María Mendoza de Vives, Ardales (Málaga), 19 de diciembre de 1821 - Barcelona, 1894.
La novelista y poeta nació en el seno de una familia acomodada. De joven, su madre era quien no la dejaba escribir, aunque comenzó a publicar sus poemas con tan sólo 20 años.
Casada con un funcionario judicial, se trasladó a Barcelona en 1841.
De esta injustamente olvidada malagueña tal como la definió Juan Valera, apenas si tenemos más datos, salvo un comentario de Nicolás Díez Benjumea quien justificaba los silencios literarios de María Mendoza a causa del fallecimiento del esposo y alguno de sus hijos, destacando como nota relevante de su persona el ser “tan excelente y completa señora como amante esposa y cariñosa madre”.
Comenzó escribiendo en El Guadalhorce y La Alhambra entre 1839 y 1840, donde compartía las tareas con Dolores Gómez de Cádiz.
Cuando se trasladó a Barcelona, en 1841, continuó colaborando en la prensa catalana, en concreto en El Siglo Literario (1874) La moda elegante (1878) y Los niños (1883-1886).
Cultivó el género poético de costumbres y el cuento moral, insertándose en el movimiento literario femenino iniciado en Barcelona en 1860 junto a figuras como Pilar Pascual y Pilar Massanés. Como era norma habitual, participó en veladas literarias, obteniendo en 1876 un premio en Gerona por Recuerdos de Andalucía y otro en 1878 por su poema “Una Página de Gloria”, basado en la conquista de Mallorca, y fue socia de mérito de diversas asociaciones, como la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona y Filarmónica.
Obras
El alma de una madre
Quien mal anda, mal acaba, (1862)
Hijo por hijo, (1862)
Las barras de plata, (1866 en París y 1887 en España)
Preferencias de un padre, (1887)
La Pubila Ferreró
Las llaves perdidas, (1887)
La loca de las tres cruces (1887)
Un velatorio
Brígida, (Diario de Barcelona, 1851)
Las serpientes del rey, (Mundo Ilustrado de Barcelona, 1881)
El conde de Teba
El cuento del peregrino
La montaña de fuego
Flores de otoño, (1879)
A un álbum
Rosa fragante color de grana,
brisa amorosa de la mañana,
perfume y luz,
lago apacible, dulce alegría,
sueño de amores, sereno día,
así eres tú.
Planta extranjera del cierzo ajada,
noche sin luna, fuente agostada,
voz de dolor,
torvo celaje, flor inodora,
tórtola triste que duelos llora,
así soy yo.
Tú eres el gozo, yo la agonía,
polos opuestos tu alma y la mía,
¿quién la unió?
De amistad pura lazo divino
aunque anchos mares tienda el destino
entre tú y yo.
CANCIONEROS
Con la capa a lo torero,
con caireles la chaqueta,
faja verde en la cintura,
color del que bien espera;
en la boca su tabaco,
el calañés en la oreja,
en los ojos la alegría
y en las manos la vihuela,
el hijo de Juan Bizarro,
bizarro tambien en prendas,
sale ufano de su casa
en traje de gala y fiesta.
O esta copla que se canta en el velatorio:
“Solo un cuerpo tiene el alma,
solo una vida la flor,
una palabra los reyes
y un dueño mi corazón”.
O este retrato de mujer:
“Breve pie, breve cintura,
breve boca y largas trenzas
en la cerviz recogidas
como corona o diadema”.
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