Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013
lunes, 18 de julio de 2011
575.- JOSÉ LUIS PALMA GÁMIZ
José Luis Palma Gámiz
Lucena (Córdoba).
Eminente cardiólogo lucentino y protagonista directo de la Transición española. Hijo de D. Juan Palma Garzón, tan amigo del poeta. Ha cultivado la literatura en sus facetas de novela y ensayo histórico, y buscando en la Red hemos descubierto algunas poesías suyas muy interesantes
LA DANZA
A la luz de los candiles
entre sombras afiladas,
el silencio se despierta
con tres golpes de guitarra.
Y una soleá en el viento,
y un solo cuerpo que baila,
y un sueño que se desvela
para hacer la noche larga,
mientras las gitanas viejas
con agujas cinceladas
bordan con seda las batas,
para que sus mil volantes
desplieguen fuertes las alas.
Lloran los bordones roncos
la prima gime enlutada,
las palmas se han hecho íntimas
y los suspiros espadas,
cuando sus brazos se encienden
en dos antorchas quebradas
como alondras abatidas
presas de plomo de caza.
Sus muslos; montes de cobre,
marcan el vuelo a su falda.
Los valles de sus caderas,
como cajas de guitarra,
hacen remover al viento
las candelas de su enagua,
mientras que su pecho sierra
de aguardiente y mermelada
rezuma aceite y limón
por la boca y la garganta.
Sus dos pies; cristal de roca,
van repicando en campanas
que me suenan a mezquitas
y a fuentes de las alhambras.
Y en sus manos los palillos,
y en el ambiente la magia,
componen la sinfonía
de la danza milenaria
que baila la Andalucía
de Antonio y Carmen Amaya.
No sigas Blanca del Rey.
No me apuntes con la daga
que se escapa de tus ojos
y se clava en mis entrañas,
que cuando rompes tu cuerpo
con la copla y la guitarra
se te muda hasta el color
de la luz de tu mirada.
Y en mi corazón la angustia,
y en mi boca la palabra
me sabe a azahar de Córdoba
que es tu tierra y es mi patria.
José L. Palma (1996)
EN EL CENTENARIO DE FEDERICO GARCÍA LORCA
Donde las rosas marchitas
fueron ayer enterradas,
hoy cavan duras piquetas
los torvos gallos del alba,
mientras por el monte oscuro
todo fuego y todo agua
baja Federico, triste,
dentro de su pena amarga.
Va conducido entre bueyes
que visten por cuerno, espadas,
con los charoles enhiestos
que llenan sus entresijos
con sesos de calabaza.
Soledad de los Montoya,
la Camborio más gitana,
la de trenzas en guirnalda
y caderas de garrafa,
va siguiéndole los pasos
entre sueños de baranda,
con lágrimas en los ojos
y la sangre en su garganta.
Sus firmes muslos se aferran
a la potranca de nácar,
la de cascos renegridos,
la de crin de estopa blanca.
Va llorando Soledad
su soledad más gitana,
lágrimas de cascabel
con el regusto de albahaca,
tiñendo el campo de hiel
y de dolor la mañana.
¡Ay Federico García!
¿pero qué han hecho de ti?
¿por qué han quebrado tu talle?
tu fina estampa serrana,
voz de clavel varonil
que cantaba siquiriyas
en las noches que amasabas
tu aceituna y tu jazmín
por los bordos de amapolas,
ahora negros crisantemos,
de la vega del Genil.
Hoy las fuentes manan sangres,
sangres de Benamejí,
que no son sangres de Heredias
que es blanca leche de mí,
de mis pechos desgarrados
que están llorando tu muerte
poeta de los gitanos
lejos del Guadalquivir.
No te asustes Federico
no contengas el aliento
mira a la luna que brilla,
la muerte es solo un momento
que te lleva a ningún sitio
que te junta con tus muertos.
En las arenas del cielo
con sus toros de Guisando
Ignacio espera impaciente
para oír tu último canto
y así pintarte en el aire
molinetes y verónicas
de franela y palisandro.
Y Antonio Torres Heredia,
el que fue de los Camborio
su gitano de tragedia,
el de la vara de mimbre
que contigo iba a los toros,
ya está adornando el camino
que te llevará glorioso,
a los cármenes de azúcar
donde suenan caracolas
en las fuentes y los pozos.
Soledad,
¡No me abandones
en las aguas de este río!
Soledad,
¡mira mis ojos,
muerde mi pecho vacío!
Soledad
besa mi boca
con tus labios de jacinto;
Soledad de los Montoya,
soledad de mi delirio,
soledad de los gitanos
que huyen por el monte frío.
Soledad
hunde tu boca
en mi pecho sin sentido
clava en mi frente tu faca
mete tu lengua en mi oído
lava mi cuerpo en tu alcoba
Soledad,
¡por Dios Bendito!
Soledad
¡no lo consientas!
¡Tápame bajo tu ropa!
¡Cúbreme con tu corpiño!
No permitas que lo hagan
no dejes que me afusilen
cuatro cabrones de tropa
y un general malnacido.
En las últimas esquinas,
de sus calles de Granada,
tornó sus ojos vencidos
por la angustia derramada,
para pedirle a la luna
que en su amor de fría plata
siga alumbrando a la Alhambra
y que siga enamorada
que el sol tiene allí su casa,
que allí vivió sus amores
de azucenas y esmeraldas
que allí suben las Manolas,
las de la calle de Elvira
que mira a Sierra Nevada,
las que se mueren de amor
entre palomas y alondras,
las que pasean su dolor
por el Darro envuelto en olas,
las que lloran en la sombra,
las cuatro y las tres Manolas
las tres y las cuatro solas.
El horizonte de perros
que ladran lejos del río
le hacen revivir las noches
de sus amores perdidos,
con las mozuelas casadas
de suaves pechos de lirio
de pieles de caracolas,
de brazos adormecidos
de muslos que se desbocan
como peces sorprendidos,
corriendo locos de amor
sin bridas y sin estribos.
Lleva sus brazos abiertos
abrazando al infinito,
lleva sus ojos cerrados
con la Granada que ha visto,
que hoy, ni el sol en la Alhambra,
ni la luna entre sus mirtos,
brillan como la palabra
que cantaba Federico.
¿Eran cinco de la tarde...?
o ¿fueron cinco los tiros
que dejaron tiritando
sus verdes carnes de olivo
en besanas andaluzas,
con rejones enclavados
en su pecho adolorido?
Y la luna que se iba
del amanecer umbrío
volvió sus ojos llorosos
a los campos de los tiros,
donde cuernos de hojalata
se tiñen rojos de vino,
desparramando inocentes,
sangre y voz de Federico.
José L. Palma (Verano. 1998)
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