad y el arco
de su volumen, acarícialas y deja que se acostumbren a tu tibieza,
y cuando las huestes de tu sangre se hayan paralizado
ante la ingrave temporalidad de sus destinos,
acerca primero el oído a sus planicies
y luego el pecho con el regocijo de un extraño enamorado,
y ábrete paso por sus túneles hasta llegar al centro abisal
por donde llegaron,
en un tiempo pasado,
a hundirse en los vastos océanos de la creación,
o a estar muy cerca del aire que no se respira,
donde todo es silencio.
¿Qué egoísmo es el de un gen que, pudiendo tener el 100% se conforma con sólo el 50%?
Richard Dawkins, “El gen egoísta” (1976)
VARIOS
No importa
que ya no tengamos dioses que nos representen,
ni porten el estandarte de nuestras múltiples condiciones,
porque es fácil reconocerse en un membrillo
sin son ácidas nuestras palabras,
o en un hongo blanquecino del bosque
si nos aprovechamos de aquellos investidos de dignidad,
como el caso de una babosa que se arrastra por las cloacas
para alcanzar la luz,
el dadivoso delfín que guía a los perdidos,
o la grácil curvatura del cuello del cisne en su arrogancia,
o el paroxismo placentero de la mantis religiosa devorando
al macho, exhausto y sin fuerza para echarle un pulso
a la breve sucesión temporal,
una vez arrojó la semilla de la vida.
Cómo la cultura nos permite luchar contra nuestra biología.
Richard Dawkins, “El gen egoísta” (1976)
GALÁPAGO
Sin prisas para la muerte y sin prisas para el gozo carnal.
Tal el destino de los galápagos para la vida y la desaparición.
Y disiento del verso solitario del poeta D.H. Lawrence
“Nobody has listened to your complaints”
porque cuando era niño,
entre las macetas verdes del patinillo de mi casa del sur,
cuando el olor de la albahaca y el clavo de los claveles
inundaban los pozos secretos de la inmadura pubertad,
escuché el tono agudo de sus quejas como un canto de sirena.
Tal vez porque habían roto el pacto establecido
con la soledad
y se afanaban forzados a cumplir con la perpetuación,
o porque, en su acorazado instinto,
venciendo a la pasión irracional,
sabían que en la entrega amorosa, el orgulloso ser,
por muy pétreo que a través de los siglos se haya conformado,
jamás se multiplica, sino que se divide
y poco
a poco
desaparece.
El meme (gen cultural), para una fe ciega, asegura su propia perpetuación por el simple e inconsciente recurso de desalentar una investigación racional.
Richard Dawkins, “El gen egoísta”. (1976)
CAMALEÓN
Y si de una época prehistórica hasta nuestros días de progreso
nos llegó mágicamente el invertebrado y escurridizo camaleón,
se trata de la firme voluntad del destino
a que no nos engañemos,
y más allá de nuestras creencias admitamos
que si Clarín es el único personaje
que muere en el fragor de la batalla,
pese a su conciencia nítida de que la vida es un simple sueño,
no fue porque se refugió tras unas jaras espesas del monte
y no quiso ser un soldado dispuesto a cambiar el mundo,
sino que fue el único guerrero que sobrevivió
a la diabólica revolución de las especies por perpetuarse,
ocultándose de rojo entre la sangre de los vencidos
o de verde prado
cuando la hipocresía
se fue apoderando de la naturaleza creada.
LAS HOJAS MUERTAS
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
tu vois, je n’ai pas oublié...
Y no es un árbol, ni el robusto tronco
que queda poco antes de la desaparición.
Es una parte del todo que ya no posee vida,
y sin embargo nuestras bellas palabras,
nuestros sentimientos melódicos
logran el milagro de resucitarlas.
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
les souvenirs et les regrets aussi.
Porque existen canciones que nos reúne,
cantaba con su voz de puente Yves Montand,
y con la suya de gorrión y golondrina
Edith Piaf se alió con la escoba del otoño
antes que el invierno quebrara su destino,
dejando en la retina de los enamorados
la ilusión de que es posible la eternidad.
Y desde entonces caminamos de otro modo,
como si la sinécdoque se hubiera un día
ofrecido al poeta para cubrir el planeta de luz.
Mas la vida separa a los amantes,
dulcemente, despacio, sin hacer ruido.
CÉLULA POLEN (2006)
Mensajera tú existía. Y lo sabía yo.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, La estación total.
Mensajera desnuda de sombras
No vino, tal los vaticinios, con ojos encendidos de diamante
ni cabalgando a lomos de nubes encintas y viajeras,
aunque ya los astros anunciaron su misterioso vuelo
en la estela que depositan los tejidos del sueño al alba.
Y toda una corte de olorosos pájaros
entregaron sus trinos a los racimos de aire.
Y un sol triunfante afinó los añafiles del cielo
mientras las palmípedas aves danzaban ebrias de luz.
Llegó desnuda de sombras, dejando levemente
su timbre por cuantos huecos ocultaban su transparencia,
por cuantas huellas olvidadas de hojas caídas,
por cuantos ímpetus de olas por entregar su eterno canto.
Por un momento llevaba larga cabellera celeste
o más bien eran candelabros de bronce sus rizos,
mas su boca cubría el horizonte de dulzura y cada pálpito
del viento le acariciaba los hombros como un acorde.
Y sin mediar palabras ofreció su tiempo de vida en un vaivén,
y depositó su rumbo en la rosada rama timonera sin contornos.
De tal manera fueron estallando los aterciopelados pecíolos,
sin apenas tomar conciencia del gozo y de la herida.
Pessoa dice que el poeta es un fingidor
¿Qué finge un poeta, Pessoa?
¿Ser poeta cuando no escribe? Ya declaró
en televisión su apego a la gastronomía
y a cualquier apretado trasero que se le insinuara.
¿No ser o parecer poeta cuando escribe?
Es cierto que intenta engañar a los lectores
cuando inicia el primer verso, y se recrea
con la sorpresa del segundo y del tercero.
Mas a partir del cuarto, ya en el abismo,
lo escribe el viento, un ángel o Satán.
¿Engañarse a sí mismo creyéndose alado?
En el destello, en el flash, en la entrevista.
¿Qué finge un poeta, Pessoa,
cuando el tiempo quita memoria
y los ojos pintados ya no le miran?
¿Hablar con sus voces interiores
sabiendo que jamás le ayudarán?
¿Hablar con Dios, cuando ni le escucha
ni le ha visto jamás sus ojos de almendra?
¿Qué finge un poeta, Pessoa?
Tal vez finja, que está fingiendo
cuando no puede fingir. Tal vez.
Naranjos de una noche de Sevilla
Este olor a azahar no tiene ribetes de orillas,
es tierra y se confunde con nuestros huesos de tierra.
De riberas sí que presumen sus blancos pétalos.
Naranjos atravesando el ancho del río como
barcos fosforescentes en la niebla de la noche
y el aroma a sexo de muerte en sus mástiles.
Este olor a azahar no es de este mundo.
Traspasa los sentidos como la misma locura.
Esticomitia de una noche de verano
He aquí que cae la tarde en las estrellas.
El mismo cielo recibiendo nubes de sangre.
La despedida de plata hacia el horizonte.
Algazara de picos en las enramadas.
Frenesí de vuelos por la alta claridad.
El canto acompasado de los insectos.
Por detrás del murmullo el largo silencio.
Ábrase la posibilidad a lo desconocido.
Ya asoma tan melancólica su cara la luna.
Flores que ocultan y ofrecen sus encantos.
Y el pecho templa sus cuerdas de humo.
El lejano olor a salitre de todos los mares.
Justo cae de la higuera el fruto morado.
El sueño profundo de todos los vientos.
Tan cercana ya la melodía del corazón.
Existe sólo una distancia para el recuerdo.
Un perfume de tierra ofrecido a la noche.
Porque el amor y la muerte acallan al tiempo.
Es una máxima belleza que no avanza.
Y los mismos párpados y las mismas horas.
No se aprecia luz en los otros confines.
Y el mismo sol abrirá los ojos a los sueños.
Y el mismo cielo, el mismo alba, a la vida.
De los personajes poéticos
Supongamos que tú no eres tú.
Sino digamos que eres Fernando Pessoa
paseando taciturno por los muelles de Lisboa.
O digamos que eres Lesbia tratando
de comprar los mejores esclavos de Sudán,
los más resistentes al amor. O digamos
que eres aquel hombre o mujer que sin ser tú
tampoco existe, ni porque aparezca
en un poema posee categoría de personaje.
O digamos que eres una muchacha soñadora.
O Eugenio Montale rodeado de huesos de sepias.
O que eres tú pero distinto, más osado,
capaz de vencer a la muerte en un duelo.
O que te cambias por él y te haces lector.
O que se te han borrado los nombres
y el que aparece en los versos tal vez
sea un ángel, Satán, o un niño perdido.
Perfume a brasa de encina
A lo dispuesto por esta tarde tan fría y lluviosa de otoño,
con el ocaso totalmente cubierto con una capota gruesa y gris
y los últimos pájaros en retirada, cansinos y silenciosos,
me acojo leyendo poemas de autores nórdicos,
salpicados de abedules de ramas ennegrecidas, cipreses
de vidrio, campos de hielo y garzas dibujando el horizonte.
Por si no le fuera a ver, con nitidez, el rostro a Dios en las nubes,
en el vaho de los cristales o en el perfume a brasa de encina.
Cuando más se manifiesta la soledad de su omnipotencia divina:
en la escarcha gélida del sendero o en el peso de todo el vasto cielo.
Espejo de estaciones
(La Granja de San Ildefonso)
¡Qué soledad de escenario helado
anega los estanques, ninfas, dragones
y dioses ateridos en su colombina quietud!
Quema el sol en los claros del bosque.
Mas no puede robar el verde a los pinos,
ni la majestad a los cedros ni a los mirtos
su perfume ni al cielo su terco prusia.
¡A los palacios de invierno! cantan los mirlos.
No al estío con sus llamas lujuriosas.
A la herida del corzo de fuente en fuente.
A los invisibles pasos de sendero en sendero,
así como al crujir de las hojas aún por caer.
¡Despertad al violinista de los rizos de plata!
chillan con picos y alas las aves del invierno.
Que afinen el vértigo de tanta verticalidad.
Mientras las mariposas disfrazan sus colores
y las secas fuentes claman tormentas de hielo.
Todo llega a ser espejos de estaciones. Donde
el sol cambia de ceño como de fantasía el viajero.
Bronce. Parterres. Lluvia de polen. Mármol.
Como cisnes. Adolescentes. Nubias. Pájaros.
Y ser carámbano en un tridente, en un orondo sapo,
o, cual la propia nieve, en el blanco seno de Diana.
Parque de María Luisa. Sevilla
No siempre agita el viento las hojas de los árboles.
Y si esperas la calma verás arces deshojándose en el silencio
o palmeras que crecieron un palmo y no se han quejado
o palomas que cambian de cornisas y planean felices.
Más recatadas, las mariposas que surgen de las sombras,
los almendros que se visten de blanco como una novia
y el arrugado algarrobo que en la tarde ofrece su añejo aroma.
O de los arriates de los estanques surgir tulipanes rojos.
O pensamientos lilas que compiten con los nenúfares.
Y, por doquier, gorriones celebrando el abrir de las nubes,
hojas de ficus a la deriva por los estanques de colores,
alondras surcando a baja altura los cielos emborregados,
pavos reales coronando su esfuerzo con abanicos de amor,
o enamorados grabando en silencio sus corazones en el ocaso.
Mas aún quedan jazmines enredados en la hiedra de las pérgolas
y en el aire húmedo de la historia se precipita la noche.
Una bandada de papagayos cruza raudo los espacios abiertos
y siempre una rosa encarnada nace en la glorieta de Bécquer.
Del Guadalquivir llegan, aún tímidos, los primeros brotes del azahar,
en el horizonte se dibuja el rectilíneo vuelo de los patos de marisma,
y una niña, hecha estatua, da de comer cañamones a las palomas.
Las sombras van cayendo mientras suena un alto trino de pájaros.
Sólo el hombre está solo.
BLAS DE OTERO, Redoble de conciencia.
Saberse rodeado de paredes blancas, mudas
Ese hombre que se quedó irremisiblemente atrás, sin posibilidad
de adaptar la conciencia al frenético ritmo de un aire envenenado,
está tan solo y vacío en cada uno de los segundos de ese tiempo
que se le resbala entre las manos y desaparece, que toda su vida
es miedo.
Pero no a la carne devorada, ni al polvo ciego, barro o enamorado.
Ni tan siquiera al hueco de ese cielo prometido que sabe nunca hallará.
Aquello que le atraviesa con velocidad sus ansias hasta la locura,
es saberse un día buscando desesperado un sol sin manos
que le protejan del frío, sin susurros ni palabras aliviando la entrada
a la noche con ficciones, o, cuando el mayor dolor, saberse rodeado
de paredes blancas, mudas.
Ese hombre cuya vista se le niebla ante el pavor, la voz le balbucea,
la nuca pierde el fiel de la armonía y la columna ósea se le quiebra
en millones de partículas, aunque continúe en pie y no tenga raíces,
ese hombre, imparable, se acerca, siempre se está acercando,
a una soledad futura que le será imposible describir por agazaparse
tras sus sombras.
ENTRE SOMBRAS (2003)
La joven había ingresado una noche de diciembre en medio de una crisis de delirio, convulsiones y vómitos. Recibió los primeros cuidados médicos y, en principio, pareció que respondía favorablemente al tratamiento. Pero los profesionales que la atendieron le suministraron sedantes inadecuados, presuntamente porque desconocían que padecía porfiria, y Paula cayó entonces en un profundo estado de coma. Nunca salió de él y vivió postrada en estado vegetativo casi un año más hasta fallecer en casa de su madre, en California".
Isabel Allende, Paula
Porfiria
Porque el orden misteriosamente se desordena
Y deforma sin misericordia el rostro y el cuerpo
De las dulces criaturas que vinieron a este mundo
Para deleitarse de tanta hermosura,
O porque el canon de la belleza
lo establece sin remedio el alma,
He volado hasta sus bocas, sus dientes,
Sus abiertas fosas nasales,
A sus amontonadas ampollas,
A sus huesos corroídos, a sus encías
Descarnadas, a la piel de barro
Blanco de sus caras rientes al mundo,
Y me he enamorado de tanta ilusión frustrada,
metamorfoseada en candor y en dicha,
Cuando descubrieron que existe un ángel
Que a un tiempo
es un niño,
una niña,
una mujer,
un homosexual,
un anciano
o una anciana
que palpa sus materias y se deleita en ellas,
y juegan, y ríen,
o corren por el cielo
o hacen el amor a la luz blanca
de las noches cargadas de estrellas
y emprenden juntos la existencia.
Generación hombres-bomba
Desde Occidente afirmamos que no tienen
Más salidas de sus barrios marginales,
De sus callejones estrechos,
Malolientes y viciados desde la cuna,
Que el Muslim Paradise,
Con setenta y dos huríes,
Vírgenes de ojos negros,
Y todos los placeres terrenales a su alcance
mientras dure la inmortalidad
sin áreas ni límites determinados.
Mas no por ello, tras observar la fotografía de un joven marroquí un segundo antes de saltar hecho pedazos por los aires, no me hubiera apretado contra su oliváceo vientre pétreo, clavándome el perfil de su cinturón explosivo por cada uno de mis poros, porque en el amor de hermano no existen diferencias ni rechazos a tanta fe desbordada, sin malicias en el blanco de sus ojos y de sus dientes.
La estrellas anoréxicas
No importa que tus pómulos salientes
Te marquen junto a las mandíbulas
El signo prominente de la calavera,
Ni que tus manos abiertas se asemejen
A sarmientos del invierno
Ni que tus labios pintados,
Seductores y rojos,
O que tu larga y sedosa cabellera,
Tan sumamente cuidada,
Contrasten con la materia ósea de tus muslos
O de tu espalda o de tus hombros,
Marcados como una gráfica lección de anatomía.
Y no importa porque en mi humano amor
Luce el faro del éxtasis venciendo a la muerte.
Nagasaki
Absurdo es cargarse de responsabilidades,
Y, creyéndose que se contribuye al orden
del universo,
En nombre de Dios arrojar
Bombas sobre los prados de Nagasaki,
Sin que exista el sonrojo ni el estupor
Ante los informes del extermino de las flores,
De las sonrisas de los niños y del abrazo
de los amantes,
Obligados a completarse para no herir sus cuerpos,
Desde la distancia de las miradas silenciosas
y de los deseos reprimidos,
Porque mientras sus materias carbonizadas
Lucharon por respirar vida,
Y tanto horror y tanto amor fue inundando
Por igual todos los espacios ofrecidos,
Las ulceradas epidermis,
Rindiendo culto
al perdón y a la misericordia,
Evidenciaron el terrible e infame dolor
de alcanzar el poder.
El horror de una madre ante una guerra televisada
Imposible separar el día y la noche insomne,
Entre nubes de azufre que ocultan los astros
Que les marcaron el rumbo para cruzar la vida,
Y pesadillas donde el tiempo es gota agónica
De una maternidad biológica a punto de callar
los gritos de sus cerebros,
Extendiendo las palmas de sus manos
hacia un cielo grisáceo y borroso
que sigue sin dignarse a ofrecer
un signo de amor.
Alcaraván sumido en petróleo
Jamás vi un ojo más desconcertado,
Como interrogando a la naturaleza,
Por dónde era posible llegar al mar
Sin este pesado y viscoso manto negro
Que trajo un día de otoño la marea.
Cuando volar a ras del oleaje teñido
de aurora,
Suponía la dicha de poseer alas,
Más nunca el inesperado espejo
De sangre
donde no se puede reconocer.
Jade Good. La muerte televisada
El intrépido acto de quitarle el antifaz
a la seductora dama que,
A su pesar,
Y sin que existan cuerpos destrozados
por los llanuras heladas
Ni por las calles polvorientas
de Oriente Medio,
Se deja ver en las asépticas y
blancas habitaciones
de los hospitales del progreso,
Donde no llegan los virus pero sí,
lentamente,
Los invisibles fantasmas de la destrucción,
No ha de servir para que la indiferencia
Sea el neutral pulso de un gran espectáculo,
Sino para que se nos encoja el corazón
Hasta sepamos ganarnos la inmortalidad.
Dado que el dolor
también puede ser fastuoso.
Homoxesuales islámicos
Son tantos los colores lúdicos
y la imaginación derrochada
en los cuadros del Bosco que,
difícilmente puede existir un Infierno
Donde se castiguen los deleites del placer,
Cuando al fin, son dones misteriosamente
legados antes del nacimiento.
Bien para elevarnos
por encima de los cielos
Bien para sufrir
la racionalización de la carne.
Cuando ser mujer es un regalo del cielo
¡Cómo no hemos podido encontrar
Aún
En nuestros corazones
El antídoto al veneno de nacer varón,
Y mientras palada tras palada enterrábamos a Asha
No éramos capaces de sentir el útero de nuestras madres,
Ni las miradas más bellas de los enamorados bajo la luna!
Que las piedras más grandes que un huevo
Y más pequeñas que el puño de un hombre adulto,
Lanzadas por la locura, se tornen rosas
y jazmines en el otro paraíso prometido.
LA TRANSPARENTE REALIDAD (2006)
No importa que hayas burlado
el veredicto de los jueces.
Bien sabes que el amor se te esfumó
por entre las entrepiernas,
cuando tu falo comenzó a ser un látigo
para mi sexo sediento de dulces
y delicadas caricias.
Y desde esta otra dimensión, donde no ceso
de derramar toda la sangre
de mi espíritu,
te maldigo,
y con los poderes que concede
el Hado malogrado,
te auguro la impotencia de tus deseos,
de tu sexo
envejecido por el peso de la conciencia,
y una muerte a manos de tu futura amante,
despechada por tus mentiras
de concederle la luna,
cuando no eres capaz de ofrecer el placer
de la carne.
Tú, mi querida niña, me dices, en un intento
de arrepentirte, cuando en la soledad
de la noche escuchas el galopar
de la desesperación.
¡Mi querida niña!
¡Se puede tolerar tal desprecio
a los tesoros que como mujer guardaba
para el amor!
Mas el tiempo no se acaba en unos cuantos siglos,
y con el veneno de la paciencia
llegará mi venganza, la de todas las Olga
del mundo
que siempre mueren con un cuchillo
de cortar carne
clavado en el corazón.
Abuelita, qué corazón más grande tienes.
Cuando poco antes de la alborada coge el tren de cercanía y llegas a la puerta de la vivienda de tu hija, justo cuando ella y su marido se van al trabajo, les da de desayunar a los nietos y los lleva después al colegio.
Abuelita, qué arrugas más bellas tienes.
Cuando con el dinero de la pensión de tu marido, que en paz esté, haces la compra del día, lava, limpia la casa, plancha, y para que no encarezca el colegio recoge a los nietos a las dos de la tarde, les da de comer, y cabecea un poco la siesta mientras los peques de ocho y seis años montan la suya.
Abuelita, qué paciencia tan grande tienes.
Cuando los saca al parque o los lleva a las fiestas de cumpleaños de sus compañeros, y, cuando en invierno la tarde cayendo está, espera que se duchen tu yerno y tu hija y se toquen los sexos, vigila las tareas de tus nietos queridos, y coge de vuelta el tren de cercanías para llegar al pisito del pueblo cercano a la gran capital, recién terminado de pagar la hipoteca, donde se criaron tus dos hijos, el mayor en Barcelona como monitor de un parque de atracciones, y tu hija, la pequeña Irene, como la abuela, cajera de unos grandes almacenes en la otra esquina de Madrid.
Abuelita, qué resistencia más grande tienes.
Cuando te preparas un sándwich de jamón de York, levantas los pies hinchados por el cansancio mientras te duermes viendo el programa televisivo del corazón, y espera el fin de semana para estar sola y descansar en paz.
Abuelita, qué sueño más bello tienes.
Cuando hablas solas y te dices nunca debiste dejar el pueblo y marcharte a la mole de la ciudad.
Cuando te nace una nueva variz en las piernas y en el espejo te ve más encorvada y los domingos te preparas una paella con conejo y caracoles para ti sola, aunque para recordar tus años felices hayas echado arroz para cinco o más raciones.
Abuelita, qué recuerdos más bellos tienes.
.
Cuando el tren se para sin explicaciones en medio de un túnel y te late el corazón porque temes llegar tarde a tu inevitable y amoroso trabajo, y con una docena de huevos de granjas enjauladas en el bolso, te acuerdas de tus gallinas y cacareas bajito para aguantar el llanto.
Abuelita, qué lágrimas más limpias tienes.
Cuando en las navidades, tu hija se va a pasar unos días a la nieve, y escuchando los villancicos de la tele te sientes mujer lavando las ropas en las riberas del río, mientras tú te quedas más helada que el manto blanco de las montañas, y para superar la memoria y el olvido te bebes una copita de Anís del Mono.
Abuelita, qué sonrisa más linda tienes.
Cuando te encuentras fantasmas por los ascensores.
Cuando, como te temías, te tiemblan las manos.
Cuando huele al sexo de tu marido entre las sábanas.
Cuando resiste como los robles la fuerza del viento hasta que tus nietos se hagan hombre y mujer.
Abuelita, que corazón más bello tienes.
Y no sólo me mientes y me traicionas
en las esquinas de los pubs y en los prados,
bajo las sombras de los gigantes robles.
Ya te transformaste en víbora hermosa
y deseada del paraíso terrenal,
aunque entonces no llegaba nuestro viaje
a ninguna parte que no fuera al dolor.
¡Si supieras lo hermosa e inocente
que eras en el proyecto de Dios,
cuando amasaba el barro del costado del hombre,
y aún no había creado la enfermedad
y la muerte!
Pero nunca más jugará con mis deseos.
Me transformaré en mujer y amaré a otros hombres,
y nunca, lo juró ante los inescrutables cielos,
me echaré a llorar después de cubrir
el amor estéril de la forzosa homosexualidad.
Si la vida es un sueño fingido,
con la conciencia
de mis actos,
te hablaré a los ojos, de mujer a mujer
Qué nos importan los discursos
de los parlamentarios,
las conclusiones arbitrarias
de los países de la G-20
o la guerra de las divisas
entre los países emergentes.
Como tampoco nos importa el acecho
de los ejecutivos
para restituir el fondo monetario,
el gaseoducto que atraviesa la ruta de la seda,
los hombres-bombas que se inmolan por causas
perdidas,
o los millones de relojes de arena
que se perdieron en el tiempo,
o el olor a cuerpos sudados
de los suburbanos.
Hoy es viernes por la tarde,
y nos perderemos
por la noche
entre el alcohol y el sexo sin compromisos,
y el domingo, ante los televisores,
hipnotizados,
relajaremos nuestra agnosticismo con un gol de Messi,
una canasta de Paul Gassol
o la imparable velocidad
de los coches de carrera
que le echan un pulso al progreso.
No cojamos el coche, cariño,
y junto a otro miles de conductores angustiados,
no intentemos llegar a las montañas
que se divisan en la lejanía,
cubiertas de la nieve blanca como
las alas de las
palomas.
Quedémonos en las calles solitarias de la ciudad,
tomemos paella y cuencos de vinos,
y paseemos
a la caída de la tarde a orillas de los ríos,
aún lejos de sus desembocaduras,
de su desaparición.
ACUARIO BLUE I y II (2011)
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